"Ordesa", de MANUEL VILAS


He pasado el fin de semana junto a él, el autor, Manuel Vilas, los dos sentados, él en un cómodo sillón frente a mí y yo en el sofá con la manta sobre las piernas estiradas, escuchando su bonita y sosegada voz grave, me refiero a la exterior y pública, la que he usurpado de los vídeos que generosamente proporciona YouTube –como veis no hablo de una imagen literal, no le conozco en persona- y la he superpuesto a la íntima e interior que emerge de las páginas, y la sensación ha sido dulce; me ha gustado escucharle atentamente, sentir la conexión, quizá se trate de ese vínculo que te hace exclamar ¡es uno de los nuestros!, ¡y no reniega!; porque en el endogámico mundo de los escritores, el origen humilde crea una artificiosa aureola de leyenda debido al cambio de estatus que se produce gracias al mérito de la rutilante prosa que al parecer les rebautiza y eleva a ese olimpo de dioses con trato y jerga propia, pero Vilas no se inviste con esa corona, el chico de Barbastro va por libre y en su hermosa composición de fragmentos espirales y engarzados como una bella joya (hablo de la cíclica y megalítica espiral de la vida: nacimiento, muerte, renacimiento… la línea que se aleja del punto del centro para regresar a él, el dibujo que la naturaleza repite con insistencia en millones de criaturas y galaxias infinitas queriéndonos decir lo que sólo pocos pueden captar, que no hay origen ni final sino la reiteración constante de la energía) pues bien, en ese collar de arabescos destella el lirismo de lo cotidiano y su orfebre cuenta en el labrado que ha de mirar los precios, que el dinero sí tiene importancia, que compra en Día, que limpia y ordena su casa de alquiler -la que tuvo que contratar con bastante sacrificio económico tras su divorcio- que cocina para sus hijos cuando le visitan parapetados en los cascos y en el móvil, la vida cotidiana de clase media que contempla en el escaparate prohibitivo a quienes viven mejor y se pregunta por qué… Pero la novela no va sólo de eso, aunque me apetecía introducir el prolegómeno para explicar por qué he celebrado la valentía y sinceridad de un escritor que aún se siente de provincias aunque viva en Iowa gran parte del año, mientras otros se sacuden el olor de la dehesa como si fuera una caspa inmunda carente de pedigrí. Tal vez como justicia poética por dicha lealtad, la vida le ha regalado dieciséis ediciones sin más promoción que el boca a oreja.
Ordesa habla de la pérdida, del luto anímico, de la orfandad adulta, de la culpa, de la necesidad de amor, habla de tropiezos y caídas sin eufemismos, de abusos en la infancia, de infidelidades, de alcohol, de dolorosos desapegos, pero también de volver a ponerse en pie. Es una catarsis, una terapia, pero a la vez es omisión porque evita con elegancia y por respeto a quienes posiblemente no les guste estar en las páginas; intuyo su dilema, tiene derecho a su memoria aunque roce la de los otros y por ello hay varios atisbos en neblina -por los que asoma lo impronunciable- que dejan constancia al buen entendedor. Pero he de confesar que mientras el autor me lo contaba a través de su libro y yo le escuchaba conmovida me preocupé por las consecuencias que su exorcismo pudiese acarrearle con sus hijos, deseo que en la actualidad le hayan arropado con una capa de admiración y cariño porque aunque rima con armiño abriga más que dicha piel, y Manuel Vilas se merece ese calor dado que cualquier penitencia ya va incluida en esta confesión.
Tal vez Ordesa sea el afán imposible de reconstruir -con todas las piezas que faltan- las vidas de nuestros padres con su árbol completo, con las ramas y con cada una de las hojas para así poder sentir el fluido y la suma de esa savia consanguínea que al circular por los comunicantes vasos ¿nos da la identidad? ¿o nos entrega la vida?
La dolorosa perplejidad sobreviene cuando comprobamos que desconocemos muchos de los motivos que movían, que empujaban los actos, los hechos de nuestros progenitores, que ignoramos multitud de detalles, los de antes de que nosotros fuéramos concebidos, y también los de durante junto a ellos, y los de después cuando la célula se divide y cada mochuelo se va a su olivo para anidar, no sabemos lo que sentían, nos damos cuenta de repente de que el retrato es incompleto y esa certeza nos impulsa a precipitarnos al vacío, pero quizá no se trate de conocer pormenorizadamente a la persona querida sino de sentirla y vivirla en esencia, de respetar su misterio y de amar su compañía.
Los árboles se podan, algunas ramas se pierden y no importa porque regeneran y dan nuevos frutos.
Hay que aceptar que no podemos rellenar los huecos ni los silencios, que no podemos especular con la información que no poseemos, que no conocemos el final en el guion de la existencia en el que toda la humanidad participa y que tampoco sabemos si nuestro papel en el libreto es protagonista o secundario, pero sobre todo hay que admitir que cuando hacemos un réquiem en el fondo hablamos de nosotros mismos y no de los muertos, así de duro es el hueso que tenemos que roer: el ego, por tanto reconozcamos que dicho homenaje tan subjetivo también incluye el "ego te absolvo" hacia ellos y la demanda de su absolución para nosotros, asumir el reproche -sea merecido o no- garantiza el amor. Hijos y padres somos espejos, y hay que contar con que a veces sus reflejos no nos devolverán nuestro mejor aspecto, pero sí el cariño profundo e incondicional. Como ejemplos sirven Héctor Abad Faciolince con su novela "El olvido que seremos", "Carta al padre" de Franz Kafka, "Patrimonio" de Philip Roth, "La invención de la soledad" de Paul Auster... y así podríamos seguir con el bondadoso ajuste de cuentas que también dichos autores se hicieron a sí mismos cuando murieron sus padres. 
Sé que Ordesa no gustará a quienes no han pasado por el trance, a quienes todavía no han tenido que hacer el duelo, que la verán deprimente, y sin embargo es el canto primigenio al sol, a la esencia destilada en el matraz de la vida.

He echado de menos en la novela la reproducción de las conversaciones del protagonista con sus padres, juntos o por separado, aunque constata que las había, esa ausencia hace que en ocasiones los trazos sueltos resulten anecdóticos o excéntricos, que el relato peque de incomunicación, pero es una opinión personal naturalmente, porque la autobiografía es un desnudo anímico al que el autor debe ser fiel, y transmite el modo en el que el protagonista rumia sus zozobras en soledad.
Escribí una novela que todavía es inédita “Sin dioses que nos miren” que se hermanaría con la de Manuel y entonces sí que mantendríamos una conversación completa. De momento me conformaré con compartir algunas de las condensadas, sinceras, y vividas frases que contiene Ordesa, destilar belleza es el trabajo más desgarrado y difícil de un escritor, Vilas la alcanza incluso rasgándose vivo con zarpazos contra sí mismo.

"La pobreza te acaba envenenando con el sueño de la riqueza".
"El dolor no es en absoluto un impedimento para la alegría".
"De la amabilidad y la cortesía nace siempre la elegancia".
"Cuando más miedo tienes más sobrevives".
"Todos somos vulgares"·
"Te desvaneces con paz si dejas todo resuelto a los hijos".
"Hablar con mi madre muerta ¿es lo mismo?".
"Mi madre sí está porque yo soy ella".
"Me di cuenta de que valía la pena vivir aunque sólo fuese para estar en silencio".
"Mi padre no vio la casa de mi soledad".
"Mi madre no entendía el tiempo".
Y por último una frase fuera de la novela que le escuché: "Busca que lo recordado sea verdad".

Ha sido un placer conocerle a través de su escritura, Señor Vilas.
Un abrazo y hasta el próximo encuentro.

Pili Zori.