En el Ensanche de Vallecas hay más niños que escuelas

El Ensanche de Vallecas, visto por unos ojos forasteros, huele a vida y a futuro, notas esos aromas al aproximarte porque cada uno de los edificios es distinto al colindante, por tamaño, silueta o color… ningún anciano podría perderse en toda la zona ya que el tono verde hierba de una de las construcciones es un faro de orientación sobre el asfalto, al igual que otro naranja… tampoco los niños se extraviarían.
No hace falta ser entendido en arquitectura para comprender que el diseño fue pensado por y para el bienestar y la convivencia (os remito a una interesante película titulada “El arquitecto” en la que ocurría todo lo contrario dado que la construcción creaba infelicidad, hasta ese punto es responsable el constructor de moradas que sólo se implica en la estética).
El inmueble que mejor conozco para mí tiene forma de gran crucero, con sus ojos de buey señalando camarotes, en realidad pequeñas viviendas o grandes apartamentos, según se mire; el enorme barco anclado, o varado -como más os guste- tiene su alberca en el medio y un alrededor en forma de plaza, con columpios, bancos, baños comunes, soportales, una especie de local social -con gran mesa y sillas- que previo aviso -para no solapar- permite la celebración de cumpleaños o eventos… De modo que resulta inevitable que en ese rodeo interior diario flanqueado por los pisos terminen conociéndose todos los vecinos.
El primer sentido que se activa es el oído y el sonido de los niños, con pelotas, carritos de bebé, motos y bicis sin pedales… lo llena. En otros barrios más antiguos ya sólo escuchas el eco del recuerdo, salvo por la llegada de nietos irrumpiendo en el aire para hacerle agujeros con los gritillos agudos y desinhibidos en lengua de trapo. Pero lo más sorprendente son los retazos de conversaciones que atrapas al vuelo: “No cojas el cubito de Javi, debes pedirle permiso primero”. Los juguetes yacen libres y seguros por todas las zonas de arena y columpios o descansan sobre la hierba, como mucho se teme que los nenes extravíen alguno porque luego lo echarán de menos convirtiendo la cena y el baño en una serenata, pero ninguno se lleva los que no son suyos aunque sí los comparten.
Sus padres son jóvenes, altamente cualificados con independencia de que hayan podido ejercer o no sus profesiones. La mayoría trabaja hasta la extenuación -en lo que puede- por sueldos precarios, y con los dos salarios apenas consiguen lo que antaño se consideraba una paga digna.
Compraron su hogar cuando más caro estaba, pensando que los empleos serían estables y ubicados en el mismo lugar de por vida, y así quedaron atrapados por la hipoteca, ella se comerá los viajes de juventud a los que sin duda tenían legítimo derecho, cenas de aniversario que no obstante celebrarán dentro de casa -como es natural no hablo de todos, pero sí de muchos-. Cultivarán la amistad y las relaciones por wasapp porque entre pañales, biberones, papillas, y transiciones, metros, autobuses y trenes ¿dónde queda el hueco si no?, y encima los que andamos a ritmo cómodo tendremos la desfachatez de tildar de adicción el tecleo.
Cerca de la casa un generoso trozo de campo, que inmensamente compasivo cubre de amarillo y malva lo que iba a ser jardín, les da la bienvenida al salir de la boca metropolitana. Pero aunque lo del parterre fue otra promesa que no se ha cumplido, no importa porque las flores silvestres siempre son muy celebradas en Madrid.
El problema viene ahora. tras este bucólico canto habréis notado un olvido: ¡El colegio!
No es un descuido, había dejado la puñalada trapera para colocarla en el centro de esta historia, pequeña e irrelevante para otros, de suma importancia para ellos:
Frente al edificio con forma de crucero hay un flamante colegio público diminuto que paradójicamente los vecinos han visto construir hasta hace relativamente poco tiempo, y lo mismo ocurre con los demás, escasos y atascados en lo que ya constituye una ciudad: -El ensanche es una gran urbe dentro de otra- incluso los concertados rebosan niños casi superpuestos. Aproximadamente mil criaturas necesitan escolarización, chiquillos y chiquillas que figuran en el censo, ¿por qué no se ha previsto  ni asociado a las plazas de colegio dicha lista de padrón?, no lo sé, pero han tenido tiempo de sobra para añadir o ampliar incluso sobre la marcha.
Los nacidos en el 2014 son pequeñetes, algunos cumplirán los tres años a punto de entrar en el cole; y ¿qué van a hacer con ellos esos padres, hipotecados, teletransportados, y extremamente atareados, por decirlo de forma eufemistica? Hablamos de Madrid y salirse del área a la que se tiene derecho y prioridad supone levantar a los hijos de madrugada, cuando bastaría con cruzar la calle. No se trata sólo de habilitar un viejo inmueble, ya he dicho en renglones anteriores que son padres altamente cualificados, no “aparcaniños” como a veces tienen que oír; y saben lo que quieren y lo que sus hijos necesitan; los trabajos les han llevado hasta allí, y no todos los abuelos viven en la misma ciudad, tampoco los sueldos dan para nurse… y por ello desean a priori conocer el sistema educativo, la hora del comedor...  para saber a qué atenerse -todos tenemos la certeza, a estas alturas, de que la conciliación familiar es una milonga- algunos tendrán que reducirse el horario de sus jornadas laborales y aun así llegarán a la salida de la escuela echando el bofe.
Tengo la sensación de que ante las reivindicaciones o reclamación de los derechos, o simplemente del sentido común, los estamentos o instituciones interpelados de inmediato se ponen a la defensiva y se acorazan como un bunker sordo que se limita a amontonarlas frente a la puerta en burocráticos paquetes y por orden de caída, y cuando se llama a dicho portal para ver cómo va el asunto, la respuesta suele ir revestida de orgullo o de soberbia como si la legítima demanda constituyera en sí misma una afrenta. Y es que no escuchan: ¡¡¡¡Símplemente en El Ensanche de Vallecas hay más niños que escuelas, y hay que solucionarlo sí o sí !!!!
Yo puedo aportar poco, por ello me limitaré a invitar a quien corresponda, a que se aleje del despacho y sus inquinas y le daré un empujoncillo cantando por Gabriel Celaya “¡A la calle que ya es hora de pasearnos a cuerpo!” y le pediré que vaya en metro desde el centro para comprobar cuanto se tarda, y que al apearse, por fin, vea el atardecer de El Ensanche que sin duda es único e inigualable, y que en cualquiera de sus placitas o patios interiores, pregunte, escuche, anote, o simplemente transcriba -porque el trabajo sin duda se lo darán elaborado- que vea esos rostros tan jóvenes y tan angustiados, heroicos y con tanta ausencia de vanidad, mientras los nenes juegan, y que extienda la cinta métrica para seguir ensanchando El Ensanche con la enseñanza y los buenos enseñantes y entonces la satisfacción por lo bien hecho estará garantizada. Sólo añado que no busque colores concretos porque allí están todos, hasta dentro de las familias los hay distintos. Y que trabaje para la gente, para toda la gente unida por el cordón de las mismas ilusiones y las mismas penas. Porque no se merecen el miedo y la incertidumbre que están pasando en una población que tanto y tan bien huele a futuro.

Pili Zori