Acabo de terminar de releer “La sombra del ciprés es alargada”, aunque creía que la estaba leyendo por primera vez. Mi caprichosa memoria hace y deshace sin que yo se lo pida y luego no encuentro los cajones donde me guarda las cosas, el caso es que debe seguir un criterio lógico y acertado que yo no entiendo, porque la recordaba no por el título sino por unas poderosas imágenes de gran fuerza erótica: un joven absolutamente obnubilado por los brazos desnudos de una muchacha aferrada a una barandilla frente al mar, recordaba como he dicho la descripción del sugerente movimiento de esos brazos cremosos y de esas manos con un destello de brillante en el anular izquierdo. (Tenía yo dieciséis años y estaba empezando a salir con el chico que todavía me acompaña en la vida, mis padres no dejaron que me quedase en casa, aunque Joan Manuel Serrat ya cantase eso de “...poco antes de que den las diez.” Se empeñaron en llevarme con ellos de vacaciones, seguro que más por la presión del qué dirán -que era el flagelo martirizador de entonces- que por falta de confianza en mí. Así que con la impertinencia propia del egoísmo adolescente les hice la vida imposible durante los quince o veinte días de asueto que en raras ocasiones se podían permitir. Mi puñetera memoria me guarda estos recuerdos en los cajones que están más a la vista para que no me olvide de seguir purgándolos y lo hago de buena gana por si aún tengo la suerte de que sirva el arrepentimiento como goma de borrar para enmendar el pasado. Al año siguiente mis padres nos llevaron a los dos a Galicia, mi madre durmió conmigo, mi padre con él; sólo ahora imagino las conversaciones de trastienda antes de decidir, sólo ahora y recordando el contexto, 1972, puedo apreciar la extraordinaria madera de la que estaban hechos. La chica de la recepción quiso alisarme el ceñudo frunce y me prestó “La sombra del ciprés es alargada” y bajo su sombra me apacigüé pasando olímpicamente de interesarme por como estaría siendo la experiencia de mi madre y de mi padre en un hotel con piscina. Al volver a tener esta extraordinaria novela entre mis manos he comprendido perfectamente por qué mi memoria indómita me guardó ese recuerdo en el cajón de los íntimos secretos: los brazos son los que abrazan y aunque sea costumbre describir el deseo de otra forma, en realidad siempre comienza por ellos y hacía muy poco que a mí me cobijaban los inseguros y aún incrédulos de mi enamorado.
Después me compraría “El príncipe destronado” y “La guerra de nuestros antepasados” como si fueran los primeros que leía de él, Miguel Delibes, con ese orgullo de comenzar a tener mis propios libros y no sólo los de mi padre, pero estaba claro que mi memoria detectaba la injusticia: recordar “La sombra del ciprés es alargada” sólo por esos pasajes habría sido imperdonable.
Ángeles Castro, la esposa del autor fue su inspiración, al igual que Jane, la de Pedro lo es en la novela. De hecho “La sombra del Ciprés…” la comienza recién casado y alentado por su mujer. En el relato Jane muere atropellada cuando está saludando a Pedro desde el muelle, hace meses que no se ven, las cartas han llevado la noticia del hijo que esperan y Pedro vuelve con un destino en tierra y una preciosa casa que ha decorado para su mujer. Páginas más adelante veremos cómo se coloca el anillo de su esposa en el dedo meñique al lado del suyo que circunda el anular ambos con la inscripción de Zoroastro “El matrimonio es un puente hacia el cielo.” Con Ángeles, Miguel Delibes tuvo siete hijos, brillantes biólogos, prehistoriador alguno y mujeres de letras que nos dan, con sus decisiones académicas, buena cuenta de su legado y maravillosa influencia. Pero cuando Ángeles murió en 1974, D. Miguel quedó sumido en una depresión tan profunda como la que nos describe a los 26 años en “La sombra del ciprés es alargada”. El escalofrío del que os hablaba en renglones anteriores lo sufrí yo cuando curioseando en Internet por sus cosas me topé de frente con una foto en la que el escritor aparece con las manos extendidas sobre una hoja manuscrita con su letra, en el dedo anular de la mano izquierda brilla su aro y en el meñique otro más pequeño.
Dentro del libro su querido amigo Alfredo muere de tuberculosis, “La sombra del ciprés es alargada” fue publicado en 1947, Miguel Delibes sufrirá un brote grave de tuberculosis en 1950. Naturalmente mi interés por la novela no radica en la búsqueda de estas curiosidades morbosas que se escapan por los entresijos, pero sí las destaco porque creo que subrayan de algún modo una aguda sensibilidad que explica la verdad de los presagios y nos hace bucear por todo lo que nuestra mente, alma y cuerpo saben sobre el pasado, el presente y el futuro no como algo predestinado y ya escrito puesto que nuestro albedrío sabe dar giros, pero hay tendencias no sólo impresas en el ADN, también las anímicas deben tener sus códigos. Tal vez por todos estos detalles siempre me ha parecido que las novelas del señor Delibes rezuman verdad además de arte y por ello responden con enorme contundencia a las dudas sobre si la verdad habita o no en el arte, desde luego en el suyo sí.
Para mí es un maestro que demuestra mejor que nadie que no existe el género sino el revestimiento, si tenía que escribir “El Hereje” le bastaba con cambiar el registro, creaba la atmósfera, buscaba el ropaje y el paisaje, las costumbres, la línea de pensamiento… y se situaba, a partir de ahí sus personajes ya podían cobrar vida, y por lo tanto le daba lo mismo colocar una novela en el siglo XV que en el XXI.
Miguel Delibes tenía un sentimiento trágico de la vida como todos los que han sufrido una guerra. Llevo mucho tiempo pensando además de en la nuestra en la segunda guerra mundial y en como todavía hoy Europa está herida, abres las novelas y son cicatrices sin cerrar, y el lector se da cuenta de que tal vez cuando persiste el trauma sólo se puede recordar pero no crear, y te introduces en novelas con una prosa de enorme calidad, pero de algún modo sabes que son crónicas, que no vuelan porque tienen las alas rotas. Delibes ha hecho retratos asombrosamente hiperrealistas de nuestro país y de sus habitantes por dentro y por fuera, a menudo bajo la mirada incólume de los niños, nos ha dado la identidad, la nitidez de las provincias de interior, creo que no me equivoco al aproximarle a Antonio Buero Vallejo, aunque en la terrible contienda anduviesen en lados distintos. También Delibes sufriría censura después, también lloraría por el irracional abuso. Se quedaron aquí y buscaron la forma de decir las cosas y la encontraron porque la razón, dicen, no tiene más que un camino. Hay seres humanos que todos queremos hacer nuestros, que nos hacen sentir orgullo, que nos escriben y explican el verdadero significado del prestigio, que nos enseñan o recuerdan en qué consiste la dignidad, se me ocurren Gregorio Marañón, Severo Ochoa o el mismo Serrat sin ir más lejos.
Desde aquí os invito a que conozcáis la vida y obra de uno de ellos. Las novelas de Delibes han sido llevadas a la gran pantalla por muchos y grandes cineastas, por algo será.
Nos dejó en marzo del año pasado tras soportar una larga enfermedad, pero yo sé que murió de tristeza, ya no escribía, ¿para qué sin musa?, pero mientras pudo orbitar alrededor de Mari Ángeles fue marino, licenciado en Derecho y en la escuela de artes y oficios, entró como caricaturista en el periódico “El norte de Castilla” y con apenas 21 años ya ejercía como periodista tras obtener el carné a fuerza de estudios intensivos. Dentro del periódico se ocupó de la crítica cinematográfica y al mismo tiempo obtuvo la cátedra de Derecho Mercantil y dio clases en la Escuela de Comercio, escribió más de 29 libros y crió junto a su mujer a siete hijos. Al menos yo cuando me quejo pienso en seres como ellos que han sabido administrar tan bien su tiempo y me callo para a continuación tirarme de las orejas por floja.
Para que no me llaméis exagerada en las alabanzas puesto que de una ópera prima se trata, alegaré una pequeña objeción minúscula: en esta novela a diferencia de las otras 28 que escribió después sí que veo la pequeña inseguridad juvenil de rebuscar y florear el lenguaje de forma innecesaria, toda su obra posterior se caracteriza por la difícil búsqueda de la sencillez siempre al servicio de la historia. Como manía personal y subjetiva añadiré que detesto la expresión “inopinadamente” que a lo largo de la novela se salpica en exceso.
He pedido a los compañeros de la biblioteca que me reserven la película que sobre la novela hizo Luis Alcoriza para verla con el club. Ya os contaré.
Un abrazo y hasta el próximo encuentro.
Pili Zori
He pedido a los compañeros de la biblioteca que me reserven la película que sobre la novela hizo Luis Alcoriza para verla con el club. Ya os contaré.
Un abrazo y hasta el próximo encuentro.
Pili Zori
Me han gustado mucho las líneas que Pili dedica a Delibes y sus comentarios tan personales. Se nota la admiración y el respeto que siente por él y que yo personalmente comparto. Nosotros en nuestro club de lectura (Libropensadores), leímos el año pasado EL hereje. En general gustó bastante. Es una novela profunda, escrita con un vocabulario rico y que transcurre en una época de gran relevancia en España. Yo guardo un recuerdo especial de esta novela: fue la primera obra completa que leyó un miembro de nuestro club. Esta persona estaba orgullosa de haber terminado el libro y yo también estaba contenta por el esfuerzo hecho por esta señora (tratándose además de un libro que no es precisamente fácil de leer). Lo curioso y lo que más me sorprendió es que después de este libro leímos alguno más y a primeros de marzo, esta persona falleció repentinamente y a los pocos días murió también Miguel Delibes. Es una simple casualidad pero desde ese momento siempre que pienso en Delibes me viene a la cabeza Victoria y su ilusión por el aquel libro.
ResponderEliminarPili, sigue con tus comentarios.
Un besazo, Arantxa
¡Qué alegría me ha dado verte asomada por aquí!querdísima Arantxa. Gracias por enriquecer este pequeño espacio de independencia literaria con tu exquisita sensibilidad, aquí lo tenéis tú y tus compañeros para que dejéis vuestras impresiones y experiencias con los libros. Los que no pueden asistir a vuestro club se alegrarán de conocer vuestras interesantísimas opiniones. Recuerdo con mucha gratitud nuestro encuentro.
ResponderEliminarEs precioso el vínculo que se estableció entre Victoria y Delibes, la casualidad no existe. Ambos agradecerán tu hermoso y sentido requiem. Un abrazo para ti y un beso para cada uno de los compañeros que con tu permiso también hago míos. Pili Zori