"Pastoral americana", de PHILIP ROTH

 Las primeras páginas son descriptivas y en ellas el protagonista está visto desde fuera, comienzan con una introducción que refleja una mirada exterior hacia quien fue el héroe de los deportes durante la década de los años cincuenta del siglo XX, toda la novela transcurre en la ciudad de Newark (Nueva Jersey, en el condado de Essex), y el hallazgo es ¡nada más y nada menos que Seymour Levov!, apodado el sueco por sus rasgos físicos, un adolescente rubio, guapo y alto, el orgullo del barrio. Hasta entonces la ufanía estaba garantizada con los muchachos y muchachas inteligentes de la comunidad de judíos norteamericanos que obtenían grandes logros universitarios, pero no en los deportes, y por ello el sueco fue una excepción muy celebrada. 

El destacado jugador constituyó una vanidad colectiva, paradójica porque el chico parecía un ario y quizá inconscientemente, los suyos sobrevaloraron la blancura, la estatura, la nariz pequeña y la rubicundez.

Pasadas varias décadas, Levov se pone en contacto con Nathan Zuckerman (alter ego de Philip Roth) -escritor criado en la misma zona- para que redacte un homenaje sobre su padre que acaba de morir. ¿Era eso exactamente lo que quería?

El encuentro no es como esperaban y ambos retroceden, el escritor tal vez porque su curiosidad iba buscando la imagen idolatrada de su adolescencia para tener ahora el privilegio de estar cerca ya que entonces no pudo y retratar al mito en plano de igualdad con el deseo morboso de adentrarse en esa exclusiva, pero sólo contempla al campeón de su infancia y no sabe ver al hombre, y a su vez, el antiguo atleta y hoy dueño de la empresa artesana de guantes heredada de su padre, también recula porque finalmente intuye que el escritor no sería un buen depositario de su historia, ¿por qué? el lector decide. 

¿Decepción mutua al malgastar la oportunidad de esa comida con lugares comunes, fotos de cartera familiares y anécdotas superficiales? 

Philip Roth se limita a crear la atmósfera de la escena, y en el subliminal, en lo sugerido entre las líneas, quien lee deduce que probablemente, en el fondo, el deseo de Levov por contactar con el escritor que perteneció a su barrio, a su comunidad, se debió a que no quería llevarse a la tumba su triste y complicada historia, pero al advertir que lo que su interlocutor quería satisfacer era la necesidad de conservar al ídolo idealizado desistió. 

¿Desahoga abrirte y contar a otro tus zozobras o después es peor?, la confesión no siempre alivia, y a menudo vulnera. 

En cualquier caso -pido perdón por el inciso-, como afirmo en otras ocasiones, mis conjeturas son subjetivas, cada lector hace suyas las novelas añadiendo epílogos propios. Como siempre se ha dicho: La literatura es el arte de lo ambiguo, y es en ese territorio en el que quien lee agrega sus conclusiones.    

Zuckerman que ha vivido fuera del condado durante muchos años, desconoce el declive y las desgracias que han rodeado la existencia de este hombre hasta aniquilarlo: 

Si el escritor hubiera sabido que la única hija del sueco se radicalizó con apenas 16 años convirtiéndose en la terrorista que puso una bomba en la estafeta de correos y como consecuencia del atentado murió un médico profundamente querido por la comunidad, pues... 

Tras archivar la petición del réquiem por el patriarca y olvidarla, más adelante Nathan Zuckerman conocería -de forma casual tras formular las manidas preguntas de cortesía- las adversas circunstancias que truncaron la vida del “héroe” en la reunión del cincuenta aniversario de antiguos alumnos de instituto, Jerry Levov, se las transmitiría después de comunicarle que su hermano había fallecido. 

A partir de ese instante el escritor lamenta haber menospreciado la oportunidad de conocerle y se arrepiente de haber considerado que era un tipo simple y sin interés, y como compensación comienza a reconstruir -con las confidencias que Jerry le entrega- la desolada vida dedicada a la lucha constante e infatigable por comprender y recuperar a su hija, escudriñando con sentimiento de culpa cada palabra, cada acto hacia ella desde su nacimiento para buscar en sí mismo la procedencia de la causa, con la latente y eterna pregunta de muchos padres: ¿qué hemos hecho mal? 

Philip Roth eligió un punto de partida difícil, un tema incómodo para el lector: el de ¿cómo se sienten los progenitores y familiares de un terrorista?, y a su modo nos pregunta ¿qué harías si te sucediera?

Al escuchar las palabras de Jerry, más profundas y críticas, el relato cambia por completo y la mirada hacia Seymour se vuelve introspectiva, y partiendo de ese lugar anímico vamos conociendo las vicisitudes del protagonista y cómo éstas le afectaron desde el esplendor del “sueño americano cumplido” hasta convertirlo en un hombre destruido.

Roth aprovecha para abrir plano y desde la vida privada de los Levov realiza una semblanza que retrata un tiempo que no volverá y lo somete a análisis e interrogantes, veremos las conversaciones que se planteaban en las comidas familiares, en las reuniones de amigos, el papel de la televisión tan sensacionalista mostrando horrores, autoinmolaciones a lo bonzo, las manifestaciones masivas de las calles, la tristeza e inadaptación de quienes volvían de la guerra de Vietnam… Nada volvió a ser igual.

El autor usa como telón de fondo ese tiempo de turbulencias, de nuevas líneas de pensamiento, de indumentaria, de música… Toda esa revolución contracultural sobrevino en las décadas de los años sesenta y setenta del siglo XX, Occidente cambió, y se tambaleó el sentimiento de triunfo y prosperidad que hasta entonces habían tenido los norteamericanos, y como detonantes Roth nos señala el asesinato de John Fitgerald Kennedy y la guerra de Vietnam, y como no hay dos sin tres me atrevo a adjuntar el atentado catastrófico de las torres gemelas en el 2001, aunque éste no entra en el libro. Conocieron la fragilidad, se volvieron vulnerables.

A partir de esos puntos de inflexión la política exterior de los Estados Unidos fue cuestionada desde todos los ángulos y la imagen impoluta de la nación desapareció. 

Seymour Levov, el protagonista, a mi juicio era un americano medio que pertenecía a la siguiente generación que procedía de familias de inmigrantes llegados a lo que concibieron como la tierra prometida huyendo del nazismo, y en ese edén prosperaron. 

El sueco estaba tan orgulloso y agradecido por ser norteamericano que se hizo marine por patriotismo, pensaba ingenuamente que él y todos los militares iban a luchar a otros países para ayudar, para liberarlos, más tarde se supo que la CIA aupó dictaduras e intervino en derrocamientos, pero el sueco era el joven que heredó la fábrica artesana de guantes de su padre, con el concepto judío tan arraigado del trabajo bien hecho, el que jamás puso en cuestión la autoridad paterna, el que se casó con la chica más bella del Estado, Miss New Jersey, y con ella tuvo a su hija cuyo único problema -sin importancia para él- era su tartamudez y esa tendencia a engordar que la distaba de la belleza de sus progenitores. 

En resumen, era el hombre feliz que junto a su adorable esposa había creado una familia acomodada tan bonita como las que se veían en el cine y la televisión, herramientas de propaganda inigualables.

Sin embargo cuando nos adentramos en la letra pequeña podríamos decir que a diferencia de su hermano Jerry que se desentendió de los planes de su impositivo padre para ir en pos de los suyos convirtiéndose en un afamado cardiólogo en Miami, Seymour siempre fue conformista y adaptable como esas personas capaces de ser felices con lo conseguido y de pensar que todo lo que hacen es decisión propia aunque se hayan adaptado a los deseos de los demás, y se alegran de ser continuadores de la saga y de que sus trayectorias vitales coincidan con las expectativas familiares o con las del orden establecido, es decir: gentes que siempre van a hacer lo que se espera de ellos, cuidadores que buscan el bienestar de los otros olvidándose del suyo, conciliadores que evitan conflictos, que median…  

Pero el momento del tambaleo llegó y se cayeron todos los palos del sombrajo. 

De pronto vemos como las ideas de su hija confrontan con las suyas, como la esposa tras el atentado cae en depresión y él recibe de ella reproches inimaginables que soporta estoicamente. 

Cuando su mujer, Dawn levov, se recupera decide ponerse en manos de un cirujano estético para borrar así todo el sufrimiento reflejado en su rostro, y mientras Dawn rompe en su interior con su hija y da la espalda al pasado -ese tiempo que Seymour adoró- él continúa esperando a Merry, su pequeña, buscándola. 

Pienso que cuando alguien hace siempre lo que debe y no lo que quiere la persona se diluye y ya no sabe cuál es su esencia.

Todas las creencias del positivo Seymour se vienen abajo, observamos que la pareja en realidad no tiene conexión, que ya no comparten los mismos deseos como él creía, y que la triste e irónica realidad es que está construyendo una nueva casa para que su esposa y el arquitecto vivan felices y coman perdices en ella.

Me pregunto ¿por qué somos un misterio incluso para nosotros mismos?, ¿por qué no sabemos ver a las personas por dentro y en un momento determinado nos convertimos en extraños para el otro?

Philip Roth no deja títere con cabeza, en la novela son reconocibles aquellos intelectuales de salón supuestamente progres y esnobistas despectivos de ese tiempo, la aprovechada Rita Cohen que se queda con el dinero de Levov -destinado a conocer el paradero de su hija- tras permitirse el lujo de juzgarle como empresario explotador… 

En fin, Roth llega hasta la caricatura en sus críticas contra los malos resultados de aquella revolución y en este punto el lector se empieza a preguntar si su actitud era reaccionaria puesto que muchos avances y cambios en honor de la verdad y la justicia se produjeron en la izquierda pacifista de aquel tiempo de terrible segregación racial. 

La novela rezuma nostalgia, pero ¿de qué?, ¿de otra realidad anterior a esa época?, ¿acaso existió?, ¿o era un espejismo ilusorio?, ¿eran vidas estereotipadas que estaban dentro de burbujas como pompas de jabón? 

¿Cuánta parte de verdad o de mentira queda tras los análisis de la historia? Es fácil juzgar aquella etapa de ideales y utopías cuando ya conoces los fallos que se produjeron y nos volvemos miopes frente a los aciertos. 

Por otro lado la novela también retrata la otra cara de la moneda: el barrio marginal que en épocas pasadas fue próspero, en el que malvive su hija. Los dos mundos de un mismo país que distorsionaba su imagen para vender la edulcorada propaganda de su cine a lo Doris Day y Rock Hudson actor y actriz que curiosamente en la trastienda también tenían vidas muy distintas a las que interpretaban, y es que el sol no se puede tapar con un dedo, y las falsas apariencias tarde o temprano caen. 

No olvidemos que aquel mundo dividido sufrió la caza de brujas del macartismo, y que la estela fue y sigue siendo feroz. 

No es bueno estar en la inopia, pero tampoco es malo sentir cariño por Seymour Levov que no hizo ningún daño al creerse el sueño americano e intentar vivir en él. 

La literatura no tiene que ser proselitista ni panfletaria, incluso cuando es social, y siempre sirve para comprender aunque no compartas. 

Que yo no esté de acuerdo con el modo de pensar político de Mario Vargas Llosa no me impide valorarle como el extraordinario escritor que es. 

Pues lo mismo me ocurre con Roth y por igual razón, que Seymour Levov adquiera una conciencia tardía sobre las desigualdades e injusticias que hay a su alrededor tampoco me imposibilita para quererle por sus rasgos de nobleza incorruptible, aunque me decepcione a ratos y por partes que aquí ninguno se va de rositas, quién esté libre de pecado que tire la primera piedra, ni tengo por qué identificarle con su creador. 

Philip Roth está considerado uno de los mejores escritores del siglo XX y de la primera década del XXI no sólo de Norteamérica sino del mundo, por algo será. 

Está bien discutir, discrepar con el autor y con sus personajes y mirar la vida de forma poliédrica para no dejarte ninguna faceta sin ver porque sólo así podrás generar tu propio criterio. 

Estados Unidos es una nación muy grande y compleja y no seré yo quien la juzgue a la ligera.

Sólo añadiré que el mundo marginal está tan abandonado a su mala suerte que una terrorista se puede refugiar y esconder en él sin ser encontrada y detenida jamás.

Un abrazo y hasta el próximo encuentro.

Pili Zori

EXPATRIADAS, serie de TV

 Triste, dramática, bella en su tragedia. 

Extraordinaria.

No sé por qué proliferan tantas series cuyo tema principal es la desaparición de un niño, tal vez la parabólica colectiva esté queriendo enviarnos un mensaje, un S.O.S. sobre nuestra vulnerabilidad como humanos sin recursos para afrontar esa clase de dolor e intenta avisar, mostrar e interrogar sobre como nos sentiríamos y cómo cada uno de nosotros afrontaría dicha desgracia que no permite cerrar el duelo por la esperanza de volver a encontrarle. 

Expatriadas despliega las vidas cruzadas de todos los implicados, los sentimientos de culpa, el por qué hice esto y no aquello en esa milésima de segundo o todo lo anterior... mientras que los otros hijos, los hermanos, también frágiles necesitan algo imposible: que como madre salgas de tu dolor para entregar vida y alegría a su desarrollo, a su derecho a la existencia, a la visibilidad, a no ser pospuestos. 

Mientras tanto los amigos también viven sus propios dolores que a veces confrontan de forma inevitable. Finalmente las piezas y las actitudes se colocan, la esperanza persiste, la ira se disipa y la vida sigue siendo vida y resurección de ave Fenix, y la búsqueda se reparte con roles que encajan entre sí y que son comprensibles: uno de la pareja cuida a los otros hijos y la otra sigue buscando a tiempo completo.


En la serie también subyace una ambivalencia de sentimientos sobre la relación "criadas y señoras", ellas que conocen las camas revueltas, todos los secretos y zozobras ¿son familia?, tal y como está repartido el mundo parece imposible cambiarlo, y la linde invisible en apariencia marca barrera, frontera... El dinero manda hasta el punto de obligarte a cuidar a los hijos de otros para poder alimentar a los tuyos desde lejos. A ellas, las cuidadoras no consanguíneas, también las expatrian.

El sentimiento de extranjería se vé con crudeza en cada capítulo, no sólo el idioma y las costumbres impiden la comunicación, también existe el rechazo ¿de ida y vuelta? La serie propone un buen tema para debate en este grano de arroz en el universo que es nuestro pequeño planeta.

Tal vez vivamos enmascarados por necesidad de supervivencia y por ello la literatura y el cine se encargan de quitarle la careta a nuestro mundo para adentrarse en el interior de cada uno de nosotros, tan perdidos a veces, tan a la deriva.

Demasiado a menudo las personas han de convivir con dolores insufribles, y aparentar que todo sigue en orden.

Admiro la generosidad de los actores que prestan alma y cuerpo con sus herramientas más delicadas: los sentimientos, pensamientos, emociones, catarsis..., no me extraña que todos ellos pasen por psicólogos y psicoterapeutas para no quedarse atrapados, abducidos, destrozados como están los seres que interpretan. 

En el caso de las actrices y actores de esta serie tuvo que ser durísimo el punto de partida tan incómodo, la dificultad para conseguir el desarrollo de todos ellos, cada uno en su papel, y la vinculación entre sí, y es que para bien y para mal no estamos solos y todo cuanto ocurre nos repercute individual y colectivamente y por ello es bueno saber, conocer, comprender.

Deseo que estéis muy bien. Y si no lo estáis decidlo porque aunque no se pueda hacer demasiado, al menos escuchar y sentirse comprendido ayuda a eliminar la soledad, y regala conocimiento del otro y eso en sí mismo ya es mucho. 

Un abrazo.

Pili Zori

IN MY SKIN, serie de TV

 O el amor incondicional de los hijos, añadiría yo como subtítulo.

Los roles invertidos, cuando los hijos ejercen de padres,

¿Quién cuida a los que cuidan?

¿Quién defiende a los seres indefensos?

A veces tengo la sensación de que mi radar o mi parabólica se orientan en una misma dirección sin que intervenga mi voluntad y como he dicho en otras ocasiones, los libros y las películas hablan entre sí, debaten, discuten, preguntan y a veces, sólo a veces, responden en esa especie de orden natural y subterráneo cuyas leyes desconozco.

En el club de literatura al que pertenezco últimamente escucho a algunos de mis compañeros decir con frecuencia -al hilo de las novelas que vamos leyendo- que si las personas han sido maltratadas durante su infancia cuando son adultas se vuelven maltratadoras, siempre me apresuro a discrepar de dicha sentencia aplastante cuando surge el tema ya que conozco muchos casos en los que precisamente por la mala experiencia vivida esos críos le enmendaron la plana al destino y se convirtieron en jóvenes sociables y bondadosos y en padres y madres llenos de amor y empatía además de ser respetuosos con los hijos y su entorno.


En nuestro país y durante nuestra generación, la de los que ya tenemos seis o siete décadas a la espalda, estaba institucionalizado sacar la mano a pasear, en las casas -salvando las dignísimas excepciones como es natural que también eran muchas- en los colegios, en las clases particulares... y hasta el presidente de la comunidad de vecinos se quitaba el cinturón por menos de un pito si te veía subido o encaramada a un árbol, o haciendo más ruido al jugar del que su siesta admitía, ya se sabe: dale una gorra de plato a un "atontao" y creerá que gobierna el mundo.  

Recuerdo una película en la que una niña que había sufrido abusos, le decía a su abogado: "No quiero declarar porque no deseo ser reconocida o señalada para el resto de mi vida por esa causa".

Por ello es importante no estigmatizar, ni sentenciar o hablar en términos absolutos para no añadir además vergüenza a la pena, y silenciar así a quienes sufren contra la tan venerada "normalidad" confundida a menudo con la uniformidad, todos somos seres diferentes y únicos y ello no nos impide encajar y ser uno más en el enriquecedor conjunto.

Las palabras que la protagonista pronuncia al final de la serie In my skin están plasmadas para enmarcarlas por liberadoras y justas y porque son la llave que abre las puertas del horizonte y del porvenir. Todos los delitos prescriben, el cielo se despeja y el sol sale por la mañana y cada día la vida vuelve a comenzar.

Por otro lado y como ya he dicho en otra entrada no basta con comprender las causas -el cine y las series de calidad se están desgañitando para avisar, para mostrarlas a voces- hay que tomar cartas en el asunto, y solucionar los problemas de familia cuando entran en ella el alcoholismo, las adicciones o la enfermedad psíquica, y hacerlo sin juzgar, sin despreciar, sin humillar y sin morbosidades, en resumen: sin maldad, sólo así los aquejados podrán curarse, o al menos mantener a raya a los demonios.

Los actores de esta serie británica -viene una calidad artística apabullante de allí- actúan con tantísima naturalidad, que es asombroso el nivel de credibilidad casi de documental que obtienen, no me extraña que se hayan llevado los premios más presigiosos.

Podéis verla en Rtve play, un cofre de tesoros para mí.

Deseo que os guste o que os sugiera ideas y reflexiones interesantes.

Un abrazo, cuidaos mucho.

Pili Zori.

RICHARD JEWELL, película de Clint Eastwood

 ¡¡¡¡¡Qué peliculón!!!!! 

Cada día estoy más convencida de que Clint Eastwood es un espíritu absolutamente libre y que su bandera no distingue colores, adscripciones o seguidismos, la que él ondea y enarbola es la que lucha contra la injusticia, y no es maniqueo ni escatima los matices,  y eso que -como he dicho en otras ocasiones- cuando era él joven, cuando lo éramos los dos, no resultaba santo de mi devoción al interpretar aquellos personajes tan machistorros, y chulescos. Pero en la madurez madurísima, tan brillante y elocuente que tiene imagino que se dice: A mi edad las explicaciones sólo me las debo a mí mismo, quien me comprenda pues adelante y quien no pues que apague y encienda otra cosa, pero no busco la aprobación de nadie ni su beneplácito ni necesito complacer. Este es mi trozo de acera y lo barro a mi modo.

¡Qué intérpretes! tan bien elegidos, sublimes todos ellos en sus cortas o más largas apariciones, qué lujo sería ver cómo les da las pautas, y el protagonista principal Paul Walter Hauser, en su papel de Jewell está para descubrirse una y mil veces. ¡Qué grande! y no me refiero a su físico que también acompaña en bondad enorme. 

En fin, no enumero al elenco porque en la carátula aparecen todos y podéis buscarlos y deleitaros de forma más pausada en internet.


El guión es de Billy Rai, Eastwood tiene un ojo clínico incomparable para rodearse de los mejores, es muy instintivo para formar equipos. Si buscáis la filmografía de Rai entenderéis por qué lo digo, aquí no me quiero extender, de Clint ya hablé largo y tendido en la entrada que le hice en mi blog comentando Gran Torino, de todas sus películas es mi favorita hoy por hoy, creo que en ella depositó su legado, es un hermoso cofre que atesora sus principios y confesiones, magistral y conmovedora a niveles de hondura profundísimos. 

Retrata tan fidedignamente el corazón de los Estados Unidos a través del paisanaje, que intuyes el iceberg de historia que lo sostiene. Me recuerda al escritor Jonathan Franzen, no por el estilo, ni por la semejanza, no se parecen en el modo de narrar, sino por la manera de comprender a su país, en especial El Medio Oeste, y de describirlo a través de las actitudes con las pinceladas justas y bien escogidas, sin caricaturizar, amando y criticando a los suyos desde dentro como sólo le está permitido hacerlo a la familia. 

Eso sí, la llorera y la rabia no hay quien os las evite, hay ciertas personas trepadoras, brutalmente egoistas que van dejándo cadáveres por el camino, y son muy difíciles de perdonar, aunque las lágrimas de la periodista traten de redimirla, al igual que el odioso agente del FBI junto a los compañeros que se prestaron a manipular, engañar y aprovecharse de ese niño grande que los admira con fe inquebrantable y sin fisuras, abusones maleados y sin escrúpulos que no tienen perdón. Por suerte en esta historia biográfica Richard Jewell se cruzó en el camino de dos ángeles de nuestro tiempo: un abogado y su secretaria -no sé  si también era pasante- que supieron ver con claridad la corrupción para ayudarle. 

Para que la veáis tranquilos os anticipo que el final es precioso y produce mucha satisfacción. 

Está en H B O por si queréis entrar a verla.

Un abrazo