Se
ha dicho tanto y tan bien durante esta semana que no siento la necesidad de
añadir redundancias, pero sí deseo compartir que estuve.
En
mi ciudad, tan poco proclive a echarse a la calle, no se veía el trazo de una
baldosa en el paseo, ni una pizca de acera o calzada, sólo zapatos sosteniendo cuerpos de
mujer, también de hombres que se sentían cómodos, felices en ese otro modo
distinto de estar que tenemos las mujeres, de solicitar, de reclamar, de hacernos
ver, oír... con esa manera de ocupar el espacio dejando hueco, sin avasallar,
sin empujar, tocando hombros para abrazar.
Bajé
al encuentro por la mañana, tímidamente, como todos, pensando: a ver cuántas
somos, a duras penas disimulé la sorpresa ante el llenazo, porque como siempre
se ha dicho la duda ofende; de nuevo la ilusión y mi murmullo interior que
decía “Esta vez sí, las cosas van a cambiar, sólo cuando las mujeres se mueven
juntas las sociedades se transforman de verdad, al fin hemos encontrado el
pespunte. A lo mejor no me muero sin verlo, no todo van a ser pérdidas”.
Por
la tarde no pude incorporarme a la manifestación, pero después vi en las redes la
riada y acompañé mentalmente -y con los ojos empañados de emoción antigua- las
imágenes con el canto de Celaya “¡A la
calle que ya es hora de pasearnos a cuerpo y mostrar que pues vivimos
anunciamos algo nuevo¡”.
Al
vernos ahí a todas unidas, con distintas adscripciones, status, pertenencias, procedencias, circunstancias... sentí que no importa cuántas veces nos salgan ramalazos
machistas o retrógrados, mi generación tuvo que vivir en medio de muchas
contradicciones, y aun así rompió moldes, y recuerda las conquistas que
ampliaron ADN para todas y éste corre por las venas femeninas de las hornadas siguientes, y eso puede permanecer latente o asustado pero nunca retrocede; la
diferencia radica en darse cuenta, en no justificar o encubrir los fallos que se
nos escaparán muchas más veces, equivocarse es humano, reside en que aunque
incurras en errores ahora sepas, admitas que lo son, sin engañarnos, sin que te
engañen, porque ya hemos trazado los mapas, tenemos los argumentos, la
transmisión de los conocimientos, el establecimiento de ayuda… porque ya
sabemos desenmascarar los eufemismos llamando a las cosas por su nombre:
egoísmos, crueldades en mayor o menor medida, abusos de poder… ahora ya
distinguimos que las mujeres cuando hablan de “poder” se refieren a “poder
hacer” no a inflar globos de vanagloria, y aunque el reparto de tareas es muy
importante hemos aprendido también que la palabra feminismo no se reduce al fregado de los platos por turnos, que esa es sólo la punta del iceberg, que no es una
guerra de sexos, que su significado nunca lo fue, y en esas aguas profundas hay
que adentrarse con todos los estamentos, para ver cuántas terapias de choque o
de largo recorrido aplicamos, como se suele decir: nos queda mucha plancha todavía, y también mucho que barrer.
Hace
tiempo que comprendí que la lucha nunca se abandona aunque no llegues a conocer los
resultados durante el periodo de tu existencia porque la historia es más valiosa que tu corta
vida, y ahora sí conozco humildemente la medida de mi pequeña pero no menos importante labor: el camino está
trazado, y ya van siglos de dureza y adoquines que las anteriores repusieron, colocaron...gracias a ellas hoy tan sólo he de limitarme a
cortar la maleza de los bordes en el trocito que me toca para que el sendero no se
borre, para que ninguna mujer se pierda.
Esta
semana he recordado a AIMA, Asociación Independiente de Mujeres Alcarreñas, hay
expresiones que no se olvidan, y las de aquellos ojos convencidos de que era
posible, en aquel diminuto piso de la calle del Amparo fueron los más convincentes para mí en su día, y mi corazón, tan poco
dado a la nostalgia por si acaso al lado de un buen recuerdo se me adosan las
espinas de los malos, se ha llenado de ternura y gratitud, qué poca vanidad
había y cuánto logro sin embargo.
Un
gran abrazo para todas.
Pili
Zori
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