La presentación de este hermoso libro se efectuó en la Biblioteca Pública de Guadalajara. Paulino Aparicio Ortega siempre atrae a un enorme número de lectores. Es un valorado y queridísimo autor local, y ya sabéis, como decimos siempre: no hay nada más universal que lo local, o para muestra Macondo, de G. García Márquez.
El patio interior de la Biblioteca se llenó hasta el último rincón circundado por numerosas personas a las que no les importó permanecer de pie durante todo el encuentro. Hasta su cúpula de cenitales claraboyas se elevaron voces tan importantes como las de los hijos y nietos de aquellos alcaldes. Algunos de nosotros lloramos mansamente al escuchar sus palabras, incluido el autor cuya timidez comprime y contiene a menudo sus emociones.
En nuestro club de lectura sentimos un orgullo de propiedad por él: Paulino fue compañero nuestro durante muchos años. Por ello esa tarde tan especial -además de agasajarle con el típico estuche de estilográfica y una planta por aquello de masculinizar la flor- tras la intervención de sus presentadores le dijimos:
“Gracias por reescribir los ‘Caminos borrados por la Hierba’ y por rescatar ‘La memoria de un vacío’. Sólo un autor limpio de corazón como tú podría abordar la memoria histórica con la valentía de ubicarla en una provincia todavía tan pequeña como la nuestra en la que cada generación conoce a todos y a cada uno de sus componentes.
Sólo Aparicio Ortega podía separar la cizaña del grano y trasladarse a ese pasado tan presente para devolvérnoslo sin maleza y rebrotado”.
“Caminos borrados por la hierba” fue su primer libro, acogido en nuestra ciudad con deseo y buenas críticas. Y “Cerro de Pimiento (memoria de un vacío)” el segundo, con una trastienda detrás aún mayor: se lo encargó la asociación de un barrio emblemático de nuestra ciudad que ya no existe, así que la sala de plenos de la Diputación también se llenó hasta la bandera, fue una tarde memorable, ya que hablamos de bellas memorias.
Recuerdo que un miércoles de hace tiempo, a la salida del club, Paulino comentó: “A mí me habría hecho falta pasar la guerra para escribir.” En ese instante supe con certeza hacia donde se encaminaban y le conducían sus libros anteriores. Ya en los títulos se contenía la síntesis que estaba definiendo su obra e implícitamente también en ellos se anunciaba la ampliación del flashback. Pero también noté que el tono de sus palabras rezumaba pudor y respeto, el pudor y el respeto de quien no osa hablar a la ligera de algo no experimentado e intuyo que tampoco querría ser uno más en la avalancha de literatura sobre el tema.
Estoy convencida de que a los deseos honorables, si han sido pronunciados en voz alta, el aire los traslada hasta su hacedor para que este los convierta en realidad. Y eso fue lo que sucedió, según creo: “Quiero que hables de mi abuelo” le solicitó el nieto de un alcalde republicano.
Sé como trabaja: Recorre los lugares, asalta archivos, bucea en el tiempo, conversa con todas las partes implicadas… hasta que consigue sentirse dentro. Por eso en algunas de las páginas de este libro notas el vértigo. Se aprecia que hasta que no sintió en el pecho las balas no se dispuso a escribir.
Dicho lo anterior, este comentario se quedaría cojo si en él no se reflejasen muchas de las constantes de su narrativa, pero para verlas es necesario haber leído más títulos del mismo autor. Como ocurre con todos.
Tuve el honor de colaborar en la presentación de “Cerro de Pimiento (memoria de un vacío)” y me gustaría plasmar en este pequeño espacio de animación a la lectura las palabras que utilicé. Pero no sin antes adelantar que Aparicio Ortega para cada trabajo que afronta establece una renovación formal sin perder por ello su vocación de estilo, su voz personal. “Los alcaldes republicanos de Guadalajara”, por ejemplo, es una crónica que sin embargo nada tiene que ver con lo que hasta este libro entendemos por crónica, y al mismo tiempo una novela que cumple con las pautas y normas de arquitectura que la novela requiere. ¿Que cómo lo conjuga? Pues habrá que preguntárselo en el próximo encuentro.
El autor siempre parte de un núcleo y desde él, como los rayos del sol, irradia. Hasta que su calor, al igual que el del astro, alcanza todo el amplio espectro de la historia. Aparicio en este caso parte de ese hecho pequeño en apariencia: un nacimiento, en los umbrales del s. XX (1890) y local como os decía en renglones anteriores, y lo extiende en el espacio y en el tiempo hasta nuestros días. Escoge con exactitud y acierto la efemérides colocándole alrededor todo lo que acontecía, para establecer los contrastes y anunciar sin que el lector lo advierta todas las claves del devenir: El lector contempla el episodio de la partera elegido a propósito para que la vida estalle, en un alarde de luz y de belleza literaria que nos va a llevar, -con el ritmo, el tono y la medida también exactos en el desarrollo-, hasta el otro estallido: el de la vida arrebatada por las sombras asesinas de la muerte injusta.
No es extraño por tanto que en las páginas de este libro tan honesto y bien documentado quepa de sobra el homenaje a aquellos que cerca o lejos de nuestra tierra también cayeron, o tuvieron que sobrevivir sumidos en la represalia.
Gracias.
Y ahora sí. Transcribiré en este blog la reseña que le hice a su novela “Cerro de Pimiento”, para que lectores de otros lugares puedan conocer los distintos registros de este escritor que sin duda ya debería estar divulgado fuera de nuestro pequeño mapa:
“Es un honor para mí presentar este libro y deseo estar a la altura de la concesión.
Al abrir este estuche nos encontraremos con una pequeña gran joya, de diseño singular e insólito. En “Cerro de Pimiento (memoria de un vacío)”, se conjugan varias disciplinas que se ensamblan suaves creando así una novedad narrativa potentísima. Al lector le resulta fácil ver el círculo mágico de la conversación. Escucha. Oye la narración oral y se sienta cómodo al lado de Pilar, Jesús, Manuel, Chinchi, Ángel… Nunca antes la cursiva escrita había sido tan sonora, ni la figura del narrador un coro de voces tan armonizado. Y para dar otra vuelta de tuerca y como transgresión: el narrador omnisciente que es el que siempre habla, sin embargo en esta ocasión y durante toda la cursiva permanecerá callado empapándose del testimonio directo de quienes vivieron en aquel barrio, sin duda el de mayor entidad. Y finalmente y para rematar con el último clavo esta carpintería que se sujeta sobre el suelo firme de aquel cerro emocional: ambos narradores, el colectivo y el singular, se asomarán a la vez y sin reparos como protagonistas dentro del relato, en ese afán honesto y comprometido de dar la cara. Así que Paulino Aparicio Ortega no se va a quedar en off, le veremos aparecer por la feria (metáfora constante de su escritura), y por otros recovecos con aquel aspecto que debió tener en la década de los prodigios cuando aún no existía la piscina municipal y el frescor se tomaba en terraza con nombre de imperio escuchando los remotos ecos de West Side Store y el sonido de las aguas separadas de Los diez Mandamientos.
Mientras el lector va recorriendo las páginas tiene la sensación de que contempla sobre un escenario lo que está leyendo, y no es extraño porque el autor es actor de teatro, (ya veis que no digo teatral sino de teatro, el matiz importa), y esa aportación, sin duda enriquece la estructura de esta pequeña gran obra que como decía al principio conjuga con acierto y osadía una nueva manera de contar escribiendo, ( renovación formal que dirían los expertos).
La prosa de Aparicio Ortega es apabullante, condensada, poética… pero a mí lo que más me asombra es su mirada, todo lo que es capaz de captar de una sola vez. Esa mirada impresionista, por los golpes de sorpresa y los ‘repentes’, y también barroca por la cantidad de detalles en movimiento que puede llegar a captar en un solo instante. Supongo que Paulino tiene varios sentidos juntos, sin desabrochar o descoser, como él diría, y por eso su escritura está llena de preciosas sinestesias: en sus novelas los sabores son de colores y los colores olorosos.
Pero si analizamos lo que más importa, es decir, su intención, el lector descubrirá conmovido que el autor ha encontrado el corazón de la ciudad en ese cerro. Justo debajo de la piel y del ropaje lujosos que hoy lo recubren: la universidad y el instituto y entre ambos ese recinto teatral con interior de balandro en el que habita a sus anchas D. Antonio, El Señor Buero. (Nada ocurre por casualidad, está claro. D. Antonio siempre estuvo con el pueblo al que provocó; espoleó y arengó desde las tablas para que no se estuviese quieto). Si os fijáis bien ese corazón está en su sitio un poco a la izquierda de la ciudad, y desde su latido Paulino Aparicio ha recorrido todas las arterias y vasos sanguíneos de la urbe con sus ojos magnánimos; aglutinantes; reconciliadores… plurales.
Y el resultado es este nítido retrato en el que todos nos reconocemos, espejo en el que nos gusta mirarnos. Porque el autor ha conseguido otro tono. El tono. Ese más dulce y nostálgico que recuerda al italiano, al que usa el director cinematográfico Giuseppe Tornatore en ‘Cinema Paradiso’ o Federico Fellini en ‘Amarcord’ y es que todas las postguerras se parecen y siempre forman los cimientos de ese futuro que a veces pierde la memoria para poder adocenar a sus subditos.
Ahora mi ciudad ya tiene un libro que nos identifica. Un libro que nació y palpitó por primera vez en nuestro club, privilegiado foro de sensibilidad literaria donde el autor pone a prueba con su voz ‘barítona’ sus creaciones. En vivo. Con la respiración de sus compañeros siempre próxima, cercana. Con nuestra complicidad; nuestras lágrimas, nuestra risa… y la irrupción de los aplausos que siempre debería llevar la palabra escrita dicha en voz alta que es como mejor sabe.
Y ahora quisiera despedirme con una frase de ‘El Adversario’ novela de enorme profundidad que escribió Emmanuel Carrère:
“Un amigo, un verdadero amigo, es también un testigo, alguien cuya mirada permite evaluar mejor la propia vida”
Eso es lo que has hecho tú, Paulino, con este libro: prestarnos tu mirada para evaluar mejor nuestra vida colectiva. Y sólo nos queda agradecértelo a la espera de tu nueva entrega.
Y así cerramos en círculo. Su nueva entrega fue “Los Alcaldes Republicanos de Guadalajara.”
Hasta el próximo encuentro, si os apetece que leamos juntos, hemos elegido para el arranque de esta nueva temporada “Brooklyn Follies”, de Paul Auster.
Un abrazo
El patio interior de la Biblioteca se llenó hasta el último rincón circundado por numerosas personas a las que no les importó permanecer de pie durante todo el encuentro. Hasta su cúpula de cenitales claraboyas se elevaron voces tan importantes como las de los hijos y nietos de aquellos alcaldes. Algunos de nosotros lloramos mansamente al escuchar sus palabras, incluido el autor cuya timidez comprime y contiene a menudo sus emociones.
En nuestro club de lectura sentimos un orgullo de propiedad por él: Paulino fue compañero nuestro durante muchos años. Por ello esa tarde tan especial -además de agasajarle con el típico estuche de estilográfica y una planta por aquello de masculinizar la flor- tras la intervención de sus presentadores le dijimos:
“Gracias por reescribir los ‘Caminos borrados por la Hierba’ y por rescatar ‘La memoria de un vacío’. Sólo un autor limpio de corazón como tú podría abordar la memoria histórica con la valentía de ubicarla en una provincia todavía tan pequeña como la nuestra en la que cada generación conoce a todos y a cada uno de sus componentes.
Sólo Aparicio Ortega podía separar la cizaña del grano y trasladarse a ese pasado tan presente para devolvérnoslo sin maleza y rebrotado”.
“Caminos borrados por la hierba” fue su primer libro, acogido en nuestra ciudad con deseo y buenas críticas. Y “Cerro de Pimiento (memoria de un vacío)” el segundo, con una trastienda detrás aún mayor: se lo encargó la asociación de un barrio emblemático de nuestra ciudad que ya no existe, así que la sala de plenos de la Diputación también se llenó hasta la bandera, fue una tarde memorable, ya que hablamos de bellas memorias.
Recuerdo que un miércoles de hace tiempo, a la salida del club, Paulino comentó: “A mí me habría hecho falta pasar la guerra para escribir.” En ese instante supe con certeza hacia donde se encaminaban y le conducían sus libros anteriores. Ya en los títulos se contenía la síntesis que estaba definiendo su obra e implícitamente también en ellos se anunciaba la ampliación del flashback. Pero también noté que el tono de sus palabras rezumaba pudor y respeto, el pudor y el respeto de quien no osa hablar a la ligera de algo no experimentado e intuyo que tampoco querría ser uno más en la avalancha de literatura sobre el tema.
Estoy convencida de que a los deseos honorables, si han sido pronunciados en voz alta, el aire los traslada hasta su hacedor para que este los convierta en realidad. Y eso fue lo que sucedió, según creo: “Quiero que hables de mi abuelo” le solicitó el nieto de un alcalde republicano.
Sé como trabaja: Recorre los lugares, asalta archivos, bucea en el tiempo, conversa con todas las partes implicadas… hasta que consigue sentirse dentro. Por eso en algunas de las páginas de este libro notas el vértigo. Se aprecia que hasta que no sintió en el pecho las balas no se dispuso a escribir.
Dicho lo anterior, este comentario se quedaría cojo si en él no se reflejasen muchas de las constantes de su narrativa, pero para verlas es necesario haber leído más títulos del mismo autor. Como ocurre con todos.
Tuve el honor de colaborar en la presentación de “Cerro de Pimiento (memoria de un vacío)” y me gustaría plasmar en este pequeño espacio de animación a la lectura las palabras que utilicé. Pero no sin antes adelantar que Aparicio Ortega para cada trabajo que afronta establece una renovación formal sin perder por ello su vocación de estilo, su voz personal. “Los alcaldes republicanos de Guadalajara”, por ejemplo, es una crónica que sin embargo nada tiene que ver con lo que hasta este libro entendemos por crónica, y al mismo tiempo una novela que cumple con las pautas y normas de arquitectura que la novela requiere. ¿Que cómo lo conjuga? Pues habrá que preguntárselo en el próximo encuentro.
El autor siempre parte de un núcleo y desde él, como los rayos del sol, irradia. Hasta que su calor, al igual que el del astro, alcanza todo el amplio espectro de la historia. Aparicio en este caso parte de ese hecho pequeño en apariencia: un nacimiento, en los umbrales del s. XX (1890) y local como os decía en renglones anteriores, y lo extiende en el espacio y en el tiempo hasta nuestros días. Escoge con exactitud y acierto la efemérides colocándole alrededor todo lo que acontecía, para establecer los contrastes y anunciar sin que el lector lo advierta todas las claves del devenir: El lector contempla el episodio de la partera elegido a propósito para que la vida estalle, en un alarde de luz y de belleza literaria que nos va a llevar, -con el ritmo, el tono y la medida también exactos en el desarrollo-, hasta el otro estallido: el de la vida arrebatada por las sombras asesinas de la muerte injusta.
No es extraño por tanto que en las páginas de este libro tan honesto y bien documentado quepa de sobra el homenaje a aquellos que cerca o lejos de nuestra tierra también cayeron, o tuvieron que sobrevivir sumidos en la represalia.
Gracias.
Y ahora sí. Transcribiré en este blog la reseña que le hice a su novela “Cerro de Pimiento”, para que lectores de otros lugares puedan conocer los distintos registros de este escritor que sin duda ya debería estar divulgado fuera de nuestro pequeño mapa:
“Es un honor para mí presentar este libro y deseo estar a la altura de la concesión.
Al abrir este estuche nos encontraremos con una pequeña gran joya, de diseño singular e insólito. En “Cerro de Pimiento (memoria de un vacío)”, se conjugan varias disciplinas que se ensamblan suaves creando así una novedad narrativa potentísima. Al lector le resulta fácil ver el círculo mágico de la conversación. Escucha. Oye la narración oral y se sienta cómodo al lado de Pilar, Jesús, Manuel, Chinchi, Ángel… Nunca antes la cursiva escrita había sido tan sonora, ni la figura del narrador un coro de voces tan armonizado. Y para dar otra vuelta de tuerca y como transgresión: el narrador omnisciente que es el que siempre habla, sin embargo en esta ocasión y durante toda la cursiva permanecerá callado empapándose del testimonio directo de quienes vivieron en aquel barrio, sin duda el de mayor entidad. Y finalmente y para rematar con el último clavo esta carpintería que se sujeta sobre el suelo firme de aquel cerro emocional: ambos narradores, el colectivo y el singular, se asomarán a la vez y sin reparos como protagonistas dentro del relato, en ese afán honesto y comprometido de dar la cara. Así que Paulino Aparicio Ortega no se va a quedar en off, le veremos aparecer por la feria (metáfora constante de su escritura), y por otros recovecos con aquel aspecto que debió tener en la década de los prodigios cuando aún no existía la piscina municipal y el frescor se tomaba en terraza con nombre de imperio escuchando los remotos ecos de West Side Store y el sonido de las aguas separadas de Los diez Mandamientos.
Mientras el lector va recorriendo las páginas tiene la sensación de que contempla sobre un escenario lo que está leyendo, y no es extraño porque el autor es actor de teatro, (ya veis que no digo teatral sino de teatro, el matiz importa), y esa aportación, sin duda enriquece la estructura de esta pequeña gran obra que como decía al principio conjuga con acierto y osadía una nueva manera de contar escribiendo, ( renovación formal que dirían los expertos).
La prosa de Aparicio Ortega es apabullante, condensada, poética… pero a mí lo que más me asombra es su mirada, todo lo que es capaz de captar de una sola vez. Esa mirada impresionista, por los golpes de sorpresa y los ‘repentes’, y también barroca por la cantidad de detalles en movimiento que puede llegar a captar en un solo instante. Supongo que Paulino tiene varios sentidos juntos, sin desabrochar o descoser, como él diría, y por eso su escritura está llena de preciosas sinestesias: en sus novelas los sabores son de colores y los colores olorosos.
Pero si analizamos lo que más importa, es decir, su intención, el lector descubrirá conmovido que el autor ha encontrado el corazón de la ciudad en ese cerro. Justo debajo de la piel y del ropaje lujosos que hoy lo recubren: la universidad y el instituto y entre ambos ese recinto teatral con interior de balandro en el que habita a sus anchas D. Antonio, El Señor Buero. (Nada ocurre por casualidad, está claro. D. Antonio siempre estuvo con el pueblo al que provocó; espoleó y arengó desde las tablas para que no se estuviese quieto). Si os fijáis bien ese corazón está en su sitio un poco a la izquierda de la ciudad, y desde su latido Paulino Aparicio ha recorrido todas las arterias y vasos sanguíneos de la urbe con sus ojos magnánimos; aglutinantes; reconciliadores… plurales.
Y el resultado es este nítido retrato en el que todos nos reconocemos, espejo en el que nos gusta mirarnos. Porque el autor ha conseguido otro tono. El tono. Ese más dulce y nostálgico que recuerda al italiano, al que usa el director cinematográfico Giuseppe Tornatore en ‘Cinema Paradiso’ o Federico Fellini en ‘Amarcord’ y es que todas las postguerras se parecen y siempre forman los cimientos de ese futuro que a veces pierde la memoria para poder adocenar a sus subditos.
Ahora mi ciudad ya tiene un libro que nos identifica. Un libro que nació y palpitó por primera vez en nuestro club, privilegiado foro de sensibilidad literaria donde el autor pone a prueba con su voz ‘barítona’ sus creaciones. En vivo. Con la respiración de sus compañeros siempre próxima, cercana. Con nuestra complicidad; nuestras lágrimas, nuestra risa… y la irrupción de los aplausos que siempre debería llevar la palabra escrita dicha en voz alta que es como mejor sabe.
Y ahora quisiera despedirme con una frase de ‘El Adversario’ novela de enorme profundidad que escribió Emmanuel Carrère:
“Un amigo, un verdadero amigo, es también un testigo, alguien cuya mirada permite evaluar mejor la propia vida”
Eso es lo que has hecho tú, Paulino, con este libro: prestarnos tu mirada para evaluar mejor nuestra vida colectiva. Y sólo nos queda agradecértelo a la espera de tu nueva entrega.
Y así cerramos en círculo. Su nueva entrega fue “Los Alcaldes Republicanos de Guadalajara.”
Hasta el próximo encuentro, si os apetece que leamos juntos, hemos elegido para el arranque de esta nueva temporada “Brooklyn Follies”, de Paul Auster.
Un abrazo
Pili Zori
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