Los Domingos
Si aún no la habéis visto AVISO: CONTIENE SPOILERS.
El martes pasado fuimos al cine a ver la película de Alauda Ruiz de Azúa: Los domingos.
No quise ver ninguna entrevista previa -hecha a la directora o a los actores-, para no añadir o restar criterio a mi mirada virgen, las obras han de expresarse y valer por sí mismas sin necesidad de recibir explicaciones sobre ellas, después de verlas ya puedes enriquecerte con las opiniones, juicios, reflexiones y criterios de los demás y formar el poliedro si así lo consideras. La sinopsis sí la leí, y de paso me dijeron que estaba teniendo un gran éxito.
Partiré de la actitud honesta de confesar que a priori el tema no me “llamaba”, no comprendo ni comparto la clausura, siempre la he considerado un escondite, equivocadamente o no, sigo pensando que si me dan a elegir prefiero las labores más arriesgadas, sociales y comprometidas de Teresa de Calcuta o la del Padre Ángel, dentro del mundo, y no la vida contemplativa haciendo bizcochos y elevando rezos fuera de él, pero respeto cualquier opción libremente elegida, faltaría más.
Como a menudo reitero: siempre habrá santos ateos, santos creyentes, y mala gente en ambas partes, tampoco entiendo la necesidad del celibato.
Aclaro aunque no haga falta que no soy atea, pero no profeso ni practico ninguna religión, en nuestro país muchas personas consideran que fe es igual a catolicismo.
Alauda Ruiz de Azúa cree que dentro de las personas creyentes existen muchas y variadas sensibilidades. Estoy de acuerdo.
Imagino que la directora sintió curiosidad –como buena escritora de cine- por ese mundo y las controversias familiares que pudo suscitar querer entrar en él, inspirada en algún ejemplo concreto: adolescente conocida que tomó dicha opción, y tras investigar quiso canalizar la información obtenida a través de sus herramientas creativas como cineasta, y después deseó compartirlas en la pantalla como quien las arroja al ruedo diciendo: ahí os lo dejo a ver qué os parece y qué opináis. Pero que las obras sean abiertas en teoría, es eso: pura teoría porque depende de dónde pongas la cámara las conclusiones cambian, nada es aséptico, ni siquiera la libertad de los debates puesto que se enfocan a través de preguntas concretas, las que sí pueden ser plurales, dentro de ese orden elegido, son las respuestas.
Alauda Ruiz de Azúa, es atea y a menudo cuando te aproximas a un tema que difiere o queda lejos de ti tienes tantos deseos de no faltar al respeto, que generas una especie de síndrome de Estocolmo que desvirtúa o convierte lo expuesto en lo contrario de lo que pretendías, porque nada es aséptico.
Dicho en términos simples: te vuelves más papista que el Papa sobre un asunto que en principio no te atañe, pero que querías comprender más a fondo.
Por ello no es extraño que se hayan producido -frente a este largometraje- reacciones de todo tipo, como la que expresó un espectador a mi lado: “Esto es un mitin ultra católico que conviene y afianza al sector más retrógrado de nuestra sociedad, precisamente en este momento de avance ultraderechista”.
Otros sin embargo celebraron el canto a la vocación religiosa contra viento y marea, incluso bajo presiones familiares.
Tampoco entiendo por qué si abandonas el mundanal ruido también has de renunciar a tus seres queridos.
Y en cuanto a la familia de la protagonista Ainara (Blanca Soroa) -aunque es más correcto decir que es una película coral que todo el grupo protagoniza a la vez-, y sus distintos posicionamientos, me dolió profundamente el trato que recibe al final, Maite, la tía (Patricia López Arnáiz, magistral en su interpretación) para mí, es la buena de las película en cuanto a sus intenciones, todas ellas de amor hacia la sobrina que necesita una madre en este momento crucial de su vida, y aunque a veces parezca entrometida, impulsiva y pasional, es bondadosa, mira de frente y cree estar remando a favor de obra, al igual que Pablo, su marido, (Juan Minujín) un hombre dulce y comprensivo y un padre entregado.
Maite queda como alguien que lo tiene todo y no lo aprecia ni se conforma y por ello al final lo pierde. No creo que sea ilícito el deseo de mantener la llama viva de su relación y que lo haga aunque sea con la torpeza de poner a prueba el interés del otro confesándole dos besos tontos –nunca lo son y siempre te equivocarás al querer provocar celos- después veremos cómo ella misma hace de espejo con la sobrina al acusar de relación sexual otros dos besos que la chica intercambia en su dormitorio con el chico del coro, Ainara se defiende a su vez alegando que sólo fueron dos besos, pero lo cierto es que ambos se habían quitado ya las camisetas cuando fueron interrumpidos por la nueva mujer del padre.
Como veis todos tenemos luces y sombras, nos mentimos a nosotros mismos e intentamos dar una imagen salvable.
La elocuencia de los silencios familiares es importante en la película, aunque de antemano aclaro que en mi opinión no hay que estar soltando todo el día incontinencias verbales, la intimidad e introversión de padres, hijos, hermanos, abuelos…, también hay que respetarla, guardarla y cuidarla, al igual que la distancia entre coches, o de lo contrario estaríamos todo el día accidentados o a choquetazo limpio. 
Alauda Ruiz de Azúa
El padre Iñaki, (Miguel Garcés) anda mal de dinero por haberse metido en la construcción de un restaurante del que presume de haberlo recubierto con maderas nobles, finalmente la casa de la abuela Dolores (Maribel Rivera) que es herencia de ambos hermanos se la embolsa él, ya que la madre no había testado confiando en que se avendrían.
En el desenlace Maite va al notario, parece un acto más testimonial que de papeleo, para que quede constancia de que rompe con su hermano y con toda su familia.
Para muchos espectadores queda como una persona rencorosa y resentida, para otros -como también escuché ya fuera del patio de butacas- “Si es que está visto que no se puede ser buena”. Y esas conclusiones tan diametralmente opuestas son las que me ponen nerviosa, ¿cómo podemos hacer juicios tan antoagónicos, lo uno o lo contrario?, y sé que cada cual arrima el ascua a su sardina, y que tiodo es interpretable y subjetivo, pero tal vez mi desasosiego ante estas cintradiciones se deba a que pertenezco a una generación y dentro de dicha generación a un sector en el que siempre se decía: “Defínete”.
A lo largo de la película vemos sucesivas pinceladas subliminales en las que el espectador intuye que al progenitor le viene de perlas que su hija se meta monja, así no tiene que ocuparse de su manutención, ni de que vaya a la universidad… Naturalmente son sentimientos bajo candado que nadie enfrenta ni se dice a sí mismo.
El padre cumple con todos los convencionalismos que se esperan de él como cabeza de familia, pero la conexión afectiva real no está, y brilla por su ausencia.
Sabemos que es viudo y que la esposa dejó mucho que desear según dice la abuela, por tanto no es difícil comprender que Ainara, eje en torno al que gira esta historia, se rompa frente al altar, y entre sollozos exclame repetidamente ¡Dios mío! ¡Tú eres mi padre!
Si esta adolescente está buscando un escondrijo, un refugio, un espacio de seguridad, un cobijo…, o a Dios, es algo que el espectador decide, al igual que si dichos sentimientos u objetivos son o no compatibles. Todo el mundo tiene derecho a amar a Dios a su manera, ya se canalizará o traducirá ese amor por sí mismo. Como a no creer en Él.
La película está escrita in media res, y la mirada es externa, por tanto desconocemos cómo se ha gestado la supuesta vocación de esta criatura de16 años, con toda la vida por delante aún sin escribir, ni si ha sido inculcada o inoculada por el colegio religioso al que va, o por los encuentros en los ejercicios espirituales del convento de clausura, aunque el detalle sería lo de menos dado que habría muchísimas vocaciones tras las convivencias, y no es el caso, ni en la pantalla, ni fuera de ella, al revés, a menudo los colegios de curas y monjas han sido viveros de ateos descreídos a causa de los malos ejemplos de sus tutores, o simplemente las evoluciones de cada cual han ido a parar a otras vías. De modo que nada es idealizable y tampoco denostable.
La dirección es magnífica, las interpretaciones extraordinarias, la fotografía de Bet Rourich, bellísima, pero el tema no me ha dicho nada, no he conectado. Sin embargo me encantó Conclave.
Me gusta escuchar a todo el mundo, si el tono es razonable y tranquilo, incluso en la discrepancia, porque de todo y de todos se aprende.
Feliz fin de semana. Cuidaos mucho.
Pili Zori
