MI PEQUEÑO TALLER RUDIMENTARIO


A menudo, cuando tengo un libro entre las manos, presentado como novela, murmuro en mi interior: Esto no es literatura. No pongo en duda que probablemente su contenido resulte incluso mejor para el lector, pero pienso que encajaría más adecuadamente en una crónica, en un artículo largo, en un reportaje… Continúo con la lectura, y mientras recorro las páginas tengo la sensación de quedarme fuera, porque escucho a alguien que me cuenta pero no me introduce, dichas páginas no tienen creada la atmósfera por la que poder deambular, falta el espacio para acompañar a los personajes, sólo describen, no consigues experimentar la acción, no sientes lo que sienten, lo que piensan, lo que les aqueja, lo que les ocurre; esas hojas no te introducen en su interior anímico, eso sí, te dicen qué sucede como lo haría un magnífico guía turístico ameno y seductor. Y decido que la novela que me pesa entre las manos es una transcripción de todo lo investigado, el trabajo de campo que se supone que ha de realizar el autor o la autora antes de disponerse a escribir, en realidad -me digo cuando ya salgo por la última página- ahora es cuando debería comenzar la narración, he paseado los ojos por un “corta y pega”, por un collage de piezas colocadas con más o menos gracia, pero no por una creación. Este malestar me sobreviene, paradójicamente, con libros de autores de gran tirada y adorados por el gran público, y llegado a este punto, mi pensamiento, como es solitario y ninguna persona lo está escuchando, se permite soltar una maldad: ¿por qué tantos lectores piensan que aprenden más con estos libros, creen que reciben un barniz erudito y con la literatura no notan el crecimiento? Y me parece injusto y me “reboto” como si tuviera derecho y me fuera la vida en ello, con la impresión de que con esa actitud relegan a la literatura a un lugar inferior; y me ocurre lo mismo cuando veo que se aprecia más la lectura si lo relatado se considera real, y veo que se exclama con admiración: “¡Es biográfico, le pasó de verdad al autor!”, como si hacer literatura saliese de algún lugar tramposo que proviniese de la mentira.
Un arquitecto imagina un edificio que no existe y después lo levanta, no se parece a ningún otro anterior y para crearlo ha utilizado herramientas y métodos que antes no se habían visto, ¿entonces?, ¿cuándo comenzó a ser real el proyecto si nació dentro de la imaginación de un artista? ¿Qué es más importante?, ¿levantar una catedral o que te la describan?
En fin, queda claro que este amor mío por las novelas y los novelistas es un poco obsesivo y algo tóxico, aunque no es ningún secreto que soy pasional para todo, y así de marimandona sueno, qué se le va a hacer.
A veces comparto el pensamiento en voz alta con mis compañeros del club, (avezados, sagaces y con buen criterio literario), pero lo hago con el horrible temor de parecer pedante, sobrada, snob… y nada más lejos, Dios me libre, porque nadie es quien para pontificar y yo menos que nadie; si algo respeto es el gusto personal de cada lector, y doy por supuesto que la relación que éste mantiene con el libro elegido es cosa suya, al fin y al cabo es uno de los pocos actos completamente libres que tiene el ser humano, o casi -dentro de las posibilidades que hay para escoger en una biblioteca o librería, que no son pocas.
Mi manía de ordenar mi cabeza –puede que sin ser consciente- al estilo Marie Kondo, -un cajón para cada tema- es posible que se deba a una extraña necesidad de defender lo que a mi juicio –completamente subjetivo- es la literatura, que si lo piensas detenidamente pues me puedes decir: y a ti qué más te da, lee lo que te salga de las narices, ponle la etiqueta que quieras, móntate tu canon personal y punto. Pero lo cierto es que no trato de imponer mi punto de vista, sino compartir lo que siento. Nunca pongo ejemplos que aclararían mejor lo que intento expresar y hoy voy a hacerlo, aunque sea con alguna ocurrencia traída por los pelos. Procuraré mostrar una misma escena escrita de dos maneras distintas, después la analizaremos, un poquillo de taller rudimentario y de paso nos entretenemos:

1. María subió con prisa al caballo sin montura, de color marrón canela; el camisón se elevó sobre los muslos desnudos debido a la horcajada, galopó, el viento hizo vaivén en la melena suelta y oscura, los cascos de los perseguidores se escucharon a lo lejos. Las luces de las antorchas anunciaron la ciudad a la que quería llegar para ponerse a salvo, no iba a desfallecer teniéndola tan cerca.
Análisis:
En este primer pasaje describo una huida en la que el lector no participa de forma activa puesto que le doy todos los detalles masticados, tan sólo tiene que mirar.

2. Los pequeños guijarros rebotaban con furia contra los flancos desde los ávidos cascos, la piel del alazán se adhirió a los muslos de María, el viento curvaba ahora la horizontal de la seda del camisón que la subida a horcajadas había elevado hasta las caderas, los dedos se crisparon anillados a las crines, el largo cabello castaño rebanaba el aire en cada giro del cuello ante el mandato brusco del rostro femenino vuelto hacia la espalda, los latidos sonoros resquebrajaban las paredes del pecho sin aire; entre los golpes del corazón que martilleaban sus oídos pudo escuchar aterrorizada los relinchos cada vez más cercanos. Las luces de las antorchas perfilaron la ciudad que como una frontera la mantendría a salvo si lograba alcanzarla, clavó los talones  en su leal caballo que en ese instante se fundía con ella en la misma zozobra.
Análisis:
El segundo pasaje es el mismo pero contado de distinta manera. Dejo que el lector vaya descubriendo lo que ocurre, le permito entrar en la acción, no digo que María monta en su caballo, hago que quien lee lo deduzca, jinete y animal van al galope, quien lee lo sabe porque las pequeñas piedras del suelo rebotan contra el abdomen del alazán, tampoco explico que huye semidesnuda y descalza porque ha salido abruptamente de la cama, el lector llega a la conclusión, consigo que sienta el estado de ánimo de la protagonista -asustado y nervioso- para lograr la empatía y que se pregunte ¿de qué huye?, ¿de quién? y ¿por qué? Por las antorchas comprende que María se encuentra en una época anterior a la actual. A partir de ese momento sí querrá seguir leyendo.

Crear la atmósfera no es sencillo, pero sí imprescindible para hacer literatura, hay que saber insinuar, pedirle al lector que intuya, que lea entre las líneas… Escribes con lo que se dice, pero también con las palabras no pronunciadas, las que decides no decir pero que están, el lenguaje es el cargamento de ladrillos que necesitas para la construcción del edificio, pero en las paredes hay que dejar huecos para las ventanas por donde quieres que quien lee se asome para ver más allá, y ese más allá tienes que tenerlo pensado para que el ventanal lo enmarque. Éstas y otras muchas son las reglas del juego, si no las sabes usar la lectura se aplana, se vuelve previsible, no hay gotero para distribuir las sorpresas, los golpes de efecto… Antes de comenzar a narrar debo crear primero el esqueleto, los planos, la estructura, el continente… y éste bien puede tener un estilo nuevo o uno clásico, pertenecer a un género determinado o a otro, después el contenido puede ser de mayor o menor calidad -porque como repito a menudo, con las mismas perlas se engarzan collares distintos- ahondar o quedarse en la superficie, ser intimista, introspectivo, o de mirada únicamente exterior, de carácter social… o todo junto, pero he de quedarme a la sombra incluso cuando hablo de mí para que el lector sienta que interactúa y decida que la novela ya es suya. La precisión la pone el verbo, la belleza el adjetivo; el tono, el ritmo y la composición forman parte del misterio hasta para quienes escribimos. Las novelas han de ser hipnóticas e inquietantes, aunque nos hablen de la lista de la compra si en ella se incluye el cianuro.
Un abrazo.
Pili Zori