Quienes
siguen este blog, saben que hablo de los libros tras haberlos leído
compartiendo el efecto que producen en mi interior y también en el de mis
compañeras de club de literatura. De vez en cuando lo advierto porque si
alguien nuevo se acerca esperando una sinopsis, un ordenado resumen o un sesudo
estudio es posible que se lleve una decepción. El generoso internet regala a
manos llenas “el de qué va”. En mi caso trato de poner en común las reflexiones
y sentimientos que nos ha suscitado la novela, por ello anuncio tras cada
entrada la siguiente que leeremos juntas, es una forma de extender y prolongar
el club para las personas que no pueden acudir a él físicamente cada miércoles,
la idea es que te enganches si lo deseas a ese epílogo colectivo que entre
todas añadimos al salir de las páginas por la contraportada. Allí, en la sala
multiusos de la Biblioteca Pública, se vierte durante varias sesiones -en las
que ponemos en común cien páginas- la parte que el autor no suele ver, que es
nada más y nada menos que la impresión que su obra ha causado en sus lectores.
En este caso propuse como temas de debate:
Las diferencias
sociales. Los mundos endogámicos y cerrados. El deseo de evasión y olvido del
pasado tras la contienda. El crack y el sonido de jazz entre dos guerras. La repetición
histórica. Lo ilegal y lo moral. La ambición o la decadencia. El descreimiento. La desesperanza. ¿El fracaso, en definitiva, del modelo occidental en el que
seguimos persistiendo?
***
Ya
ha llovido desde 1925, fecha en la que Scott
Fitzgerald publicó “El Gran Gatsby”, pronto habrá
transcurrido un siglo y sin embargo el planteamiento y contenidos del libro son
tan esenciales y siguen siendo tan aplicables que su vigencia es intemporal, de
hecho volvemos a verlos en novelas, películas y series de nuevo cuño cuyos
autores posiblemente ni siquiera sepan que en los sedimentos de sus creencias y
de su forma de sentir se encuentra el magma de “El Gran Gatsby” incluso sin haberlo leído.
Que
su contenido sea vigente da que pensar: que siga existiendo el concepto de
clase social resulta triste, es una pena que no hayamos encontrado otra forma
más horizontal de mirarnos. No quiero caer en el pesimismo, pero me temo que el
deseo de predominar es inherente al ser humano, la necesidad de destacarse
sobre el otro, no de que su obra o su trabajo sobresalgan junto a las de los
demás y por tanto se complementen, no, el asunto va de colocarse por encima.
Todavía sigue dándose el caso de que si alguien sabe utilizar una técnica que
tú desconoces pero que necesitas pronto caerá en la tentación de darte en la
cabeza con ella para “rebajarte”, (que nos lo digan si no a los que nos hemos
quedado en el jurásico con la informática y apenas controlamos cuatro cosas
rudimentarias). Como veis, de entrada habría que cambiar nuestro lenguaje que
en su escala de valores siempre está manejando conceptos de arriba y abajo, de
caer o subir, se ve que tenemos alma de ascensor y todas esas imágenes y símbolos
con los que juega el idioma están constantemente agrandándonos o
empequeñeciéndonos, y puede que ese sea uno de los orígenes de nuestros
problemas, la lengua encarrila nos guste o no, ¿quién la decide?, ¿quién manda
en ella? Si hasta para soltar un mitin sobre la igualdad hay que subirse a
tarimas o escaños, mal vamos con la paradoja. Es un enfoque equivocado esto
nuestro, porque lo que decimos entra en contradicción con lo que hacemos y así
nos va. Seguimos empantanados en los mismos sufrimientos y comportamientos
sociales que ya retrataba en 1925 Francis Scott Fitzgerald. Tenemos la
obligación de buscar palabras que transformen, significados más precisos,
porque el lenguaje no es una ristra de ajos sino la herramienta que explica la
vida con todo lo que ésta contiene dentro, y algunas de sus partes aún no las
hemos definido. Creo que no es la primera vez que menciono “La comunicación no verbal” de Flora Davis, leyendo ese pequeño gran libro te das cuenta de cómo hasta
los espacios empresariales, -esas nuevas catedrales de cemento, hormigón,
aluminio y cristales- los despachos y oficinas están estudiados para fomentar
esas escalas emuladoras de las deidades que expanden su luz cenital desde el
último piso para hacernos creer en el poder y venerarlo. Más a menudo de lo que
pensamos el problema no está en el contenido sino en el diseño del continente
que se explica por sí solo, y los que conocen los entresijos del lenguaje no
verbal tienen ventaja para envolverte con espacios y palabras mentirosas que ayudan
a crear el manipulador ambiente que te
da o te quita importancia.
Aunque
en justicia he de decir que la gente más joven de mi club no lo ve igual, no se
les ocurre pensar que quien tienen enfrente sea más o sea menos que ellos, algo
está cambiando por suerte, y muchas compañeras de mi edad también hacen la
reflexión de que gran parte de la culpa la tiene quien se sitúa como inferior o
se deja tratar como tal. No me estoy desviando de las páginas de “El Gran Gatsby” que con tanta maestría
imperecedera nos regaló Fitzgerald, enseguida veréis por qué este preámbulo nos
mete de lleno en ellas:
ORGULLOS Y
PREJUICIOS
Se
han dado diversas opiniones sobre el trasfondo de esta novela, pero tal vez no
se hayan mencionado algunos de los
motivos, de los ingredientes que a mi parecer también tiene: la humillación y
el orgullo, por ejemplo. El despecho, de Jay Gatsby por haber sido despreciado
cuando era un chico pobre es un componente tan importante como el amor que le
mueve, aunque es probable que ni siquiera Fitzgerald fuese consciente de que
estaba reflejando ese resentimiento. Por ello y sin ánimo de restarle
romanticismo a la novela creo que no sólo hay oscuridad en la procedencia del
dinero del protagonista, tampoco todos sus sentimientos son limpios y diáfanos como
aparentan, ni responden sólo al deseo honesto de construir un mundo de “cosas”
digno de ella para ponerlo a sus pies. En el regreso de Gatsby, tras cinco años
de ausencia, veo un toque de venganza del que no excluye a su amada. El
sentimiento de ¡os vais a enterar!, ¡mira lo que te perdiste!, ¡contempla lo
que has despreciado! está latente y es legítimo. La escena de las camisas que
Jay le va lanzando a Daisy, -a mi manera de ver, naturalmente subjetiva- tiene
esa ambivalencia de ofrenda y desagravio al mismo tiempo. Me atrevería a decir
que Jack Clayton –el cineasta que en 1974 rodó la tercera versión inspirada
en la novela que tan fielmente adaptó Francis
Ford Coppola- coincide conmigo porque en ese pasaje Mía Farrow está sentada en un canapé bajo -casi parece prosternada-
mientras Robert Redford le lanza las
camisas. Ella rompe a llorar llevándose una de ellas a la mejilla y, al
preguntarle que por qué se ha emocionado, Daisy responde que “porque nunca
había visto unas camisas tan bonitas.” El espectador –lo expreso
subjetivamente, claro está- escucha por debajo de las palabras, y comprende que
en ese momento ambos acaban de reconciliarse con el pasado, y lo sabe porque
las camisas se han tirado desde una posición más alta y dominante como si
fueran acusaciones veladas y ella las ha recibido pidiendo perdón. Así ella le
concede el podium que él tanto busca: el mensaje cifrado de “No hay otras
camisas más bonitas” equivale a decir “nadie puede ni podría darme jamás tanto
como tú”.
¿REPETICIÓN DE LA
HISTORIA? (¿La humanidad atrapada en la rueda de un hámster?, ¿vueltas y
vueltas para que todo siga igual?)
Resultaría
muy pobre resumir la novela a una de tantas historias de chico pobre y deslumbrado
por los oropeles de una jet set endogámica, frívola, superficial y altiva que
no le deja entrar en su exclusivo mundo. “El
Gran Gatsby” es mucho más, narra la decadencia de un tiempo y nos muestra
por qué se produjo, y es perfectamente trasladable a la actualidad, aquellos 20
podrían ser los 80, y el crack del 29, por desgracia, nuestro crack actual,
(crucemos los dedos para que no estalle el combate). Muestra un retrato
sociológico fidedigno, valiente y sincero, aunque como una de mis compañeras
apuntó, sólo muestre un fragmento de la sociedad de entonces ¿representativo o
irrelevante?, la respuesta se la dejo a cada lector. Fitzgerald fue juez y
parte de ese estrato social, y su escritura hacía simbiosis con su vida, la
frontera se diluía sin que el préstamo biográfico le hiciera perder valor
artístico a su obra ni le eliminase la creatividad porque la literatura no sólo
fue su talento, por encima de todo fue su razón de ser, su obsesión, su
realidad.
AMBICIÓN, AVARICIA.
(¿Cuál era o sigue siendo la composición del sueño americano?)
“El gran Gatsby” habla de ambición, de
avaricia, (el matiz semántico importa, la ambición como meta u objetivo a
conseguir, la avaricia como acumulación), de ansiar y amar un tipo de vida pero
no a quien te la proporciona, de sentimientos encontrados, universales,
colectivos e individuales y sobre todo tira de la manta del tan traído y
llevado sueño americano para que veamos el bluff que hubo debajo, de cuya
participación el autor no se excluyó. La novela de Fitzgerald habla del
concepto del triunfo americano tan a menudo confundido con el éxito, la moda y
la notoriedad. Pero sobre todo muestra
una exquisita sensibilidad y honradez poco habituales en la prosa de ayer y de
hoy, hay mucho vende mantas que
disimula los trucos floreando, es muy difícil escribir con sencillez porque
requiere eliminar las tentaciones de impactar con efectismos embaucadores.
EL AMOR (y sus
complejos ingredientes)
Jay
Gatsby es consciente de las características de la mujer a la que ama, gata de
lujo decorativa, doméstica y cobarde, aún así cree en ella y en su amor correspondido
e ingenuamente se propone rescatarla como caballero andante de un matrimonio
fallido, por eso, cuando Carraway
intenta definir el encanto de la voz de Daisy, él afirma con
contundencia: -Su voz está llena de
dinero. Y es que toda la vida he pensado que lo que más le duele a un ser
humano es el menosprecio con todas las derivaciones que conlleva, ese dolor
permanece y sólo cicatriza y desaparece cuando al afrentado le piden perdón por
el daño. Tal vez él ya haya perdonado de antemano mostrando comprensión por la
debilidad ajena, al fin y al cabo no se puede luchar contra los sentimientos y
es frecuente amar a quien no se lo merece, pero para resarcir de verdad y que
se haga justicia es necesario que esa confirmación sea pronunciada en voz alta,
dando la cara, afrontando. Y esa es la belleza de esta novela que coloca a todo
el mundo en su sitio sin eliminar las sombras y mezquindades de todos ellos,
subrayando a la vez las razones de por qué son así, víctimas y presos de la
forma de vida que ellos mismos han creado desencantados, frustrados en busca de
evasiones que les dejan insatisfechos porque aunque parezca una perogrullada y
un tópico sigue siendo cierto que las cosas no sustituyen a las personas, ni la
soledad la disipa el tumulto, al contrario la subraya.
“El Gran Gatsby” comienza con un consejo
que el narrador –Nick Carraway- recibió de su padre: “Siempre que sientas deseos de criticar a alguien, recuerda que no a
todo el mundo se le han dado tantas facilidades como a ti.”
Fitzgerald
escarba para encontrar la grandeza en quien se supone que no la tiene porque
delinque, ya que el lector intuye desde el principio que Gatsby es
contrabandista y trabaja fuera de la ley, -la novela está situada en el tiempo
de la ley seca, pelotazo oportunista para quienes sacaron tajada de la
clandestina situación-, en cambio se la quita a los “bien vistos” que
refugiados en su dinero y sus privilegios encubren sus veleidades jugando con
los sentimientos y la integridad de quienes han dado hasta la vida por ellos. Los
Buchanan, “los niños bien”, no van en serio. La cruel Mirtle y Gatsby, sí. Para
encamarse no se hacen ascos a andar revueltos, pero a la hora de desayunar cada
mochuelo a su olivo y el borrico en la linde que mezclar no es bueno y éstos
eran de ginebra sin cesar, eso sí, servida en copa de cóctel.
ADVENEDIZO (¡fuera
de mis dominios!)
Hay
una peliaguda pregunta que surge de esta novela, Gatsby llega a superar con
creces cualquier posesión que pudiera ostentar la gente que lo deslumbró y sin
embargo jamás será aceptado, ¿cuáles son los ingredientes endogámicos de esas
personas que expulsan y tildan de advenediza a gente que bien podría
alimentarles?, y ya saliéndome del libro mi interrogación es ¿por qué aún
estando en las últimas esa “clase” de personas sigue mostrando altanería aunque
no tenga inconveniente en chupar del plebeyo frasco?, ¿qué demonios es un
aristócrata?, ¿qué puñetero invento es la alta sociedad?, ¿quién coloca en esas
pompas de jabonosa vanidad a tanto ególatra inflamado? Que yo sepa nadie sabe
caminar en vertical. ¿Quién ha dicho que admirar a otro implique necesariamente
que haya que rendirle pleitesía?, tú tienes algo apreciable yo tengo algo
notable, para eso estamos, para valorarnos en plano de igualdad, que alguien
diga que tus ojos son hermosos no significa que los suyos sean feos, ya sé que
son matices tontos pero de vez en cuando hay que leer la cartilla empezando por
la A, y vuelvo a reiterar: no hay que situarse ante nadie en condición de
inferioridad o seremos tratados como inferiores y la culpa será nuestra. La
humildad no equivale a ser acomplejado, para eso está el intercambio de
saberes, tú necesitas lo que sé, yo necesito lo que tú sabes.
FICCIÓN Y REALIDAD
(a vertiginoso ritmo de jazz)
Durante
muchos años al igual que los protagonistas de su novela vivió junto a su mujer
Zelda por encima de sus posibilidades, de fiesta en fiesta, pidiendo anticipos
a su agente literario y malvendiendo su talento por entregas a revistas que no
sabían valorarlo. Se ganó a pulso pertenecer a la generación perdida a ritmo de
jazz -el sonido desasosegado que de algún modo expresaba la zozobra intuida de
un tiempo entre dos guerras-. Quienes han salido de una contienda necesitan
esparcirse, tal vez por ello vivan como si fueran a morir al día siguiente, o
quieran ahuyentar a los fantasmas con alcohol y desenfreno para desquitarse.
Scott Fitzgerald cayó finalmente en el alcoholismo y Zelda, su esposa, en la
locura, aunque es más que posible que un tercero en discordia precipitase el
declive.
EL TERCERO EN
DISCORDIA (es decir Hemingway)
Scott
Fitgerald sentía devoción por Ernest
Hemingway, siempre se comportó con
él como un discreto y gran amigo al que nunca quiso hacer sombra. Escritos de
otros observadores de aquel tiempo no dejan muy bien parado al premio nobel,
que, a diferencia de Scott, no perdía ocasión para desprestigiarle a sus
espaldas aludiendo a su falta de aguante con el alcohol, atacando su virilidad
con burlas soeces primitivas y simplonas, culpando a Zelda por su caída,
fanfarroneando de macho, aireando sus conquistas, aumentando el valor de sus
hazañas... Nunca agradeció públicamente la ayuda prestada por Scott incluso en
la corrección de sus primeros manuscritos, tampoco que le pusiera en contacto
con el ambiente literario y con su editor Max
Perkins, un hombre que por suerte
entendía de literatura pero no era vanidoso, no pretendía ser el escritor, como
les ocurre a algunos que debido a ese deseo frustrado machacan, se sentía
orgulloso de su papel, de ser la parte necesaria e imprescindible para la
divulgación, y aunque todo es opinable y depende del biógrafo que escojas es
más que posible que Hemingway envidiara en secreto a Fitzgerald porque sus
descalificaciones fueron despiadadas, desmedidas, incluso hasta después de
muerto lo despellejó o eso pretendía. Gertrude
Stein le paró los pies en una
ocasión durante un encuentro en su casa de París estando ambos escritores
presentes, en aquella sala le vaticinó que sin la parafernalia que desplegaba
alrededor, su literatura no perduraría y sin embargo la de Fitzgerald sí, y que
cuando muriera y desapareciera la aureola de engreimiento que se había creado
su obra no se sostendría. Tal vez supo venderse como escritor de moda
representante de su tiempo, como un innovador aguerrido y patriótico convenciendo
hasta al mismo Fitzgerald en su peor momento personal de que era un modelo a
seguir como hombre y como artista. Lo cierto es que yo coincido con Stein,
hasta su literatura me parece fanfarrona y fácil, y siempre le veo y le oigo a
él, mientras que la de Fitzgerald me
resulta bella, profunda y sutil, guarda las proporciones perfectas en la
composición, en el ritmo… y sobre todo en la esencia de lo que quiere decir.
Late. En una novela de Fitzgerald entras porque el universo está construido, lo
ves, paseas por él, y el autor desaparece, en una de Hemingway escuchas a un
contador, le oyes a él quedándote fuera. En cualquier caso va en gustos, no soy
original ni la única que lo dice, hay más gente de su tiempo y del mío que
opina lo mismo y lo expresa con mayor brillantez, y que conste que no
desmerezco su toma de posición como periodista, sus adscripciones políticas, la
solidaridad hacia los republicanos de nuestro país durante la guerra civil, su
amor por Cuba… posturas que sin duda comparto, simplemente las separo de la
obra de un autor. La vida es curiosa, siempre termina por hacer justicia, lo
que ocurre es que a nosotros, tan efímeros, nos parece que la imparte a
destiempo, en cualquier caso no se me ocurriría restarle valor a Hemingway como
escritor, pero sí me molesta, si es que es verdad lo que dijeron sus coetáneos,
que fuera tan dañino en lo personal con alguien que lo amó con lealtad durante
toda su corta vida y lo consideró siempre un amigo.
INMORTALIDAD
Zelda
y Scott murieron sin conocer la gran trascendencia de esta novela que ha
traspasado las fronteras temporales convirtiéndose en un testimonio de
desesperanza, desencanto y pérdida de fe universales e identificable en todo el
planeta, pero en su día tuvo un éxito relativo ya que los norteamericanos
querían dejar atrás la década que trajo la gran depresión y corrieron un tupido
velo para ocultar cualquier detalle que les recordase los orígenes de la
tremenda crisis económica, y tildaron de caducas sus páginas, no sabían
entonces que el libro sería un referente para las jóvenes generaciones de los
años cincuenta (otra vez “canciones para después de una guerra”).
LA DESESPERANZA
Scott Fitzgerald con Zelda, su esposa. |
Cuando
en la novela George Wilson, el marido de Mirtle, le dice a su esposa “a mí me
puedes engañar pero a Dios no, Él te ve” –perdón por citar de memoria y no
textualmente- señalando el cartel de un oculista en el que tras unas gafas
aparece la inquisitiva mirada, y ella le responde: “eso es un anuncio”, el
sarcasmo es significativo y me aventuro a opinar que probablemente proviene de
Fitzgerald, un muchacho descreído que sin embargo seguía siendo respetuoso
desde el sedimento de su moral y educación cristianas del que no supo o no
quiso desprenderse. Scott se educó en internados católicos –digo muchacho
porque nació en 1896 y escribió “El gran
Gatsby” en 1925, así que joven era, y en estos tiempos añadiríamos que
precoz porque ya en 1920 había publicado “A
este lado del paraíso”.
PARALELISMOS.
De
status considerado “inferior” al de su esposa Zelda, la belleza sureña, la hija
de una “familia bien” de Alabama es más
que posible que, como Gatsby, quisiera darle todo aquello a lo que estaba
acostumbrada. Ella al igual que Daisy le rechazó en un principio y Francis
Scott Key Fitzgerald también abandonó los estudios –igual que su personaje- para
incorporarse al ejército. Su vida real como ya he dicho siempre estableció
paralelismos con sus novelas. La pareja se unió definitivamente cuando él
volvió. Ella también era escritora, tal vez con peor suerte, o con menos deseos
de “triunfar”. Se podría pensar en un principio que su disipada vida les condujo
al alcoholismo y a la locura. Zelda finalmente desarrolló una esquizofrenia que
le obligó a peregrinar por distintos y carísimos hospitales psiquiátricos hasta
el fin de sus días, (por tanto es más que posible que la fama de la lapidación
de fortuna se contradiga con este dato ya que Scott pagó religiosamente todos
sus internamientos aún teniendo nueva pareja). Zelda murió en el incendio del
último psiquiátrico en Asheville, Carolina del Norte. Ocho años antes un
fulminante ataque al corazón acababa con la vida de Scott. Sus relaciones
fueron turbulentas y ambos tuvieron amantes. Visto desde fuera podría parecer
que ella le arrastró a esa vorágine festiva dada su ascendencia, sin embargo
gracias a la recuperación de algunas cartas y diarios sabemos que a esta joven
esposa desde el principio de su relación le asustaba que el mundo de la fama
pudiera estropear el talento de su marido. Acusaba a la madre de Scott por
haberle inculcado esos aires de grandeza, actitud y sentimiento quizá
discutibles por pertenecer a intereses encontrados ya que la disputa
territorial entre suegras y nueras es muy común desde que el mundo es mundo,
pero sus palabras arrojan luz sobre las falsas apariencias.
Zelda
también odiaba el concepto yankee del éxito. Y detestaba a Hemingway. Ella no
compartía la capa de deslumbramiento que cegaba a Scott, La inquina era mútua,
ambos se tenían calados, con Zelda no servía la seducción de Ernest, nunca
formó parte de su público, ni de su séquito de aduladores. Hemingway la culpaba
del derrumbe de su “amigo” y ella le servía como excusa para despotricar y de
paso ponerle en evidencia.
¿Qué
arrastró al alcoholismo a Fitzgerald?, ¿la esquizofrenia de Zelda por la que se
sintió tan culpable?, ¿la inseguridad propia de los escritores complejos que
saben asomarse al lado oscuro y a las múltiples facetas del alma? No lo sé.
Quizá ambos fueron enfermos desde un principio y sólo en la proximidad de sus
locuras se comprendieron por la ley de la atracción, pero ya se sabe que ese
imán es un incendio en el que pereces, son las brasas, los rescoldos del ni
contigo ni sin ti, hasta su muerte fue una metáfora de fuego y de consumo.
REQUIEM
A
su modo se amaron siempre; en 1974 los enterraron al fin en la misma tumba de
Rockville, Maryland; el epitafio es el final de “El Gran Gatsby”: “Y seguimos
adelante botes contra corriente empujados incesantemente hacia el pasado”.
CINE Y RESURECCIÓN
(vivos para siempre)
A
lo largo de décadas, desde que fue editada, ha inspirado cuatro películas, la
más conocida para nosotros es la que dirigió Jack Clayton en 1974, cuyo guión
realizó Francis Ford Coppola, -es impresionante la milagrosa capacidad que tuvo
para trasladar el libro a imágenes prácticamente al pie de la letra, y toda la majestuosa puesta en escena,
vestuario, interiores y exteriores… fue protagonizada por Robert Redford y Mia
Farrow. Hasta que se llegó a estos actores hubo un complicado casting del que
otro día hablaremos, la crítica fue dura con los silencios forzados entre Redford
y Mía Farow, a ella la vieron sobreactuada, en mi opinión se limitó a entender
el personaje y Daisy era así: postiza. Precisamente en este momento esperamos
para mayo de 2013 el estreno de la
cuarta, la nueva versión dirigida por Bard
Luhrmann e interpretada por Leonardo
DiCaprio. Sería bonito que los dos, Zelda y Scott, pudieran verla un siglo
después.
Un
abrazo y hasta el próximo encuentro en el que habremos leído “Las correcciones” de Jonathan Franzen y entre medias
habremos visto unas cuantas películas que os iré anunciando.
Pili Zori
Hola Pili,
ResponderEliminarPrimero felicitarte por tu blog, he leído atentamente tus comentarios sobre este libro a raíz de ver la película que está actualmente en cartel. Coincido contigo en casi todo lo que has comentado y he apreciado tu escrito indudablemente femenino e inteligente.
Éste libro lo leí hace unos años, y recuerdo que no me impresionó, pero ahora voy a releerlo porque tengo otra edad y otra comprensión(ahora lo busco).Además he llegado a este blog, al intentar ahondar un poco en la idea de la transmutación sexual del personaje de Gastby, resulta apasionante este tema, o al menos a mi me lo parece.
Un saludo y gracias
Sandra
Gracias a ti por honrar este rincón con tus inteligentes reflexiones que me encantaría que ampliases, será para mí una alegría verte asomada por aquí siempre que quieras. Aún no he podido ver la nueva versión cinematográfica de "El gran Gastby" Tengo mucha curiosidad. Un beso. Pili Zori
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