"Los muertos, los vivos", de BEATRIZ OLIVENZA

Acabo de cerrar esta extraordinaria novela de la escritora Beatriz Olivenza. Y subrayo el concepto de novela porque aunque la contraportada nos indique que se trata de nueve relatos yo los veo como episodios distintos que sin embargo guardan unidad, la unidad no proviene de los protagonistas, que son diferentes para cada episodio, sino del espacio en el que  se desarrolla lo que les ocurre.
Los muertos, los vivos” transcurre en dicho espacio ´surreal´ en el que vivos y muertos conviven. La autora nos dice, dentro de su novela, que no hay frontera y que estamos todos juntos, que no existen dos lados, y que en ocasiones nos vemos los unos a los ‘otros’. Y nos lo dice sin güija y sin adornarlo con los sobresaltos y aspavientos fantasmales a los que nos ha acostumbrado el cine. Los protagonistas de esta narración no poseen poderes sobrenaturales, no sirven de intermediarios ante litigios sin resolver, ni han de acompañar a nadie hasta la luz, simplemente aceptan a los ´otros´ sin necesidad de ser comprendidos por quienes no los ven.
La hermosa composición de Olivenza está expuesta en tres grupos de tres y colocada en un orden aparentemente ´invertido´: comienza por i. “Vejez” y es más que posible que fuera de la novela también ése sea el inicio. En “Vejez” están los capítulos “Reunidos”, “Un pupitre al fondo del aula” y “Acompañantes”.
El segundo grupo pertenece a ii. “Madurez” que contiene “Ángulo muerto”, “El hombre de piedra” y “Érase un niño que jugaba”.
Y por último llegamos al iii. “Infancia” con “Sueños simétricos”, “Olvido tras el cristal” y “Hay alguien en la habitación del niño”.
En “Ángulo muerto” –y precisamente por ese resquicio- he creído encontrarla a ella, a la autora, entregándonos su leitmotiv, y en este capítulo he hallado el latido. Para mí el corazón de la novela está ahí: durante un momento la delicada y discreta escritora se sale del ángulo muerto para dejarse ver trasfundiendo así su sangre y embelleciendo su literatura con la generosidad de sus préstamos personales para que ésta bombee (no importa si el lector hace o no estos descubrimientos, lo que sí importa es que la novela los lleve, los contenga, que en ella se haya quedado esa sangre y esa piel, porque si no, no hay entrega y lo escrito no trasciende).
“Era mi turno; el del hombre que nunca hablaba de sí mismo”.
En renglones posteriores el personaje nos dice:
“-No sé qué edad tenía cuando descubrí que a la gente que quiero se la tiene que tragar la tierra. ¿Dos, tres añitos?”
Y más adelante afirma: “-Ese día empezó mi condena”.
Nos habla del miedo a las noticias que trae el teléfono –el teléfono… y la voz al otro lado- ese objeto simbólico e inquietante que desencadena cambios drásticos aparece también en “La voz de los extraños”.

“…No os riáis”, -exclama el personaje en esa reunión en la que todos los presentes están confesando sus temores- “ese miedo me lo causan unos instantes, apenas un segundo; ese segundo en el que el coche que adelanta al mío desaparece en mi espejo retrovisor y, antes de aparecer junto a mí se refugia en el ángulo muerto”.
Al lector le aguarda una sorpresa, que no desvelo, por la cual ese ángulo muerto cobra tanta fuerza y adquiere significados que dan para grandes e interesantes debates.
“…Claudio soltó un bufido de hombre lógico carente de imaginación. Rubén se reía y decía: -Ya está aquí el escritor, ya está aquí el escritor”.
Me encanta esa reivindicación implícita en la frase “hombre lógico carente de imaginación”. La carencia de imaginación suele oponerse, por desgracia, a las evidencias sutiles, y ganarles injustamente la batalla, lástima teniendo en cuenta que es la imaginación la que conduce al descubrimiento, imaginar no es mentir, como tampoco lo es inventar, o si no que se lo digan a Édison.
Beatriz Olivenza además de escribir se dedica a la enseñanza vocacional y en ella a la etapa de la pubertad, uno de los umbrales más cruciales de nuestras vidas. A sus chicos, cada año distintos, les entrega su valiosa arma: el lenguaje, y como eficiente samurái les enseña a usarlo. El respeto profundo que siente por niños y adolescentes, y la conexión anímica que mantiene con ellos, se trasluce en las dos novelas que de ella he leído. Además es actriz y también pinta y la unión de todas esas expresiones y disciplinas se vierte con riqueza en su narrativa.

Si observáis atentamente su escritura encontraréis en ella alguna de sus constantes como la de la pasión que por el arte tienen algunos de sus protagonistas, obsesión que les arrastra y no deja espacio, cuando los elige, para otros amores. En “La voz de los extraños” asistiréis a cómo un hombre gris en apariencia despierta a la pintura por emulación y por ferviente deseo de impostura. Quiere convertirse, a toda costa y sin saberlo, en ese padre pintor que la niña aún no sabe que ha perdido, veremos cómo es capaz de desprenderse de todos los muebles, enseres y hasta tabiques que ´sostenían´ su vida para dejarle espacio a sus nuevas pinturas, el arte cobra aquí el valor de denodada búsqueda, la búsqueda de la belleza que ponga orden y armonía en sus vidas y halle las piezas que faltan. Como veis  las razones lúdicas tienen poco que ver en este asunto.
De igual modo en “Los muertos, los vivos” otro personaje renunciará a su propia boda por recuperar los juguetes y cochecitos antiguos, -auténticas obras de arte contemporáneo- que el hijo de su novia ha destrozado y que él había conseguido, cuidado y conservado con mimo durante toda su vida. El hombre no sabe a qué obedece esa obcecación que le hace eliminar finalmente lo que el resto del mundo considera imprescindible para vivir. El espacio que lo convencional ocupaba queda libre ahora para esos niños de distintas décadas que juegan felices por los pasillos y las habitaciones de su casa con los juguetes que a cada uno les corresponden y que para ellos no son antigüedades… En ese momento el lector comprende el significado que el protagonista da a su colección: busca en el pasado para devolverles su presente.

Os contaría muchas cosas sobre Beatriz Olivenza y su obra, porque todas ellas están condensadas en sus páginas y sobre todo, os hablaría de lo que asoma por debajo y por encima de lo escrito: gérmenes de otras novelas e incipientes protagonistas que con sus burlones espíritus saltan de un libro a otro para buscar sitio y desarrollarse más, mientras ella prepara con denuedo espacios y huecos nuevos que den cobijo y hospitalidad a todos los personajes que bullen en su imaginación prolífica.
Cuando la conocí acababa de leer “La voz de los extraños”, yo ya estaba en el restaurante cuando ella entró por la puerta y en su rostro se superpuso la carita de la pequeña protagonista, que tan bien había descrito en la novela. Supe de inmediato, pero de forma inconsciente, que ese semblante era el suyo, el de la niña que lleva debajo, ese día se le salió durante un buen rato y ocupó su cara para mostrase un poquito, como en el retrato inacabado que aparece en la novela, en el que se escondían abuela, madre y niña (no he leído su trabajo “Lo que esconde el cuadro” pero a estas alturas creo que para el lector habrá quedado claro que los libros de Beatriz andan cosidos entre sí, aunque sean distintos, como corresponde a la Buena Obra de un Buen Autor). Retomo, que no quiero dispersarme, como os decía, sólo obtuve esa certeza horas más tarde cuando volví a ver la imagen quieta en el recuerdo reciente y la invoqué varias veces, sin embargo mientras en el restaurante sucedía el pequeño eclipse de superposición de rostros tuve esa sensación equívoca de que la conocía de algo pero no sabía de qué. Después, tras el esfuerzo, la niña volvió a esconderse bajo el rostro adulto cerrando puertas con el hermetismo coqueto de la timidez, pero a pesar del excluyente repliegue y de unos cuantos instantes incómodos, por la apenas perceptible pérdida de la proximidad, seguí escuchando su risa y su alegría que me llegaba desde detrás de la puerta de ese armario, igual que en la habitación de Miguel, se escuchaba la risilla de otro de los habitantes okupa de “Los muertos, los vivos”. Los escritores tenemos radar ultrasónico, ¿cómo si no podríamos escribir?
Beatriz Olivenza es de esas escritoras que te hacen robarle horas al sueño, y que desde la primera a la última página impide que te crezcan las uñas. “Los muertos, los vivos” es un maravilloso deseo, y no hay deseo de amor más grande que el de querer prolongarle la vida a los demás.
Beatriz Olivenza busca la Belleza y la alcanza con su prosa.
Así que desde aquí y con su permiso, os invito a descubrirla. El precioso y cuidado estuche que contiene este regalo lo ha realizado la editorial Torremozas y corresponde a su colección ETC 
Un abrazo y hasta el próximo encuentro
Pili Zori

4 comentarios:

  1. Darte las gracias se me queda corto, Pili. Como sabes mucho del oficio de escribir, sin duda comprendes lo que representa leer un comentario semejante sobre la propia obra. Y una vez más, me has puesto de relieve aspectos que yo misma desconocía pero que, ahora me parece evidente, estaban ahí, esperando a ser descubiertos. Me rindo a la única fórmula que se me ocurre: gracias por tu lectura atenta, sutil y llena de matices. Espero seguir contando contigo como lectora mucho tiempo (y muchas obras) más. Un beso fuerte.

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  2. Gracias a ti, querida Beatriz. Que la inspiración y el talento te acompañen durante toda la vida. Un abrazo. Pili Zori

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  3. Hola, me acabo de hacer seguidora de tu blog. He visto este estupendo artículo que has escrito sobre la escritora Beatriz Olivenza.
    Este libro lo estoy leyendo en estos momentos. Y lo cierto es que me está gustando mucho.
    Aunque no he leído nada anterior de esta autora, me gusta su estilo, su manera de narrar, y estos relatos son muy buenos.
    Felicitaciones a la autora, y a tí, por el artículo.

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  4. Querida Mágica Hilda, bienvenida,muchas gracias por asomarte a este pequeño rincón de literatura y compartir tu experiencia con uno de los fabulosos universos de Beatriz Olivenza. Aquí tienes tu espacio para opinar sobre los libros que comento, o para añadir los que a ti te enamoren, impacten o transformen. Un fuerte abrazo. Pili Zori

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