Por
fin tenemos recién sacada del horno la magnífica novela “Tal vez la noche me
redima” el Premio Provincia de Guadalajara de Narrativa que en el año 2011
otorgó La Diputación.
La
preciosa portada resume visualmente, como un verso, el significado del título
en una cuidada edición del Taller de Editores del Henares. En tiempos de e-book
la crema de su papel huele a delicatessen y hacer nido con las manos para
ella, escuchando el trémulo y rumoroso aleteo de sus páginas, comienza a
parecer un privilegio.
Juana Pinés Maeso, poeta
estudiada en antologías españolas e Iberoamericanas, no tiene inconveniente en
acortar el conjunto de galardones recibidos a lo largo de su carrera literaria
porque en las solapas de los libros no caben tantos premios de poesía de
carácter nacional e internacional como acumula en su haber ya que sobrepasan
los doscientos. Por ello me limitaré a
reseñar a renglón seguido sus poemarios publicados:
“A
golpes de silencio” (1980), “Descubriendo el alba” (1994), “Ese
tiempo de pájaros dormidos” (1997), “Huele a mayo recién amanecido”
(1998), “…Y en el corazón palomas” (1999), “Interior con luz”
(2000), “Este vivir difícil y gozoso” (2001), “Manual de los miedos”
(2002), “Regreso” (2003), “Perfil de la inocencia” (2004), “El
silencio de Dios” (2004), “El bosque de los ausentes” (2013). Y en
prosa: “Cuéntame cosas como si fueran ciertas” (relatos publicados en
2006 por la Diputación de Ciudad Real).
Su
poesía reposa con voz propia y estilo personal en los sedimentos de Miguel
Hernández, de Blas de Otero, de León Felipe… haciendo que la
torre crezca, porque al igual que ellos es una grande por la que siento un
enorme orgullo como artista y como persona ya que su vida y su obra tienen la
misma coherencia de valentía, compromiso y honradez con su tiempo.
Fue
directora durante ocho años del grupo literario Guadiana y de la revista de
creación literaria Manxa (que se edita desde 1975).
En
este mismo blog comenté la primera impresión que recibí de la novela hablando
desde la distancia de un año, detalle que señala el gran poso que me dejó en el
corazón y en la memoria; ya han pasado dos y no solamente ratifico cuanto dije
entonces, además añado que entrar en la prosa de esta autora es como meter las
manos en un cofre lleno de piedras preciosas porque sientes en el tacto la
perfección y el lujo del tallado de las facetas, del bruñido de la composición; en el oído el
clasicismo de su música, la elegancia del tono, y en los ojos el buen rematado
de los engarces entre el pasado y el presente… Pinés Maeso trae a colación
todas las piezas generacionales para coserlas justo en los puntos coincidentes
o en los antagónicos, para crear los espejos, los paralelismos, los homenajes…
y lo hace sin soltar en ningún momento el hilo de Ariadna.
En
“Tal vez la noche me redima” no se puede subrayar porque cada línea es
destacable; la autora, acostumbrada a la poesía, busca la precisión y no permite
palabras holgazanas y huecas, todas ellas sirven, tienen su función y no son
sustituibles por otras.
A
veces, al enjuiciar un texto narrativo se tiene más en cuenta la trama que el
lenguaje y cuando eso ocurre me llevan los demonios. Es evidente que una novela
ha de conjuntar como un jersey de punto –perdón por el ejemplo tan sencillo,
busco el lugar común porque creo que se entiende mejor que el significado de la
palabra estructura-. Para confeccionar dicho jersey, previamente se ha escogido
el color, la hechura, se ha decidido si va a ser larga o corta, ancha o
ajustada, de diseño clásico o moderno… en fin, creo que no hace falta detallar
más, en ambos conceptos -clásico o moderno- ya englobo la idea común de los
diferentes estilos que por fortuna son muchos. Si el escritor es bueno su
literatura será inconfundible y aunque al lector le pueda gustar más o menos
nunca podrá poner en cuestión la capacidad artística que como es natural se le
presupone. Cada punto perforado por la aguja es indispensable para la
confección, tanto los que se hacen del derecho como los que se cogen del revés,
los que se cruzan, los que se añaden y los que se menguan. El escritor no es
industrial, ni crea en serie, por esta razón “Tal vez la noche me redima”
es una novela que, aparentando sencillez, sin embargo es muy difícil de tejer,
puesto que construye un universo completo partiendo del monólogo interior de
una mujer que un mal o buen día –eso queda a criterio del lector- recibe una
llamada en la que le comunican que su marido acaba de sufrir un accidente de
tráfico que le ha sumido en coma. No iba sólo, y su joven acompañante ha
resultado ilesa.
A
partir de ese preciso instante, la autora abre en canal la cremallera de la
protagonista para que el lector se asome a su intimidad y escuche sus
pensamientos y zozobras en cada una de sus vísceras. La esposa que recibe la
terrible noticia es dueña de una floristería y madre de un adolescente. La
tienda tendrá en sí misma un papel fundamental por el lenguaje de las flores
cortadas, pero también por el de las plantas en crecimiento, entregadas como
obsequio, o como réquiem... En ese vergel urbano e imantado se producirán los
sucesivos encuentros con Ernesto, el lector contemplará el nacimiento del amor
tras un mal presagio escrito con primorosos ramos destinados a otras, escuchará
el canto a la amistad sin reservas ni resquicios, la muerte dará paso a la vida
que Begoña, la joven empleada, gestará -sin clasismos ni prejuicios- lejos de
sus intolerantes padres, y el lector comprenderá la declaración de principios y
un modo de entender la vida y sus compromisos porque la protagonista sin
grandes alharacas “da posada al peregrino y viste al desnudo”.
La
acogedora mujer sin nombre propio que regenta ese centro neurálgico, uterino y
purificador, bien podría representar a muchas otras mujeres por su rol de madre
de familia cuya individualidad llega a hacerse invisible porque padre e hijo
dan por hecho que ella siempre va a estar para ellos y que su función es
inamovible. Sin embargo nosotros tendremos el privilegio de que nos muestre su
caja de los truenos, insonoros para los demás. En ese cofre de hermosa y
calmada apariencia ella acumula humillaciones, mentiras y agravios de su marido
infiel -él sí tiene nombre e identidad.
Juana
Pinés Maeso entra con catéter a ese silencioso, avergonzado y amordazado
interior femenino; la autora le confiere protagonismo, voz e individualidad a
esta mujer y convierte la novela en un GPS orientador para lectores masculinos,
porque la comprensión de las mujeres ya la tiene. Página a página disecciona
con honestidad y hondura las consecuencias y secuelas de la infidelidad. Nos
habla de sentimientos ambivalentes, de amar y odiar al mismo tiempo, nos remite
a la universalidad de “Cinco horas con Mario” de Miguel Delibes,
a “La piedra de la paciencia” de Atiq Rahimi, a “Los aires
difíciles” de Almudena Grandes, a “La crónica del desamor” de
Rosa Montero… y lo digo haciendo un ejercicio de literatura comparada
por la conexión que hay entre esas novelas, no por el parecido sino por la
coincidencia ya que todas las obras que he mencionado tratan o parten de un
mismo fenómeno cultural o situación similar aunque no pertenezcan al mismo
tiempo histórico ni estén situadas en el mismo mapa, naturalmente el estilo y
el modo de desarrollar y de resolver el conflicto son diferentes.
La
novela recalca la importancia de lo cotidiano, es un canto a la maternidad, a
la mujer como origen, y lo hace a tres voces y en tres generaciones, madre,
hija y nieta no consanguínea.
También
hay tres hombres fundamentales en sus páginas y en el mismo orden generacional,
el padre de la protagonista, honorable, culto, ejemplar, contrasta con el
marido, veleidoso, voluble, desconsiderado y egocéntrico, y el hijo, un
delicado proyecto de futuro entre ambos.
El
libro habla de los hijos como epicentro y del doloroso despegue del nido aunque
permanezcan en él o vuelvan tras el vuelo cada vez más alto y más prolongado:
“Los hijos poco a poco se van desprendiendo de la madre, en cambio todavía no
conozco a ninguna madre que haya conseguido desprenderse de los hijos”, nos
dice la protagonista en la página 69.
Habla
del miedo a la vejez, de las nostalgias, de aferrarse a asideros del pasado que
ya no han de volver, de cuando las casas se vacían tras la partida de la otra
persona, de la abrupta amputación del tándem que formaban en pareja. De la
viudedad.
Habla
del rencor y de cómo destruye la alegría, la esperanza, las ilusiones; habla de
la hipocresía y de cómo tragamos con ella; de Elisa, la egoísta hermana de
Ernesto, viva representación de florero decorativo actual con actitudes de
mantenida aunque trabaje, arquetipo de niña-mujer que sin embargo muchos
hombres prefieren, las razones profundas del por qué de esa elección suscitan
un debate interesante.
En
definitiva “Tal vez la noche me redima” es un balance vital que
transcurre por la evolución de las distintas etapas de las relaciones familiares,
pero sobre todo es un exorcismo, un sano ajuste de cuentas y un legado de
dignidad aunque sea a título póstumo porque hay muchas formas de plantar cara:
la conversación que la protagonista mantiene con el médico no se instala en la
lástima ni en la autocompasión y si no es políticamente correcta al menos
muestra una verdad que ella mira de frente y que al fin exterioriza, una verdad
de la que partir para obtener con ella la auto-redención que le hará recuperar
la singularidad e identidad propias y sobre todo su voz.
Ese
es el enfoque de esta novela, en otras el infiel explica sus razones. El eterno
debate de quién sufre más si el que abandona o el abandonado difícilmente se
resolverá porque cada persona es un mundo y a esa pregunta se le suma otra en
esta vuelta de tuerca que por la deformación de pertenecer a un club de
literatura estoy dando: en caso de ruptura ¿quién prefieres ser?, ¿el que
abandona o el abandonado? En cualquier caso lo que queda claro tras la
destilación es que explorar en el territorio de la pareja siempre produce una
catarsis saludable.
“Tal
vez la noche me redima” es una novela hermosa que exige de quien lee una
respuesta y un bautizo. Antes de salir de las páginas el lector se dirige a la
protagonista para decirle: Sí, te redimiste en el momento exacto en el que por
teléfono le dijiste a la última amante de Ernesto que tú también lo sentías y
en esa ausencia de especificación estaba incluido todo, lo sentías por ella,
por ti, por Adrián, por el amor malgastado… y por esa reconciliación contigo yo
te llamaría Gloria, porque te la mereces toda, o quizá Fénix si para mujer
sirviese ese nombre, y nunca Esperanza que es como seguramente te llamabas
antes, ese apelativo dañino lo dejaría aparcado en el ambiguo “tal vez…” para
siempre. Y con este epílogo añadido el lector cerrará el libro entre sus manos
como si acabase una plegaria para decir ego te absolvo.
Me ha gustado tanto que es de los libros que volveré a leer pasado un tiempo
ResponderEliminarGracias por tu visita Ángeles, es un libro magnífico al igual que su autora. Un beso grande
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