"Suite francesa", de Irène Némirovsky

Me he planteado diferentes maneras de afrontar esta novela, desearía separar toda la carga emocional y el peso que conlleva el trágico fin de la escritora, la potencia de su biografía y el tiempo histórico en el que le tocó vivir y morir, para que no influyan en el análisis, pero es difícil sustraerse.
De entrada he pensado que debería leer alguna obra anterior de Irène Némirovsky puesto que “Suite francesa” no pudo acabarla, pero después me he dicho que para comentar los libros de otros escritores no he sentido la necesidad de conocer sus narraciones precedentes, así que aunque todo se me mezcle en este caso, intentaré matizar con el ánimo de ser justa y no parecer ambigua ni contradictoria, y confío en que vosotros me ayudéis a colocar las piezas para que todo quede en su lugar.
Esta vez sí que es verdadero, y no recurso literario, el hallazgo del manuscrito encontrado. Gracias a Julie Dumot podemos leer esta novela. Dumot fue la extraordinaria mujer que puso a salvo de la persecución nazi a Denise y Babe, -las hijas de Irène Némirovski y Michel Epstein-, y conservó el grueso cuaderno que años más tarde Denise, la mayor, mecanografiaría con ayuda de una lupa porque su madre tuvo que escribir su borrador con letra diminuta para ahorrar papel y tinta por razones obvias de escasez y dificultades-. Tras la transcripción, Denise donó el trabajo de Irène al Instituto de la memoria de la edición contemporánea. Por suerte, el ordenador lo rescata, y en 2004 ve la luz “Suite francesa”, la novela que iba a constar de cinco partes, si su malograda autora hubiese sobrevivido.


Tanto el prólogo de Myriam Anissimov, como el epílogo resultan escalofriantes. El epílogo lo forman las anotaciones de Irène, y un epistolario. Es un privilegio poder leer sus métodos, su forma de componer, de estructurar…, el ritmo y el tono que buscaba, el trasfondo de lo que quería transmitir, todo lo que tenía pensado para sus personajes protagonistas… el magma de grandes autores rusos, maestros bajo su piel. Y después viene el conjunto de cartas con las desesperadas súplicas que Michel Epstein, el esposo de Irène, lanzaba a amigos y personas influyentes para que le ayudasen a encontrar a su mujer, sin saber que había sido enviada a Auschwitz. Es tan doloroso leer y ver en esas misivas cómo Michel Epstein se siente obligado a justificar que su familia se convirtiera al catolicismo, como explica, sin tener por qué, que Irène tuvo que huir con los suyos tras la revolución bolchevique dejando atrás bienes y fortuna; es tan duro ver cómo indica que se pongan en contacto con una amiga que es probadamente aria para que dé referencias; tan penoso mirar como escarba en retrospectiva la obra de su mujer, una escritora de enorme prestigio, para buscar posibles párrafos que pudieran parecer sospechosos de adhesión bolchevique; es tan triste su desesperación por salvarle la vida, por intercambiarse por ella… sabiendo como hoy sabemos que el enemigo ni siquiera iba a reparar en el examen de sus trayectorias y que le bastaba con que los perseguidos fuesen de origen judío para amontonarlos sin escalafones ni categorías; es tan horrible contemplar su autovejación sabiendo como sabemos desde el prólogo que tres meses más tarde también él sería asesinado, que el respeto me bloquea y en cierto modo me silencia y me amordaza. Pero debo remontarlo y dicho respeto no puede impedirme expresar mi opinión sobre el libro hoy, con toda la perspectiva que me da el tiempo, aun a riesgo de pecar de insensibilidad y ligereza.


Al parecer, Irène era muy crítica no sólo con la clase social a la que pertenecía, -la alta burguesía ilustrada-. Acotando con otros datos de su biografía vemos que dentro de dicha clase era todavía más afilada con los judíos europeos, “los suyos” como ella misma los nombraba, pero entre la autocrítica y el desprecio hay un espacio grande, además de antagónico. Así que prefiero pensar que las observaciones de Irène Nemirovsky tenían que ver más con la autocrítica constructiva que con un incipiente antisemitismo, porque tendría narices el asunto, y la trágica paradoja estaría servida.
En este punto conviene recalcar que nosotros sabemos lo que ocurrió después, pero ellos, los invadidos, desconocían las atrocidades que se iban a producir, así que no es extraño que nos asombremos si captamos entre líneas atmósferas y actitudes favorables hacia aquel taimado enemigo, tomar partido a posteriori es más sencillo. Y no estoy justificando, sólo explico, puesto que hubo resistencia francesa, y aunque no fue tanta como la historia nos cuenta, la poca o mucha merece su lugar de honor. Pero sí confieso, aunque sea políticamente incorrecta, y que ella me perdone, que he leído la novela poniendo a la autora bajo sospecha en muchos tramos. Todavía nos queda como asignatura pendiente entender por qué tantas personas se dejaron subyugar por una moral y una estética que creyeron superiores a las suyas y no escarbaron debajo.


Estamos acostumbrados a los iconos del cine, y a que nos cuenten la segunda guerra mundial casi a vista de pájaro, en global, y la autora hace todo lo contrario: detalla y baja la mirada hasta colocar la lente en el hormiguero social y escoge, -en la primera parte titulada “Tempestad en junio”-, el éxodo de tres familias de la alta burguesía parisina, con la de los Pericand, compuesta por la madre, sus cinco hijos y el abuelo, nos muestra como la señora Pericand practica “la caridad”, aunque en el transcurso del periplo irémos viendo la parte endeble de sus convicciones. También están los Michaud, padres de Jean Maríe el muchacho que lucha en el frente. El Sr. Michaud sale de París con su mujer porque ha de abandonar el puesto de trabajo que tenía en el banco. Y después viene la pareja formada por Corte y Florence, Corte es un escritor ególatra y trasnochado que vive de las reminiscencias de sus éxitos pasados, a la autora le dará mucho juego para establecer el contraste entre un mundo que se acaba, con su corriente de pensamiento y otro que comienza. Así es como la escritora va creando masas compactas de estratos sociales para unificarlos, y las coloca en un mismo camino para poder compararlos, ricos y pobres en definitiva, de ese modo nos hace entrega de la crónica, detallada a pincel fino, de sus luces y sus sombras, de sus grandezas, pocas, y sus miserias mucho más abundantes. En este tramo el enemigo es una presencia latente que todavía no ha aparecido en escena.
En la segunda parte, “Dolche”, ya vemos como los Laboire, Las Angellier, Lucille y su suegra, los Benoît, los vizcondes… conviven y alojan, por obligación, en sus casas a soldados y oficiales alemanes, que son presentados como gente amable y refinada de la que es lógico enamorarse, la única resistencia la opone Benoît y más por celos y rencilla personal que por ideas, qué casualidad que el único personaje que mata a un enemigo sea alguien con pasado político de izquierdas, y qué casualidad también que la suegra de Lucille sea presentada como una mujer rencorosa y cerrada, parece, y lo digo irónicamente, que el detalle de tener a su hijo preso se mitiga con el de que éste le era infiel a Lucille, y digo yo, ¿qué tendrán que ver las churras con las merinas? De verdad que me esfuerzo por ser justa, pero reitero de nuevo, sabiendo lo que hoy sabemos, es lógico, que a veces la novela me parezca tendenciosa, y que sin poderlo evitar me ponga en la postura de esa madre preocupada por su hijo que ve como su nuera tontea con el ocupa alemán delante de sus narices y en su propia casaen su propia casa, como si de un romance de verano se tratase, mientras su hijo podría estar pudriéndose en un campo de exterminio. Naturalmente entiendo que en esa parte en concreto la novela está contada bajo el punto de vista de Lucille, la esposa desengañada que sabe que su marido antes de que fuera apresado tenía amante fija en otra ciudad, y por tanto puedo comprender a esos dos personajes femeninos en todos sus roles: a la señora Angellier como mujer, madre y suegra, y a Lucille también como mujer, en primer lugar, como nuera despechada y despreciada, y como esposa con derecho a ser amada. Sin embargo, y sin querer entrar en contradicciones como os decía al principio, en otros momentos de mi debate interno con el libro, elimino reservas y suspicacias y pienso que la autora símplemente se limitaba a plasmar la atmósfera real que se respiraba sin tomar partido y entonces he de recordarme otra vez con fuerza que ella aún no sabía que existían lugares como Auschwitz ni las barbaridades que allí se cometían, y que su intención fue la de mirar a seres humanos frente a otros seres humanos obviando la guerra.

Los verdugos que acabaron con la vida de Irène nunca leyeron sus obras, ni pusieron lupa como ella sobre el hormiguero social para particularizar, se limitaron a crear el suyo buscando judíos para pegarles estrellas sin distintivo y a así poder reunirlos, meterlos en el agujero y aplastarlos con certero pisotón. De poco sirvieron entonces adaptaciones y colaboracionismos.
Me temo que la resistencia francesa no fue tanta como nos han querido contar, Se produjeron denuncias con nombres y apellidos sin que quienes delataban tuvieran la vida en peligro, y sin que nadie les hubiese invitado a cantar.
La novela nos relata los comportamientos concretos de una clase social en una situación transgredida para que veamos en qué trasfondo hipócrita se sostenían sus débiles principios morales, pero desenfoca, olvidándose de quien era el verdadero enemigo, nosotros con la perspectiva del tiempo y con el conocimiento de las crueldades e ignominias que luego acontecieron apuntamos bien. ¿Fue la confianza natural de las personas?, ¿la ingenuidad?, ¿la falta de interés por el debate social y político? No lo sé, cómo iba nadie a suponer… Pero esa es precisamente la advertencia que debemos recalcar: “Siempre hay que mirar debajo” como decíamos en la novela anterior “Lo que esconde tu nombre” de Clara Sánchez, y la alusión me sirve para que una vez más volvamos a confirmar que los libros se hablan entre sí, y sé que no es casualidad que ambos libros hayan caído en nuestras manos y en ese orden, primero el presente y después el pasado.
El gran valor testimonial de “Suite francesa” es el de que quien la escribía lo hacía en tiempo real y siendo testigo directo, y por muy buen oído social que se tenga nadie es adivino, y ese es mi escalofrío al leerla, porque en el soterrado de sus páginas se nota lo embaucados que estaban.

En el club debatimos mucho sobre el límite de la patria: ¿dónde está?, ¿cuál es su frontera? Reflexionamos sobre el peligro del fanatismo, y por encima de todo hicimos hincapié en el riesgo que conlleva dejar que otros piensen por ti. Los tiempos de crisis son caldo de cultivo para que se anhelen oráculos, (una compañera recordó que si vamos a la fuentes que nos narran la historia veremos los ciclos de repetición y cómo estos se nutren de situaciones y motivos similares). También tratamos de establecer la diferencia entre líderes, dirigentes, seguidores… matizando al máximo los significados de dichos conceptos; nos prometimos que no nos dejaríamos acuartelar ni adocenar, y que pasaríamos sistemáticamente todo lo que se nos ofreciera en el debate político y social por el tamiz de nuestra evaluación y nuestro propio criterio.
A la salida otra compañera me recordó la canción de Víctor Manuel que decía en una de sus estrofas: “…O aquí cabemos todos o no cabe ni Dios”. Su elección fue muy acertada.
Haber sobrevivido a un holocausto tampoco da bula para los abusos, y nadie debe convertirse en intocable por haber sufrido si después su conducta es abusiva con otros semejantes, pero esta es la otra historia que vino después, y ni estoy ni me siento cualificada para hablar del conflicto entre israelitas y palestinos, así que perdón por el inciso. Pero como si de un estribillo machacón se tratase me gustaría repetir hasta la saciedad “O aquí cabemos todos o no cabe ni Dios”, y así iría recorriendo las guerras de una en una con ese grito.

Irène y su esposo se convirtieron al catolicismo, ignoro las razones de por que lo hicieron, no sé si abrazaron dicha religión por fe o por conveniencia, en cualquier caso no seré yo quien entre a juzgar, en un tiempo tan convulso, la cobardía o la valentía bajo presión.
Sé que es difícil lo que intento expresar. Pero compartirlo aquí me ayuda a comprender. A menudo la vida me parece un submarino del que yo sólo veo el periscopio, el periscopio contempla la superficie del mar, sólo la superficie, pero el mar es muy hondo.
Suite francesa”, en mi opinión, y también en la de otros, tiene poca agilidad narrativa, no crea tensión, y le falta ritmo, no creo que mejorara si la novela estuviese acabada como la autora quería, su gran valor reside en la magnífica construcción de personajes, en la potencia de la prosa, en la visualidad cinematográfica y en la fuerza descriptiva, pero en este caso, ¿a quién le importan esas nimiedades cuando la novela ha trascendido haciéndonos viajar en el túnel del tiempo a la velocidad de la luz hasta el 17 de agosto de 1942, el año en el que fue asesinada Irène en el sórdido Auschwitz y con ella su voz. A veces se nos olvida que los libros se escriben con una misión, y esta está cumplida: es bueno que de vez en cuando hagamos un viaje de retroceso para poder avanzar. La pena es que la portadora del mensaje tuvo que pagar la entrega con su vida.
A mis compañeras la novela les ha encantado, la han considerado una obra de arte, y han quedado asombradas ante un trabajo que estando todavía sin pulir por la escritora es tan magnífico, muchas de ellas van a buscar otros títulos para conocerla mejor.
Está siendo un año extraordinario, no hay miércoles que no me vuelva a casa admirada de las sesiones de club y de el nivelazo que alcanzan, mi única pena es que mis compañeras no aprovechen este espacio para plasmar en él sus comentarios, qué le vamos a hacer, no todo el mundo sabe utilizar el ordenador, pero sería bonito que quienes se hayan quedado con las ganas de opinar o añadir algo más pudieran hacerlo aquí y de paso compartirlo con vosotros.

Un abrazo y hasta el próximo encuentro.


Pili Zori

"Piedras preciosas" y "Lo que esconde tu nombre", de CLARA SANCHEZ

Para Pilar Zori esta historia de sueños reales y realidad incierta
Con un beso muy grande, Clara Sánchez
.”

Así me dedicó “Presentimientos” esta magnífica autora, tras haber mantenido un rifirrafe de preguntas y respuestas en un interesantísimo encuentro, y con esas palabras dejó plasmada una de las constantes de su obra: la preocupación por como percibimos la realidad, y otro de sus rasgos: Clara conserva la seriedad de los niños a la hora de escoger las frases para lograr con ellas expresar la exactitud: “con un beso muy grande” y ahí está ese beso resguardado tras la portada luciendo sincero y enorme.
Ha sido extraordinario tener entre las manos su primera novela “Piedras preciosas” y a continuación la última “Lo que esconde tu nombre” –naturalmente, última, está mal expresado porque a Clara le queda mucho por escribir, pero para lo que quiero explicar sirve la imprecisión-.

Me habría gustado tener el cuádruple de tiempo antes de que nos encontremos con ella el día 13; con sus libros siempre me apetece rebobinar por puro deleite, por acallar la sensación de que me pierdo detalles de trama, belleza o emoción, en el consciente, claro, porque en el inconsciente todos esos detalles que creo perder entran a saco sin que se escape ni uno y se quedan para siempre.
A lo largo de estos años y sin seguir un orden cronológico cayeron en mis manos otras novelas de la autora que deberían de haber estado entremedias: “Ultimas noticias del paraíso”, “Un millón de luces”… Y cuando ya se ha leído gran parte de la obra de un escritor, al lector le gusta fantasear con la idea de que empieza a tener una estrecha relación con él y que de algún modo conoce, comprende y comparte algunas de sus inquietudes, también reconoce muchas de sus peculiaridades, como por ejemplo la de resolver los problemas o descubrir la verdad durante el sueño como le ocurre a Natalia en "Piedras preciosas": “Sólo recordaba que había visto a Raúl y a Matilde juntos en el centro de una pesadilla”. En el fondo sabe, el inconsciente avisa aunque no queramos admitirlo, y ahí ya está el germen que Clara Sánchez desarrollará más adelante en Presentimientos, (en este mismo blog hay una entrada en la que podéis ver las impresiones que nos produjo su lectura)



Continuaré con este juego, si me lo permitís a pesar de que si algo recalcan los personajes de las novelas de Clara es que nadie es lo que parece, que la mente es engañosa, que te puedes hacer ilusiones infundadas, como le ocurre a Natalia, que es difícil mirar y ver lo que hay debajo de una sonrisa, y que estamos limitados por la subjetividad, y por ello, con toda mi subjetividad osaré decir que también aparecen en varias de sus novelas, como un guiño lateral que comunica a sus libros entre sí, la alusión a padres, -me refiero a la figura del padre y a la de la madre- enzarzados en discusiones y peleas verbales constantes, dichas peleas, -también lo sabemos por alusión, no porque aparezcan en escena-, marcan invariablemente a alguno de los protagonistas concediéndole una base de infancia que ha predeterminado algunas de sus actitudes o conductas, sin que por ello se ponga en cuestión el profundo cariño que padres e hijos se profesan, el lector sobreentiende que es mal de forma, pero no de fondo, y en cualquier caso el modo en el que ellos se comunican. La autora le da este tipo de padres a Félix en "Presentimientos", creo recordar, y también se los pone a Sandra en "Lo que esconde tu nombre". Curiosidades, ya digo.
Otro elemento muy presente son las joyas, utilizadas como trueque de libertad o de salvación: el anillo de "Presentimientos", los diamantes de "Piedras preciosas"…, la caja de Karin con las alhajas robadas a los presos del campo de concentración; los talismanes, como el saquito de arena de "Lo que esconde tu nombre"…, el pañuelo de seda de "Presentimientos"… Otra de sus constantes es el efecto que la ropa de los desconocidos produce en los protagonistas: “Olía a ella, a su perfume, lo que me produjo una sensación ligeramente desagradable porque no era como cuando me ponía un jersey de mi madre.” Este pasaje aparece en "Lo que esconde tu nombre".

Julia había traído sábanas desde Madrid para la cama del niño, quería evitarle el contacto con ropa usada por otras personas aunque estuviese limpia.” Y este otro pertenece a "Presentimientos".

Si tenéis un poco de paciencia os aclararé enseguida por qué me entretengo en estas pequeñas observaciones, en apariencia irrelevantes porque ni le quitan ni le añaden a la trama ni al argumento, no se trata de un juego frívolo, ni de un alarde de sagacidad, -ya he dicho que a menudo tengo que leer varias veces para fijar-, se debe a que creo que la obra completa de un autor necesita llevar algunos pespuntes que le vayan dando unidad y la eslabonen como si fuera un collar, y ello no significa que el tema se repita, o el escritor se reitere, precisamente si por algo se distingue Clara Sánchez es porque en cada novela que emprende cambia por completo de trama y de ejercicio y nada tienen que ver sus libros entre sí. La cuestión es que buscado a propósito o no el pespunte está, y a todos los autores que te gustan se lo descubres como un hilo conductor que continúa y se sale de la contraportada para coserse a la portada siguiente. Por ejemplo, cuando lees la obra de Paul Auster también descubres la costura o los engarces, como lo queramos nombrar, los suyos son las muertes repentinas a causa de accidentes, casi siempre de coche, la obsesión por mirarle las tripas al azar para ver de qué ingredientes está compuesto… Almudena Grandes, sin ir más lejos, introduce madres castradoras, personajes con síndrome de Dawm, parálisis… A Rosa Montero le acompañan en las páginas enanos, o seres pequeños, y Buero Vallejo creaba personajes ciegos, daltónicos, o dañados con cualquier otro estigma físico para que sirvieran como conciencia viendo más adentro y mirando más allá. En fin, no hace falta seguir porque cualquier autor que se precie plasmará determinados leitmotiv, salpicados por todos sus libros. Los de Clara hablan de manipulación, de hipocresía, de ser un blanco fácil para el grupo, hablan de la pérdida de la inocencia y también de la redención, de los verdaderos códigos de honor aunque pertenezcan al lumpen, de los ángeles caídos…

Los protagonistas de Clara, siempre urbanos, suelen estar dentro del círculo de la alta burguesía, como testigos muy próximos, pero sin pertenecer a él, la mirada de la autora es dura y pesimista, hay quien dice que más bien irónica, pero yo discrepo, la ironía es subterfugio y Clara es directa y se limita a subrayar las paradojas, como la de que Constantino prefiera que su mujer esté loca a preguntarse qué le ocurre realmente, que esté loca no le desbarata su mundo aunque ella muera de soledad y caiga en manos de desaprensivos por falta de amor, el de su marido en concreto.
A veces, viendo los grupos a los que la autora retrata me permito divagar especulando un poco: siempre se dice que los escritores vivimos en un mundo aparte aunque tengamos buen oído social, y si ya hablamos de los que tienen éxito y prestigio como es el caso de Clara podemos llegar a la conclusión de que inevitablemente terminan relacionándose con personas de elevado status que tienen que ver con el mundo editorial, los medios de comunicación, con los estamentos culturales apoyados por políticos, entes financieros… en definitiva, los mecenazgos de hoy, pero ellos, los escritores, han llegado hasta ese espacio a menudo elitista y excluyente por la vía del talento y yo no sé cómo se las arreglarán para adaptarse sin atraparse, y aclaro que hablo del sentido de pertenencia, porque independientemente de la cuna en la que se nazca el escritor ante todo es escritor y su vía de reconocimiento es como ya he dicho el talento, y la economía no te lo da, tampoco los títulos académicos. Las oportunidades que tenga para darse a conocer son otro asunto, ahí sí puede influir “el con quién andas.” Pero dejando atrás el inciso y la divagación lo que quiero decir es que aunque no sean préstamos personales de Clara Sánchez, sí que ella retrata en primer plano y con nitidez los infiernos que se esconden tras las geométricas y floreadas urbanizaciones de chalets de lujo, o tras las ventanas de los modernos rascacielos habitados por los flamantes ejecutivos que cortan el bacalao manejando los contratos y ceses a golpe de caprichos de poder, y entre todos los temas esenciales que la autora toca, tales como el Bien y el Mal con mayúsculas, el aislamiento y la inadaptación también son constantes principales de su literatura, deseo que ella los denuncie, pero espero que no los padezca.
En cuanto a su estilo, prescindiré de tecnicismos porque cuando te encuentras con vanguardia todavía no están los estudios hechos, como decía el slogan “marcando estilo”, y Clara lo marca. Es una escritora moderna, que a veces puede desconcertar, has de recurrir al poso que te deja para comprender lo que ha hecho contigo.

Hace unos días una compañera hablaba en el club de por qué agradan tanto los libros de corte clásico aunque el contenido sea actual “porque son muy descriptivos y eso gusta” nos decía. La conversación salió comparando el peso de "Suite Francesa" de Irène Némirovsky con "Piedras preciosas", (estábamos leyendo las primeras cien páginas de "Suite Francesa" cuando supimos que La Biblioteca había invitado a Clara, así que pospusimos la lectura durante una sesión para darle paso a un libro de ella que no hubiésemos leído juntas, y escogimos entre todas "Piedras preciosas" y nos lo compramos para hacerle el honor a la autora y de paso celebrar la fiesta del día del libro, Lo que esconde tu nombre ya está rotando por los clubes así que había que esperar turno). No solemos hacer comparaciones, porque si un escritor es bueno no se parece a nadie, pero es lícito que en el club se manifiesten las preferencias de todo tipo y a alguna compañera le pareció mejor "Suite Francesa", y así lo expresó. Y entonces me dio pié para explicar sin imponer por qué a mi juicio "Piedras preciosas", una novela aparentemente más sencilla también tenía mucho peso y comencé con el extraordinario arranque:
Ya en la primera página el lector ve lo que la autora le deja añadir habiendo buscado a propósito las palabras no expresadas, observamos como a Natalia la coge por el hombro su marido, Constantino, y como ella se siente conmovida. Ahí ya nos muestra que no es habitual el gesto, Natalia mira las baldosas pulidas y brillantes del aeropuerto y comprendemos que lleva una actitud recogida, ensimismada, no mira al frente. Despiden a sus hijas adolescentes que se van a estudiar a Inglaterra… el narrador omnisciente o la propia Natalia si hablase en primera persona podrían haber dicho que hacía tiempo que su marido no la cogía por el hombro y que se conmovió, pero eso sería contar el hecho sin más, la forma que la autora escoge además de ser más artística crea emoción y empatía en el lector, el lector se involucra y por lo tanto experimenta, está dentro.
En la segunda página leemos otro estado de ánimo sugerido por las actitudes, el lector observa la conducta de la protagonista y deduce, pero para que deduzca la escritora ha tenido que llevarle y escoger el lenguaje que le conduzca hasta ahí.
Todos estos sonidos más el crepitar del fuego en la chimenea y ligeros estremecimientos de los cristales y de los muebles estallaron dentro de Natalia como un llanto y sintió lágrimas en su rostro.
Este contacto le hizo pensar en ella misma en sus manos en cada parte de su cuerpo en la urgente necesidad que tenía de ir a la peluquería y a la manicura

Nos entrega la imagen, no nos dice que de pronto es consciente de su edad, de su descuidado aspecto, de su nido vacío, nos hace comprenderlo y prosigue: “Observó la chimenea, las ventanas, los muebles, las fotografías encima de la repisa. La única sombra humana de la sala era la suya. Estaba sola.” Y lo subraya con contundencia, entre dos puntos. Estaba sola. No físicamente, sino sola.
Subió a las habitaciones superiores con un llanto rítmico que le ayudaba a superar los escalones con rapidez. No quiso contener las lágrimas: dejó que la acompañaran en su detenido paseo entre los muebles de las habitaciones.” Cuando nadie te ve el llanto es distinto, más abierto y desbordado. “Dejó que la contemplación de objetos queridos la hiciera descender a lo más profundo de su sentimiento de abandono, incluso abrió el trastero para ver las cunas de las niñas y el cajón de los juguetes. El llanto fluía ya incontrolable y desesperado. Bajó la escalera de manera desigual y tropezó con los muebles hasta caer en la otomana situada junto al ventanal, frente al fuego que le enviaba chispas encendidas, soñó que unos labios se posaban sobre los suyos. Fue un contacto cálido y estremecedor que deseaba ardientemente recuperar” Qué forma tan suya, tan artística de definir el encierro, la soledad y el aislamiento con la precisión visual del story book del cine. ¡Chapeau!
Para recuperarlo tenía a Constantino, que regresaría por la noche, y lo esperó impaciente. Cuando lo tuvo ante ella cerró los ojos y buscó su boca, pero no fue beso, sólo la presión de la boca de Constantino contra la suya”. Qué bien definido un beso indiferente, cotidiano, de costumbre, que ha perdido el sentido de la voluntad de dar.
Como ya hemos dicho otras veces, que una novela sea fácil de leer no significa que resulte fácil de escribir, la aparente sencillez en literatura a veces se usa para lograr complejidad y mayor impacto.

"Piedras preciosas" se publica en 1989, han pasado 21 años, Clara Sánchez era una muchacha, como nosotras lo éramos entonces, y no podemos olvidar qué nos preocupaba e interesaba a esa edad y qué nos preocupa e interesa ahora. Intento expresar que no debemos confundir calidad literaria con lo que nos hace identificarnos con un libro. Estoy segura de que "Piedras preciosas" sigue vigente para cualquier lector, pero en especial para una mujer de treinta y tantos, está claro que lo que deslumbra y embauca a los treinta o cuarenta años no es lo mismo que a los cincuenta y tres o a los sesenta.
En cualquier caso es una novela de vidas cruzadas muy bien construida, y de una belleza extraordinaria, intuyo que le gusta mucho a Clara el cruce de caminos, o el punto en el que dos trenes con direcciones opuestas paran para hacer un alto y se encuentran.
Como tengo todo el libro subrayado, para sufrimiento de los que lo leen tras de mí, os escojo otro ejemplo que me sirve para lo que intento decir: “Buscó la navaja de afeitar por encima de la cómoda entre las botellas vacías.” ¿Veis qué modo tan sutil de mostrarnos sin decir que el policía Buendía es alcohólico?
Cuando se casaron no poseían casi nada. Constantino trabajaba día y noche en P.P. y a su regreso a casa dejaba resbalar un beso por las mejillas tersas y brillantes de Natalia que planchaba de pie ante la mesa de la cocina. Años duros que a los dos les gustaba recordar en las frías tardes de invierno mientras contemplaban todo lo que ahora les rodeaba. Poco a poco consiguió ser alguien. Invitaban a los jefazos de P.P., y Natalia comenzó a fumar. Constantino recordó con rencor este dato.” En realidad nos dice que Natalia comenzó a dejar de ser feliz. En ambos párrafos conviene leer los renglones anteriores, pero he troceado para buscar la síntesis.
Pondría muchos más de los subrayados que mi libro tiene, pero creo que con esta pequeña muestra se comprende en qué sentido estoy valorando su prosa, su composición y todo su contenido.

Por hoy lo dejamos para no saturar. Deseo que os haya gustado el bocado. En otro encuentro hablaremos en exclusiva de "Lo que esconde tu nombre", porque se merece espacio propio. Ya os anticipo que aparte de lo interesante de la trama por el tema escogido: los nazis que se refugiaron en la costa de Levante y que hoy son ancianos aparentemente inofensivos hay una preciosa relación, de joven con mayor, viaje iniciático en cuyo cruce de caminos –de nuevo el cruce- la joven pierde la inocencia y gana la valentía de la madurez y el compromiso, y el vínculo de ambos redime a la venganza, y el círculo vital se cierra.
Tal vez la novela crea en el lector expectativas que, finalmente y por fortuna, no se producen, porque lo que el lector esperaba quedaría encerrado en el libro sin más, viviendo en el mundo de la ficción y formando los manidos iconos a los que estamos tan acostumbrados, por el contrario lo que en ella sucede la trasciende y sale fuera.
Al principio sólo pensaba en la venganza, ahora pienso en el futuro de gente como Sandra” Nos dice Julián en la página 396.
“¿Habría vuelto a matar alguno de ellos después de la guerra o se habrían saciado para siempre?, ¿sería capaz alguno de ellos de matar con su propia mano o tenían que estar organizados?” Esta reflexión de Julián que a mí me parece el corazón de la novela, su núcleo, aparece en páginas anteriores, concretamente en la 168.
Y no me importaba lo que pensaran de mí sino lo que pensaba yo de la vida.” Esta autoafirmación la hace Sandra en la página 420, y el lector al fin respira hondo y satisfecho porque ha asistido a la profunda transformación de la protagonista. En realidad, como en todos los viajes introspectivos la acción y toda la turbulencia se producen en el interior de la persona.
Esta frase de Sandra es el regalo con el que yo me quedo junto con la bellísima imagen, casi litúrgica que para mí sintetiza y resume toda la novela: las tres piedras tras el banco en el que Julián y Sandra se encontraban parecen decir: Mira siempre lo que hay debajo. Y el mar y el faro al frente como luz de guía en la oscuridad.
También en las novelas de Clara Sánchez hay que mirar siempre lo que hay debajo por el poderoso contenido subliminal.

La música de "Lo que esconde tu nombre" es un blues, y eso lo he dicho de muy pocos libros, de hecho podría subtitularse crossroad con el diablo incluido como la leyenda reza. Y la melodía de ese cruce de caminos del que tanto estoy hablando, encrucijada de la que ambos protagonistas salen transformados sin haber vendido el alma, me gustaría que se cantase y escuchase por todos los confines del mundo.
Nunca voy a olvidar la ternura de Julián preocupado por su imagen íntima frente a Sandra de “tío meón, sin lentillas, con gafas de culo de vaso, un arsenal de medicamentos y delgadez extrema” cuando tuvieron que compartir habitación. Es curioso, pero esa escena que aparentemente no es álgida fue sin embargo la que más me conmovió. Lloré. Y lo hice por el magnífico contrapunto que busca Clara, por el contraste: si tenemos en cuenta que en el campo de concentración Julián vivió compartiendo el olor de los orines de los otros, y su desnudez…, la escena cobra un valor de dignidad muy importante. Clara sabe colocar muy bien esos espejos.
Y el cierre de la novela es perfecto: el niño, la vida abriéndose paso, se llama Julián, “Cuando nos miraba parecía que buscaba la verdad dentro de nosotros o que sabía que detrás de cualquier cosa había algo más”. Rotundo

Mi padre también estuvo cuatro años en un campo de concentración de los de Franco, en Larache, y como Julián hace con su hija nos contó muy poco a mi hermano y a mí, sólo bajó la guardia una noche, cuando ya empezaba a estar muy enfermo, en el hospital de Alicante, para decirme ¡Qué malos fueron, hija! ¡Qué malos! Diecinueve años tenía cuando se lo llevaron, desde allí en días claros veía el perfil de su país.
Me habría gustado ayudarle como Sandra hace con Julián, al menos cuando los malos recuerdos del pasado le rondaban con mayor virulencia. Pero aunque ya lo intuía, a través del libro de Clara he confirmado que quiso sentirse normal frente a nosotros, sin estar estigmatizado, pero a pesar de las tiritas, como las que se pone Julián en el tatuaje de su número, los estigmas “invisibles” siempre se le trasparentaron.
Espero que el mundo esté lleno de los buenos pensamientos de mi madre, como Julián deseaba: “Raquel tenía el don de hacer lo malo bueno, y me tomé como otro castigo el que ella muriese antes que yo, y que sus buenos pensamientos desapareciesen del mundo.” Los de mi madre Juana (Magdalena) Campos Guadalajara tampoco desaparecerán.

P. D. Y ya para despedirme después de todo el elogio sólo añadiré una pequeña objeción: Me gustó muchísimo lo bien que guardaste el elemento sorpresa, querida Clara, con respecto a Alberto, la anguila, de hecho lo sentí como un pescozón en la cabeza dirigido expresamente al lector que venía a decir así: ¿No te he explicado ya que no hay que juzgar ni fiarse de las apariencias? Pues entonces ¿por qué has dado por hecho? Pero no comparto que Julián no le desvele a Sandra en la carta la verdadera identidad de Alberto, aunque comprenda sus razones, porque si toda la novela en sí misma es una rebeldía contra la manipulación creo que Sandra tenía derecho a saber la verdad, y Alberto a ser reivindicado en la novela, la sobreprotección es otra cara de la misma moneda.
Tengo muchas ganas de volver a leer Lo que esconde tu nombre con mis compañeras.


Hasta el próximo encuentro. Un fuerte abrazo.

Pili Zori