"El curioso incidente del perro a medianoche", de MARK HADDON


“Y sé que puedo hacer eso porque fui a Londres yo solo y porque resolví el misterio de quién mató a Wellington y encontré a mi madre y fui valiente y escribí un libro y eso significa que puedo hacer cualquier cosa”.
Eso nos dice Christopher Boone, el adolescente con síndrome de asperger, detalle que el autor Mark Hadonn no menciona expresamente con intención integradora.
Una noche, Christopher encuentra muerto a Wellington, el perro de la señora Shears, ese incidente marcará un punto de inflexión en su ordenada vida. Teniendo en cuenta que puede entrar en crisis si alguno de los muebles del salón se cambia de lugar o si los diferentes alimentos de distintos colores se tocan en el plato, el viaje iniciático –tanto físico como anímico- que dará comienzo a partir de ese suceso adquirirá una relevancia inusitada.
Agradezco a Mark Haddon la capacidad para introducirse en la mente y el corazón de alguien “distinto” para abrirle la cremallera y mostrarnos cómo siente, de qué manera sufre o qué le hace feliz y por qué tiene reacciones “incomprensibles” en apariencia, porque lo más extraordinario del caso es que al mirarnos a través de los ojos de Christopher comprendemos al fin que lo paradójico del asunto es que es nuestro mundo, con sus torpes y adocenadas normas inamovibles, el que padece de un autismo ciego, inmovilista y encorsetado que excluye de la cinta fabril a todo producto que se sale del patrón, porque no sabe leerlo, porque no entiende sus códigos y no puede descifrarlo. Si supiéramos que es muy posible que Leonardo Da Vinci y Albert Einstein tuvieran este síndrome o rasgo puede que bajásemos la cabeza avergonzados por nuestra ignorante, despectiva y absurda actitud. Las personas con discapacidades en alguna zona seguramente desarrollan otras que encajan a la perfección en cualquier sociedad y como idiotas nos estamos perdiendo sus beneficios que ciertamente podríamos obtener con cuatro adaptaciones sencillas.
Agradezco a cambio que la paciencia del autor cubra la ausencia de la nuestra. Además de ser profesor de escritura creativa en la universidad de Oxford, pintor, de dedicarse también a la ilustración, de escribir numerosos libros para niños y ser guionista de televisión (obteniendo en dichos campos sendos y prestigiosos premios como el Bafta, el de mejor libro del año Withbread, el de mejor escritor de la Commonwealth, entre otros) trabajó con personas que padecían discapacidades físicas y mentales.
“El curioso incidente del perro a medianoche” me parece un homenaje y un legado. La novela es brillante, el lector llega a creer que la ha escrito el niño, además incluye una lección impagable sobre cómo realizar una novela policíaca honrando a Conan Doyle por su obra “El perro de los Baskerville” que tanto le gusta a Christopher, de hecho dicen que el título “El curioso incidente del perro a medianoche” es una alusión a una frase que hace Sherlock Holmes en el relato “Silver Blaze” -no lo he leído así que tampoco lo puedo asegurar- y lo que más impresiona es que Mark Haddon haya sabido impregnar de aliento poético toda la novela haciéndonos creer que no lo hacía puesto que Christopher no comprende las metáforas -aunque sí los símiles- ni el doble sentido de los chistes ni la ironía y en apariencia sólo responde a la lógica. La sensibilidad conmovedora y el lenguaje literario los ha escondido entre las líneas moviéndose en la sugerencia buscando las palabras para no decirlas y que el lector crea que las pone en esos huecos tan bien medidos en los que como en un crucigrama no nos caben otras letras u otras sílabas que él no haya pensado de antemano.
Este muchacho que tiene miedo de los extraños y de los lugares desconocidos, que no comprende bien el comportamiento humano. Este adolescente al que se le supone incapacidad para las relaciones personales, falta de sociabilidad, ensimismamiento, egocentrismo… nos da una lección de generosidad rompiendo sus barreras y dejándose guiar por el instinto, el mismo instinto que nos lleva a los demás a poner en primer lugar el afecto por los nuestros. Él arriesga mucho más que cualquiera de nosotros para encontrar a su madre, para ser fiel a sus principios: odia la mentira y luchará por esclarecer la verdad aunque para ello tenga que llegar hasta el final de las consecuencias. Y sin saberlo volverá a reordenar la vida de los suyos dejando todos los sentimientos en su sitio, ya veis que recalco sentimientos en alguien a quien no se le suponían por tener un modo distinto de expresarlos.
Oliver Sacks, famoso neurólogo londinense que obtuvo el doctorado en neurología en la Universidad de California y que tras impartir clases en la Escuela de Medicina Albert Einstein y trabajar como adjunto en la Facultad de Medicina de la Universidad de Nueva York pasa consulta en el hospital neoyorquino de las Hermanas de los Pobres, ha elogiado el libro de Haddon diciendo que es una novela conmovedora, verosímil y muy divertida. En el club leímos hace algunos años de Sacks “El hombre que confundió a su mujer con un sombrero” y la experiencia fue fascinante, es un regalo que personas tan enriquecedoras sepan divulgar de forma tan artística su ciencia y como en su libro “Despertares” nos espabilen sacando del sueño esa parte de nuestra conciencia adormecida.
Creo en la bondad esencial de la gente y doy por hecho que no comprender a personas con estos rasgos de personalidad, con estas supuestas discapacidades se debe a que nadie nos ha dicho cómo llegar hasta ellos y estoy convencida de que el éxito de los libros, tanto de Haddon como de Sacks, lo demuestra, sus páginas no habrían traspasado fronteras si no tuviéramos interés por entenderles y entendernos a través de sus ojos, si no considerásemos que forman parte de nosotros. En realidad lo que nos da miedo no es cómo afrontar el problema cuando sobreviene sino que por él los demás nos humillen, nos desprecien, nos aparten, nos abandonen, nos dejen desfallecer sin crear ayudas, infraestructuras que nos proporcionen un respiro… Lo que aterroriza es el ahí te quedas y con tu pan te lo comas, no es mi problema.
En el club la empatía e indulgencia se extendió a todos los personajes, supimos ponernos en la posición del chaval, pero también en la impotencia ocasional del padre y en la de la madre.
Hablamos de la importancia y necesidad de la educación especial, si era integradora o excluyente, de las relaciones de pareja y cómo estas se pueden resentir o por el contrario afianzarse ante las absorbentes necesidades de un hijo así. Algunas compañeras compartieron testimonios y experiencias con familiares que padecen o padecieron alguna discapacidad, comentamos sobre la relación con los amigos, si estos se apartan o por el contrario incorporan de forma natural la circunstancia adaptándola al entorno...
Al ver como la novela va abriendo plano en su magnífica descripción paralela física y anímica en la que también el niño crece en ese viaje interior y su mundo se amplía desde la casa al barrio, a la escuela, a la estación hasta llegar a la gran ciudad y hablamos de las complicaciones urbanas que nos gustaría resolver, algunas compañeras han tenido que ir con sus madres o padres en silla de ruedas y se han encontrado con pasos de cebra ocupados por coches, o han tenido que recorrer medio mundo para encontrar rampa en los bordillos.
Los espacios e inmuebles urbanos deberían ser más fáciles de entender, menos uniformados, con más referencias para que nadie se pueda perder en un mastodóntico hospital de plantas, habitaciones y salas clónicas, o en una estación de tren, o en un aeropuerto.
Es necesario que siga habiendo alternativas a la tecnología, aún queda mucha población que no la maneja y no hay por qué llamarla analfabeta como le ocurrió a una de mis compañeras –que de analfabeta no tiene un pelo- por no saber realizar una cita a través de internet. Es la nueva arma arrojadiza de algunos mediocres de ventanilla que no tenían otro elemento mejor con el que sobresalir o humillar a gente afectuosa y digna que procura molestar lo menos posible y que ni siquiera se atreve a pedir ayuda por si no sabe formularla bien.
Son el desprecio y las miradas prejuiciosas las que nos envejecen.
Muchas gracias señor Haddon por su hermosa novela; al contrario que Christopher tengo una enorme discapacidad para los números y usted ha conseguido con su libro que me interesen, o que al menos lamente haberme perdido su parte mágica y lúdica.
Y para vosotros un abrazo y hasta el próximo encuentro.
Pili Zori

MI VIDA SIN MI, película de Isabel Coixet


Descubrí a Isabel Coixet a través de mi hija Sara que me recomendó en 1996 “Cosas que nunca te dije”. No soy de temperamento avaricioso ni coleccionista salvo con una sola excepción: ¡el cine!
Cuando ¡el cine! se volvió del tamaño de un libro no me lo podía creer, ¡poder comprármelo y llevármelo para mí, guardarlo en mi casa y ponerlo todas las veces que me diera la gana y pararlo y avanzar y retroceder creando mis propios y personales flash back o flash forward…! –disculpad la pedantería, me refiero al que voy que vengo por la peli- me sentí multimillonaria. Hasta juraría que la rizo-artrosis de mis manos comenzó en un todo a cien en el que habían puesto un cajón enorme tipo jaula con películas de vhs desechadas por un videoclub tras muchos alquileres. El sistema de selección es arduo cuando tienes medio cuerpo dentro del cajón y vas haciendo torres para “estas sí” y “estas no” y aún no te has parado a pensar en cómo transportarlas si vas a ir caminando hasta tu casa sin haber cogido el carro, porque allí no se van a quedar si no te las guardan.
Mucho antes de esa compulsión posesiva nuestro vídeo beta ya llevaba años echando humo con todos los ciclos de cine de La 2, después fundiríamos dos reproductores de vhs, el dueño del videoclub del barrio en el que vivíamos entonces exclamaba ¡pero si hay más películas en tu casa que en mi local! Ya ha llovido hasta llegar a los dvd, los pendrive... Naturalmente no dejamos de ir al cine, la explicación sobra, por la misma razón no he dejado de leer en papel teniendo e-book, para la gente como yo es un debate absurdo, si te gusta el arte lo disfrutas cuando se manifiesta en su elemento natural, pero también lo rescatas en todas las demás formas, o si no que me lo digan a mí que cuando era cría llegué a ver las películas que no eran “toleradas” a través de las rendijas del Cine La Prensa que estaba cerca de mi calle, ¿quién le pondría ese nombre?, o subida en una tapia de uno de los de verano. Bueno pues en todos los modos de ver cine se me sigue poniendo la cara de avaricia ante ese “oscuro objeto de deseo” y cuando contemplé “Cosas que nunca te dije” alquilada en vhs me quedé sin aire ante la voz y el estilo tan personales y sobre todo ante su apabullante verdad. Es evidente que después me la compré. La conmoción se fue repitiendo con cada una de las nuevas entregas de Isabel Coixet: “A los que aman” (1998), “Mi vida sin mí” (2003), “La vida secreta de las palabras” (2005), su colaboración (junto a Win Wenders, Fernando León de Aranoa, Mariano Barroso y Javier Corcuera) para “Invisibles” con “Cartas a Nora”, “Tus cartas son un vino” en el dvd que comparte con otros cineastas y artistas dentro del hermoso libro Miguel Hernández-Juan Manuel Serrat –me lo regalaron mis hijas-. Me faltan algunas, que o bien no vi porque no pude ir al cine en ese tiempo o no las trajeron aquí, pero las estoy buscando: El cortometraje de “Mira y verás”, el film “Demasiado viejo para morir joven” (1989), “¡Hay motivo!” estrenada en 2004, “París je t´aime”, “Elegy” de 2008, “Mapa de los sonidos de Tokio” (2009), “Aral, el mar perdido” corto del 2010 y el documental “Escuchando al juez Garzón” de 2011.
Mi vida sin mí”, propone un debate sobre nuestro paso por aquí, la huella que habríamos querido dejar y la que dejamos, la forma de afrontar un diagnóstico irreversible y la criba que ese hecho -impensable a la edad de la protagonista- nos entrega. Esta bellísima película sopesa la relatividad de los asuntos que nos preocupan y nos enseña a eliminar lo superfluo, y el ejercicio y la sacudida de alfombra son impecables. El modo en que lo afronta y la decisión que la protagonista toma intentando dejar arreglado un futuro para sus pequeñas hijas y para su joven marido que nada tiene que ver con herencias materiales, nos muestra a una mujer generosa y nos especifica en qué consiste exactamente dicha generosidad. La mirada de Coixet sobre esa pequeña gran vida de personas con pocos recursos rezuma tanto respeto que redefine la dignidad.
No conozco a Isabel Coixet en persona, pero sí siento que me ha entregado lo mejor de sí misma: su obra, e imagino que lo de “por sus obras los conoceréis” seguirá valiendo, y pronuncio esta frase con toda intención, porque sobra decir que siento un profundo afecto por ella y agradezco que me deje entrar en los pliegues de su alma por los resquicios que seguramente sin proponérselo deja en sus películas e intuyo los préstamos sutiles que de sí misma regala a los personajes y es ahí, en esas transparencias donde se deja querer mucho, pero no sé si lo sabe, y lo digo porque he leído que a veces le han hecho daño con críticas superficiales a las que sólo una persona bien pensada y bondadosa como ella prestaría atención. La elegancia de corazón sólo la distingue quien la tiene y la envidia es la única pasión baja que le hace más daño a quien la siente que a quien va dedicada, pero esa abyecta pasión contiene una eficiente especialidad: la del rastreo, y para hallar el punto exacto de cada vulnerabilidad posee olfato de sabueso y cuando lo encuentra horada con saña. Es cierto que Isabel Coixet se pone nerviosa en las entregas de premios y que intenta dar una imagen suelta, simpática y menos sesuda, y es verdad que se equivoca al hacer eso, porque parece impostura y ella es perfecta como es y no necesita la aprobación de “los colegas”, porque la de los espectadores ya la tiene. Pero aún así se sobreentiende que en esas ocasiones se siente fuera de su elemento y en cualquier caso a mí y a muchos de los que intentamos ver más allá de nuestras narices las razones de su timidez nos enternecen. En cierta ocasión estaba yo sentada en la playa y delante de mí vi a un crío muy pequeño que durante mucho tiempo, demasiado para la concentración de un niño, se afanó en levantar y sujetar un precioso castillo de arena, tras su concienzudo esfuerzo lo consiguió y cuando al fin lo contemplaba satisfecho se acercó otro chavalillo un poquito mayor, el instante de su mirada llena de asombro amargado no se me olvidará jamás, a continuación se lo pisoteó por completo destruyéndolo a patada limpia. El pequeño le sujetó los ojos durante unos instantes, la expresión de su carilla era de serena indignación, se levantó, recogió su cubo y dejando los diminutos talones clavados en cada una de sus poderosas y enfadadas huellas se fue hasta el agua lo llenó y sin prestarle atención comenzó de nuevo a construir otro castillo. Él sabía hacerlos, el otro no.
Me gusta Isabel Coixet porque me agrada la valentía de la gente que lleva lo de dentro por fuera, y eso es lo que hace en su cine: mostrar los interiores con precisión de cirujana. Su mirada es femenina, y lo digo con todo el subrayado reivindicativo de la importancia que tiene, al igual que recalco también la sensibilidad masculina cuando la encuentro, que por suerte ocurre con frecuencia y también tiene que ver, reitero, con el desnudo anímico.
Los actores -hombres- de sus películas en ninguna otra vuelven a ser tan bellos, tan deseables, tan queribles, la cámara enamorada en manos de Isabel les extrae de sus límites lo mejor de su capacidad para querer, para sentir incluso lo que aún no saben que poseen, como es el caso de Scott Speedman que supo hacer de padre joven sin haberlo sido fuera de la realidad del cine (no me gusta decir en la vida real puesto que el cine pertenece a lo real, porque también es real lo que quieres representar. ¿Quién podría ver los pensamientos, ideas, imaginaciones… si el artista no las explorase para extraerlas y plasmarlas, si en literatura no existiera el monólogo interior, las metáforas, las alegorías, los símbolos, si en pintura no se hubiese encontrado el surrealismo, el arte abstracto?... perdón por el inciso). Ese pudor de voyeurismo respetuoso de Coixet, tan sugestivo, tiene una potencia inusitada que va mucho más allá del erotismo, que trasciende incluso las relaciones personales, que se lo digan si no a Mark Ruffalo, a Andrew McCarthy o a Patxi Freytez, el efecto de sus conmovedoras bellezas es devastador, ningún otro director les ha favorecido tanto, esa sensación sólo la he tenido con otros dos directores: Visconti y Jane Campion. Para no extenderme diré que con las actrices que escoge ocurre exactamente lo mismo, los primeros planos de Sara Polley son dignos de estudio, no me extraña que Isabel Coixet esté maravillada con ella y con su total ausencia de artificio o de recursos, la autenticidad que transpira sólo es propia de los niños, que como ya he dicho en otras ocasiones en este mismo blog no hacen el personaje, ¡son el personaje!
Verla dirigir debe ser una pasada, dando instrucciones en varios idiomas y filmando en cualquier parte del mundo. Además es una de los grandes en el campo de la publicidad, fue directora creativa de la agencia JNT, fundó y dirigió la agencia Target y la productora Eddie Saeta. Se ha llevado los más prestigiosos premios otorgados a este negocio y entre sus clientes están British Telecom, Ford, Danone, BMW, IKEA, Evax, Renault, Peugeot, Winston, Kronembuourg, Pepsi, Kellogg, MCI, Helene Curtis, Procter & Gamble, AT & T, y Estrella Daum entre otros. En el 2000 creó la productora Miss Wasabi Films, con ella ha realizado además de cine, documentales y video clips para músicos que van desde Sexy Sadie hasta Alejandro Sanz.
Creo que dominar esos cambios de registro, ser además una mujer de negocios que jamás pierde el norte ni su necesidad de compromiso con el país en el que vive y las vicisitudes por las que éste pasa, que tiene tiempo de pertenecer a CIMA, la asociación de mujeres cineastas y de medios audiovisuales, como Inés París, Chus Gutierrez o Icíar Bollaín, -no está mal el cuarteto, ya hablaremos de cada una de ellas en otras entregas- pues qué queréis que os diga, si toda esa grandeza no os enorgullece, es que no sabéis hacer castillos.
Por eso querida Isabel, ya es hora de que la dedicatoria sea para ti, y desde este humilde blog yo te la mando con un abrazo:
‘A los que aman’.
Pili Zori.


P. D. Pronto hablaré de “El curioso incidente del perro a media noche” la magnífica y singular novela de Mark Haddon. Lo aclaro para que no desorientar en prevención de que pudierais pensar que de pronto he decidido dedicar el blog a entradas de cine en exclusiva. Como ya os dije, en esta nueva etapa coordino dos clubes, el de literatura de la Biblioteca Pública y el de cine en el centro de mayores de Ibercaja. Una de las entregas es semanal y la otra cuando finaliza la lectura dependiendo de sus páginas, leemos cien por semana y los miércoles las ponemos en común añadiéndoles las reflexiones y experiencias que nos han proporcionado. Hasta el próximo encuentro.

LA VIDA DE LOS OTROS, película de Florian Henckel Von Donnersmack


Mañana martes 16 proyectaremos en el club de cine, “La vida de los otros” uno de los largometrajes más líricos de nuestro tiempo que sin duda marcará el arte cinematográfico del siglo XXI Extraordinaria ópera prima del director de cine Florian Henckel Von Donnersmarck.
El elenco es para descubrirse -demostrando una vez más que con poco presupuesto y con una trepidante trama, que se desarrolla en apenas cuatro interiores- los actores son las columnas capaces de sostener uno de los capítulos más importantes y decisivos de la historia reciente: la caída del muro de Berlín. Algunos de estos actores se criaron y vivieron en la RDA.  Esta película escarba bajo los escombros y recupera los fragmentos para construir la unificación. Y lo hace para que no ocurra nunca lo que dice el poeta y escritor Juan Gelman: “Desaparecen los dictadores de la escena y aparecen de inmediato los organizadores del olvido.”
El capitán Gerd Wiesler encarnado por Ulrich Müe deja clavado en la butaca y sin aliento al espectador y marca un antes y un después en la creación de personajes contenidos, interiorizados, introspectivos… Cualquiera de sus miradas volcánicas, de sus silencios tensos, arrasarían como lava candente al cine más espectacular y sonoro. Uno sólo de sus pestañeos equivale al diálogo más elaborado y brillante que se pueda concebir, lástima que ya no esté entre nosotros, murió al año siguiente del estreno sabiendo eso sí que “La vida de los otros” había recibido el Oscar al mejor largometraje de habla no inglesa, El Globo de Oro, el César, el David de Donatello, el premio a la mejor película europea, el Guldbagge de Suecia, los Lolas alemanes… Al menos ese prestigioso broche se lo llevó consigo en el último mutis, la pena es que nosotros nos quedamos sin el regalo de los magníficos trabajos que habría seguido entregándonos.
Crista María Fielland, es una actriz que deja fascinado a este capitán de la policía secreta, no es para menos, si tenemos en cuenta que la interpreta Martina Gedeck, quienes la hayan disfrutado en la película “Deliciosa Marta” sabrán por qué lo digo: se come la pantalla y es un foco de luz incandescente. Su variedad de registros y matices es inimitable. Cuando un actor o actriz no resulta fácilmente reconocible en pantalla o sobre el escenario es porque se convierte en el personaje, y ese diluirse en otro, quedarse vacío de sí mismo para prestarse como recipiente es la máxima grandeza y a la vez la máxima humildad de un actor. La mayoría de las estrellas americanas hacen de sí mismas sin ningún pudor.
Georg Dreyman es el prestigioso escritor de la obra que se está representando, y pareja de Crista, la actriz. Al intelectual e ingénuo Dreyman, fiel creyente al principio de las bondades del sistema de gobierno en el que vive, lo interpreta Sebastian Koch en un hermoso papel que sin duda agradecerá de por vida al director.
Dreyman también es un personaje en evolución, los paralelismos y vínculos que el director crea entre ambos –el escritor y el capitán de la Stasi- alcanzan la belleza poética más pura. Escenas como la que se produce cuando Dreyman interpreta la “Sonata para un buen hombre” en la que se engloba a los dos –al capitán de la Stasi y al escritor- son sublimes y no estoy exagerando sino buscando la descripción exacta. El espectador no sabría decidir en ese momento a cuál de los dos protagonistas  masculinos y antagónicos va dedicada la composición, las lágrimas del capitán al escucharla diluyen la frontera: es mucho más lo que les une que lo que les separa… Hay pasajes para hincarse de rodillas como el de las palabras del informe que está escribiendo Wiesler: las frases discurren y bajan por la pantalla en una cortina transparente, tras ella la pareja hace el amor, es una escena delicadamente portentosa, el homenaje a la palabra escrita en el filme es constante y la coherencia es que ésta se muestre en imágenes que es el lenguaje del cine. Otra impresionante es la del libro amarillo de Bertolt Brecht que el capitán ha hurtado para leerlo con el fervor apasionado de quien descubre la vida en plenitud, la que nos entrega el arte, sin él no se puede vivir, los suicidios por causa de dicha mutilación dan fe. Nunca había visto una metáfora más hermosa ni un mensaje más claro que el de los dedos manchados de tinta roja en la escena en la que los clandestinos esconden la máquina de escribir: Escribir cuesta sangre. Para mí ahí está el resumen del film.
Cuando ahora escucho como se apela de forma frívola a la libertad de expresión en cualquier tertulia casposa me llevan los demonios.
En fin, no pararía de enumerar escenas, pero retomo el trabajo de Koch, otro actorazo con una capacidad de transmitir enorme, le recordaréis por su actuación en la película “El libro negro”, una más entre las muchas piezas de su brillante filmografía.
Los demás actores tienen apariciones más cortas que no les convierten en secundarios, en este caso me apetece matizarlo, nunca me ha gustado esa calificación, porque no secundan, protagonizan en su espacio y son tan importantes como los últimos brillos y toques que le das a un cuadro para terminarlo, si las pequeñas pinceladas no están bien puestas el acabado será imperfecto. El generoso internet como siempre os dará buena cuenta de sus nombres y biografías.
No sé si el director escogería a propósito la libélula de alas abiertas que está en el vestíbulo, en la entrada a la casa reflejándose en el espejo, me gusta pensar que representa la libertad, el delicado vuelo de la creatividad. Sé que tenía mucho interés en que la decoración no distrajera al espectador, y quiso crear la atmósfera, el ambiente de aquellos años en la RDA utilizando sólo los colores que más abundaban, así, con marrones, beiges, naranjas, verdes y grises logró no sólo el telón de fondo sino el estado anímico que une de forma emocional al espectador con los protagonistas.
La música de Gabriel Yared contribuyó a crear dicho ambiente. El compositor necesitó ir creándola sobre el guión para que formase parte de él, de modo que no está hecha después, y el espectador no la siente superpuesta sino como materia y esencia fundamental que se encuentra dentro de la propia estructura.
Los niños perciben por instinto, sin la contaminación de las palabras, las tensiones, las alegrías, los miedos… los padres del director y guionista Florian Henckel von Donnersmarkd se habían criado en Berlín oriental, y tenían familiares allí aunque después vivieron en occidente, y cuando iban a visitarles en aquellos años él siempre notaba ese miedo indefinido. Intuyo que uno de los grandes objetivos, puede que inconsciente, del director fue el de especificar los ingredientes de ese temor arraigado e injusto que sentían incluso aún viviendo fuera.
Confieso que durante algún tiempo de mi infancia y adolescencia me resultó difícil admitir su falta de libertad, creía que países que garantizaban las necesidades básicas gratuitamente como calefacción, transporte, educación… que eliminaban la pobreza con un reparto equitativo no podían ser dañinos. Sufriendo una dictadura como la que nosotros padecíamos me resultaba imposible pensar que fuera equivalente, que ellos tuvieran otra, y me decía que seguro que se trataba de propaganda mala e interesada que sin duda provenía de occidente y de la rivalidad entre potencias. Después viajé, vi, escuché, crecí… Ahora sé que nada es la panacea y desmenuzo mejor los pros y los contras de todos los Estados, pero sigo soñando con sociedades mejores que no dejen a la intemperie a familias por desahucios tras haber trabajado honradamente. Y procuro no presumir de ejemplaridad patriotera en ningún sentido, ni española, ni europea, ni occidental, porque el poder siempre aprende a cercenar, la diferencia es que ahora lo disimula mejor, y quien paga el pato de su avaricia y embriaguez en cualquier época es la pobre gente. Lo que en todo momento supe sin embargo al igual que el director es que las personas deben estar siempre por delante y que hay que luchar sin descanso para que no cambie de sitio dicha prioridad.
No obstante cuando vi la película me sentí orgullosa por vez primera de ser europea y de que uno de los míos hubiese hecho algo con lo que me podía identificar y que fuese tan hermoso, a menudo siento que estamos espalda contra espalda, que no nos conocemos, que no nos parecemos, que solidaridad poquita y que el que venga detrás que arree y que se joda quien no pueda, perdón por la expresión, es la más explícita y la que todo el mundo entiende. A todos los poderosos europeos se les olvida que tras la segunda guerra mundial les ayudaron y que a nosotros no, y que por eso andamos mal de industria y nos cuesta prosperar, pero no importa, a pesar de los pesares nos vamos arreglando, “el sur también existe” decía Benedetti y aquí estamos. 
Desconozco el estado del cine alemán actual, tampoco sé sobre las escuelas de interpretación que hay allí, si tienen un método… pero a tenor de lo visto éste debe ser uno de sus mejores momentos. La gente de mi edad recuerda a Fassbinder, a Werner Herzog a Win Wenders, porque los cinéfilos de mi quinta tenemos mucho que agradecerle al cineclub de La 2, que se esmeraba en poner ciclos con filmografía de todos los países, y también al cineclub de mi ciudad que hacía otro tanto, pero, al menos yo, desde entonces y hasta este largometraje tenía una carencia, un hueco sin rellenar, con alguna salpicadura que otra pero pocas, muy pocas noticias sobre el cine alemán, supongo que como el mundo se ha vuelto un mercado, si los distribuidores no se interesan pues sus cineastas no han salido del círculo de los premios, festivales o certámenes, y el gran público no ha visto sus obras, o me he descuidado y entono el mea culpa. Lo que sí sé es que no conozco a nadie que cuando le nombras “La vida de los otros” no exclame ¡Ah, sí!, ¡es muy buena!
Toda mi vida he valorado mucho la capacidad de llegada aunque haya quien confunda esa cualidad de conseguir y destilar la esencia y la universalidad con populismo, sólo es una suerte, un talento envidiable para quien no lo tiene, que Florian Henckel Von Donnersmarck avala con una enorme mochila de lectura y cultura cosmopolitas. Nació en Colonia en 1973. Estudió ruso en el Instituto Nacional de Leningrado, hoy San Petersburgo, con el deseo de poder leer a los maestros rusos, que tanto admiraba, en su propio idioma. Vivió con sus padres en Berlín, Francfort, Bruselas, Nueva York… Se matriculó en la universidad de Oxford en ciencias políticas, filosofía y economía. Ayudó a Richard Attemboroug en “El amor y en la guerra” en 1996 tras haber destacado en su aula de guión y le admitieron en las acreditadísimas clases de dirección que impartía la academia de cine y televisión de Munich… En fin, creo que es coctelera suficiente para comprender la madurez, la dimensión y el alcance de “La vida de los otros”.
Casi tengo la certeza de que se necesita que transcurra una generación para contar bien la historia -referida por tus mayores- del país en el que naces. Si has sido protagonista o testigo directo -con todo el derecho que te otorga el dolor- hay perspectivas o enfoques que nunca vas a tomar. Sólo Florian Henckel von Donnersmarck que nació como ya he dicho en renglones anteriores en 1973 puede abordar la evolución de un personaje que las víctimas a las que persiguió y acosó no podrían ni querrían redimir. Él lo hace mostrándolo sin condescendencia y con todas y cada una de sus aristas.
Sentir comprensión y ternura por quien se la merece, por la víctima, no es difícil; hallarla para el perseguidor, el déspota, el verdugo… es entrar en una dimensión más evolucionada, subir un peldaño más en la escala del doloroso pero necesario compromiso, porque ninguna reconciliación nacional es posible sin ese alcance.
Comprender no significa justificar, Donnersmarck expone y dibuja al personaje tal cual, sin dulcificar suavizar o esconder ni uno sólo de los rasgos de su carácter, ni una sola de las pautas de su comportamiento, de hecho elige a un competente capitán del servicio de inteligencia y espionaje de la Stasi la temible policía secreta de la R.D.A. de 1984.
Gerd Wiesler, el capitán pero también el hombre que detenta tanto poder, sufrirá una evolución que le hará asumir las consecuencias de su pasado. Un día acude a un estreno de teatro al que asisten autoridades y de inmediato queda fascinado al contemplar a la popular actriz Crista María Fielland sobre las tablas. Ella está interpretando a la protagonista de una obra del prestigioso escritor Georg Dreyman, su pareja. Minutos después de que finalice la observará besándose con él. Y valiéndose de su cargo decide espiarles, -los artistas eran paranoicamente perseguidos hasta la destrucción por supuestos delitos contra el régimen que hoy nos harían sonreír de puro ingenuos-. El contraste de sus vidas con la del militar, tan espartana y vacía, las inquietudes artísticas, emocionales e intelectuales del círculo de amigos de la pareja, el sentido crítico, la lucha… pondrán en cuestión todas sus creencias y tomará conciencia hasta el extremo de decidir que aún en las circunstancias más arriesgadas y adversas hay que hacer lo correcto y que la lealtad abyecta es un malentendido manipulador.
La decisión, el punto de partida o el enfoque que tomó el director es dificilísima: nos muestra a un hombre equivocado que no sabe que lo está y que cree estar entregando lo mejor de sí mismo al sistema de gobierno en el que cree. Tenía que extraer desde lo más odioso del personaje la dignidad de la transformación, es decir tenía que meterse dentro del sistema y que la fuerza de lo perseguido le diese la vuelta. Siempre ha habido personajes que ejercieron la transición desde dentro poco valorados por la historia, pero tan necesarios sin embargo como los de fuera, sin ellos las dictaduras no se habrían derrumbado, pero es difícil concederles homenaje porque están muy manchados.
Como os dije en entregas anteriores el arte que no te transforma no es arte.
Un abrazo y hasta el próximo encuentro.
Pili Zori

CRASH, película de Paul Haggis


El próximo martes día nueve de octubre comenzaré a coordinar y a compartir un nuevo club de cine en el centro de mayores de Ibercaja de mi ciudad.
Aunque son malos tiempos para la lírica es bonito comprobar cómo entre todos intentamos que la llama que ilumina el arte y la cultura no se apague para que se sigan propagando, el cálido aliento de todos nosotros es el que la mantiene protegida de los fríos y por tanto encendida. Los miércoles naturalmente continuaré con el de literatura en la Biblioteca Pública que mantenemos vivo desde hace diecisiete años.
Espero que resulte una preciosa andadura porque el cine compartido se vuelve inolvidable y las reflexiones, sentimientos y experiencias que suscita le añaden epílogos que lo enriquecen y acrecientan, y ese es el máximo homenaje que se le puede devolver a una obra de arte para la que ha trabajado tanta gente. Escogeremos singulares maravillas de calidad enorme.
“Crash” reúne los mejores ingredientes para que después de verla surja un interesante coloquio, la película es de altísimo contenido ético, y su análisis sociológico bucea y explora a gran profundidad.
Crash significa colisión, choque, pero admite otras lecturas, otras interpretaciones: la de un ser humano que entra en colisión con otro, la de esa misma persona cuando hace ¡crash! y estalla porque no puede más, o la de toda una sociedad que se resquebraja enferma de miedo.
Paul Haggis, el director, nos propone un análisis sobre la deshumanización, -esa pegajosa pandemia que se extiende por las grandes urbes- y la sitúa en la ciudad de Los Ángeles, paradigma del aislamiento envuelto en hormigón, metal y cristales. Nos cuenta cómo el miedo a los demás se instala y nos vuelve desconfiados, susceptibles, reticentes… y cómo la falta de comunicación, el desconocimiento del otro desencadena el prejuicio, la hostilidad y la ira en un tiempo en el que la persona ha pasado a valer menos que las cosas, a ser dominada y poseída por ellas y no a la inversa.
El film lo realiza después del 11-S, y en esa atmósfera, en ese caldo de cultivo se germina.
En principio podría parecer que el discurso es manido, mil veces contado, mil veces visto: los prejuicios raciales, las diferencias de clase… pero lo que hace diferente a esta película de otras es que nos narra cómo comienza ese efecto dominó. El director lo consigue especificando, buscando la precisión, deteniéndose en los detalles, y nos pide que tengamos en cuenta que cualquiera de nuestros actos por pequeños que nos parezcan tienen importancia y por tanto consecuencias: un mal gesto, un apenas perceptible ademán de desprecio pueden generar un efecto mariposa que produzca en las antípodas un huracán, y una vez mostrado el desencadenante nos conduce con maestría desde lo individual a lo colectivo peinando, a partir de un hecho aparentemente fortuito, un hermoso trenzado de vidas cruzadas sin permitir que de esa coleta se escape ni uno sólo de sus cabellos.
El director de algún modo saca el dedo de la pantalla para recordarnos que todos somos capaces de lo peor y lo mejor, de caer en la vileza más abyecta, y al mismo tiempo de protagonizar la máxima heroicidad, no permite que huyamos por la trampa del maniqueísmo y nos recalca que a veces somos las víctimas pero igual de a menudo los agresores y que saberlo, conocer nuestras contradicciones, mirarnos por dentro sin engañarnos, sin autocomplacernos hace que nos anticipemos para sopesar las consecuencias de nuestras conductas. Estudiarnos a fondo la zona transparente y también la oscura, las aristas y facetas que la vida nos va tallando es lo único que nos puede mejorar.
Justicia no tiene porque ser siempre una palabra grandilocuente, con frecuencia camina en zapatillas de andar por casa y comienza por una pequeña falta de consideración hacia el otro. Naturalmente seguiremos siendo injustos, pero la diferencia radica en que sepamos advertirlo, en no negar la mayor para salir del paso, en al menos darnos cuenta. Si nos confesamos a nosotros mismos los ramalazos racistas, xenófobos o clasistas que sin duda albergamos, en lugar de envolverlos en eufemismos podremos dejar de tenerlos, al fin y al cabo uno no es racista por herencia genética, -los niños no lo son- uno se vuelve racista, clasista o xenófobo que es muy distinto, y en definitiva de lo que hablamos en esencia es de desprecio.
Esta película se dedica a desarmar estereotipos, los prejuicios que en ella aparecen son de ida y vuelta, los de todos contra todos, blancos, negros, sudamericanos, árabes, persas, chinos, vietnamitas… parapetos absurdos que no nos sirven de escudo, porque como decía al principio paradójicamente el miedo no nos protege por muchas cerraduras que pongamos.
“Crash” fue la primera película que dirigió Paul Haggis, pero con el aval de una brillantísima y larga carrera como guionista, que además se ha curtido en televisión –no en vano a uno de los protagonistas le hace ese préstamo personal-. Un guionista es un escritor de cine, (sí, no es una perogrullada, de vez en cuando conviene repasar los componentes de un arte o de un oficio para no darlos por sabidos sólo por haber mirado la etiqueta), un escritor de cine escribe con imágenes; para crearlas usa palabras que no se van a escuchar pero que sostienen, que sustentan dicha imagen que a su vez coloca una conclusión en el espectador: Así vemos a Matt Dillon en uno de los papeles más brillantes de su carrera, sentirse impotente ante el sufrimiento de su padre en el baño, desatendido por el inhumano seguro que no soluciona, que no se hace cargo, que no cubre su enfermedad hasta el final, y ya tenemos la viva imagen de la desesperación, la ira latente que acto seguido se desencadenará explica las palabras no pronunciadas y que buscadas sin embargo por el guionista creemos haber puesto nosotros. Pero en este caso los diálogos que sí se escuchan tienen la potencia inaudita de un subrayado fosforescente. Y es que la inter-contaminación, el mestizaje de las artes las enriquece a todas nutriéndolas entre sí, el cine contiene literatura, teatro, música, pintura… y viceversa.
La película es una extraordinaria obra de arte, que algunos internautas han tildado de manipuladora y demagógica, me han sorprendido esas conclusiones que he leído atentamente pero que no comparto, en mi opinión, el cine de intenciones y de compromiso social es necesario y su vocación de servicio no le resta ni un ápice a su deseo de estilo. Si nos paramos a pensarlo plantar la cámara en plan aséptico y mirar sin más no deja de ser un parapeto para quien no se quiere mojar, además es imposible no pronunciarse: en cuanto eliges plano ya has escogido el enfoque y has tomado posición. Otra cosa es que el arte a veces nos ponga espejos delante en los que no nos guste mirarnos, y este es uno de esos ejemplos, cualquiera que contemple de frente esta película se verá reflejado en ella y en su fuero interno lo admitirá.
Me gustaría pensar que sólo se manipula a quien es manipulable.
Me ha maravillado la extraordinaria manera en que Haggis  ha cerrado todos los círculos sin saltarse ni uno, como ha colocado el centro, el  corazón, el latido de la película en esa bellísima escena redentora del incendio del coche. Pocas veces me han explicado con tanta hondura en qué consiste la pérdida de la dignidad y cómo puedes y sobre todo cómo debes recuperarla.
Crash es una advertencia contra el aislamiento y la incomunicación, pero también un canto, sólo quien ama a sus semejantes es capaz de abroncarlos por sus equivocaciones y de ensalzar sus aciertos. La hija del tendero persa y el cerrajero son la esperanza y llave de la comprensión y el entendimiento.
El film se llevó tres oscars, a mi juicio los tres más importantes, los que engloban y prestigian el resultado final de la labor: a la mejor película, al mejor guión original y al mejor montaje, el de montaje es el del hilo y la aguja que cose las piezas consiguiendo con la costura el diseño y la hechura buscados.
Paul Haggis escribió “Million dollar baby”, guión valiente por el que apostó Clint Eastwood, le ha escrito muchas más, -como por ejemplo “Cartas desde Iwo Jima”-, a él y a otros muchos directores, todas ellas brillantes e inolvidables, pero no quería decirlo al principio para no influir. Así que teniendo tanta trastienda y tanto equipaje detrás, es fácil deducir que el proyecto de “Crash”, su ópera prima como director guionista y productor, era su tesoro personal y quería rubricarlo en todas sus facetas.
Todos y cada uno de los componentes del elenco realizan interpretaciones magistrales, son papeles muy golosos por sus ambivalencias, la dirección de actores ha sido enormemente generosa porque todos ellos tienen una escena cumbre de protagonismo absoluto en la que sacan de las entrañas lo más recóndito del personaje, auténticas joyas para el currículo.  
Una película es un milagro en el que se conjugan muchas especialidades artísticas, realizadas por un ejército de empleados que funcionan como un mecanismo de relojería, del director depende que la sinfonía suene con la unidad y la armonía de una orquesta filarmónica.
Paul Haggis es de origen canadiense, no es la primera vez que proveniente de allí contemplo una sensibilidad exquisita y distinta, me gustaría conocer mejor el magma de su cultura. “Crash” te remueve por dentro y su poso te transforma, te hace mejor, y al menos yo al arte siempre le pido esa clase de belleza.
Un fuerte abrazo y hasta el próximo encuentro.
Pili Zori