"Donde las mujeres", de ALVARO POMBO

Álvaro Pombo siempre resulta gratamente controvertido, como persona y como escritor.
Su novela “Donde las mujeres” nos ha hecho reflexionar una barbaridad, no sólo por su contenido, también por su forma. Así que intentaré plasmar lo mejor que pueda la esencia que fue destilando cada compañera del club en sus intervenciones, y lamento no poder ir como los gatos al veterinario para que en su consulta me incrusten en vez de un chip de identificación una grabadora en mi maltrecha memoria, porque cada día me da más rabia no saber transcribir con exactitud el pasmo que me producen sus opiniones, todas sin excepción.

En apariencia “Donde las mujeres” es una novela que nos habla de la historia de los miembros de una familia del norte de España, elitistas, aislados y con inconfesables secretos. Pero eso es sólo la punta del iceberg.
Dicha familia la componen madre y tía, Tom, el compañero sentimental de esta última, un padre ausente, tres hijos y Frau Hannah mujer todo terreno que lo mismo sirve para el roto de ser la nany, que para el descosido de educadora, ama de llaves… -en definitiva personaje anexo a la familia que recicla su cometido adaptándolo a las necesidades del paso del tiempo y envejece junto a las personas que cuida viviendo de prestado una vida ajena-, y la fuerte presencia de un recuerdo: el de Gabriel amante de la madre en su juventud. Personaje que desenlazará con un ¿triste estropicio?, (depende porque si es verdad que la verdad nos hace libres, su estropicio de cenizas elevará al Fénix para un nuevo comienzo, vosotros mismos decidiréis al final).


El recorrido cronológico de la novela va desde los años cuarenta hasta los setenta del siglo xx con el añadido de otros recuerdos que nos trasladan a etapas anteriores a la guerra civil española y que explicarán muchas de las razones del ‘enquistamiento’ de este curioso e insólito grupo familiar, etapas en las que el círculo social en el que madre y tía se movían era menos convencional en cuanto a la forma de entender las relaciones sexuales y amorosas. Después el mundo cambió dejando atrás ciertos modos de pensar, el lector juzgará por si mismo si la dura mirada del autor es o no ajustada. “Creímos que podía hacerse” -dice uno de los personajes- “ver y vivirse la idealidad en la realidad, y no se puede.”

La historia nos la cuenta en primera persona la hija mayor, en un alarde de introspección subjetiva, de modo que el lector advierte enseguida que lee bajo su enfoque, si el autor hubiese escogido el punto de vista de cualquier otro personaje del elenco la novela sería completamente distinta, parece una perogrullada pero hago hincapié en el detalle precisamente porque la decisión conmueve, ya que acompañaremos a este personaje en evolución hasta la pérdida de su inocencia y contemplaremos impotentes como se le caen todos los palos del sombrajo.

Como una de mis compañeras especificó, la novela está dividida en dos partes. Hasta la aparición de Fernando, “el padre”, la narración refleja el tiempo de la inocencia que recorre los mundos infantiles en los que la confianza hacia los seres queridos no se pone en cuestión y supone un valor seguro e incondicional además de un cálido refugio interior. El padre representa el exterior y una versión distinta. Tras la llegada de Fernando, comienza el doloroso proceso de ruptura de crisálida, es decir: en el mundo adulto la confianza ya hay que ganársela porque además es frágil y quebradiza y se puede perder fácilmente. “… En el fondo nadie sabe si es digno de amor o de odio” escucharemos decir en la conversación que la protagonista mantiene con Tom en la página 267. “… La atención que un ser humano presta a otro vale mucho” continuará en la 268.
Al hilo de estos pasajes en el club hablamos de que la identidad no nos la da el dinero que tenemos, el lugar en el que vivimos, la profesión que ejercemos ni la gente con la que nos relacionamos, ingredientes todos ellos que tienen que ver con la imagen. La identidad pertenece más a los terrenos intangibles de los sentimientos, las creencias y las emociones, (y si no que se lo digan a los psicoterapeutas que siempre andan los pobres desenterrando las frases maternas o paternas de las que sus pacientes se han quedado colgados). Y ese, precisamente, es el terreno que la protagonista explora. Durante toda la novela camina sin nombre, sólo al final nos será revelado, -creo que se llamaba Clara, (ya no tengo el libro entre las manos) significativo ¿a que sí? –supongo que el autor decidió que fuera innombrable para reforzar la idea de exclusión que en la segunda parte sentiremos con fuerza.

Todas pudimos reflejarnos en esa zona de nuestras vidas en la que comenzamos a pensar por nosotras mismas, en la que nos atrevemos a ver a nuestros padres como personas, a ponerlos en cuestión sin dejar por ello de quererlos. “Así es la juventud esa que dicen, -expresa Clara- la primavera de la vida: inseguridad, mal humor, y el peso de la culpa.” La libertad tiene su precio y dejar de pensar por cabeza ajena es costoso.
Pero no todas las familias son buenas, hay padres que odian a los hijos o hijos que odian a sus padres por motivos sin grandeza, mezquinos, y a Clara la familia que le toca le usurpa su verdad dejándola a la intemperie y una vez que el secreto pierde su utilidad la protagonista es despedida con la misiva de que puede permitirse ser diferente pero lejos.

En el club hubo frases como estas: “Son todos unos egoístas superficiales y pedantes que alardean de independencia chupando del bote, gente con una vida absurda y estéril… cuánta crueldad innecesaria…” Nos detuvimos un buen rato en tratar de explicarnos las razones de tía Lucía para desvelarle a la muchacha de forma tan abrupta y dañina el misterio. “Celos” -dijeron algunas compañeras, por la intimidad anímica que Clara y Tom estaban alcanzando-. “Se sintió traicionada por su hermana y se vengó en la hija” -añadieron otras- “cuando ésta, en la madurez, se avino a vivir de un modo más convencional con Fernando rompiendo así la actitud altiva hacia los hombres, y por tanto la ‘independencia’ emocional. De hecho, y no en vano el autor coloca a la tía Lucía en una atalaya de la isla, su vivienda es un torreón, y para reforzar la imagen simbólica sitúa a la familia en dicha isla y cuando el pueblo llano comienza a aparecer por la playa que jamás fue de su propiedad, con sus bocadillos y bebidas el clan se siente invadido.

Se llegó a la conclusión de que la mirada del autor era dura y pesimista, que su novela era una critica, rayana en el exorcismo, a esa familia demasiado concreta aunque haya otras parecidas.
En ese ambiente íntimo y afectuoso que se genera en nuestro club me atreví a pensar en voz alta y me permití ciertas especulaciones -sin ninguna base naturalmente- y con la misma confianza aquí os las transcribo:
Compartí que durante toda la lectura yo no había podido evitar ver por debajo al propio Álvaro Pombo camuflado en el personaje femenino, por ello cuando una compañera dijo que la novela estaba llena de contradicciones, y otra que se quedaban algunos cabos sueltos a mí se me reforzó más la idea autobiográfica: sabemos que muchos autores a veces se permiten hacer ajustes de cuentas en clave para que sólo los interesados las reciban sin detrimento para el lector, ni siquiera es trampa, pero también sabemos que cuando esos camuflajes pueden herir demasiado, también se quedan a medias sin descargarse del todo por conflicto ético. No sé que partes personales ha podido prestar al personaje Álvaro Pombo, pero lo que sí sé es que si los hechos están envueltos en ficción los sentimientos en cambio son reales y de carne viva, y yo lloré por él entre las líneas, por ese hombre que dice en alguna entrevista que sólo a una edad muy avanzada ha podido ser feliz, por ese hombre que a una edad avanzada ha convertido su desesperanzada prosa anterior en novelas llenas de optimismo y esperanza, y sobre todo por ese hombre que a una edad avanzada, pero no por ello menos joven, ha contribuido a que el futuro de los homosexuales jamás vuelva a ser clandestino. Esta novela en concreto no habla de forma explícita sobre la homosexualidad, pero yo si he querido ver las equivalencias en esa especie de expulsión del paraíso si no encajas.

En el club nos preguntamos qué le ocurriría después a la protagonista y una compañera dijo: “Escribirá en una novela todo lo que le ha ocurrido, escribirá la novela que acabamos de leer y por eso sobrevivirá, por eso se salvará.
Creo que es un hermosísimo broche para cerrar este encuentro: La literatura como redención y salvavidas.

Hasta el próximo en el que leeremos “La ciudad de los prodigios” de Eduardo Mendoza.
Un fuerte abrazo y gracias por vuestras visitas.


Pili Zori