Rafael Chirbes murió en 2015: cáncer de pulmón; de
manera que me resulta imposible no imaginar que cuando escribió esta descarnada
novela ya era conocedor del diagnóstico, deduzco que no reveló la noticia a juzgar
por la sorpresa que su fallecimiento suscitó en el gremio, en la prensa y en los medios. Durante toda su vida permaneció soltero y solitario
pero no por ello carente de amigos, entre ellos el señor Herralde, su prestigioso editor; y me conmueve profundamente que
tomase la decisión de dejar En la orilla como su última entrega, su legado, su declaración de principios, al menos esa
es mi sensación ya que entre las líneas y en pequeñas salpicaduras irónicas se
trasparenta la preocupación sobre cómo sería su marcha, su despedida. Un legado
que me remite a Steinbeck y una
intención que me lleva hasta Gabriel
Celaya y su poema “La poesía es un arma cargada de futuro” y que de algún
modo suscribe la novela verso a verso:
Cuando ya nada se espera
personalmente exaltante
mas se palpita y se sigue
más allá de la conciencia
fieramente existiendo, ciegamente
afirmando,
como un pulso que golpea las
tinieblas.
Cuando se miran de frente los
vertiginosos ojos claros
De la muerte,
Se dicen las verdades:
Las bárbaras, terribles, amorosas
crueldades…
Continuadla vosotros si lo deseáis porque es monumental y
hermosa.
“En la orilla” es una novela valiente de forma superlativa,
necesariamente dura, desgarradora y atroz; Chirbes no le hizo concesiones al
lector para que la comprendiera con más facilidad, decisión difícil como todas
las que tomó al crearla y que finalmente agradecemos. El autor se mantuvo fiel
a la herramienta que escogió y que fue la de introducir a quien la leyera dentro de la
cabeza de los protagonistas y así, siguiendo el hilo de los pensamientos sin
apenas descripciones físicas o de espacios, salvo los estrictamente necesarios como el pantano porque también se ensamblan y relacionan con los personajes, y comparten igual
protagonismo), consigue que habitemos en su interior y que experimentemos, sintamos, y desentrañemos -como si fuéramos ellos- no sólo los motivos de la crisis y la
burbuja inmobiliaria que la produjo, eso sería reducirla a una crónica de
nuestro tiempo sin más, sino el desmoronamiento de los sueños, de las
aspiraciones y de una época –la de la transición y la que sobrevino después- en la que se confundió la idea de prosperidad con la de ganar dinero, y el deseo
de construir sociedades más felices fue destruido por arribistas horteras y
políticos corruptos. Rafael Chirbes tuvo bronca para todos sin excluirse, y
aunque a muchos lectores la novela les parezca desesperanzada pienso sin embargo que
el pesimismo real es el de quienes consideran que las situaciones no tienen
arreglo, no el de los que dan un grito para exclamar ¡Esto es lo que está
ocurriendo! ¿Acaso no vamos a hacer nada para resolverlo? Bajo ese bramido sin
duda se agazapa la esperanza posible.
La novela no deja títere con cabeza dado que -precisamente
por ser introspectiva y hacernos partícipes- asistimos a la intimidad mental en
la que conviven por igual grandeza y miseria, pensamientos ambivalentes,
contradictorios, encontrados… amor y odio, envidia y admiración, crueldad y
ternura y todas las zozobras. En la orilla rezuma la nostalgia de lo que
quisimos ser, pero nos muestra lo que somos, y el repaso y rapapolvo se lo lleva mi
generación; también analiza la condición humana cuando llega la adversidad, R.
Chirbes no juzga en particular, bien es cierto que visto desde fuera el
protagonista es víctima y verdugo al mismo tiempo, pero a Esteban lo engañaron
como a tantos otros pequeños y medianos empresarios que creyeron en la bonanza derivada
de la construcción a destajo, y carpinterías como la suya aceptaron proyectos
más ambiciosos (ofrecidos por estafadores sin escrúpulos que dejaron a su paso
ficción y solares desiertos, o inmuebles inacabados, o avaricias que hacían
estallar los sacos) creyeron en la seriedad de quienes proponían y promovían y en la
garantía del poder de ayuntamientos, juntas, comunidades… Recuerdo aquellos
tiempos y el recorrido que hacíamos en coche hasta Alicante para ver a mis
padres que tras la jubilación pasaban allí gran parte del año, y cómo a ambos
lados de la carretera se alineaban empresas de muebles y de todo lo necesario
para vestir una casa, después contemplé como se iban desmantelando y más
adelante como desaparecieron.
"En la orilla" es una novela de escombros en la que la turbia y
opaca laguna con sus sedimentos va contando las distintas etapas de nuestro
país porque dentro de sus aguas se encuentran cadáveres de maquis, telas asfálticas, las
armas de los capos de la mafia y finalmente los desechos y cascotes del pelotazo.
Atrás queda el amor por el trabajo bien hecho con las maderas
nobles sustituidas por la rapidez del aglomerado en esa tierra de ebanistas
magistrales que llenaron Hollywood y su cine de precioso mobiliario que también
deslumbró a los rusos ricos y turbios como esas aguas estancadas tras quedar patas arriba
la Unión Soviética.
En su trabajo anterior “Crematorio” Chirbes colocaba el
objetivo de la cámara en las construcciones de primera línea de playa mientras
enfocaba a una familia enriquecida por el ladrillo, en esta entrega, “En la
orilla”, quiso ver la trastienda y las consecuencias que como ocurre
habitualmente arrasan con los más desprotegidos, trabajadores españoles e
inmigrantes. El punto de vista siempre es muy importante, no es lo mismo que la
historia te la cuenten los ejecutivos de un edificio que quienes lo limpian,
las puertas por las que entran y los horarios son distintos. Naturalmente en ambas novelas se salvan de la quema en los paraísos fiscales el dinero y
quienes lo poseen y ahí se las arreglen los parias de
la tierra. Pero como decía en renglones anteriores, este escritor que detestaba
el poder por aquello de que corrompe, que se marchó a sus cuarteles de invierno
al ver como muchos de los que consideraba afines treparon en política para
forrarse, que desconfiaba de los intelectuales sin excluirse porque el poder
los requiere y engatusa para ponerlos a su servicio por sus envolventes
capacidades de manipulación tiene zascas para todos, a Liliana, la joven que
le ayuda con el cuidado de su padre aquejado de enfermedad terminal, le hace
ver que de su Colombia añorada, que tanto idealiza en comparación con España,
la desterró la pobreza. Al heroico padre le reprocha veladamente que fuera tan
despegado, tan poco cariñoso con su hijo, a la madre que se limitase a llorar, a los hermanos las
mezquindades económicas, a Leonor que se fuera con el sol que más calentaba, a
Esteban su indefinición y su falta de empuje, y sin embargo al mismo tiempo que les señala los fallos consigue con maestría dotarles de lo contrario: de nobleza y renuncia, de
heroicidad y también de cobardía porque el yin y el yang conviven dentro de
nosotros que somos capaces de lo peor y de lo mejor, los resultados dependen de las
decisiones que tomamos.
No era un escritor maniqueo, los personajes que pueblan la
novela tienen claroscuros y para el lector no es fácil tomar partido, porque
cada uno de ellos alberga motivos y razones para ser como es y el elenco completo compone el espejo
en el que nos reflejamos aunque a veces no nos guste mirarnos en él. Tal vez la
novela recalque y subraye nuestros defectos, pero la decisión del autor no
constituye un desequilibrio sino una llamada de atención; es cierto que para el
protagonista la vida ha sido una acumulación de decepciones, pero la vida se compone de aciertos
y errores y sólo es decepcionante a ratos, en el caso que nos ocupa Chirbes quiso destacar las
lacras. Fue un artista con un oído social imponente y con una capacidad de escucha
profundísima.
Hay en la novela un guiño que me hace gracia, Rafael Chirbes
fue además de escritor un extraordinario crítico gastronómico y le prestó al personaje de Francisco dichos conocimientos y se burló de él y de la parafernalia
que rodea ese mundo como si se estuviera riendo de sí mismo. También vivió durante unos años en Marruecos,
allí daba clases de castellano, por ello tuvo sobrada autoridad para hablar de
quienes vienen desde ese país al nuestro y dejó muy claro quiénes son fundamentalistas y
quienes no en un brillante diálogo que establece el contraste entre ellos.
En mi opinión la novela refleja ese sentimiento de desorientación
que padecemos actualmente, cuando fuimos jóvenes resultó más sencilla la lucha
aunque fuera peligrosa: acabar con una dictadura, alcanzar la democracia y
defender a los trabajadores, ahora el capitalismo financiero se mueve sin que
veamos los rostros de quienes lo manejan con primas de riesgo y toboganes de
sube y baja en las bolsas... Aún no sabemos cómo se ensamblan los movimientos
de calle como el feminismo, el de los pensionistas, el de los desahucios, la
inmigración, el cuidado del planeta… de momento parece que caminan por
separado, todavía están sin coser. Hemos perdido la identidad que nos daba el
trabajo bien hecho porque tan sólo una minoría ejerce su vocación, los demás se
las arreglan como pueden por las logísticas y a salto de mata en lo que sale a tiro y
así poco a poco se va perdiendo la especialización, y nadie está a salvo porque
incluso los vocacionales se ven obligados a salir a la calle para luchar en
contra de los recortes que impiden atender a pacientes o clientes en las
mejores condiciones, todo salpica con su efecto dominó.
He sentido infinitamente que Rafael Chirbes haya muerto, tenía tantas
cosas que decir todavía…
Confieso que mi fuerte no es entender los vericuetos de la
economía ni de la política, creo además que se me nota la falta de pericia en dichas lides,
cuando intento seguir programas, prensa, noticias… se me ensombrece el
entendimiento porque las voces de sus amos se transparentan y me pierdo en el
laberinto de sus intereses creados; sin embargo la literatura me explica la
vida, y en esta ocasión tengo un enorme agradecimiento por esta novela que no
es panfletaria y que por primera vez incluye las razones emocionales de lo que
nos ha pasado como sociedad, y lo hace sin juicios ni prejuicios, y analiza al milímetro
tanto lo público como lo privado.
En cuanto a la parte artística, Chirbes creó una nueva forma
de narrar y eso siempre es un hallazgo.
P. D. Una persona allegada al escritor tuvo la gentileza de decirme por escrito en el apartado de comentarios de este blog que Rafael Chirbes no tuvo conocimiento de la enfermedad que padecía hasta poco antes de un mes de su marcha, de su fallecimiento. Agradecí muchísimo que corrigiera mi conjetura, y me reconfortó la noticia porque -aún siendo una pérdida enorme- al menos el Señor Chirbes no tuvo que sufrir además la preocupación.
Pensé en cambiar el texto de mi entrada, pero decidí que las pinceladas de zozobra que el autor había prestado al protagonista me seguían pareciendo reales, y me dije que yo las había interpretado bien dado que tanto a la edad del personaje, como a la del escritor y como a la mía a veces todos pensamos en la muerte, y en cómo se producirá nuestra despedida, y en mi experiencia subjetiva con la novela eso fue lo que sentí hasta con el título: que Rafael Chirbes nos había situado en la orilla, en el borde de un importante balance vital individual y colectivo.
Deseo que mi humilde aportación pueda ser considerada como un Requiem, un homenaje.
P. D. Una persona allegada al escritor tuvo la gentileza de decirme por escrito en el apartado de comentarios de este blog que Rafael Chirbes no tuvo conocimiento de la enfermedad que padecía hasta poco antes de un mes de su marcha, de su fallecimiento. Agradecí muchísimo que corrigiera mi conjetura, y me reconfortó la noticia porque -aún siendo una pérdida enorme- al menos el Señor Chirbes no tuvo que sufrir además la preocupación.
Pensé en cambiar el texto de mi entrada, pero decidí que las pinceladas de zozobra que el autor había prestado al protagonista me seguían pareciendo reales, y me dije que yo las había interpretado bien dado que tanto a la edad del personaje, como a la del escritor y como a la mía a veces todos pensamos en la muerte, y en cómo se producirá nuestra despedida, y en mi experiencia subjetiva con la novela eso fue lo que sentí hasta con el título: que Rafael Chirbes nos había situado en la orilla, en el borde de un importante balance vital individual y colectivo.
Deseo que mi humilde aportación pueda ser considerada como un Requiem, un homenaje.
Un abrazo y hasta el próximo encuentro.
Pili Zori.
No, no tuvo conocimiento del cáncer que terminó con su vida hasta poco más de un mes antes de la muerte.
ResponderEliminarMuchas gracias Micó por corregir mi conjetura, su noticia me reconforta a pesar de que fue una gran pérdida. Deseo que mi experiencia con la novela "En la orilla" no le haya molestado porque en mi intención se hallaba el deseo de homenaje, de humilde requiem. Un abrazo. Pili Zori
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