Cuando
hay cambios culturales bruscos, se suelen denostar las expresiones artísticas
anteriores por mera necesidad de subrayar el nuevo movimiento. Pero el arte es
una suma y no una resta, y una vez aclarado el concepto y las legítimas razones
para la ruptura hay que esperar a que en décadas posteriores alguien vuelva a
subir al desván para rescatar de las polvorientas cajas lo valioso.
El
melodrama es un género cinematográfico que floreció en los Estados Unidos
durante los, años cuarenta y cincuenta del siglo XX alcanzando su máxima
expresión con Douglas Sirk, -su
verdadero nombre era Klaus Detlef Sierck- un cineasta alemán que tuvo que
exiliarse en 1937. Conocí aquel cine a
través de la televisión, muchas de aquellas películas naturalmente las vi en
blanco y negro años más tarde, en algún ciclo de la 2 descubriría con la boca
abierta sus espléndidos colores. Pertenecían a un tipo de películas cuyas
protagonistas solían ser mujeres que padecían incomprensión social, metidas en
situaciones de encrucijada… un cine que tocaba como ninguno la emoción y desde
ella podía llevar al espectador -casi sin hacerle razonar- a comprender algunas
injusticias, o a que aceptase otras sin siquiera planteárselo y digo “algunas”
porque de otras muchas que estaban sucediendo fuera de pantalla dicho cine no
hablaba abiertamente: racismo, desigualdad, intolerancia por la orientación
sexual… y es que el ambiente que se respiraba de 1950 a 1956 en los Estados
Unidos era bastante peliagudo: los norteamericanos de aquel tiempo padecieron
la pesadilla inquisitoria del macarthismo, Joseph
McCarthy, aquel senador de Wisconsin, “el maligno” que casi se cargó los
derechos civiles, implantó el terror de Estado con su paranoica persecución de
brujas “coloradas”. Su largo brazo se cebó con toda la población, en especial
con la de Hollywood, directores, guionistas, escritores, actores… muchos de
ellos fueron a la cárcel bajo sospecha de adscripción comunista –el buen señor
daba por sentado que dicha ideología era antipatriota y delictiva y debía
perseguirse- con esa excusa hundió carreras, provocó ruinas, destierros,
esquilmó fortunas… y al mismo tiempo sacó también a la luz una piara de
chivatos que para librarse de su guadaña debían entregar interminables listas
con nombres de compañeros. La psicosis se extendió hasta tal extremo que
llegaron a preguntarle a Charles Chaplin
–uno de los artistas más perseguidos- que qué había querido insinuar utilizando
la palabra camarada, el maravilloso Chaplin no tuvo más remedio que reírse y
solicitar al “comité” que le echasen una mirada al diccionario ya que según
tenía entendido los comunistas no poseían la exclusiva de su significado. Era
el tiempo de la guerra fría, la URSS experimentaba con la bomba atómica, la
guerra de Corea estallaba en 1950 y bajo esta atmósfera de miedo y amenaza se
desarrollaba como podía el cine. El propio Douglas Sirk se marchó porque llegó
a odiar el ambiente pero al regresar a Alemania también lamentó la falta de
resarcimiento y justicia tras la caída del nazismo y el fin de la guerra.
Me
parecía importante reseñar la efemérides porque, aunque en pantalla no se ve,
es el sedimento de la hermosa película de Todd
Haynes, e intuyo que “Lejos del cielo” sí resarce no sólo haciendo un
homenaje al género que después de los 50 se tildó peyorativamente de
lacrimógeno -muchas mujeres han tenido que oír a menudo la despectiva expresión
de “no te pongas melodramática”-. En contraposición, y sin salirse ni un
milímetro de aquel estilo ni de aquellas circunstancias, el director explica en
clave feminista que hasta en la peor de las situaciones, la que más perdía era
la mujer y encima lo hacía con elegancia: en el cine los trenes siempre son un
símbolo, subir a ellos o bajarse, dejarlos pasar o perderlos tiene que ver con
las oportunidades, en “Lejos del cielo”, y en plena vorágine de racismo, un
negro toma el tren para volver a empezar; en plena intolerancia hacia otras
formas de sentir o de amar, un homosexual atrapado en las convenciones tras
años de negación también rehace su vida estrenando su nueva orientación sexual,
atrás deja a dos hijos y a una maravillosa mujer que ha cumplido con creces
todos los preceptos burgueses que de ella se esperaban, ella es sin embargo
quien queda en la estación viendo como el tren se aleja.
Tood
Haynes con humildad de restaurador crea una joya perfecta ateniéndose al estilo
para añadir en el 2002 las piedras preciosas que sin duda faltaban y le imagino
diciéndose “Ahora sí está completa”. Este guionista y director creó una obra
hermosísima de la que emerge para siempre –porque en el XXI el technicolor no
se degrada- su poderosa voz y su personalísimo sello aunque él creyera en su
modestia que estaba parafraseando.
Sobre
Lejos del cielo se han vertido opiniones menos halagüeñas que la mía, las
respeto aunque no las comparta, pero lo que me molestaría es que se tildase de
pastiche, refrito, de cine revisionista o rosa a esta película, o se
menospreciase al propio género -el melodrama- sólo porque tiene más capacidad
de llegada, es decir, porque es cine de gran público. Pedro Almodóvar lo
escribe y realiza y la crítica mundial se rinde a sus pies, entonces ¿en qué
quedamos? Lo importante es el contenido que metas en el envase, pero no vas a
hablar de los años cincuenta sin su estética relamida, sin sus decoraciones de
revista, o sin el peculiar comportamiento convencional de la clase media
acomodada y su preponderante modo de pensar basado en el qué dirán, en la
simulación, y en guardar las apariencias para adaptarse a ese decálogo de
normas fiscalizadoras que obligaban a no salirse de un redil impuesto. Al menos
Todd Haynes nos recuerda hasta qué punto cruel el grupo se puede imponer sobre
el individuo, y hasta qué extremo de traición a uno mismo se puede llegar por
la necesidad de encajar, de pertenencia, de ser aprobado, de no sentirse
expulsado, de no estar inadaptado. Es muy fácil caer en la soberbia endogámica
cuando te amparas en el bulto para sentirte fuerte, no hay nada peor que el
desprecio, y aquellos grupos sociales tan pagados de sí mismos hicieron sufrir
a los “diferentes”, a quienes tenían personalidad propia y bondad natural, si
hoy en día han de tragarse algún sapo contra su trasnochada nostalgia pues
merecido lo tienen, ahora los diferentes son ellos, así que viva la pluralidad.
Desahogos
aparte prosigamos con el film. Es importante para el espectador -aunque sea una
perogrullada- saber que la música se compone exclusivamente para la película,
que los directores de los largometrajes no tienen por qué poseer conocimientos
musicales y que son los compositores quienes han de saber interpretar sus
deseos ya que a la música le corresponde introducir la parte emocional y
subirle o bajarle la intensidad a las escenas, preparar al espectador, la
música va directa al inconsciente y sus creadores saben descifrarlo, conocen su
lenguaje. Ver a Elmer Berstein (murió en el 2004) dirigir a
toda su orquesta frente a la pantalla es un lujo que aparece en los extras y
que gracias al dvd hoy podemos disfrutar. Que el séptimo arte esté al alcance
de toda la sociedad es un hallazgo que debemos agradecer sabiendo apreciar la
gran importancia de todas las disciplinas que contiene, que el precio de la
entrada no sea tan elevado como el de la ópera no significa que muchos de sus
mecanismos creativos no sean los mismos que ya utilizaba Mozart para levantar en su cabeza universos que luego compartía con
el público. El cine como ya he mencionado otras veces reúne a grandes genios y
lo mejor de todo es que se saben ensamblar y ponerse al servicio de quien les
dirige, directores en su campo siendo dirigidos, singulares sensibilidades de
enorme personalidad que se aúnan para formar equipo y ponerse al servicio de la
historia.
Edward Lachman,
el responsable de la fotografía, consigue un canto preciosista que eleva a
Hartford, la capital del estado de Connecticut, a paraíso edénico. La estación
escogida es el otoño y los colores dorados, rojos, y ocres de las hojas de los
árboles alfombran y tapizan la ciudad; naturalmente el otoño es elegido a
propósito por lo que tiene de caída y declive, de tiempo que se acaba. La
película está separada en sus compartimentos por los distintos cambios de luz,
Lachman elige la penumbra del interior de la casa para subrayar el contraste:
dentro está lo que se oculta, los deseos reprimidos… fuera y a la luz exterior
y diurna de la comunidad se muestran la sonrisa y el disimulo. La luz rojiza y
clandestina marca los espacios de la doble vida en los cines, callejones y
bares nocturnos y finalmente la blanca y deslumbrante de la rendija de la
puerta de la oficina conduce a Cathy hasta la verdad.
El
vuelo alto del sedoso pañuelo casi al comienzo de la película nos muestra el
espíritu libre de Cathy Whitaker (Julianne
Moore) ella cree estar viviendo en
un mundo libre, y adelantada a su tiempo sin saberlo no ve necesario
reivindicar comportamientos que le parecen naturales como el de poner la mano
en el hombro de un negro, compartir con él impresiones sobre pintura y alabar
la foto de su hija que él lleva en la cartera.
Tood
Haynes además recalca algo para mí muy importante, a la palabra amistad se le
tiene muy poco respeto, a menudo es manoseada y utilizada a destiempo… y
Eleanor Fine (Patricia Clarkson) que tanto la abandera, “la mejor
amiga” adalid de la progresía de boquilla y de salón, es la antítesis. Me
alegro de que Haynes lo deje claro y de que su mensaje no admita componendas.
¿Era
necesario que mujeres como Cathy pagasen las consecuencias de la cobardía
hipócrita de todos los demás? y entre ellos incluyo a Raymon Deagan (Dennis Haysbert) el negro a quien ella habría acompañado a la luz del día
y con los hijos de ambos -aunque esto último es una apreciación mía, subjetiva
sin duda.
Lo
importante no es que ella se enamore o no de Raymon ni que él corresponda,
imagino que para Todd Haynes lo primordial fue mostrar la posibilidad y cómo ésta
habría sido truncada desde todos los frentes sin que pudiera llegar a
culminarse.
Da
gusto ver a Julianne Moore, es una actriz imponente que vale para cualquier
papel, no se le resiste ni el drama ni la comedia y para la acción es una
kamikaze y en el cine de autor se mueve como pez en el agua, tiene un abanico
de registros y unos niveles de empatía que rompen los termómetros de la
interpretación.
En
cuanto a Dennis Quaid, creo que
borda el papel y no era fácil cogerle la medida: ese sentimiento de rechazo
hacia ella agravado por la culpa, la paulatina entrada en el alcoholismo que
hace que en medio de una fiesta manifieste el desagrado hacia la bellísima
esposa que todos los demás codician, (una de las peores crueldades es hacer que
una mujer no se sienta deseable cuando el problema no es ella sino la inercia
de la verdadera identidad de su marido que se abre paso frente a todos los
escollos porque la naturaleza es sabia y no hay electroshock, ni tratamiento
hormonal ni psiquiatría que la destruya), y todo ese proceso en el que Frank
Whitaker va mostrando reacciones en lucha consigo mismo en un magnífico trabajo
de introspección, es muy difícil porque apenas se manifiesta en gestos como el
de caminar unos pasos por delante de ella, tras salir de la consulta, mostrarse
irritable pero conteniéndose cuando el espectador sabe que está a punto de
reventar, si además le añadimos que es el personaje que más va a rechazar el
espectador por el trato injusto que le otorga a su mujer tenemos una
interpretación extraordinaria pero muy poco agradecida. Los cuatro están
magníficos.
Tood
Haynes ha provocado controversia con muchos de sus largometrajes, y también con
los cortos, sólo conozco de él este trabajo, pero para quienes como yo quieran
seguirle dejo escritos aquí alguno de los títulos de otras de sus películas.
Poison (1991), Safe (1995),
Velvet Goldmine (1998), I’m Not There (2007)
***
P.D. Sé que este
altavoz mío es muy pequeño pero me gustaría lanzar desde aquí una queja: el
otro día viendo al presentador de los Oscar me dolió que se burlara de los
actores de habla castellana diciendo que no se les entiende en inglés, para
empezar la observación de mal gusto no sirve ni como broma, pero además denota
el gran chauvinismo y la poca universalidad de quienes están acostumbrados a
mirarse el ombligo. Tiene delito que un cine que ha crecido y se ha nutrido con
creadores europeos se permita el menosprecio, no sé en cuánto tiempo aprendería
inglés Billy Wilder por ejemplo, no
voy a seguir con otros cineastas porque la lista sería interminable. Pero sí sé
que cuando vienen aquí los actores americanos para promocionar sus películas
les ponemos traductores o intérpretes. A Geraldine
Chaplin la consideramos actriz nuestra y jamás ha podido desprenderse de su
acento. Tenemos extraordinarios dobladores para disfrutar del cine de otros
países. En fin, creo que como mínimo somos buenos anfitriones, por suerte su
presidente el señor Obama lo sabe ya
que anduvo por aquí cuando era más joven. Tampoco entiendo que los directores o
productores norteamericanos tomen la película de un autor de otro país y la
repitan con otro director del suyo, no sé muy bien cómo interpretarlo, ¿creen
que así la mejoran? (total para sacar procesiones y colocar las fiestas de San
Fermín en Sevilla… ellos que se supone que tienen tan buenos documentalistas).
Si fuera esa la razón siento vergüenza ajena por la prepotencia porque, si les
ha gustado, lo normal sería que promocionasen la película en su país como
hacemos los demás con sus obras, la interculturalidad es importante, al menos
eso creemos aquí, y el cine universal que yo sepa.
No
pretendo leerle la cartilla a nadie sin conocer bien las razones, en realidad
me refiero a la actitud, pero en cualquier caso tampoco está mal recordar que
burlarse de la lengua y las costumbres de otros lugares es xenofobia y que
tiene narices cuando los Estados Unidos de América se formaron con inmigrantes
europeos, y mejor o peor expresado al menos la gente a la que criticó ese buen
señor es bilingüe o intenta serlo o incluso políglota en muchos casos.
Por
suerte no todos los estadounidenses son iguales, quienes reciben el Premio
Príncipe de Asturias saben de lo que hablo, y el detalle pasaría inadvertido y
no tendría importancia si los Oscar no se vieran en todo el mundo y doy por
hecho que ese presentador o incluso su guionista no son representativos más que
de sí mismos y entiendo que desde la noche de los tiempos no sólo los países
vecinos se critican y hacen burlas entre sí, también las comarcas y los
pueblos, pero podríamos ir cambiando esa costumbre para variar, porque ya hemos
dicho que de los desprecios nunca sale nada bueno. Disculpad el sermón, pero me
apetecía echarlo, en otra ocasión me lo llevaré yo y agradeceré la llamada de
atención.
Un
abrazo y hasta el próximo encuentro.
Pili
Zori
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