"Libertad", de JONATHAN FRANZEN

De vuelta al cole. Estaba este pobre blog mío muy abandonado: el verano lo aprovecho para otros menesteres más personales pero también literarios. Es decir: lo empleo para escribir.
Cuando nos despedimos en Junio me quedó pendiente la tarea de comentar el último libro que compartimos en el club de literatura, “Libertad” de Jonathan Franzen. Si no recuerdo mal abríamos la temporada anterior con “Las correcciones” novela del mismo autor, -de nuevo la vida se expresa en círculos-. Como ya le dedicamos a Franzen y a “Las correcciones” toda nuestra atención en este espacio, no redundaré en su biografía, sólo aportaré que el autor norteamericano vuelve a situarnos ante una galería de retratos nítidos y sin retoques, valientes y autocríticos, porque no se excluye ni se limita a mirar desde la barrera, es parte absolutamente implicada.
El autor tiene buena parabólica y agudísimo oído de sociólogo. De algún modo “Libertad” nos pareció continuación, eso sí, el escritor en esta ocasión abre plano para a través de otra familia y su entorno abarcar más: las líneas de pensamiento americano actuales, -tiempos de Obama- pero no las de la apariencia sino las que subyacen dentro de los senos familiares, y con esa excusa da un repaso a su sociedad sin dejar títere con cabeza ya que pone en cuestión hasta el icono rebelde y generacional de la música que finalmente el sistema supo absorber, de hecho (perdón por citar desde el recuerdo y sin exactitud, puesto que han pasado meses desde que lo leímos, aunque la selección natural de mi memoria se ha ocupado de destilar la esencia, y su poso me acompaña metabolizado por las células) el escritor se atreve a afirmar que los usuarios de dicha música llegaron a consumir las canciones de Bob Dylan por ejemplo como si fuesen chicles de menta mascándolos hasta que la goma perdía su sabor y en ese punto la escupían. Tampoco se quedó corto con los movimientos ecologistas, ni con el poder manipulador que subyace en algunas familias de judíos americanos actuales e hizo un paralelismo paradójico de inversión de términos entre víctimas y verdugos, pero esta vez nos mostró el caldo de cultivo. Nuestro tiempo es tácito, está lleno de sutilezas y hay que hacer un esfuerzo ímprobo para escarbar y ahondar más que en las décadas de los sesenta, setenta o incluso ochenta del s. XX en las que todos los cambios que teníamos que realizar eran simples y saltaban a la vista, ahora la clase dirigente es más astuta y nos obliga a cribar con cuidado para entender las trampas. Franzen con su dedo didáctico nos señala “aquí está el quid, y allí, y más allá…” Aunque en el  aspecto judío americano sí matizó para establecer las diferencias: Patty también era de origen hebreo y sin embargo no compartía el mismo modo de pensar conservador y sectario de la poderosa familia que tanto deslumbró a su hijo en el periodo de universidad,  la de ella, tan “progre” pero tan preocupada por su imagen exterior también queda en entredicho.
Lo más interesante para el lector son las vivencias de los protagonistas –es decir, la acción y lo que de ella se deduce- aunque aprecie que el telón de fondo se funda con ellas, y protagonice en sí mismo. De nuevo el autor con maestría disecciona sentimientos en evolución y sabe conducirlos durante toda una vida. Es dolorosa y demoledora la crítica que hace al conducir hasta el naufragio a toda mi generación preguntándonos a voces y sin excluirse: ¿Qué hemos hecho con nuestra libertad?, ¿En qué nos hemos convertido? ¿En aquello que abominábamos? Sin embargo en mi opinión a la libertad individual sí la salva a través del amor, y su alegato es muy serio y remueve muchas vísceras y pliegues de nuestra alma (o psiquismo como prefiráis).

El matrimonio Berglund comienza su andadura integrado y feliz en la comunidad en la que vive y contribuye a transformar. El primer punto de inflexión lo marcará el abandono del hijo que con apenas quince años prefiere convivir con su novia Connie y con sus “suegros” -los vecinos, republicanos y poco respetuosos con el medio ambiente que tanto sacan de quicio a sus padres,  en el pequeño y estrecho  mundo bipartidista que impregna a toda la enorme sociedad norteamericana que parece no saber que es diversa y plural. Pronto sabremos que, bajo el semblante amable, Patty vive estigmatizada por un abuso que sufrió en la adolescencia del que sus padres “tan progres” no quisieron defenderla porque su prestigio era prioritario y corría más peligro que la estabilidad emocional de su hija. Con un simulacro de juicio sumarísimo, su padre -abogado de pro- le hizo ver que el testimonio de la infamia sería puesto en cuestión de inmediato y que la perjudicada sería ella y no el niño bien, puesto que ella había bebido y dado pie. Tampoco Patty era valorada por sus dotes como deportista en el ambiente familiar de corte “intelectual”. Así que desde la adolescencia tuvo que lidiar consigo misma sin apoyos y con la doble moral de cualquier ámbito social que la rodease y se forjó su independencia a base de tropiezos.
En ese tiempo de instituto y universidad, además, se añade el sentimiento de trío sentimental: atraída y rechazada por Richard Katz, el incipiente músico de rock, y amada hasta el infinito por Walter Berglund, el abnegado buen hijo de padre alcohólico, se casa con éste último y la duda latente planeará sobre las tres cabezas durante largos años. En todo ese tiempo una corriente de equivocados y sexistas pactos de honor hacia la amistad enturbia la línea de definición y la capacidad de elegir. Los tres sufren y ninguno sabe en realidad quien gana y quien pierde en la renuncia o la adquisición. Serán necesarias varias y dolorosas rupturas para que el inconsciente trío se desgaje y recupere su individual esencia.
Pocas escenas se han visto en literatura tan conmovedoras: la prueba de amor de Patty sentada en el porche de Walter tras varios años de separación, dispuesta a morir congelada si él no le abre la puerta adquiere una potencia incandescente, al igual que el símil en sí mismo, no puede ser más explícito: romper el hielo transmitiendo el calor, resucitarla y resucitarse tras un periodo de hibernación. Un Walter amargado por la tristeza y el resentimiento se ve obligado a salir de la armadura para redimirse y reencontrarse con ella, tras acariciarla palmo a palmo, piel con piel devolviéndole el calor que sólo el amor convierte en vida. La única combustión por la que merece la pena existir.
Después se cierra el círculo, y el bello carácter de Walter vuelve a emerger y Patty es el elemento integrador de la nueva comunidad y la novela acaba como comienza. Pero antes de llegar a esa meta los hijos han tenido que volar y en el doloroso despegue han dejado infectados arazazos que tardan en curar. El amor de pareja ha pasado por las peores pruebas hasta volver a encontrar la identidad tras haberlo sacudido como una alfombra. Y después de que el elefante haya pasado por la cacharrería Franzen hace limpieza y sólo salva lo que cree que es salvable, en este caso comparto con él la hermosísima esencia.
Es una extraordinaria novela, la voz del 2000, tiempo americano a partir de las consecuencias del 11-S.
Para nosotros los lectores europeos, “los del sur” –especifico: los pig de la siesta y el “buen vivir”, analfabetos, derrochadores, palmeros de castañuela y panderetón… no hace falta que aclare que es ironía- es bueno que además de Faulkner, Steinbeck, Capote, Miller… nos hablen nuevos escritores que le estén tomando el pulso a su país a niveles individual y colectivo. Los del sur procuramos no ser xenófobos, ni prejuiciosos e intentamos no caer en los tópicos y por eso miramos con respeto hacia todas partes y leemos lo que otros escriben en todas partes. También nosotros tenemos voces nuevas que gritan en el s. XXI.
En cualquier caso en mi club tuve la sensación de que a mis compañeras les gustó más “Las correcciones”.
Que tengáis alegría que como decía Benedetti a la alegría hay que defenderla.
Un abrazo.
          Pili Zori

2 comentarios:

  1. Hola Pili.

    Soy Laura del club de lectura. Lo prometido es deuda y te dije que aunque no pudiera estar, de momento, físicamente en el club, intentaría estarlo a través de tu blog, y aquí estoy.

    La verdad es que he tenido que hacer un esfuerzo de memoria para recordar este libro porque el verano hace estragos en la mente, pero gracias a que tomé unas notas, puedo expresarte, por lo menos, el recuerdo que tengo del mismo.
    Recuerdo que cuando cogimos este libro y leí el resumen que siempre viene en la parte de atrás pensé: "madre mía, si va a ser lo mismo que Las Correcciones, e igual de gordo....". Además, las críticas que había recibido del mismo no eran muy buenas, con lo que empecé a leerlo más por obligación del club que por interés.
    Sin embargo, esa "obligación" fue desapareciendo poco a poco según fui metiéndome en la historia y al final, el libro me gustó y la sensación que me dejó leerlo fue muy buena. Además, a excepción de las páginas que dedicaba a los movimientos ecologistas, con descripciones eternas, el libro no me resultó muy pesado.
    Y aunque no recuerdo exactamente las tramas y los aspectos más concretos de la historia, todavía sigo recordando a Patty y el sufrimiento interior que durante toda la vida lleva por hacer lo que los demás le imponen o esperan de ella mas que lo que ella, realmente quiere hacer. La escena final, esperando a Walter en la puerta de casa (un final mas propio de película que de libro), es el primer acto de libertad que realiza en su vida y el que le llena plenamente y le conduce a la felicidad en la última etapa de su vida. Una felicidad que busca desesperadamente a lo largo de su vida pero que a causa de sus padres, hijos, relaciones sentimentales frustradas no ha podido, si quiera, perseguir. Sin embargo, su vida pasa, se estabiliza con una relación "aceptable" con sus hijos, con su separación, con su nueva vida en solitario y cuando parece que ha aprendido a vivir así, ella y solo ella, decide que no es lo que quiere, que quiere recuperar a Walter y lo que con él perdió en el camino.
    Igualmente, los paralelismos que establece entre las generaciones (Patty con sus padres, Joey con su madre, etc) me gustaron mucho y me di cuenta que las cosas y la vida pasa y aunque quieras enmendar los errores que los demás cometieron (o que tu crees que cometieron) en el pasado, tu cometes otros nuevos no muy distintos a los que los demás cometieron en épocas pasadas. Las relaciones y las formas que tenemos de actuar ante ellas se perpetúan como forma de ser, esencia de las familias. Romper estos moldes suele ser complicado y lleva muchos generaciones ir cambiando las cosas poco a poco.

    Esta será mi forma de estar con vosotros este incio de curso. Un saludo a todas.

    Laura Adriano

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    1. Querida Laura, qué alegría verte asomada por aquí, gracias por un comentario tan brillante, ya no te echaré tanto de menos. Un abrazo Pili Zori

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