¿Surrealismo?, ¿realismo mágico?, ¿parábola?, ¿ciencia ficción?... No te molestes querido lector, estás ante una voz completamente nueva y vanguardista cuya tierra de cultivo es la gran literatura del mundo.
El creador de “Morir de libros” es un hallazgo, un portento que ya me dejó una huella profunda con “La cruz de barro” novela en la que levantó el universo de Garmaz, llenándolo de habitantes y cruzando sus vidas, cada una con su cruz, y lo hizo sin perder de vista en ningún momento la personalidad de todo el pueblo porque supo hablar al mismo tiempo en colectivo y en privado y sondeó cielos e infiernos familiares mirando en lo más secreto, y tras haber dado el soplo de vida a sus personajes se apartó para que los protagonistas se expresaran en libertad y nos condujeran por su historia desde la guerra civil hasta nuestros días. Y lo hizo sin inclinarse, colocado en el fiel de la balanza, sólo así pudo extraer la dignidad del odioso y también la del odiado en ese ejercicio, tan difícil, de justicia y compasión, verdaderos. La voz de Miguel Ángel era la voz incontaminada de su generación educada en libertad por aquellos que no la tuvieron.
La leímos en el club y nos pareció increíble lo fidedigno del retrato y el nivel de hondura alcanzado con tan sólo 30 años.
El libro se podía leer como una colección de relatos o como una novela. Ese modo de narrar por episodios conservando la unidad es muy difícil, de hecho las magníficas series americanas actuales a las que ha ido a parar el talento de los grandes narradores de hoy en ese país, tales como “Killing”, “Los Soprano”, ”Mad men”, ”En terapia”, “Treme”… construyen los personajes como lo hacían los maestros rusos: abriendo ficha y dándoles una personalidad concreta, características físicas y anímicas y evolución en el tiempo. No importa si después no necesitan usar todos los detalles, pero los tienen, saben cómo son sus rodillas, su forma de comer o de toser… Aunque la diferencia que quiero establecer para que me sirva el ejemplo, tan distante en apariencia, es que al servicio de dichas historias en esas grandes series de las que hablo además del creador suele haber varios guionistas,-a veces uno para cada personaje en concreto, otro que los ensambla y un director para cada capítulo-. Miguel Ángel Mala levantó Garmaz sólo y lo hizo sin perder el pulso en ningún momento. Naturalmente he trasladado el ejemplo al lenguaje cinematográfico para apoyar mejor lo que quería expresar: “La cruz de Barro”, no es una serie ni una novela extensa en páginas pero sí un trabajo condensado y destilado por el autor hasta que consiguió dejarlo en su más pura esencia, la novela está tan bien escrita que apenas necesitaría cambios para ser adaptada.

“Morir de libros” es un derroche de imaginación, de fina ironía en el que desaparece la frontera entre fantasía y realidad. No es improbable que esta novela sea la descripción del futuro, y es bueno que cada cierto tiempo grandes escritores nos avisen del peligro, “Morir de libros” necesariamente remite a Farenheit 451 de Ray Bradbury y al Mundo feliz de Huxley porque como ya he dicho otras veces en este mismo blog, los libros, una vez escritos tienen vida propia, se hablan entre sí y se juntan con quien quieren.
En Inlandia están prohibidos, son considerados elementos peligrosos y claramente subversivos que producen la enfermedad denominada bibliófilis, adicción de la que sólo te puedes desintoxicar con alcohol, realitys televisivos y ciertas drogas y fármacos que en Inlandia son legales. El protagonista, Miguel Ocaña, presidente de la Diputación de una provincia de este país una mañana descubre que en uno de sus zapatos está creciendo una novela de forma espontánea, su casa está contaminada y los libros se irán multiplicando por esporas.
La adicción alcanzará a su esposa. Gracias al contagio, Miguel y Laura se redescubrirán como pareja, (hay una escena voyeurista que sólo los grandes escritores son capaces de sujetar sin que esta pierda ni un ápice de patetismo y ternura ni de grandeza y comicidad, es la que sucede cuando Miguel Ocaña descubre a su mujer leyendo un libro erótico, Justine y Margot, a escondidas, y mientras contempla lo que ocurre bajo su falda se sobreexcita de tal manera que termina, por una serie de avatares, colgado de la ventana con los pantalones bajados y teniendo que ser socorrido por un vecino que le presta una escalera que a modo de zanco termina estampándole encima de las arizónicas de su chalet mientras Laura, su esposa, le increpa socarrona). Os aseguro que no es un señuelo para enganchar al lector, la escena pertenece a una alegría más profunda que ahonda y sondea en el joven matrimonio sin hijos, pocas miradas masculinas he visto en literatura que muestren tanto interés sincero por la intimidad de una mujer y la compartida en pareja y no me refiero en exclusiva a la confianza sexual sino al sentimiento de compenetración y libertad en el amor.
Esta bellísima novela nos avisa del peligro de una inquisición moderna, nos muestra que la verdadera libertad, tal vez, sólo nos la proporcione la literatura, nos habla de los efectos físicos y anímicos que su lectura nos produce y de cómo ésta se metaboliza dentro de nosotros para transformarnos y lo hace con una trama trepidante y llena de intriga y aventura que nos sobresalta a cada página.
No quiero desvelaros demasiado, sólo os diré que mi marido, un enfermo incurable de bibliófilis se la leyó de una sentada en cuatro horas y cuando cerró el libro dijo: “Esto son palabras mayores, podría firmarlo Saramago o Gómez Rufo…” No es necesario explicar que no se estaba refiriendo al parecido sino a la forma de crear, a las intenciones… La frase fue un elogio porque son dos de sus grandes, como lector es exigente y difícil de conquistar.
“Morir de libros” ganó el prestigioso premio Tilfos. En el jurado presidido por Xavier Grau Sabaté, y vicepresidido por Justo Reinares Díez, estaban: Luis Mateo Díez, José Manuel Caballero Bonald, Manuel Longares, Penélope Acero, Jaime Alejandre y como secretaria Reyes Lluch Rodriguez. No me resulta difícil imaginar la satisfacción cuando cayó en sus manos el original, estoy segura de que desplazó de inmediato a todos los demás.
En lugar de entrar a analizar su magnífica estructura y la perfección de su prosa diré que estoy convencida de que a cualquier autor que se precie le gustaría haberlo escrito. La pena es que entre los mediocres suscitará mucha envidia. En cualquier caso sé que no defraudará a los lectores.
No me importaría que “Morir de libros” comenzara a tatuarse en el centro de mi pecho que es donde lo albergo, cuando lo leáis sabréis por qué lo digo, el final es sublime.
Desde este pequeño rincón bibliofílico te envío un fuerte abrazo querido Miguel Ángel y mi más sincera enhorabuena.
Pili Zori