Escogí este libro para el club con la intención de que nos asomásemos a la obra de esta autora tan adelantada al tiempo en el que le tocó vivir y en el que se sintió tan prisionera: con un padre distante y una madre superficial, al menos tuvo una exquisita educación privada debido a los continuos viajes por Europa que la familia realizó. Mal casada a los 23 años de edad, por conveniencia, con un hombre trece años mayor que ella que no disimulaba las infidelidades con las que durante años la humilló públicamente, sufrió repetidas depresiones.
Escritora de aguijón y enorme trascendencia -gracias a ella hoy podemos estudiar a través de su sagaz mirada aquella sociedad oprimida y opresora que finalmente se asfixió en su propio caldo- hasta ese valor le fue arrebatado: amiga de Henry James todavía hoy se le hace la reseña alegando injustamente y a la ligera que fue su discípula. Me atrevo a decir que esa afirmación sólo se debe al hecho discriminatorio de que era mujer, naturalmente Henry James también escribía sobre la sociedad a la que ambos pertenecían, pero eso es simple coincidencia, resulta lógico por tanto que los dos compartieran una misma línea de pensamiento.
Los anhelos literarios de Edith Wharton tampoco encajaban en el mundo de su marido, tan estrecho de miras y tan carente de imaginación, pero a pesar de las dificultades el talento se abrió paso. No sólo fue una escritora brillante también destacó como paisajista y decoradora de gran innovación.
Lo cierto es que habría preferido llevar al club “La edad de la inocencia” novela por la que recibió el premio Pulitzer y que a mi juicio revela con mayor nitidez la maravillosa sutileza con la que Edith Warthon analizaba, retrataba y ponía en cuestión todas las normas y comportamientos de la aristocracia neoyorquina de principios del siglo XX, (pero no la tenemos en ejemplares múltiples). Me apetecía que presenciáramos , a través de su lectura, la paradoja de que precisamente en ese mundo nuevo y contra todo pronóstico las estrictas reglas victorianas importadas se impusieran allí con mayor virulencia si cabe para preservar así la férrea endogamia. Todas sus constantes también están reflejadas en “Los niños”: la naturalidad espontánea frente al envarado convencionalismo de rebuscadas normas, y el alto precio que se puede llegar a pagar por desconocerlas… Ése es el gran mérito de Edith Wharton: supo sacar a la luz desde debajo de la hipocresía y sin salirse del juego de la sociedad a la que pertenecía el alma y las emociones verdaderas que no estaba permitido mostrar bajo ningún concepto y lo hizo sin que pudieran condenarla a la expulsión del “paraíso” en esa extraordinaria destreza de decir sin que parezca que se ha dicho, limitándose a poner en evidencia.
Edith Wharton colaboró además con la Cruz roja durante la guerra y dedicó gran parte de su vida a crear obra social en favor de la población más desfavorecida y al mecenazgo y apoyo de talentos emergentes.
Como coincidió en miércoles la fiesta del libro y participamos haciendo una lectura en voz alta de un relato de “Las mil y una noches”, apenas pudimos debatirlo durante la primera sesión. Pensé que la novela “Los niños” suscitaría un gran debate con respecto a la educación como derecho inalienable (esta colección de criaturas de distintos matrimonios que van escoltadas por Judith, la hermana mayor y por Escopi, la nany, viajando por el mundo sin tutela, de Hotel Palace en Hotel Palace y con dos objetivos: que no los separen y que puedan recibir una buena educación frente a la indiferencia de sus progenitores que deambulan de fiesta en fiesta creyendo que su dinero los mantiene a salvo) y efectivamente durante la primera sesión el debate se produjo y fue muy interesante ya que mis compañeras buscaron las equivalencias de aquel tiempo extinguido con el nuestro, también supieron encontrar las intenciones y símbolos de esta situación tan poco creíble en el presente llegando a la conclusión de que la autora forzaba con una vuelta de tuerca más para lograr el subrayado (aunque me temo que por increíble que nos parezca hoy este tipo de comportamiento para bien y para mal lo que describe la autora sucedía tal cual nos lo cuenta. Tal vez la falta de credibilidad se deba más a que pertenecemos a culturas distintas y a que no somos conscientes de cómo en apenas un siglo la lucha de clases al menos consiguió acortar las distancias, junto con la revolución industrial, claro está, o eso quiero pensar). Como decía en renglones anteriores con la fiesta del libro ya no pudimos poner en común las conclusiones finales, pero sí tanteé y vi que a algunas compañeras les había parecido una novela plana y costumbrista sin mayor importancia, la observación es atinada porque a pesar de su valor documental, del humor soterrado y de su carácter incisivo coincide con la de otros críticos que la acusan de escasez de acción narrativa. Esas opiniones me decidieron a proyectar, a falta de libro, la película de “La edad de la inocencia”, dirigida por Scorsese con un elenco de actores inolvidable, ya sabéis: Michelle Pfeiffer, Daniel Day-Lewis, Winona Ryder, … en fin una joya en todos los sentidos, rigurosísima con el texto y que nos da un registro nuevo de Scorsese, hasta ese momento más dedicado a reflejar ambientes marginales, de hampa o lumpen, en un cine de sello muy personal que nos ha dejado obras maestras que no hace falta enumerar porque son iconos reconocibles en cuanto se pronuncia su apellido.
Uno de mis directores favoritos, al que le profeso absoluta devoción, es Luchino Visconti. Hasta “La edad de la inocencia” no había encontrado a nadie con quien se pudiera equiparar, pero quiero dejar claro que no estoy hablando de herencias ni de influencias, “La edad de la inocencia” no es viscontiniana, pero sí produce el mismo efecto de inundarte de belleza hasta hacerte rozar el síndrome de Stendhal. Esa caricia parsimoniosa de la cámara recorriendo los rostros, los objetos, las ropas…, el tratamiento del deseo, el lenguaje no verbal, los silencios que el espectador rellena con un nudo de emoción, las encrucijadas…, la autenticidad… en fin no me quiero entusiasmar, que cada uno escoja y haga suyas las escenas que prefiera, pero la de él arrodillándose ante la condesa Olenska, la de su esposa ante él, la asfixia que le obliga a abrir la ventana, la transparencia de pensamiento que consiguen los actores en un trabajo tan contenido y perfecto… qué queréis que os diga, cuando todo eso y más se produce en cine, el orgullo es universal y todos hacemos nuestra la obra.
Tal vez el hecho de que Scorsese en su juventud quisiese ordenarse como sacerdote le haya dado la capacidad de manejar con tanta sensibilidad la culpa y el remordimiento, armas letales del catolicismo, dicho sea con respeto y sin ironía pero con verdad.
El final de la película es uno de los mejores broches que yo he visto en cine y que engloba y resume en una sola frase la desaparición de un tiempo que jamás regresará (por fortuna, dicho sea con alivio): "Dile que soy un anticuado", y la ventana se cierra.
No me quiero despedir sin dar las gracias a todos los visitantes del blog. Me ilusiona enormemente que nuestro club de lectura se prolongue aquí y pueda dar cabida a personas de diferentes lugares del mundo. Será un honor leer y escuchar vuestros comentarios. Un abrazo enorme para los que ya han dejado sus valiosas opiniones.
Hasta el próximo encuentro.
Pili Zori
Escritora de aguijón y enorme trascendencia -gracias a ella hoy podemos estudiar a través de su sagaz mirada aquella sociedad oprimida y opresora que finalmente se asfixió en su propio caldo- hasta ese valor le fue arrebatado: amiga de Henry James todavía hoy se le hace la reseña alegando injustamente y a la ligera que fue su discípula. Me atrevo a decir que esa afirmación sólo se debe al hecho discriminatorio de que era mujer, naturalmente Henry James también escribía sobre la sociedad a la que ambos pertenecían, pero eso es simple coincidencia, resulta lógico por tanto que los dos compartieran una misma línea de pensamiento.
Los anhelos literarios de Edith Wharton tampoco encajaban en el mundo de su marido, tan estrecho de miras y tan carente de imaginación, pero a pesar de las dificultades el talento se abrió paso. No sólo fue una escritora brillante también destacó como paisajista y decoradora de gran innovación.
Lo cierto es que habría preferido llevar al club “La edad de la inocencia” novela por la que recibió el premio Pulitzer y que a mi juicio revela con mayor nitidez la maravillosa sutileza con la que Edith Warthon analizaba, retrataba y ponía en cuestión todas las normas y comportamientos de la aristocracia neoyorquina de principios del siglo XX, (pero no la tenemos en ejemplares múltiples). Me apetecía que presenciáramos , a través de su lectura, la paradoja de que precisamente en ese mundo nuevo y contra todo pronóstico las estrictas reglas victorianas importadas se impusieran allí con mayor virulencia si cabe para preservar así la férrea endogamia. Todas sus constantes también están reflejadas en “Los niños”: la naturalidad espontánea frente al envarado convencionalismo de rebuscadas normas, y el alto precio que se puede llegar a pagar por desconocerlas… Ése es el gran mérito de Edith Wharton: supo sacar a la luz desde debajo de la hipocresía y sin salirse del juego de la sociedad a la que pertenecía el alma y las emociones verdaderas que no estaba permitido mostrar bajo ningún concepto y lo hizo sin que pudieran condenarla a la expulsión del “paraíso” en esa extraordinaria destreza de decir sin que parezca que se ha dicho, limitándose a poner en evidencia.
Edith Wharton colaboró además con la Cruz roja durante la guerra y dedicó gran parte de su vida a crear obra social en favor de la población más desfavorecida y al mecenazgo y apoyo de talentos emergentes.
Como coincidió en miércoles la fiesta del libro y participamos haciendo una lectura en voz alta de un relato de “Las mil y una noches”, apenas pudimos debatirlo durante la primera sesión. Pensé que la novela “Los niños” suscitaría un gran debate con respecto a la educación como derecho inalienable (esta colección de criaturas de distintos matrimonios que van escoltadas por Judith, la hermana mayor y por Escopi, la nany, viajando por el mundo sin tutela, de Hotel Palace en Hotel Palace y con dos objetivos: que no los separen y que puedan recibir una buena educación frente a la indiferencia de sus progenitores que deambulan de fiesta en fiesta creyendo que su dinero los mantiene a salvo) y efectivamente durante la primera sesión el debate se produjo y fue muy interesante ya que mis compañeras buscaron las equivalencias de aquel tiempo extinguido con el nuestro, también supieron encontrar las intenciones y símbolos de esta situación tan poco creíble en el presente llegando a la conclusión de que la autora forzaba con una vuelta de tuerca más para lograr el subrayado (aunque me temo que por increíble que nos parezca hoy este tipo de comportamiento para bien y para mal lo que describe la autora sucedía tal cual nos lo cuenta. Tal vez la falta de credibilidad se deba más a que pertenecemos a culturas distintas y a que no somos conscientes de cómo en apenas un siglo la lucha de clases al menos consiguió acortar las distancias, junto con la revolución industrial, claro está, o eso quiero pensar). Como decía en renglones anteriores con la fiesta del libro ya no pudimos poner en común las conclusiones finales, pero sí tanteé y vi que a algunas compañeras les había parecido una novela plana y costumbrista sin mayor importancia, la observación es atinada porque a pesar de su valor documental, del humor soterrado y de su carácter incisivo coincide con la de otros críticos que la acusan de escasez de acción narrativa. Esas opiniones me decidieron a proyectar, a falta de libro, la película de “La edad de la inocencia”, dirigida por Scorsese con un elenco de actores inolvidable, ya sabéis: Michelle Pfeiffer, Daniel Day-Lewis, Winona Ryder, … en fin una joya en todos los sentidos, rigurosísima con el texto y que nos da un registro nuevo de Scorsese, hasta ese momento más dedicado a reflejar ambientes marginales, de hampa o lumpen, en un cine de sello muy personal que nos ha dejado obras maestras que no hace falta enumerar porque son iconos reconocibles en cuanto se pronuncia su apellido.
Uno de mis directores favoritos, al que le profeso absoluta devoción, es Luchino Visconti. Hasta “La edad de la inocencia” no había encontrado a nadie con quien se pudiera equiparar, pero quiero dejar claro que no estoy hablando de herencias ni de influencias, “La edad de la inocencia” no es viscontiniana, pero sí produce el mismo efecto de inundarte de belleza hasta hacerte rozar el síndrome de Stendhal. Esa caricia parsimoniosa de la cámara recorriendo los rostros, los objetos, las ropas…, el tratamiento del deseo, el lenguaje no verbal, los silencios que el espectador rellena con un nudo de emoción, las encrucijadas…, la autenticidad… en fin no me quiero entusiasmar, que cada uno escoja y haga suyas las escenas que prefiera, pero la de él arrodillándose ante la condesa Olenska, la de su esposa ante él, la asfixia que le obliga a abrir la ventana, la transparencia de pensamiento que consiguen los actores en un trabajo tan contenido y perfecto… qué queréis que os diga, cuando todo eso y más se produce en cine, el orgullo es universal y todos hacemos nuestra la obra.
Tal vez el hecho de que Scorsese en su juventud quisiese ordenarse como sacerdote le haya dado la capacidad de manejar con tanta sensibilidad la culpa y el remordimiento, armas letales del catolicismo, dicho sea con respeto y sin ironía pero con verdad.
El final de la película es uno de los mejores broches que yo he visto en cine y que engloba y resume en una sola frase la desaparición de un tiempo que jamás regresará (por fortuna, dicho sea con alivio): "Dile que soy un anticuado"
No me quiero despedir sin dar las gracias a todos los visitantes del blog. Me ilusiona enormemente que nuestro club de lectura se prolongue aquí y pueda dar cabida a personas de diferentes lugares del mundo. Será un honor leer y escuchar vuestros comentarios. Un abrazo enorme para los que ya han dejado sus valiosas opiniones.
Hasta el próximo encuentro.
Pili Zori
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