Parecía que la relación epistolar, que tantos tesoros literarios nos ha regalado, se había perdido y mira por donde el maravilloso e-mail vuelve a ser el vehículo que viaja con las preguntas y nos entrega las respuestas a vuelta de correo como antaño, y es que a la palabra escrita le gusta el viaje y siempre que puede busca vehículo para emprenderlo.
Así es como se ha producido esta pequeña entrevista con el escritor Álvaro Otero, desde mi escritorio al suyo, entre Guadalajara y Vigo, en una carta sin vestir enviada por un correo más lujoso y rápido que el de los zares, que el del avión (en el que ella habría viajado ufana embutida en su flamante y distinguido sobre de ribete azul y granate) y más veloz que el del AVE en el que ella, la carta, habría sentido la nostalgia del traqueteo. La única pena es la ausencia del sello, pero ya inventarán algo que confiera apostura a los sobres de e-mails para que puedan ser coleccionables.
Antes de entrar en el juego de las preguntas y las respuestas lo correcto es hacer las presentaciones:
Álvaro Otero nació en Bueu (Pontevedra) en 1967 mientras por la puerta de mi casa entraba un televisor Taunus que imantó mis ojos a la pantalla con sus poderes hipnóticos y me pegó el trasero a la silla con sinteticón para alegría de mi madre porque la niña ya nunca más volvería a dar la tabarra mendigando por las casas de los vecinos las películas de la “Sesión de tarde” de los sábados, silla de la que no me levantaría hasta que terminaran los episodios de series como “La saga de los Forsythe”, “Valle de pasiones” o “Historias de la frivolidad” de Chicho Ibáñez.
Mientras Álvaro ensayaba sus primeros pasitos, Luis Eduardo Aute cantaba Aleluya y los Beatles grababan Sargento Pepper´s; Gabriel García Márquez publicaba Cien años de soledad; en San Francisco se llenaban la cabeza de flores los primeros hippies y Ernesto Ché Guevara moría asesinado en Bolivia. Entre Israelitas y palestinos estallaba la guerra de los seis días. Y Jesús Fernández Santos presentaba en la pequeña pantalla -la de las 625 líneas, culona y tripudilla- La víspera de nuestro tiempo.
El pequeño Otero aún no sabía que 22 años más tarde, ya en presente y no en víspera, recorrería los mundos de ahora en los que sucedieron aquellos acontecimientos de antes para darnos, en primera persona, cuenta de los actuales en sus novelas y reportajes.
Otero estudió periodismo en la universidad Complutense de Madrid, y actualmente publica en distintos medios como El Faro de Vigo y El País Semanal. En 1995 sale a la luz gallega “Waelrad” (editorial Nigra, colección Relatos dunha hora), dos años después, en colaboración con el fotógrafo Lalo R. Villar “Mambrúes a la guerra” (Edicións Xerais, doble publicación en gallego y en castellano). En el 2000 gana el premio Nostromo con la novela “Días de agua” (Editorial juventud), en el 2006 edita con Ellago “De mar y de muerte” y en el 2008 gana el Premio nacional de narrativa de Guadalajara con “El Esplendor” que publica y distribuye Ediciones Irreverentes.
Gracias por prestarte generosamente a llenar el pequeño espacio de este blog con tu experiencia y sobre todo por compartirla. Deseo de corazón que esta singular forma de entrevistar haya sido de tu agrado -en esta época nuestra de velocidades contra reloj- ya que concede posibilidad de reflexión en las respuestas. Tal vez la oralidad, la inmediatez de la palabra hablada se sobrevalore en exceso, y es curioso que así ocurra porque paradójicamente para lograr que la prosa de un autor como tú se deslice con la precisión milimétrica de una bola de billar sobre el tapete, se necesita un largo y arduo trabajo de pulido. La agilidad y la fluidez del escritor llevan detrás muchas horas de vuelo así que vamos a darle hoy el valor que se merece a la palabra escrita. Empezaremos por la pregunta de rigor:
P. ¿Qué significado tiene para ti ser escritor? y ¿cuándo te atreviste a decir en voz alta que lo eras?
R. Para mí, escribir es connatural al mismo hecho de existir. Escribir forma parte de mi vida desde que tengo conciencia, así que, desde ese punto de vista, preguntarme qué significado tiene ser escritor es como preguntarme qué significado tiene para mí ser un humano que habita la Tierra. Y, respondiendo a la segunda pregunta, que está formulada como si ser escritor fuese un trágico secreto, te diré que ahí las cosas funcionan con pareja naturalidad. En realidad, que me consideren o no escritor me importa un bledo. A mí me importa escribir, y a todo lo que rodea a ese hecho –la publicación, la promoción, la aceptación, la repercusión mediática o económica- le doy una importancia relativa
P. ¿Qué recibes de la literatura? y ¿qué le entregas de ti a ella?
R. Te diré, primero, lo que le entrego: le entrego largos años de trabajo firme, tenaz. Le entrego tardes y mañanas y noches y madrugadas de invierno, otoño, de verano, de primavera, en las que podía estar jugando con mi hijo, tan real, en lugar de estar dando vida a personajes que no existen. Le entrego mi vida y todos mis sueños, y me entrego a ella tal como soy. El papel en blanco es como una taiga inmensa que recorro una y otra vez como un lobo solitario. ¿Y qué recibo? Pues creo que, como en la vida misma, en la mayor parte de las ocasiones en literatura recibes en proporción a lo que entregas. Y no hablo de fama, ni de dinero. Quien piense en eso partirá de un punto equivocado o se entregará a un tipo de literatura que no me interesa.
P. Tus novelas me parecen de altísimo contenido ético con código deontológico implícito, (sin que ello menoscabe, claro está, el interés que despiertan por su trama, inquietante y magnética). ¿Te consideras un escritor de intenciones?
R. No, en absoluto. No parto de ninguna intención moralizante concreta. Otra cosa es que el desarrollo de los acontecimientos que ahí se relatan lleven a cada uno a ciertas conclusiones, pero ahí, como decía Cortázar, la novela ya no te pertenece, es como una flecha que has disparado y dará o no en su diana.
P. ¿Escoges los temas sobre los que escribes o ellos te eligen a ti?, ¿cómo se produce el flechazo?
R. Para mí, qué da origen a una novela sigue siendo un misterio insondable. Es más: me llama la atención que exista tan poca literatura al respecto, y me refiero a ensayos o estudios que traten al menos de tantear ese territorio. Ahora acabo de terminar una larga novela tras cinco años de intenso trabajo y, si me preguntas cuál es su origen tendré que contestarte: no tengo ni idea. Así que, lo dicho: un misterio insondable.
P. Dicen que la literatura es el arte de lo ambiguo y el periodismo el de lo concreto. ¿Te resulta difícil cambiar de registro?
R. No, nada. Es más: al menos en mi caso, se produce una retroalimentación muy enriquecedora entre ambas disciplinas. El periodismo me ha enseñado tanto como la literatura sobre el arte de narrar.
P. En tu novela “De mar y de muerte” el protagonista nos dice que, llevado por una vieja querencia, hace algún tiempo se vio tentado de escribir un libro sobre formas de suicidio, “El esplendor” comienza por uno ¿Por qué elegiste ese punto de partida?
R. El suicidio me parece la muerte romántica por naturaleza. Una muerte, contra lo que trata de inculcarnos la moral católica, valiente. Creo, además, que las formas de la muerte elegidas por las personas dicen mucho de ellas, encierran profundas lecciones antropológicas. Hace sólo una semanas, un gran diseñador gráfico con el que trabajé en un libro hace años, de mi misma edad, salió de casa como todos los días, cogió un autobús de largo recorrido, se paró en algún lugar del norte, tomó un taxi, pidió que lo llevasen a su acantilado favorito y, cuando el taxi se fue, se arrojó al vacío. Eligió su acantilado favorito para su vuelo final sobre el mundo. Era un artista, y su forma de morir fue su última, acaso su gran obra.
P. En “De mar y de muerte” consigues esa atmósfera de balanceo acunado, ese ritmo marcado por el vaivén del mar que trae y lleva recuerdos y devuelve a la tierra a los vivos y se traga a los muertos. Se me viene a la mente la imagen de la ola enarbolada, gigantesca e implacable de “El esplendor” que le arrebata la primera novia a Julián Andrade, una ola aterradora y a la vez majestuosa, en esa y en otras escenas como aquella haces que el lector sienta el mar como una deidad con leyes propias y misteriosas, justiciera a veces, vengativa otras... ¿Cuál es tu relación con el mar?, ¿O con los caudales de agua?, el día de la boda de Andrade el río que de nuevo vuelve a marcar la tragedia se llama Verdugo, creo recordar.
R. A grandes rasgos, y con algunas desviaciones, mi proyecto literario responde a una cuádruple vertiente que tiene que ver con los elementos esenciales: el agua, la tierra, el fuego y el aire. Para cada uno de estos elementos tengo tres obras, con lo cual este corpus, digámoslo así a riesgo de quedar un poco pretenciosos, se compondrá de doce novelas. La primera parte, el agua, ya está publicada: Waelrad, Días de agua y De mar y de muerte. El esplendor forma parte del ciclo de la tierra, pero efectivamente contiene ese elemento aunque de manera más tangencial. ¿Por qué? El agua es vida, hasta los 18 años dormí arrullado por las olas del mar y, por si fuera poco, soy Acuario. Supongo, pues, que es inevitable.
P. Tu prosa se desliza como una embarcación, no quisiera caer en el tópico, pero la pregunta es obligada aunque la respuesta sea afirmativa o negativa ¿consideras que haber nacido frente al mar marca el rumor y el ritmo de tu escritura?, ¿crees que hay una narrativa gallega?
R. El ritmo de mi escritura, que para mí es fundamental, no parte del mar sino de la música. La música es lo más importante de mi formación literaria, más incluso que la literatura en sí misma, es decir, la lectura. La cultura musical, desde mi punto de vista, es clave a la hora de escribir. Yo concibo la página en blanco como papel pautado, como una partitura.
Por otra parte, en la actualidad la concepción de una narrativa gallega viene marcada por la utilización, o no, del gallego. Lo escritores gallegos, en su casi totalidad, no consideran literatura gallega a la escrita en castellano. Yo no estoy muy de acuerdo con esa definición, pero es un asunto que me aburre profundamente, y en el que no invierto ni un minuto de pensamiento.
P. ¿Cómo resuelves los préstamos personales que le das a tu literatura y que tienen que ver con los que te rodean?, ¿a los tuyos les gusta verse dentro de las páginas aunque el lector no los reconozca?, ¿cómo decides lo que callas y lo que cuentas sin que se te vaya el pulso?
R. Me gustan los pequeños homenajes entre líneas, pero nada más. La ficción, ficción es. Lo importante no es tanto que te preocupe lo que digas sobre los demás, si es que lo dices –que no es mi caso- como tener la osadía de desnudarte tú. Saber desnudarse: hete aquí lo que importa.
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