Un
curioso valiente y difícil acto de contrición. Son muy abundantes las ocasiones
en las que la literatura, el teatro y el cine han tratado la relación entre una
trabajadora o trabajador del servicio doméstico y la persona que les contrata,
y siempre lo ha hecho de forma interesante y reveladora, quizá el cineasta Joseph Losey que realizó “El sirviente” y Harold Pinter -el dramaturgo que adaptó para él su magnífico guión- sean los autores de la obra que más se aproxima a “La puerta” por la
aparente inversión de poderes. Series como “Arriba y abajo”, directores como Buñuel… se han valido de la excusa para
analizar la sociedad desde el interior de la vida privada, con dos puntos de vista encontrados, y es que resulta complicado y contradictorio
guardar distancias con alguien que mete en la lavadora tu lencería sucia.
En
la escritura de autores europeos nacidos antes de la segunda guerra mundial
siempre encuentro un poso de tristeza y de experiencias que desgraciadamente, y
también por suerte, otras generaciones no compartimos salvo por la capacidad de
empatía. Si además añadimos que hubo un este y un oeste en tan diminuto espacio
con formas tan diferentes de entender la convivencia, la economía, el reparto
de la riqueza de un país y su distribución social -es decir
capitalismo frente a comunismo- sólo nos queda escuchar con respeto e interés
la explicación de los sentimientos y avatares que se produjeron entre esas personas de territorios tan próximos
que sin embargo creyeron estar tan distantes. Por ello no es extraño que yo haya querido
entrever, sobre todo al comienzo de la novela, el enfrentamiento entre dos
mundos cercanos, el de Emerenc, “la
criada” cuyos principios se basan en la valoración del trabajo obrero y manual
-“la vida se divide entre los que barren y los que no”, nos dice la
protagonista- y el de la “señora”
escritora represaliada y proscrita en otro tiempo, es decir: burgueses y
obreros, como si necesariamente pertenecieran a ambitos irreconciliables; sobra
decir que se puede ser intelectual y empleado al mismo tiempo, o de origen
burgués que pone al servicio de la comunidad sus privilegios y en ese caso
dichas prerrogativas dejan de serlo. Es evidente que ahí se halla el error: en
las divisiones y conceptos verticales de los que en tantas ocasiones hemos
hablado en el club de lectura y en este mismo blog, vivimos juntos y también revueltos nos guste o no.
En
esta novela se pone a prueba la tolerancia entre una persona creyente y otra
atea, y los contrapuntos son clarificadores para ambas. También se contrastan dos temperamentos
muy distintos, uno dulce y otro brusco. Muchas de mis compañeras fueron
condescendientes con el carácter de Emerenc, desabrido y dominante y lo
justificaron con la dura vida que había llevado. Otras, sin embargo entre las
que me encuentro, no aprobamos ese modo de relación tan drástico y de pataleta,
hosquedad e imposición, pero quizá sea injusto pedirle modales a una
superviviente cuyas vicisitudes la han puesto a la defensiva y conducido de forma inexorable hacia la
desconfianza en los poderes establecidos, como iglesias y gobiernos, pero no
hacia la pérdida de fe en las personas. “Por sus hechos los conoceréis”:
Emerenc a su modo brutalmente sincero e injerente transmite un mensaje
pacifista en el que se antepone al ser humano sin distinguir su ideología, de hecho dio refugio a un nazi y a un ruso condenados a entenderse.
¿Acaso sabía dar pero no recibir?, ¿o esa fue la excusa que buscó la "señora" por no haber estado a la altura el día que la puerta que le
habían encomendado guardar fue abierta a patadas mientras ella daba prioridad a su
entrevista en televisión?, ¿la de que Emerenc no se dejaba ayudar? El lector atisba en las páginas la
entonación del mea culpa pero con autojustificación velada, como si no fuera una confesión y arrepentimiento rotundos sobre ese
sentimiento de responsabilidad incumplida que atenaza a la escritora a quien
la criada amó como una madre, abroncandola, eso sí, ese era su desagradable modo de
manifestar el protector afecto con el que siempre quiso preservarla y
protegerla de la ingenuidad de su mundo de libros –según ella, claro está-, si
no hubiera despreciado a los intelectuales sin duda esta mujer de visible
inteligencia y acertados razonamientos bien podría haber estado entre ellos.
La
puerta a la que se refiere la novela es la del alma, la de la intimidad, la que
abre para dejar paso o para impedirlo. Y la llave, todo un alegato
psicoanalítico y subliminal que nos hace reflexionar. Lo que la puerta guardaba
tras tantos años, el tesoro que Emerenc escondía y cuidaba con tanto celo para
que lo heredase la única persona que sería capaz de apreciarlo: su escritora,
su niña-señora, su hija adoptada en su corazón, eran esos muebles decimonónicos
de barrocos terciopelos y suntuosos oros. Esos maravillosos bienes finalmente se derrumban
carcomidos para volverse polvo. El mensaje no puede ser más contundente.
Otra
preocupación de Magda Szabó era la
vejez, ya la trataba en profundidad en “La balada de Iza”. En el club nos
preguntamos sin hallar respuesta cómo llegar hasta la última etapa sin perder la dignidad,
y qué entendemos por digniddad, tal vez estemos confundiendola con soberbia y
orgullo. ¿Cómo vamos a estructurar la ayuda cuando necesitemos que nos limpien
el culo en esta sociedad que está barriendo lo poco que había para ese menester
solidario y estatal?, ¿se va a depositar de nuevo la responsabilidad sólo en la
familia? –una familia que ha cambiado, por fortuna, gracias a la incorporación
de la mujer al trabajo- ¿qué vamos a hacer ahora?, ¿sacar de nuevo del ámbito laboral
a la mujer para que se ocupe de sus mayores sin saber? ¡Qué egoísmo tan grande el de los
gobernantes del mundo entero a los que nos les falta peculio para ponerle una
enfermera o dos o tres a sus padres! La gente mayor está muy asustada, hay
personas solas, por soltería o porque tienen los hijos lejos o por montones de causas, ¿hay que desampararlos?
O conciliamos esa parte de la vida o España tampoco será un país para viejos.
La
novela de Magda Szabó artísticamente me ha parecido extraordinaria, bajo su
apariencia de sencillez se encuentran los cimientos emocionales de Hungría tan
tristemente avasallada a lo largo de la historia, tan dañada por el nazismo y
también por el estalinismo, eso sin remontarnos a otras etapas anteriores más lejanas.
Tal vez se me nota demasiado que amo la literatura europea de estos contornos
cercanos al muro, Sándor Marai aún
da vueltas en mi cabeza desde que ambos tuvimos “El último encuentro”, allí se
juntó con Stefan Zweig que llevaba
más tiempo. Desde que descubrí con 13 años “Impaciencia del corazón” no me ha
abandonado, se me grabó con fuego esa manera tan honda e introspectiva de sentir y también de exteriorizar, a ellos se unió Hermann Hesse y su “Lobo estepario” que me dio la vuelta a los
quince, y que aún me la sigue dando… Para mí el hiperrealismo lo detentan los
norteamericanos, especialmente los sureños, el barroco los sudamericanos, y
la esencia poética los europeos, entendiendo por poesía lo sucinto del lenguaje,
el saber decir lo máximo en lo mínimo. Seguro que acabo de proferir una
barbaridad para la ortodoxia literaria, pero no hablo de siglos de oro ni de épocas ni estilos sino de algo más sonoro que me entra por los oídos y por los ojos de lectora contemporánea y que me da el soberano derecho a percibir el arte como me parezca, al fin y al cabo es mi
experiencia personal con los libros y sus autores.
Un
abrazo y hasta el próximo encuentro, espero que no sea el último, como el de
Marai sino el preludio de muchos más.
Pili
Zori
Laura A.
ResponderEliminarHola Pili. Voy a intentar estrenarme en tu blog, puesto que aquí, al igual que en el club, soy todavía "novata".
"La Puerta" no es el libro que más me ha gustado de los que hemos leído. Al igual que a algunas de mis compañeras, la actitud y la forma de ser de Emerenc me ha producido cierto "rechazo". Y es que no puedo entender determinadas formas de ser. ¿El pasado que hemos tenido justifica todas las acciones futuras?, ¿justifica la dureza de las palabras y la hostilidad de las acciones?, ¿la falta de cariño y empatía hacia todo el mundo, incluso hacia a aquellas personas que nos demuestran todo su cariño y que permanecen impasibles a nuestro lado?
Siento que este tema aparece de manera recurrente a lo largo de todo el año en el club. En mucho de los libros que hemos leído, observo cierta similitud. En Sabas, Enid, Gary y la propia Emerenc. Infancias frustradas, matrimonios que anulan a la persona, decisiones mal tomadas en un determinado momento... Es cierto que nuestro pasado nos marca irrevocablemente el futuro pero no estoy de acuerdo con las opiniones que justifican cualquier forma de ser porque el pasado ha tratado mal, y mucho menos que marque las relaciones con nuevas personas que no estuvieron en el mismo.
A pesar de esto, es cierto que la dureza de Emerenc nos hace ver cómo tiene "La puerta", "Su puerta", cerrada totalmente hacia el cariño, nuevas amistades o nuevos amores. No permite que nadie vuelva a marcar de nuevo su corazón. No quiere que nadie vuelva a hacerle daño. De ahí, esa forma de ser tan dura y hostil hacia los demás. Sin embargo, al final de la novela podemos ver cómo sus amigas, en las que parecía que si confiaba, también la traicionan. Por eso, no podemos quedarnos estancados en actos pasados. Por mucho que cerremos nuestra puerta para impedir que nos vuelvan a hacer daño, esto puede ocurrir con quien menos lo esperamos. Es parte de la vida. ¿No merece la pena vivirla con todas las consecuencias?
Finalmente, decir que me ha impactado la visión tan clara que da de la muerte, de la muerte planeada, el suicidio, y del respeto hacia las personas que lo ponen en práctica: "(...) lo que pasa es que, si queremos, también debemos saber matar."
Un saludo,
Laura Adriano
Querida Laura:
ResponderEliminarUn millón de gracias por prolongar aquí tus inteligentes y sentidas reflexiones con ese rasgo tuyo tan honesto de bucear en los libros buscando respuestas y dándolas a la vez.
Comparto contigo que un pasado duro no justifica el maltrato o el hermetismo. La confianza se regenera o vuelve a nacer por mucho que te la maten, por eso es mejor como tú muy bien dices tirarse a la vida y a sus afectos sin red, aprendiendo de los errores.
Cuando reflexionamos sobre lo que sentimos lo trasladamos del inconsciente al consciente,sólo así podemos cambiar nuestra conducta sin proyectar en los demás culpas y responsabilidades que no tienen,sólo de ese modo podemos enmendarle la plana a nuestra propia historia,con criterio propio y eso sin duda nos hace humanos, nos vuelve libres. Es maravilloso tenerte en el club, espero que te prodigues por aquí para que también en este rinconcillo muchos lectores puedan enriquecerse con tus pensamientos y tu valiente actitud Eres una joven extraordinaria, una gran mujer T Q M Pili Zori