ADOLESCENCIA, serie de TV

 Adolescencia

Miniserie británica.

Todos los superlativos se quedan cortos para alabar esta maravilla por: continente, contenido, guion, dirección, interpretación…, artes aplicadas con mayúscula para que entreguen -además de belleza- un servicio público. 

Un equipazo a favor de obra y en sincronía. Si tenéis oportunidad de ver el “cómo se hizo” no os lo perdáis, toda la serie está rodada en plano secuencia y contemplar cómo se graba a la carrera y se traslada a otro compañero o compañera la cámara al vuelo -en ese pase de relevos hasta lanzar el dron que nos regala desde el cielo el bellísimo picado-, es una experiencia incomparable.

Las interpretaciones de la familia al completo son para descubrirse, al igual que la de los policías que se cargan el estereotipo de la tendinitis con el revolver en ristre a cada segundo, a pesar de que la serie comienza con el asalto y la patada en la puerta, después vemos como el trato de inspectra e inspector, abogado de oficio, enfermera y psicóloga, con el niño y con la familia es más que adecuado y sensible, ahí ya tenemos una mirada realista y sin idealizar, pero completamente humana, no es plato de gusto para nadie tener que interrogar a un crío para llegar hasta la confesión.

La serie comienza de forma abrupta -como ya he adelantado en renglones anteriores-, tirando la puerta abajo a la orden de ¡Todos al suelo! 

En el dormitorio del niño vemos un roto en el papel pintado con forma de hoja de cuchillo, la mano del crío parece sostenerlo en lo alto, naturalmente ésta es una imagen subliminal que el espectador guarda, de forma inconsciente, en su cerebro y ahí queda. La serie cerrará con ese mismo despegado y dicho cuchillo imaginario se irá clavando en la espalda del padre al ritmo de las convulsiones del llanto mientras en la cama de su hijo abraza al osito de peluche como si fuera el propio niño.


El recorrido de los policías por el instituto nos va dando la imagen desoladora de profesores temporales sin demasiada motivación que tiran la toalla pecando de negligencia, de alumnos sumidos en un mundo aparte dentro de las redes con sus propios códigos de iconos en los teléfonos móviles que los adultos no descifran y que aparcen en espacios misóginos que acogen a los mal llamados "Incel", cuyas siglas significan: Célibes involuntarios porque no entran en el canon de belleza y de dinero de ese 20% que -según ellos- las mujeres eligen…, un ambente de masificación, de acoso asumido entre los chicos y chicas que los docentes no consiguen atajar ¿por falta de personal, de comprensión, por desinterés…?  El espectador decide.

Vemos ira mal gestionada entre los estudiantes… y el dedo sale de la pantalla para preguntarnos: ¿Qué hacemos con esta impotencia? ¿Qué o quiénes se han destruido la educación en el mundo y por qué?  

Me he sentido un poco molesta porque a rebufo de la serie he visto a algunos “psicólogos” analizarla haciendo sólo hincapié en esta familia como si fuera representativa de los compartimentos estanco que tanto les gusta colocar a dichos profesionales en su particular puzzle, en ellos meten a capón las piezas -encajen o no- para juzgar, para sentenciar que es lo fácil en este mundo de etiquetaje facilón y así no rompen esquemas ni molestan. Siempre es más fácil adaptar al individuo para que encaje que sanar a la comunidad.  

La familia de la serie no es desestructurada, y está llena del gran amor que se profesan entre ellos. Si nos dedicáramos a señalar los posibles errores aprendidos o heredados haríamos un flaco favor al espíritu de la serie y uno muy gordo a quienes tienen que poner remedio social sin desentenderse, porque el tema va de que es cosa de todos intentar arreglarlo. 

El padre fue maltratado y por eso mismo NO MALTRATA aunque sea humana su reacción ante las pintadas injustas con acusaciones arbitrarias que le hacen en su furgoneta de fontanero que es su medio de trabajo, de modo que dejemos de simplificar y de construir arquetipos: 

¡Pues no voy y escucho a una terapeuta en un vídeo decir que como la madre llora a solas es sumisa!, ¡tócate los pies!, ahora resulta que está mal no desear que las personas a las que quieres no se derrumben al verte sufrir.

Claro que los miembros de la familia hablan, se comunican y repasan lo que han podido hacer mal al pensar que en la habitación y frente al ordenador para estudiar su hijo estaba a salvo, pero a ver quién es el guapo o la guapa que descifra las redes, quién mejora y humaniza los trabajos esclavos para que concilien con la vida familiar y podamos dedicarnos tiempo, a ver quién ataca de una vez y desde la infancia la falsa idea de que si una chica o una mujer no quiere salir contigo no te rechaza, ni es egoísta ni busca a los hombres sólo por interés, ni ninguna de esas ideas peregrinas y misóginas que pululan por internet y que hacen que los chicos se sientan con derecho a… ¿En nombre de qué superioridad?

La serie trata de forma más profunda y pormenorizada y mete el dedo en las llagas de los estereotipos para denunciar su efecto dañino de falsa hegemonía y dominio.

No me voy a extender más porque cada uno hará la obra suya, hay tantas pequeñas pinceladas que construyen el gran poliedro al que iremos girando entre todos para ver sus muchas facetas, que sin duda atisbaremos las soluciones, estoy convencida, o al menos los distintos modos de mejorarlas sin buscar culpables, tenemos una buena tarea.

Asumir finalmente la responsabilidad sí es un hermoso regalo de cumpleaños que el chico le entrega a su padre, obsequio que va a permitir a esta familia vivir de nuevo aunque uno de ellos esté preso, porque como dijo Aquel palestino “La verdad os hará libres”. 

El trabajo de la psicóloga ha dado sus frutos.

Quizá nos encontremos en un tiempo de inmadurez que nos exime de todo, adormeciendo conciencias  a troche y mohe con “soma” como en "Un mundo feliz" de Aldous Huxley. 

Por mi parte doy las gracias por esta obra maestra contemporánea, en especial al actor que ejerce el papel de padre y que según tengo entendido la coescribió y produjo. Puede estar orgullosísimo de su criatura, y del avispero en el que ha puesto el foco, no me canso de decir que el elenco de actores, empezando por el niño es insuperable. 

No basta con ver la serie una sola vez, conviene estudiarla además de disfrutarla para no perderse detalle. Qué bien construida, qué sensibilidad tan eficiente.

Hasta el próximo encuentro con el cine y con los libros.

Un abrazo.

Pili Zori

"Americanah", de CHIMAMANDA NGOZI ADICHIE

 De nuevo reitero que me gustan mucho los autores puente entre dos culturas, entre dos o más países porque son quienes mejor pueden explicarnos el “Así nos ven” y “Así los vemos”. 

Americanah es una novela poliédrica que suscita un gran debate lleno de componentes sobre el amor, su búsqueda o renuncia, sobre el racismo, sobre los contrastes culturales, la identidad, el poder, el machismo como añadidura -el obvio que salta a la vista y el enmascarado-, habla de los sentimientos ambivalentes y en evolución dado que los personajes van aprendiendo durante el recorrido, con sus luces, con sus sombras, con sus humanas contradicciones, miedos y valentías, sueños y expectativas de desarrollo en los EE.UU. truncados si la beca no cubre los gastos necesarios para malvivir allí, describe las dificultades para encontrar trabajo, cualquier trabajo con independencia de la alta preparación o especialidad de quienes lo solicitan, se fija en las decepciones y penurias que de inmediato colocan la etiqueta de inmigrante -con o sin papeles- que despierta la xenofobia irracional.

Ifemelu, la protagonista nigeriana, se sintió negra por primera vez nada más bajar del avión en el aeropuerto estadounidense, la novela cierra en círculo y ella dejará de sentirse negra nada más subir al avión de regreso a su país, tras una década.  

Una historia en la que la autora utiliza espejos enfrentados no para comparar sino para establecer el contraste entre Nigeria y Norteamérica, y ninguna de las dos naciones se librará del retrato fidedigno con lo bueno y con lo malo. 

Comienza en una peluquería en la que la protagonista tendrá que pasar seis horas para volver a lucir en su cabello las trencitas, podría parecer un detalle simplemente descriptivo sobre estética, pero sin embargo en este caso el dato es más profundo ya que tiene que ver con la identidad, de paso los lectores comprendemos la enorme dificultad que conllevan los alisados del cabello afro, tal vez –al menos en el tiempo en el que se desarrolla la novela, al comienzo de su llegada a Norteamérica, finales de la década de los 90 del siglo XX- por la imposición tácita de peinarse y vestir como las mujeres blancas para encajar allí. De nuevo nos encontramos frente a la preponderancia de la imagen, sin mirar en primer lugar si la persona puede ejercer o no con eficiencia el trabajo lleve la indumentaria y el aspecto que quiera o que sienta que se le adapta mejor o le identifica. Nunca me ha gustado la máxima de “Donde fueres haz lo que vieres”, porque quizá lo que estás viendo no tiene por qué ser bueno. En España también pasa con el pañuelo de las musulmanas o las rastas, pendientes y tatuajes, a menudo no se sabe mirar a la persona que los lleva ni su capacidad o cualificación, tanto si la tiene como si no, el potencial siempre está presente y cada persona vale y sirve para algo y lo puede demostrar si no la adocenan.

Acompañaremos el amor entre Obinze -hijo de una profesora de universidad nigeriana- e Ifemelu, hija de unos padres acomodados también nigerianos, dos familias africanas cultas, en un país del gran continente sin grandes esperanzas de prosperidad entre dictaduras y conflictos, que ven marchar a sus hijos al “extranjero” en busca de una existencia mejor, o de los conocimientos necesarios para alcanzarla. La hija se dirige hacia el “sueño americano” y Obinze que era quien más deseo y admiración tenía por la cultura estadounidense, no obtiene el visado. Para colmo de desdichas un mal día Ifemelu desde allí deja de tener contacto con él, no le escribe y tampoco le llama, sin mediar palabra ni explicación, el lector sí conoce la causa, él no. Y ese es uno de los ejes principales alrededor del que gira la novela.  

La madre de Obinze finalmente al ver la congoja y desesperanza del hijo, y la falta de oportunidades en el país de nacimiento, rompe con sus principios y miente llevándolo como ayudante para los cursos que ella va a impartir en Londres, lo que vendrá después para él será buscarse la vida, y en los periplos de ambos jóvenes iremos viendo las andanzas de los dos protagonistas por separado. 

La autora alterna sus existencias de manera magistral intercalando los saltos en el tiempo hacia atrás y hacia delante a través de la cronología emocional que como sabemos no respeta fechas sino evocaciones que traen y llevan los recuerdos al presente a través de los sentidos: un olor, un sabor, una añoranza…, de esa manera contemplamos exteriores ambientales e interiores anímicos y sentimos cómo estos se trenzan y entrelazan. 


LA VIDA MANCHA.

Asistiremos en el camino a la venta del alma, a la pérdida de la inocencia en más de una ocasión, y en más de un personaje, no en vano conocemos desde el principio que Obinze, casado con Kosi en el presente del libro y con dos hijos, adquirió su fortuna como testaferro en su país en el que dichos tejemanejes no se consideran corruptos ¿claudicación?, ¿oportunismo? De nuevo la lectora o el lector deciden. Desconocemos como llegó hasta ahí y por qué. La intriga está servida.


LOS MATICES DEL AMOR.

¿Hasta qué punto tienes derecho al compromiso, incluso del casamiento si en tu cabeza y en tu corazón sigues enamorado de otra? Ahí dejo otro de los debates que la novela suscita, al menos para mí: ¿sabemos distinguir la diferencia entre cubrir necesidades o amar?, ¿entre elegir una vida regalada -tras enormes penurias- o esperar? En esta parte surge el dilema: ¿Está bien emparejarte o casarte si aún no has zanjado el sentimiento por la relación anterior?, y la pareja cuando sabe que no es querida plenamente y que no ocupa el primer lugar en los sentimientos de esa persona ¿qué debe hacer?,¿dejar que se vaya, o presionar para que se quede, aun siendo consciente del desamor? Eso que tal vez mal llamamos, conquistar: ¿luchar por él o por ella? ¿Tener objetivos comunes? De nuevo quienes recorren las páginas deciden, pero ya anticipo que es fácil juzgar desde vidas más lineales, y muy difícil ponerse en la piel de los demás, nunca mejor dicho en el caso de la novela. 

INDEPENDENCIA Y AMOR PROPIO.

A menudo opinamos como si la independencia económica fuera la panacea para la liberación, véase la vida de Tina Turner para demostrar que no, la grandísima cantante poseía el talento inconmensurable y era la generadora del dinero, y sin embargo vivió durante mucho tiempo con Ike a tortazo limpio y menosprecio, por tanto la dependencia es algo más profundo incrustado o inculcado en la psique, una cárcel del alma que todavía hay que estudiar en todas sus aristas, así que en mi opinión éste es otro de los temas más concretos que plantea el argumento de Americanah, además de los globales como el racismo, la violencia, la discriminación, la identidad, el género y la historia, el desprecio al pobre, el sentimiento de superioridad y el de inferioridad…

Por supuesto que la independencia que proporciona el trabajo remunerado es muy importante, pero el dinero del otro también puede estar siendo controlado con descaro o sutilmente. En el caso de Uju -uno de los personajes femeninos primordiales de este entramado- hay que considerar más elementos, la tía Uju es doctora en medicina en Estados Unidos, sin embargo, tuvo que salir de Nigeria por pies, con una mano delante y otra detrás y un hijo en su seno, cuando su amante, un alto mandatario del país muere, y ella es acosada y amenazada por la familia de él. Uju vivía lujosamente aunque nunca tuvo ni bienes ni inmuebles a su nombre, ni siquiera dinero en efectivo, tenía que pedírselo a él si daba su beneplácito, y sin preguntarse de dónde salía, podemos interpretar que en cierto modo se prostituye o que es considerada desde fuera una mantenida, lo que en nuestro país hace muchísimo tiempo se etiquetaba como “tener una querida” fuera del matrimonio, pero más adelante comprenderemos, al menos así lo he interpretado, hasta qué punto se hallaba incrustada en su ciudad natal y en las mentes femeninas la idea del matrimonio como muestra de triunfo, y la falta de él como fracaso para las mujeres, o la de tener un hombre al lado como protector, como única forma de ser respetada, en resumen: el casamiento como destino o prioridad, ella se crio en un ambiente en el que el lector puede pensar que también influye el deseo de juntar dos economías para vivir mejor, ahí late otro tema para debatir: las relaciones por conveniencia. Lo cierto es que también Uju está en proceso de evolución, y no siempre le resulta fácil discernir cómo quiere que se desarrolle su vida en un país con otros códigos, cuando se ciega incluso por un botarate que es una rémora para ella. ¿Funciona la búsqueda de un buen partido? Ahí os dejo el interrogante.                

La novela toca absolutamente todos los temas cruciales y en cada uno de ellos mete el dedo en la llaga, como el de que en EE.UU. los hijos se vuelven extraños y desconocidos para sus padres debido a la distancia que establece el sistema educativo y a la voracidad del mundo laboral para que todo el prestigio se traduzca en dinero como único triunfo, y sin considerarlo avaricia. ¡Viva el deslumbrante becerro de oro!, ¡único dios al que adorar!  

El recorrido que hace la escritora para presentar a las ciudades que habita tiene que ver con los cinco sentidos: vista, oído, olfato, gusto y tacto. Y no siempre lo que ves, lo que oyes, lo que hueles y lo que tocas sabe bien. Desmitificar, desbrozar lo propagandístico y bajar al suelo lo idealizado si no es real es un ejercicio necesario para hacer honor a la verdad desde todos los enfoques, en ese sentido la novela escuece y nos apela a todos. No es bueno ver el mundo a través de la pantalla del televisor, por ahí nos colonizaron con su cultura barnizada y atractiva. Hoy sabemos que el sueño americano fue un bluff y es que en todas partes cuecen habas. 

ESTILO

La vocación de estilo en la narrativa de esta autora es realista, muy americana y cinematográfica, el tono resulta triste, más agrio que dulce, amargo, irónico, crítico…, pero por algo Chimamanda N. Adichie es licenciada en Comunicación y también en Ciencias políticas, la capacidad de llegada que tiene es muy grande, no puedes parar de leer, con buena distribución de los elementos sorpresa, la novela es preciosa aunque afecte personalmente y atrapa y seduce al lector sea hombre o mujer.  


AMBIENTES

Los recursos que utiliza son sencillos: reuniones en distintos ámbitos como el universitario o el laboral, en las que se limita a dar un paseo -semejante al que se realiza con una cámara- para presentar a cada uno de los miembros del grupo, en dichos encuentros surge el postureo esnobista muy similar en todos los países, seas negro, blanco o verde: los universitarios resultan teóricos y a veces recalcitrantes en contraste con las reuniones laborales que suelen ser más pragmáticas, pertenecen a realidades distintas, pero complementarias y siempre necesarias. Ifemelu escucha las conversaciones y contempla el lenguaje de los gestos, lo que ocultan, lo que aparentan, sus frustraciones, en qué mienten…, quienes leemos dichas páginas deducimos la línea de pensamiento predominante que subyace o a la que se entregan.

VAMOS A DISECCIONAR

La novela trata el racismo, sí, pero a veces parece más bien un eufemismo que minimiza los verdaderos ingredientes que lo alimentan, y siempre son el sentimiento de superioridad por el poder que otorga el dinero obtenido -¡qué paradoja!- por usurpación y robo precisamente a los países que desprecian, a los que arrancaron sus bienes y riquezas en una tierra que se construyó con inmigrantes europeos tras el exterminio de quienes habían nacido en ella.

Americanah también muestra la otra cara, la de la condescendencia. Ifemelu lamenta en su interior no pertenecer al país que da, sino al que pide, la caridad mal entendida es humillante, y que te consideren inferior sin serlo resulta doloroso. 

Sabemos desde el principio del relato que la protagonista se mueve en medio de una balanza emocional que hace difícil el equilibrio, Ifemelu es un corazón dividido, desarraigado, decepcionado, ella nota por debajo como subyace en los estadounidenses con los que se relaciona el sentimiento de que debería estar profundamente agradecida, sin embargo, piensa que no tiene por qué felicitarles por disminuir el racismo ya que esa lacra criminal nunca debería haber existido. 

Añado que es un derecho caminar por todo el planeta hermanados, puesto que el intercambio de saberes es lo que de verdad enriquece el mundo. 

En un mapa físico no hay rayas, sólo cordilleras, ríos, montañas, mares y océanos, con un sol y una luna que salen cada día para todos, al igual que las estrellas para nómadas y sedentarios, hay que elevar la mirada a los cielos surcados por las aves que se trasladan, y bajarla hacia los mares navegados por los peces que no pasan por aduanas. 

Sé que nos extinguiremos como especie porque somos imbéciles, crueles sin radar para el raciocinio. Cuando las personas tienen miedo se deshumanizan y buscan a alguien con mano dura al que arrimarse ¡vivan las cadenas! sin saber en qué lío de nueva esclavitud se meten. 

Como feminista la autora muestra el abuso y la desigualdad porque dentro de dichos atropellos a ellas se les añade el sexual, dando por hecho tal vez que al ser negras son más ardientes y tragan con todo. En fin…

A veces Americanah parece una confesión en la que la protagonista no se escabulle ni escatima quedar mal.

En una historia tan viva como la que nos cuenta Chimamanda es lógico discutir con los personajes. Hay detalles que me molestan, he sentido -quizá sin razón- que tampoco ella respeta a su madre, se respira entre las líneas la adoración por el padre, a la madre no la conocemos, queda mostrada como una caricatura metida en el rol: ama de casa beata, la hija sólo echa de menos su comida, sin embargo es una mujer, de la que no conocemos más que la cáscara, una mujer que busca –equivocada o no- en las distintas religiones, y en ese escarbado se trasluce su ansiedad, y un afán de pertenencia, y es que de machirulos y machirulas pecamos todos en muchos momentos, en especial cuando somos hijos desconsiderados y egoístas, por supuesto hablo por mí, no por mis hijas, algo sí hemos avanzado, y no estorbaría elaborar una especie de decálogo que enumerase todos los micro-machismos, y micro-racismos que descargamos sin pensar, al menos yo lo agradecería, para darme cuenta en primer lugar, y sobre todo para no hacer daño ni siquiera justificándome en el desconocimiento o en la buena intención.  

En otro pasaje vemos como Ifemelu se avergüenza de sus padres cuando van a verla, eso también nos ha ocurrido a casi todos, y el arrepentimiento posterior por ser niñata en un mundo que te desclasa es muy triste puesto que gracias a ellos has estudiado, comido y vestido hasta estar donde estás y posees un carácter seguro que no sólo proviene de ti. Me molestó que confiara más en la madre de Obinze que en la suya, esos deslumbramientos suceden, así que le echo esta bronca con conocimiento de causa porque también va por mí. 

Ifemelu en su búsqueda del amor siempre se adapta, hay muchas formas de dominio que no reflejan maldad, pero que tampoco son atribuibles a simples rasgos de temperamento o carácter, Blaine tal vez sin darse cuenta hace que ella se sienta inferior intelectualmente, y la adoración que él siente por su hermana es más que tóxica, una estirada insufrible. 

En su relación con Kurt, un hombre joven rico y encantador de padres republicanos -la derecha de allí- que no se privan de soltar sus perlas de rancio abolengo, conservador y altivo, él parece un coleccionista de mujeres exóticas, e Ifemelu con él una cenicienta con príncipe, pero es humano y tentador dejarse agasajar. 

Sólo con Obinze se sentía valiosa y tampoco es bueno porque vale por sí misma, no por vivir en el deseo del otro o bajo su punto de vista. 

El amor propio es fundamental, y ella lo busca, con sus equivocaciones, contradicciones y auto-boicot. Como siempre digo: comprender no es justificar, pero nos pasamos la vida aprendiendo a base de tropezones en el terreno sentimental. 

A veces confundimos la dignidad con el orgullo ¿cómo es posible que deje a un hombre que le pone el mundo a sus pies? se preguntan muchos. 

Todos necesitamos que nos echen un mano para salir adelante, Kurt parece un hada madrina, pero su mérito es el dinero y la ascensión de Ifemelu en esa etapa es que se ha arrimado a él, aunque ninguno de los dos sea consciente, como es natural se pueden dar ambas circunstancias, amor y vida cómoda, pero siempre que se coloque en primer lugar a la persona.

“Se sentía en la periferia de su propia vida”, nos dice en una de las págins la figura del narrador, y esa para mí es la clave de todo el libro.

Tal vez en toda la década en la que Ifemelu vive en los Estados Unidos no consigue encajar porque ella lo que busca es la autenticidad. Y no es fácil de encontrar. No se trata de adaptarse, de acatar normas sin ponerlas en cuestión.


REINO UNIDO

Mientras tanto Obinze en Londres pasa las de Caín, todos mienten a las familias para no preocupar ni defraudar, ante la necesidad surgen los aprovechados como los propios compañeros y compatriotas que te cobran la mitad del escaso sueldo por dejarte la tarjeta sanitaria para que puedas trabajar con su nombre. La falsificación de documentos es moneda de cambio para sobrevivir en el abandono. Y el máximo desprecio hacia un ser humano invisible es el de quien deja los excrementos pegados en la tapa de un retrete público o en el dormitorio de un hotel sabiendo que alguien tendrá que limpiarlo después con sus manos por muy enguantadas que estén. Hasta los gatos entierran sus evacuaciones. El narcisismo no tiene perdón. 

Podría hablar sin parar porque todas y cada una de las tramas y subtramas son subrayables. La novela ha sido un éxito universal, tal vez porque logra concretar con grandes dosis de humor y de ternura una crítica social serena, afable y pacífica sin dejar nada por decir ni a títere con cabeza.

Los libros nos reflejan y nos sueltan verdades que cara a cara nadie se atreve a decirnos y con esa indiscreción tan discreta establecemos las relaciones más íntimas y sinceras entre desconocidos que al salir por la contraportada nunca más lo son.

Un abrazo y hasta el próximo encuentro. Cuidaos mucho.

Pili Zori

"Lo demás es aire", de JUAN GÓMEZ BÁRCENA

Se abre un camino nuevo para la literatura, un modo innovador de narrar como lo fue en su día "Rayuela" de Julio Cortázar, que se puede leer en distintas direcciones y con diferente orden, o más próxima está "Feliz final", novela de Isaac Rosa que comienza por el desenlace de una ruptura y con esa excusa la perspectiva cambia llevándonos hasta el nacimiento de ese amor truncado, un análisis invertido que sería bueno poner en práctica, recuerdo que en dicha renovación formal, en las páginas los diálogos y soliloquios mutuos surgían en columnas enfrentadas, como veis no se trata de la forma por la forma sino de que ésta amplíe el contenido y pueda cambiar por tanto el sentido.  

En cine, el filme "Dogville" del grupo Dogma, tira todas las paredes para que veamos al mismo tiempo lo que ocurre en la comunidad al completo. O en la película española "La soledad" en la que se disecciona la vida paralela de dos mujeres y la de sus hijas con la técnica de la polivisión que divide la pantalla para mostrar puntos diferentes de la misma escena.   

En todas estas piezas se transgreden imágenes y cronologías para contemplar a la vez y desde distintas perspectivas el tiempo.

Resultó curioso que cuando comenzamos a leer en el club "Lo demás es aire", en el cine estaban poniendo "Here", que llegó a las pantallas en 2024. Tras el escalofrío de la coincidencia en la idea y casi en el formato, habría pensado que estaba ante un plagio de la novela de Juan Gómez Bárcena si no fuera porque el director de "Here" (Aquí) es Robert Zemeckis, el mismo que en 1985 nos trajo “Regreso al futuro”, se ve que es una constante de su filmografía con distintas variaciones. En el largometraje "Here" la historia se desarrolla en un mismo terreno y en la casa que se construye sobre él, y vemos pasar por dicho espacio a los dinosaurios y los primeros hombres y mujeres primitivos y por ese hogar a las distintas parejas y familias que lo habitan a lo largo de todos los tiempos. En "Lo demás es aire" contemplamos del mismo modo Toñanes, el pequeño pueblo cántabro, como si fuera una bombonera de cristal transparente o un poliedro que contuviese todos los acontecimientos ocurridos a lo largo de siglos y a sus gentes.  


 J. G. Bárcena en su novela crea una especie de presente continuo en el que el lector puede mirar en horizontal –emulando “La teoría de la relatividad” de Albert Einstein- lo que sucede desde cualquier tramo en todo momento, dado que el orden no es necesariamente cronográfico y toda la acción la ves al mismo tiempo. La sensación del lector, o al menos la mía, también es como la de ir taladrando los estratos de tierra desde un mismo punto para perforar y profundizar en cada etapa de la historia del lugar sin movernos del sitio, o por abundar con otro ejemplo: sería como si examináramos en el tronco cortado de un árbol la edad que tiene y que vamos calculando por los anillos o círculos que lo han robustecido durante años.

Lo demás es aire es un trabajo a caballo entre la crónica y el documental sin dejar por ello de ser una novela plena de lírica. A veces la lectura me remitía al neorrealismo y sin embargo en otras escenas o pasajes me llevaba al romanticismo por sus personajes temperamentales, enamorados, melancólicos, por la mirada al pasado, por la naturaleza lúgubre, por el misterio, por la justicia social…

El protagonista principal es Toñanes que se expresa a través de sus habitantes convertidos en personajes. El autor consigue desde ese diminuto territorio abrir plano para demostrar una vez más que lo local es universal y que somos muy similares porque en todas partes lo que les pasa nos pasa, creando así una historia de la humanidad que nos identifica en lo emocional aunque los paisajes acentos y lenguajes sean distintos. Nuestro club se llenó de recuerdos y nostalgias y eso que somos de interior y nada tenemos que ver con el norte en apariencia, pero la diferencia reside en que el armazón lo forma el contenido sentimental en un intencionado deseo por parte de Juan Gómez Bárcena de crear amor por la historia vista a través de las personas anónimas que la han sustentado y al margen de los “grandes” acontecimientos, o de los personajes “relevantes” y con poder de cada época. Tampoco son importantes las fechas que el escritor colocó en los márgenes a modo de orientación, salvo por el anhelo de dejar constancia, al menos, de cada uno de los que vivieron y murieron en Toñanes, personas -todas ellas- imprescindibles para marcar el rastro de su paso por la tierra y trasladar así el relevo para entregárselo a las generaciones venideras. Para lograrlo el escritor usó el recurso de investigar en los libros parroquiales ya que son los que reflejan el “vivió y murió” de todos los moradores de la localidad, y con algunas pequeñas anotaciones, y buceando en otra clase de registros y asido a su personal hilo de Ariadna pudo completar las historias y recrearlas con la ayuda de la ficción inspirada por los recuerdos de los entrevistados que aún viven allí y por los testimonios escritos.

La novela tiene hermosos contrapuntos, adultos-niños, juventud-vejez, los de quienes miran siempre hacia el futuro, y los de quienes se ubican mejor en el pasado…

La música y el tono de las páginas suenan como un canto en fusión antiguo y moderno, con ecos y estribillos, dado que las equivalencias van y vuelven puesto que la historia se repite, y por ello la prosa es poética y está escrita con la hebra conductora de las hilanderas, que en mitología tienen la misión de hilar, medir y cortar el hilo de la existencia humana, la de todos y cada uno, y aquí en el círculo mágico las narradoras cántabras nos van tejiendo las leyendas y creencias que desde que el mundo es mundo -tan sólo con ligeras variantes- nos explican o justifican los misterios de la vida.

En una misma página, o incluso entre renglones seguidos vemos lo que en todo tiempo se reitera: se hace el amor en uno de los días de uno de los años del siglo XVII, y en el aseo de una discoteca en el final del siglo XX también. 

Embarazo y muerte, embarazo y vida… Parto de mujer y matanza del cerdo. Los símiles a veces son tiernos, otras brutales. Porque la vida por dentro continúa siendo salvaje a la vez que civilizada.

En el duelo de refranes o dichos de las hilanderas yo veo similitud con las batallas de gallos de los raperos…, tal vez cambien las formas, pero no los contenidos, aunque en la novela si vemos evolucionar la medicina y una manera de pensar y de sentir la diversidad de las discapacidades más humana, inclusiva e igualitaria.

Me gustaría poder eliminar la palabra "discapacidad" dado que no la entiendo porque todos somos capaces en algunos asuntos e incapaces para muchos otros, y no creo que haya que reseñarlo porque para ello vivimos en sociedad y entre todos nos completamos en el hermoso trueque, pero comprendo que es un modo de compartimentar -al menos en medicina- para poder ayudar de forma más concreta, en cualquier caso pido perdón por mi ignorancia con el deseo de escuchar y aprender, y aclaro por si sirve que a pesar de mis torpezas me mueve la buena intención. 

Los pasajes más duros para mí son los de esa criatura a la que llaman monstruo, para compensar el mal trago y por compensación me remitieron a nuestro Don Antonio Buero Vallejo que tenía la bellísima costumbre de depositar en los “personajes conciencia” ceguera para que vieran mejor con los ojos anímicos, o sordera para que escuchasen lo que verdaderamente importaba desde el interior del alma, mudez para pronunciar lo más profundo… Esa delicada criatura cuando tuvo la oportunidad de tocar acarició, no agredió, y cuando intentó hablar pronunció ma sin poder terminar de decir madre, y es que no sólo hablamos con la boca, y en mi opinión lo que nos ciega es la maldad y lo que nos enmudece es la cobardía por no atrevernos a hacer justicia.

Hay en la novela impresionantes teorías sobre Dios a través del dibujo espiral de los ammonites, la espiral aparece en toda la naturaleza al igual que la simetría y simboliza el cambio constante por el que pasa el universo y junto con él los seres humanos, como es natural el autor no reseña este significado, pero muestra de forma consciente o inconsciente el gran iceberg de su amplia cultura. Todo lo que sucede dentro del libro es sencillo y fácil de comprender, lo único que puede descolocar en algún caso es la envoltura porque provoca la extrañeza del lector acostumbrado a acompañar durante largos trechos a los personajes, en este caso, como ya he mencionado en renglones anteriores, el protagonista es el pueblo que en todo momento va a nuestro lado por eso mira de otra forma su calendario. 

El autor utiliza distintas formas de ordenar: a través de los sentidos, volviendo a generar hermosos contrapuntos con las manos que acarician o matan, que firman sí en una boda y escriben no en un divorcio, con los gestos que muestran altivez o humildad, con los olores, los colores,  los sabores…, los ingredientes que en definitiva construyen la identidad.

Doy un salto sin reseñar todo lo que va ocurriendo en las páginas para no desvelar ni desbaratar y llegamos a la imagen de Juan tumbado en la cama boca arriba mientras observa el pliego en el que su padre había comenzado el árbol genealógico por la rama paterna, esos nombres sobre su cabeza titilando como estrellas en el firmamento -lugar eterno en el que todos querríamos que se hallaran nuestras personas queridas-, reclaman su atención. 

El hijo continúa así el rastreo de su padre  mientras le dibuja una tímida sonrisa a ese progenitor que tanta importancia se quita y que esconde los sentimientos detrás de los cigarros. Desde el comienzo de la novela vemos como el padre se adentra en el pasado y la madre en el futuro y las posibles reformas cuando ven la casa del tío Mino para comprarla. Él ve los recuerdos, ella la transformación. Tal vez por ello, el padre abandonó el proyecto genealógico. Pero el chico lo retoma. 


Ese chico que ya en la infancia investigaba sobre los dinosaurios sin ser consciente de que lo estaba haciendo, que a los dieciséis años simuló avergonzado ante la mala cara de la bibliotecaria que el trabajo de su personal búsqueda era un encargo de instituto, sin darse cuenta de que dicha inercia constituía desde siempre su genuina vocación, y en este punto pasamos el pespunte con la puntada hacia atrás para retomar aquella conmovedora carta que con once años envió a la universidad de Santander y que con tanta ternura le respondieron. Nadie le había enseñado a buscar, pero él indagaba, nadie le había enseñado a comparar, a cotejar pero podía hacerlo. Ya entonces era historiador sin saberlo, además de licenciado en teoría de la literatura como también lo fue después y en literatura comparada y filosofía, todas esas disciplinas se transparentan como un palimpsesto en las páginas, ya estaban en su interior en aquel entonces, y es que cuando el destino decide te va marcando sin que lo sepas y te conduce hacia donde quiere que vayas.

La novela lo contiene todo: la memoria, lo que queremos o no queremos recordar, pero gracias a lo escrito en los archivos se constata y permanece, también trata la evolución y la involución, la pérdida de la prosperidad, cuando no te compran la lana o te obligan a no producir leche, cuando te roban la tierra, el vaciado de la población y las causas. Pero sobre todo Lo demás es aire constituye un maravilloso homenaje a la escritura y Francisca es la depositaria, la encargada de entregar dicho tributo, me conmovió profundamente cuando vi que ella se lamentaba exclamando: “Si yo tuviera el don de la escritura”, en esa frase -en mi opinión- se encuentra el latido de la novela el leit motiv, su palpitar, el eje desde el que gira. 

Ella quiere aprender a escribir como quien borda un pensamiento, y practica hasta con la harina de hacer sus hogazas de pan, para escribirle a su hijo sin ayuda, para que nadie hable por ella, y se asombra de que en la cabeza quepan tantos pensamientos y que en el papel sólo ocupen una cuartilla. Es precioso el contrate entre su sensibilidad y su analfabetismo. 

Estaría comentando sin parar porque no hay escena pequeña que no sea grande en este libro, que no se abroche con otra para dar sentido, porque es bello leer expresiones como: “Cuando el mundo tenía cuatro esquinas y Dios lo enrollaba cada noche como un pergamino”, o ver que no hay rencilla irreconciliable y menos las heredadas, las dos mujeres cuyos carros cambian de casa los mozos cada fin de año para burlarse, en realidad siempre han estado juntas bajo el rencor e interesándose la una por la otra hasta que al fin y escarbando en los caracoles al igual que escarban en los pensamientos comprenden que el resentimiento estaba más que diluido y lo sellan, con la salsa del guiso, un fin de año en el que por la ventana se tira lo viejo para dar paso a lo nuevo. 

Los árboles genealógicos nunca se terminan porque nos perderíamos en la noche de los tiempos, pero con éste hemos jugado a ser Dios que todo lo ve, y eso es imposible para nosotros.

En este momento todos los oficios, todas las especialidades están dejando constancia por escrito de cuanto acontece, pero nunca se podrán unir todas las piezas del puzzle porque son infinitas, si se terminara el rompecabezas significaría que nuestra especie se habría extinguido como los dinosaurios y los ammonites.   

Que nadie tache el cartel de Toñanes, ese precioso confín desconocido.

Hasta el próximo encuentro con el cine o con los libros, cuidaos mucho.

Pili Zori.