SESIÓN MATINAL
(Primer
premio Nueva Alcarria, 1995)
El
conductor arranca transmitiendo su estado de ánimo a la palanca de cambios. Hoy
tiene mal pisto, conduce como un kamikaze y el autobús se queja dando
tropezones y levantando el trasero; casi vomita a los pasajeros en el revoltijo
de tripas. María choca con la muchacha de al lado, la pestilencia a cebollas
que emana de las axilas anónimas espesa la atmósfera haciéndola irrespirable.
Las asas de la bolsa se le clavan en la palma de la mano; siente los tendones
taladrados “¡Vaya ocurrencia comprar las patatas!” Advierte que el pescado
gotea y siente apuro. Por fin llega a su destino. El autobús la eructa hacia la
calle. “¡Uf, qué alivio!”, sacude la melena oscura para eliminar el olor caliente y condensado, el rostro se le ilumina: la enorme carátula la
está esperando, el pulso golpea nervioso en el hueco de sus clavículas. ¡Qué
guapo! –exclama para sí mientras contempla al actor-. Pero la pintura no le hace
justicia.
-Hola
Raquel –saluda con la respiración agitada- ¿No te asfixias ahí metida?
-Tengo
un ventilador.
La
taquillera luce los dientes blancos, pequeños y alineados en una sonrisa ancha. María le llena las mañanas,
es tan entusiasta, rezuma tanto optimismo.
-¿Ha
empezado? –pregunta con angustia.
-¿Pero
es que la vas a ver otra vez? –Raquel desorbita los ojos.
-¡Toma,
pues claro!
-Estás
como una auténtica chota, –subraya meneando la cabeza-. Aún faltan cinco
minutos.
-¡Menos
mal, -María relaja los brazos con gesto exagerado-. ¿Me guardas la compra?, el
pescado chorrea, perdona, ten cuidado. Anoche hice cocido y me dejé a casa
resoplada, así que hasta la una que sale del colegio Eduardo soy libre para
impregnarme con polvo de estrellas. –Suelta la frase fatigada y sin resuello y
la termina con un gesto teatral recorriéndose el cuerpo.
-¡Anda
cacho guarra!...
-¡Ay
Raquel, qué bruta eres!, el polvo de estrellas se refiere al mundo del cine,
que no te enteras. Tengo yo este trabajo que tienes tú y soy el ser más feliz
de la tierra; ver todas las películas que me dé la gana y encima gratis, si es
que Dios da mocos a quien no se los sabe limpiar –le pellizca cariñosa la
nariz-. Dame la entrada.
-Anda
passsa que invita la cassssa. –La taquillera arrastra las palabras con tonillo
cheli y chasquea los dedos para reforzarlas.
-¿DE
VERDAD? –Grita con júbilo al precipitarse por la minúscula ventanilla para
abrazarla-. ¡Es que te comía!, ¡eres un sol! ¿No entras conmigo? –la apremia mientras
aprieta el papelillo como si fuera un tesoro.
-Luego
si acaso, aún puede venir algún rezagado, aunque lo dudo, con los nuevos
multicines y el olor a palomitas haciendo de flautista de Hamelín... Anda ve. –Empuja
el aire con la mano hacia la escalinata.
Siempre
le da pena que se la rasguen, las guarda en una caja con reseñas emotivas y
escribe críticas apasionadas que guarda con meticuloso orden.
Aspira
el delicioso aroma de la sala que contrasta con el hedor concentrado del
autobús. Se arrellana en el sillón y acaricia la tapicería roja. El patio de
butacas está descuidado pero aún conserva el aspecto de coqueta bombonera. Seis
personas salpican la sala. “Qué pena” –Piensa- “cómo agoniza”.
Comienza
la música que acompaña los títulos de crédito y María ya tiene el nudo en la
garganta. Se burla de sí misma, “ésto mío raya con la perversión; si es que
hasta me anticipo y me pongo a llorar antes de tiempo. Menos mal que nadie me
ve, pero a cualquiera que se le diga…”
Se
deleita con la imagen gigantesca: “Cómo no se van a multiplicar los
sentimientos si se le pueden contar las pestañas. ¡Todo es tan grande…! ¡Qué
ojos!”.
María
no sabe la sorpresa que le espera. El mismo rostro que asoma a la pantalla
aparece por el ventanuco de la cabina. Juan Laguna, el protagonista, se ha
acercado hoy al cine para ver a su amigo Antonio, el operador. Observa desde
allí y le choca el movimiento de cabeza y hombros que convulsiona a María. Agudiza
la vista aprovechando el plano luminoso y comprueba cómo se seca la nariz con
el pañuelo; se envanece conmovido, eso es lo que le gusta comprobar: las
emociones reales del público; eso es lo que necesita, y no los estrenos repletos de
parafernalia. Antonio se asoma curioso.
-En
esa escena estás sublime.
Le
busca los ojos y comprueba que no mira a la pantalla. Localiza a la chica en el
punto de mira de Juan.
-¡Hombre!,
ahí está María. –Dice mientras deposita un rollo sobre la mesa-. Ya ha visto tu
peli tres veces. –Laguna se da la vuelta intrigado.
-¿La
conoces?
-Sí, es una joven muy maja, viene a menudo; entiende mucho de cine, se ve que le has
impresionado. Como siga así se monta una tesis sobre el film, muchas mañanas la
observo, apunta en su cuadernillo notas rápidas a pesar de la oscuridad de la sala.
-¿Se
dedica a la crítica o algo de eso?
-¡No!, qué va, lo de la tesis es broma. Trabaja en el hospital, siempre en el turno de tarde;
tiene un crío de ocho años, se quedó embarazada a los dieciséis, y ya sabes… el
chaval tomó las de Villadiego, no se ha vuelto a emparejar, éste es el único
lujo que se permite. Pero… ¿a dónde vas?
-Chssss.
–Murmura Juan con el índice sobre los labios- Me bajo a la sala. –Antonio
guarda silencio perplejo.
-¿Quieres
que os presente?, seguro que le da un desmayo.
-No,
no, –se apresura a responder de nuevo entre murmullos-. Me interesa ver sus
reacciones sin que ella lo sepa. Es un privilegio que no disfruto a menudo.
Atraviesa
casi de puntillas la moqueta y busca el ángulo perfecto. La contempla desde
allí y queda atónito al comprobar que María remeda palabra por palabra lo que él dice en la
escena cumbre. Un vértigo desconocido se apodera de Juan y el impulso
involuntario le hace aproximarse. Se sienta junto a ella y le musita al oído,
como un doblador, las mismas palabras. Las frases se oyen estéreas sin que ella se percate toavía:
QUIERO SER LO QUE TÚ
ERES, QUIERO VER LO QUE
Quiero ser lo
que tú eres
, quiero ver lo
que
TÚ MIRAS, SENTIR LO
QUE TÚ SIENTES, BEBERTE.
tú miras , sentir
lo que tú
sientes , beberte.
VUELVE A MÍ, LUCÍA.
Vuelve a mí
María.
En
la pantalla se escucha el apoteósico final, la sustitución del nombre penetra
en el inconsciente de María que se vuelve sin asimilar aún. Su cerebro se
bloquea ante lo insólito. Las lágrimas enturbian la imagen engañosa. El
fogonazo de luz que desprende la pantalla se agarra a ese rostro que está a su
lado; los pensamientos se agolpan a velocidad vertiginosa. “¡Es él!”, “¿me
habré vuelto majara?”, los ojos van de la pantalla al muchacho que sonríe
divertido. Por fin las luces se encienden.
-¡Ay
Dios mío! –María se lleva la mano a la boca. Tarda unos segundos en poder
articular palabras. Juan se adelanta.
-Estabas
tan absorta… ¿Te he asustado?
María
niega con la cabeza, una sonrisa bobalicona juguetea entre sus labios pugnando
por transformarse en risa histérica.
-Que
no he saltado de la pantalla, mujer. –Le dice abanicando el aire con la mano
por delante de sus ojos- perdona la broma.
-Por
un momento he pensado que me estaba ocurriendo lo mismo que en La rosa
púrpura del Cairo. –Acierta a
decir María arrepintiéndose de inmediato. “Vaya imbecilidad que acabo de
soltar”.
Tras
las aclaraciones y las risas ambos salen juntos del cine ante el asombro de
Antonio y Raquel. El suelo ha desaparecido… María vuela… Al grito de la
taquillera aterriza con estrépito.
-¡EH!,
QUE TE DEJAS LA COMPRA.
“¡Qué
vergüenza!”… -Ah, sí, qué tonta –dice azorada mientras esconde los ojos-. Bueno
pues… encantada. –Se limpia el sudor de la mano con disimulo en el vaquero y se
la extiende dando por finalizado el encuentro.
-Si
quieres te acompaño, hoy no tengo nada que hacer.
Juan
se apresura a cogerle las dos bolsas. Los ojos de María son como dos fuentes
ovales saliéndose de las cuencas.
-Vale.
“Madre mía, ¡qué corte!, con el pescado…” Agradece el doble papel con el que
Raquel reforzó el hatillo. Caminan y a María se le antoja que las calles
son horribles; faltan alfombras de rosas extendidas a sus pies. Él lo eclipsa
todo. Para Juan, María es un obsequio. Si conociera la esclavitud de los
rodajes… Recuerda las veinte tomas del miércoles, sólo tenía que decir adiós en
la escena; en una al director no le gustaba el mechón que le caía por la
frente; en otra pasó un avión y se fastidió el siglo XV; otra más para eliminar las arrugas
de la camisa; después el dichoso bote de cerveza que apareció entre la hierba,
y eso que en teoría habían peinado el recinto… precisamente hoy andaba
melancólico buscando el rumbo; vuelve al cine del barrio siempre que puede para
recuperar el origen, para recordar cuándo y por qué deseó estar al otro lado.
Ella es la respuesta.
Al
fin se despiden tras intercambiar teléfonos y llevar consigo una felicidad
condensada.
María
no percibe el olor del autobús; ha subido los dos peldaños en volandas. Tiene incrustado en la piel el aroma. “Huelo a
cine de estreno” –se dice pletórica, y mirando su propia imagen en la ventana,
evoca los pasajes de aquella vieja película Breve
encuentro. Imagina los títulos en el cartel y sustituye mentalmente los
nombres de los protagonistas:
MARÍA JUAN
LOZANO…………Y……………LAGUNA
EN
BREVE
ENCUENTRO
Dirigida
por:
DAVID LEAN
Pilar Zori
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