"La balada de Iza", de MAGDA SZABÓ

Tras la muerte de su padre, Iza decide hacerse cargo de su madre. Resuelta a evitarle sufrimientos, toma las riendas de la situación y se encarga de todas las cuestiones prácticas: organiza el entierro, vacía la casa familiar, se deshace de todo lo viejo y le ofrece una nueva vida junto a ella en Budapest. Sin embargo la anciana que en un principio se muestra profundamente agradecida, es incapaz de adaptarse a las comodidades de la vida moderna y a la falta de responsabilidades en el universo perfectamente organizado de su hija. En un ambiente cargado de buenas intenciones y pequeñas vejaciones, la incomprensión y la irritación se apoderan de su relación, hasta el día en que la madre decide volver al pueblo, una decisión que tendrá fatales consecuencias.
La ‘Balada de Iza’, la nueva novela de la autora de ‘La puerta’, reflexiona sobre los silencios que sofocan la vida doméstica y sobre la dificultad de amar y de comprender al otro
”.

(Resumen extraído de la contraportada de la novela perteneciente a la editorial Mondadori
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La balada de Iza” debería titularse “Balada sobre Iza” o “La balada que se refiere a Iza” porque no es ella quien la ha compuesto ni quien la canta. De lo que siente Iza sabemos poco, de ella hablan los demás personajes que nos cuentan como les afecta o infecta el espartano carácter de la amable, eficiente y prestigiosa doctora especializada en reumatología. En realidad "La balada de Iza", (además de hablarnos sobre la incomunicación, sobre la inadaptación, sobre la ruptura generacional y el antagonismo entre el mundo rural y el urbano, además de denunciar los inconvenientes de deshumanización que proponen y producen los tiempos modernos llenos de falsas comodidades a las que sirves tú y no ellas a ti), es un juicio sumarísimo contra Iza. Y el diagnóstico en este caso, ya que andamos entre médicos -puesto que Antal, el ex esposo de Iza también ejerce la medicina- es el de egoísmo.

Como soy tan amiga de las causas imposibles, he tomado la actitud de quien, tras haber escuchado a todos, menos a Iza, les pregunta: ¿Y vosotros?, ¿estáis libres de pecado?, ¿podéis tirar la primera piedra?
Para no despistar aclaro que voy a desordenar la novela empezando por las conclusiones finales a las que van llegando los personajes, pero no olvidéis que la relación principal es la de madre e hija durante ese delicado y difícil periodo de tiempo en el que los hijos ya nos tenemos que hacer cargo de nuestros padres cuando estos empiezan a ser dependientes y los roles, por fuerza mayor, han de quedar invertidos. Es una etapa complicada y desgarradora en la que surgen conflictos de intereses, en la que hay que señalar límites y liderazgos para conciliar la convivencia, y en la que se ponen en cuestión las prioridades, pero demonizar sólo al miembro familiar que ha de tomar las decisiones es muy fácil, y cargar sobre él culpas y responsabilidades dejando que la sociedad y el estado se vayan de rositas es paradójico. La familia no está licenciada en geriatría y hace lo que puede y lo que sabe, no puede trasladar el entorno entero del anciano para que no extrañe, qué más querría, y el día tiene 24 horas, y además de cuidar a ese ser tan querido hay que trabajar dentro y fuera del domicilio. Nadie puede dar clases de vitrocerámica y monomandos a personas de una edad en la que ya no se aprende, no se fija ni se sujeta lo nuevo, en la que es casi imposible eliminar hábitos y costumbres de otro tiempo que se han incrustado en los genes, que forman parte de tu vida. Todos envejeceremos y al igual que Etelka tampoco comprenderemos las nuevas formas de relación, ni las novedosas tecnologías aplicadas a los hogares y a la calle. La esclavitud no se ha erradicado, tan sólo están mejor decoradas las jaulas, y los trabajos son muy absorbentes, por eso es una realidad y no una disculpa que no se pueda prestar la atención debida ni la demostración de amor deseada a nuestros padres, nuestros hijos, nuestros hermanos, nuestros amigos…

Lo mejor de esta novela precisamente es ese dedo metido en esa llaga: cómo vamos a resolver la longevidad y las enfermedades sin haber creado los espacios apropiados, ni las profesiones que nos ayuden a todos a entenderla y sobrellevarla, -en la casa y fuera de ella-, cómo vamos a conseguir que los políticos y empresarios tengan en cuenta en sus programas los sentimientos de las personas. Sí, lo he dicho bien, los sentimientos son el motor individual y colectivo que pone en marcha el mundo, son los que te llevan a las urnas, los que te hacen fundar un hogar o construir una escuela, un hospital… Las ideas y los principios se sustentan en ellos y ellos son los que las difunden; obviarlos o considerarlos de segunda es un craso error, al igual que la ciencia sin la palabra no puede expresarse, y la palabra necesita el vehículo de la ciencia para extenderse, (cómo si no se fabrica un libro, cómo si no se explica una ecuación), el hombre y la mujer se hacen humanos porque sienten. Se acabó el tiempo de separar por compartimentos, la vida es una interrelación en la que ningún cometido es más importante que otro, y cuando vamos a trabajar vamos con todo lo que somos, no nos volvemos máquinas de repente.
Es cierto que como Iza, hay muchas personas con una imagen pública muy generosa que sin embargo están secas por dentro, que son incapaces de darse a sí mismas o incluso de recibir, casi siempre son criaturas consagradas al trabajo, que, repito, no saben darse a sí mismas, pero sí entregan a cambio toda su sabiduría y su capacidad profesional a los demás. Reprocharles su carencia es como criticar a un manco por haber nacido sin brazo, como con gran acierto nos dice Lidia, la enfermera, refiriéndose a Iza cuando finalmente consigue mirarla por dentro.
Como no pretendo hacer un análisis literario sino compartir con vosotros los efectos que me ha producido la lectura de esta balada de Magda Szabó, daré rienda suelta a mi subjetividad y ésta me dice que la novela esconde una enorme injusticia: nadie le comunica a Iza lo que hace mal, simplemente se alejan de ella dándola por imposible. Probablemente tengan razón y ellos sepan mejor que yo que Iza no tiene arreglo y que permanecer a su lado les destruye, pero todos tenemos derecho a que nos echen una buena bronca, sólo después de haberla recibido estamos en igualdad, si el otro no reacciona entonces sí nos podemos ir, pero las cartas han de quedar boca arriba. Lo que ocurre es que a menudo escondemos la cobardía tras las buenas formas, detrás de una bronca puede haber distanciamiento o ruptura, pero hay que tener generosidad y estar dispuesto a apechugar con ello. Antal abandona a Iza sin decirle nada, y encima se va silbando, leemos sus pensamientos, pero ella no sabe por qué se marcha. No pretendo ser tendenciosa, pero hay un pasaje en el que Lidia, el nuevo amor de Antal, observa que en la clínica éste siempre le estrecha la mano a Iza como si fuera un hombre, me he asomado por ese resquicio e insisto, no quisiera ser sesgada, pero la novela se publicó en 1963 y tal vez la autora, Magda Szabó, aún siendo progresista y sin darse cuenta todavía se encontrara imbuida en una soterrada desigualdad y por eso su personaje Antal como muchos hombres de la época no estaba listo para tener al lado esposa y colega al mismo tiempo. A menudo se confunde el amor verdadero y los cuidados sinceros con que te quieran preparar la cena, disculpadme la ironía, y si tienes un concepto laboral con escalafones verticales de superioridad e inferioridad tal vez busques a quien te pueda admirar y sin embargo huyas de quien pueda competir contigo o incluso destacar sobre ti, pero esto no es más que una hipótesis maliciosa mía, el libro ni siquiera la plantea, Antal era el que hacía la cena y además se queja, seguramente con razón, de la frialdad de su esposa y de no ser correspondido en el amor, pero para no meterme en un jardín prefiero que le escuchéis a él y así podréis opinar por vuestra cuenta:

La contemplo mientras dormía. Su rostro volvía a ser el de la joven Iza, la chica pálida, agotada de tanto estudiar, dócil, triste y sufrida. La hermosa frente, las cejas, los ojos de Vince, y la nariz chata, los labios aniñados y la barbilla suave de la anciana, todo en un mismo marco”.
“Te amaba –pensó Antal-, te amaba como nunca he querido ni querré a nadie, te amaba sin condiciones, sin reproche alguno. Yo siempre fui tuyo y tú nunca fuiste mía, estabas lejos de mí incluso cuando te tenía entre mis brazos. Por las noches a veces me entraban ganas de sacudirte para que despertaras, gritarte para que me dijeras la palabra que te hiciera ser tu misma, que te salvara, y que me indicaras la dirección por donde ir para poder encontrarte. Cuando comprendí que simplemente eras egoísta y que a cada uno le dabas un trozo de ti misma para que no te molestara e interfiriera en tu trabajo, rompí a llorar. No me oíste, y si me oíste pensaste que sería un sueño, porque sentías amor y respeto por mi y, según tú, un hombre nunca debe llorar”.
“Sabía que debía dejarte antes de que me infectaras con el tremendo rigor y disciplina con que te defiendes a ti misma y a la tranquilidad de tu trabajo, antes de fundirme en ti y empezar a ver las cosas a través de tus ojos, y llegar a pensar yo también que Dorozs no es más que agua, un balneario de vidrio y hormigón, una fuente de divisas, y no una desesperada necesidad de justificar la existencia del antiguo manantial, el anhelo infinito de compensar todos los sufrimientos del pasado y hacer por fin justicia”.
“No podía seguir viviendo contigo”.
“Cuando te conocí eras como un pequeño soldado que marchaba con aire resuelto a la guerra. Estabas junto a tu padre, el mendigo más magnánimo de todos los tiempos, y pensé que tu también eras como él, que tu también te entregabas a los demás como hicieron aquellos dos seres inocentes que vivían a tu lado, nunca he conocido a nadie más avara que tú la generosa, ni tampoco más cobarde
”.

Cuando leáis la novela comprenderéis lo que significa el balneario para Antal.
Es cierto que hay personas con dureza de corazón, pero me parece excesivo lo mal parada que sale Iza y tal vez por ello he querido entrever, aunque la novela no lo diga, que a Iza le deja una marca muy dolorosa la humillación que le infligen al padre al arrebatarle arbitrariamente su trabajo y su título. Ante esas circunstancias cada hijo puede reaccionar de diversas maneras, puede sentir incluso inconfesable vergüenza, rabia por la pobreza impuesta…, a cualquier chica joven le molesta presentarse en la universidad con ropa anticuada aunque en privado admire a su madre por la creatividad de los remiendos. Tal vez ella quiso demostrar que era intachable y de forma vengativa aunque inconsciente llegar lejos para resarcir así a la familia de ese estigma inmerecido y tapar la boca de muchos de los que le dieron la espalda a su padre, esa conducta requiere una gran dosis de orgullo y de voluntad férreos, y puede crear una coraza infranqueable. El menosprecio causa estragos, el corazón no se vuelve duro de repente y no la estoy exculpando, cada cual que aguante su vela, de hecho ante las mismas circunstancias adversas las personas se convierten en malas o buenas, unas se abren y otras se cierran, y perdón por la simpleza. Pero hay un detalle revelador que apoya mis especulaciones: cuando Iza va por primera vez a la universidad se muestra autosuficiente, altiva y distante con Antal hasta que éste le dice que conoce y admira a su padre. Os muestro el pasaje:

“-Conozco a su padre –dijo Antal"
"El rostro inexpresivo de Iza se volvió hacia él, mirándolo de frente. La soldado era capaz de sonreír como una chica normal."
"-Durante años fue él quien me compró los libros por navidad, ¿lo sabía?"
"La chica negó con la cabeza. Se llevó la mano izquierda a la garganta, como si no confiara en sí misma y tuviera miedo de soltar algo que sería mejor callar."
"-Todos los años donaba doce pengós a la escuela. Desde que tenía dieciséis años el director me los entregaba a mí. ¿No se lo había dicho su padre?"
"La chica volvió a negar, esta vez con la mirada."
"-Una vez llegué a verlo cuando trajo el dinero. Entonces se le veía joven, más ágil. Caminaba a paso rápido entre los montones de nieve de la plaza Donator, no fuera a ser que alguien lo parara para agradecérselo. ¿Tampoco ahora piensa dirigirme la palabra?"
"Las facciones de la joven soldado se suavizaron, y sus rasgos adquirieron un aire infantil."
"-Mamá le daba tres pengós al mes para gastos –dijo la hija de Vince Szócs, a mí me entregaba uno; con otro algunos domingos se compraba un periódico, le gustaba mucho leer la prensa. No sé qué hacía con el tercero. Entonces, ¿lo guardaba para ti?"
"Ya le tuteaba, le tuteaba con la misma naturalidad que a un hermano.”


La infancia pobre de Antal fue de otro tipo, él no tuvo un descenso social como Iza, siempre fue pobre, su padre era aguador, transportaba el líquido hirviente del manantial termal y lo llevaba a las casas. El hombre para el que trabajaba disponía de una flota de 150 carros cisterna, algunos tenían las cubas en muy mal estado, y un mal día yendo por un mal camino reventó una de ellas abrasando a su padre mientras intentaba ajustar bien el grifo tras el traqueteo. Murió en el hospital al poco tiempo de ser ingresado. Antal no conoció a su madre, sólo supo, a través de su abuela, que se había tenido que ir a la ciudad. Más tarde comprendería las connotaciones de la explicación en sordina. A los abuelos les indemnizaron para encubrir el trágico accidente, y en el escalafón más bajo de los aguadores emplearon al hombre y al nieto, así que Antal se crió entre barro sin permiso para adentrarse en las casas de los ricos, -la pobreza es muy amenazante-, un golpe de suerte haría que el caso del desafortunado accidente años más tarde volviera a salir a la luz y de nuevo el responsable se ocupara de enmarañar los datos a su favor. Para lavar su imagen sacaría del barro al niño y se ocuparía de sus estudios, así fue como Antal entró en el internado. También él, al igual que Iza, sacaría el orgullo para renunciar a la falsa caridad y ganarse el sustento por sí mismo. El muchacho desarrolló un sexto sentido para distinguir a los seres honrados de los que no lo eran, por eso admiraba a Vincen, el padre de Iza. Y cuando se casó con ella y vivió con sus suegros, que lo amaron como a un hijo, por primera vez pudo experimentar la felicidad de pertenecer a una familia con principios. Por eso adquiere la casa, a pesar de estar divorciado, cuando su ex suegra se va a vivir con su hija a Budapest, para remozarla, pero también para conservarle en secreto a la anciana los enseres tan queridos y proponerle, si las cosas no van bien como supone, que viva con él y con Lídia, su nueva mujer.

Como veis tanto Antal como Iza nos muestran sus carencias y el modo en el que intentan compensarlas. Y es precisamente en este punto donde me atrevo a rizar el rizo para preguntar ¿qué entiende cada cual por egoísmo?
En cuanto a la madre, protagonista principal de esta historia, diré que nadie es malo del todo ni bueno del todo, es cierto que Etelka nos parece un ser entrañable y desvalido, pero de algún modo la novela nos dice que mientras tengamos facultades mentales debemos tener capacidad de decisión y valentía para saber expresarnos, y ella no tiene ninguna de las dos, por eso la novela, aunque se incline a su favor, también es un alegato contra la torpeza, los bloqueos y el miedo. Claro que hay personas fuertes y dominantes que subyugan, tal vez no pueden evitarlo, pero por mucho que te ‘vampiricen’ o alienen, queriendo o sin querer, también tenemos la obligación de salvar esa barrera, cada cual con sus medios. No toda la comunicación ha de ser verbal, pero para que el otro se entere de algún modo hay que saber explicar, saber decir lo que te afecta o te duele.

El club terminó el miércoles pasado y me propuse adelantar lecturas durante el verano para tenerlas preparadas en la temporada que viene que como cada año comenzará en octubre, casi todas mis compañeras, incluyéndome, estamos pasando o hemos pasado ya por esa etapa de cuidar a nuestros padres, la mayoría en peores condiciones que Etelka la madre de Iza. Sé que la lectura del libro será muy delicada, porque podemos identificarnos con las dos protagonistas y sufrir por ello doblemente ya que por edad estamos justo en el medio. Pero si me quedé leyendo hasta el amanecer es porque el libro importa. Durante su lectura no sabía si el efecto que me estaba haciendo era contraproducente o beneficioso, pero el caso es que no podía parar de leer, hace muy poco que he perdido a mi madre y a veces me parecían reproches suyos los de Etelka. Sé que tenemos un radar que lo capta todo aunque no siempre sepamos descifrar lo que recibe, y no me da miedo que la vida se exprese en pasado, en presente y en futuro al mismo tiempo y que las herramientas que escoja para hablar parezcan o sean sobrenaturales, estar sobre lo natural tampoco es para tanto, sólo es estar encima, un poco más arriba. Sé con certeza que el mensaje de mi madre jamás sería negativo, así que resulta evidente que la enseñanza del libro no se refería al pasado, sino al futuro que hay que preparar en el presente, así es que al menos por esta vez sí que supe descifrar la información del radar: el libro tiene dos puntos de vista y dos enfoques, el del cuidador y el de el cuidado, y yo me quedo con el segundo, que tanto si la autora lo pretendía como si no, de forma consciente o inconsciente nos viene a decir que hay que saber envejecer, asumir la soledad sin miedo y mirar con realismo tu estado físico, anímico y mental para poder solicitar un buen lugar de acogida que a ser posible no se coma como un buitre el pequeño legado de tus herederos y realizar el trámite a tiempo. Si no te queda más remedio que pedir ayuda y ponerte en manos de los hijos, parcial o totalmente, es importantísimo haber desarrollado la capacidad de adaptación y pedir que te expliquen con claridad cuál es el plan y después rogar al cielo para que te dé lucidez hasta la muerte.
Hay que estar preparado y mirar de frente. Mi madre lo estaba hasta que le llegó el Alzheimer.
Creo que nuestra generación está siendo superficial, ñoña e irresponsable y que hay que asumir los cambios y no quedarnos ahí a verlas venir pinchándonos botox y llenando gimnasios como si el paralizante líquido y los músculos reactivados fuesen a retrasar algo, en la cabeza no hay bíceps ni abdominales ni tríceps. Hay que buscar soluciones que nos involucren a todos sin que el planteamiento sea deprimente sino ilusionador, para que hacerse viejo no aterrorice. Parece mentira que Magda Szabó que murió en el 2007 nos lo esté avisando desde 1963 con este prodigioso libro.

Un fuerte abrazo y hasta el próximo encuentro.
Pili Zori

"El regreso", de BERNHARD SCHLINK

Peter Debauer, de niño pasaba las vacaciones de verano en Suiza en casa de sus abuelos ya jubilados que para aumentar un poquito la pensión se dedicaban a editar una colección de novelas populares. En los años 50 recién acabada la segunda guerra mundial el papel está muy caro y los abuelos le regalan a Peter algunos pliegos de las pruebas que corrigen para que aproveche el dorso y le prohíben expresamente leer el anverso, pero un buen día Peter decide desobedecer el mandato de sus abuelos y lee el texto escrito en las hojas: son los fragmentos de la odisea de un soldado alemán que regresa a casa tras su cautiverio en Siberia para reencontrarse con su mujer. Cuando llega a su ciudad y ella le abre la puerta lleva a un niño en brazos y a su lado hay un desconocido. Peter se quedará sin saber como acaba la historia del soldado porque desgraciadamente ya ha usado las hojas finales para tomar sus apuntes de clase y las ha tirado. Años después Peter tropezará de nuevo con esa historia y sentirá curiosidad por conocer el final. Y esa indagación se convertirá en la búsqueda del autor de dicha novela, un hombre que ha dedicado toda su vida a borrar su rastro, que ha vivido bajo distintas identidades, que ha conseguido éxitos y que sobretodo ha establecido una relación muy particular con los horrores del siglo XX. Al mismo tiempo Peter se encontrará a sí mismo, y sus investigaciones le llevarán a vivir su propia odisea: la búsqueda de sus orígenes de la mujer amada y finalmente su propio regreso”. (Resumen extraído de la contraportada de la novela. Editorial Anagrama)

Advertencia para quienes todavía no hayan leído esta novela: voy a desvelar el final.
Desde hace ya algunos años en el club hemos ido compartiendo la literatura de Bernhard Schlink. Leímos juntas “El lector” que nos causó un gran impacto y nos dejó una huella imperecedera, y después “La justicia de Selb” de la que en este mismo blog dejé comentario. Así que esta vez cogí a ciegas el libro por el aval del escritor, (aclaro el detalle porque si seguís el blog veréis como durante este año una especie de magia o pegamento invisible nos ha hecho elegir al azar varias novelas prácticamente seguidas con el tema común de la segunda guerra mundial y el nazismo, eso sí, bajo prismas y épocas distintas). “El regreso” es una novela difícil de escribir, ahora explico por qué.
He sentido muy cerca el dolor del protagonista y en esta ocasión sí me he atrevido a especular con los préstamos biográficos del autor, mirando entre los renglones, y digo me he atrevido porque una de las cosas que más molesta a un novelista es que le pregunten que si el contenido de sus novelas es autobiográfico, el escritor desea que lo valoren por la creatividad y por la capacidad de imaginar, porque aunque el magma deposite sedimentos personales nunca deja de ser ficción, puesto que se escoge lo que se quiere decir y también lo que se omite, camufla, o disfraza. La literatura no es un retrato hiperrealista de la parte externa de la vida, aún admitiendo que fuese sólo realidad lo que refleja, también, como ya he dicho otras veces, estaría fotografiando el pensamiento, el sentimiento, lo imaginado, lo soñado, lo intuido…, en una palabra, lo de dentro, factores que sin duda también forman parte de la realidad, ¿objetiva?, ¿subjetiva?, qué más da, propia en cualquier caso. Si con esta novela he especulado, como decía anteriormente, con la idea de que lo que Bernhard Schlink cuenta pudiera ser autobiográfico ha sido por conmiseración ante el impacto, por nada del mundo querría que le hubiese ocurrido lo que relata, porque a ver cómo te arrancas, cómo vomitas un sufrimiento así y siendo juez encima.

Durante la segunda sesión –es decir, en el tramo que va de la página 100 a la 200 una compañera expuso: “A mí me parece que cuando va a decir lo importante corta.” Esta frase se me quedó prendida, porque fue la clave que me dio la definición exacta de mis sensaciones: la novela es un merodeo constante porque la “verdad” a la que tiene que enfrentarse es muy dura y puede dejarte ciego y destruirte si la miras de golpe y de frente y sin preparación previa, por eso la frase de mi amiga fue muy acertada, ella tal vez quiso decir que la forma de narrar sonaba como cuando alguien va a soltarte una confidencia y a medio camino se arrepiente o no termina de atreverse a ponerla en voz alta, pasa un tiempo y vuelve a intentarlo con los mismos resultados, pero sin embargo algo va cambiando porque en cada nuevo intento ha dejado un pequeño goteo, un ligero reguero de información que ha ido allanando el terreno.

A menudo las novelas nos ordenan la vida, -ya que esta es tan caótica e inconclusa, al menos en apariencia-, porque nos la van separando por compartimentos, porque colocan todo en su lugar y se expresan por partes, pero en la vida ocurre todo junto: al mismo tiempo que puedes arrastrar asuntos traumáticos o temas sin resolver, te puedes estar enamorando, has de estudiar, trabajar, relacionarte, soñar, desarrollarte, crecer, sentir tristeza, alegría…
Pero en este caso yo diría que la novela ha sido escrita como la vida se escribe a sí misma, con todas sus irrupciones e interrupciones en los proyectos que te has propuesto, por ejemplo: Max, el hijo de su ex novia Verónika, al que Peter ama como propio, es aparcado en su casa sin previo aviso, porque Verónika se va de viaje, y es precisamente en ese periodo cuando al protagonista la vida se le coloca por sí sola mostrándole el ambiente hogareño que en realidad desea, el cuidado del pequeño le indica las prioridades, le marca camino. Otro ejemplo es el de Bárbara y el regreso inesperado del esposo, justo en el momento en el que la relación comenzaba a afianzarse, la vida le da otro vuelco…, pero en el fondo no son más que pequeños desvíos que siempre te devuelven al camino central.

En esta novela de búsqueda, al igual que Ulises, el autor B. Schlink escoge cuatro odiseas que se contienen entre sí como si de muñecas rusas se tratase, literatura dentro de la literatura:
-Una es la atribuida a Homero.
-La segunda es la novela que Peter comienza a leer de niño a la que le faltan las páginas finales y también las del principio, razón por la que desconoce la identidad del escritor. (Sobra decir que el recurso del manuscrito encontrado es uno de los logros de Schlink, que para este ejercicio maneja con maestría varios registros de lenguaje diferentes: la novela encontrada que el protagonista lee por trozos tiene un estilo y voz distintos, luego está el epistolar con diversos remitentes, su padre, el amigo de juventud de su padre… y el de los trabajos de ensayo también de su padre, si es que podemos denominar así los aberrantes delirios psicopáticos de este señor).
-La tercera se refiere a la propia odisea de dicho escritor desconocido, (aunque ya os haya desvelado yo que es su padre). Seguir su rastro es complicado, porque a lo largo de su vida adopta varias identidades.
-Y la cuarta y más importante es la de nuestro protagonista que yendo en busca del autor desconocido se encuentra a sí mismo.

Otra compañera expresó también durante la 2ª sesión lo siguiente: “Yo creo, y hablo del autor, de Bernhard Schlink, no del protagonista, que nunca va a encontrar lo que está buscando”. Lo dijo con un poso de tristeza muy hondo, y quise leer en su rostro que a pesar de las reivindicaciones sobre las memorias históricas hay verdades que sólo se dan en circunstancias anómalas y que nos son vetadas porque tienen que ver con el horror.
Cuando los lectores vamos descubriendo, a la vez que el protagonista, que el escritor de ese manuscrito encontrado es su padre, y la cursiva de sus cartas nos araña los ojos, se nos coloca todo de repente, a cada uno con sus matices, y los míos me hicieron volver al comienzo: a la parte del abuelo y su afán por mostrarle al chico que de errores judiciales han salido grandes avances, algo así como el refrán nuestro “No hay mal que por bien no venga” y entonces dije No, de forma rotunda, y empecé a vislumbrar que tal vez el abuelo, consciente o inconscientemente, intentaba justificar algunos hechos representando a una generación que no sabe qué hacer con la culpa, la suya propia o la de sus vástagos, y que busca desesperadamente visos que mitiguen el agravio. Pero no vale, comprender no es justificar y hay que definirse y tomar posición.

En “El regreso” no se desvela si los abuelos conocían la identidad del autor del libro que le entregan al niño para que escriba por el dorso con la prohibición de leerlo, esa nube no se retira, como tampoco si la muerte de los ancianos fue o no accidental, a los dos les atropella un coche y fallecen en el acto. Meses antes se fueron deshaciendo de sus enseres como si lo intuyeran y le pidieron al nieto que escogiese su herencia, muebles que llevará consigo toda la vida cualquiera que sea su morada y que representarán sus raíces, su origen. Tanto si creyeron la mentira de que el hijo había sido asesinado a tiros, como si fueron conocedores desde el principio o posteriormente de sus refugios e imposturas, el daño es atroz, pero la novela ni siquiera lo insinúa, es algo con lo que he especulado yo y con esa licencia y haciendo el libro mío me permití el deseo de proteger a aquel niño sembrado de dudas por las historias que el abuelo le relataba. Finalmente, siendo ya un joven, reacciona cogiendo rechazo a las palabras y a los malabarismos seductores que podemos hacer con ellas. Así que no he podido evitar, mientras leía, la sospecha de que tal vez los abuelos le entregaron al nieto a sabiendas una novela escrita por su padre.
Puede que Pandora, tanto en la vida como en la literatura, se confabule con los astros para levantarle la tapa al cofre y dejar que los secretos se expliquen a voces.
Pero aunque Schlink no me aclare la duda dejad que me pregunte ¿por qué envía un hombre culto una novela a una editorial pequeña de publicaciones populares y entretenidas si no es porque conoce la identidad de los correctores de estilo?, ¿acaso padres e hijo compartían el secreto?, ¿o es Pandora la que enreda para que los males campen por sus respetos? Schlink no nos lo dice, porque en realidad importa poco el cabo suelto y alguien tiene que salvarse en un mundo con tanto presunto implicado. Así que ahí dejo la interrogación.

Hay una constante en la literatura de B. Schlink, y es el esfuerzo que realiza en todos sus libros por diferenciar la justicia de la ley y también de la venganza. Pero para no confundir, he de dejar claro, aunque reitere, que estos pensamientos que he manifestado en voz alta no son más que una vuelta de tuerca mía, una osada discrepancia, una impresión personal.
Los abuelos en la novela están dibujados como seres extraordinarios que lo llenaron de amor, con los que Peter podía ser él mismo, y el lector les ama tanto como el protagonista.
Al abuelo le gustaba contarle errores judiciales para que él extrajera su moraleja, para enseñarle a pensar; a la abuela sin embargo esas historias le agradaban más por la parte artística y de leyenda que encerraban, siempre decía que consideraba un juego de inmadurez masculina la guerra, no en vano fue sufragista y siguió siendo pacifista.
Cuando mueren sus abuelos, Peter se encuentra en un punto importante de inflexión con su vida, tanto sentimental como de objetivos profesionales, perdido en los patrones legales y en los déjàvu que cada caso crea. No encuentra la justicia concreta a aplicar en los nuevos casos sin que la contaminación de los esquemas los etiquete y adocene, no es eso lo que quiere, y por ello renuncia a su plaza de asistente y decide poner tierra en medio, abandonando, tras la tesis doctoral, la habilitación que le estaba preparando para ser catedrático de derecho.

En el paraíso californiano se dedica a los masajes y al lenguaje sincero de la piel y de los cuerpos, se da esa tregua al menos hasta que encuentre su discurso propio, su propia línea de pensamiento.
Los clásicos griegos ya escribieron todo a grandes rasgos, La Ilíada, La odisea, Edipo Rey, Antígona, Electra.... Nosotros tan sólo damos vueltas alrededor de sus pautas y nos limitamos a tratar de entenderlas.
Al igual que en la vida, -en la que lo que leemos nos afecta y se sale de las páginas para formar parte de nuestra propia experiencia-, al protagonista en la ficción le ocurre lo mismo, por eso encuentra todos los equivalentes de La Odisea de Homero en su camino: A través de la búsqueda del autor desconocido (que más tarde y por desgracia descubrirá que es su padre como vengo repitiendo) aparece Bárbara, su Penélope. En la novela que leyó de niño se queda sin saber a quién escoge la mujer ¿al soldado que regresa y que ella daba por muerto? o ¿al hombre que ahora tiene? En su vida el esposo de Bárbara vuelve, es corresponsal de guerra, y ella se queda con él, o al menos eso piensa Peter al retirarse sin considerar que Ulises sí luchó por Penélope. Pero la vida reserva oportunidades, y en una de sus idas y vueltas él se reencontrará con Bárbara en un avión. El viaje siempre está presente, desde que el libro comienza: trenes, camiones, barco en la infancia y aviones en la madurez.
Tanto para el lector como para el protagonista es muy duro ir descubriendo a cuentagotas primero a un ideólogo nazi, y después que éste sea su padre; es muy duro tener que leer las barbaridades psicopáticas con las que ese ser abyecto justificaba hasta el hecho de matar y cómo esta seductora oratoria puede captar hoy igual que captó entonces.

En el club otra compañera recalcó que no hay que irse a una época determinada ni situar el nazismo en la Alemania de los cuarenta, los neonazis se extienden como las setas por todo el mundo y no necesitan holocaustos para abonarse, están al acecho y a la espera de “su Reich particular de los mil años” como dice el “elemento” este. No en vano el padre del protagonista, por llamarle algo porque de padre no ejerce, saltó a Argentina desde España, -triste refugio de muchos de ellos, aquí se movieron a sus anchas bajo la protección de Franco-, y de Argentina a Estados Unidos donde gozaba de predicamento y prestigio. Este “ser” peligrosísimo -con una capacidad camaleónica de adaptación a los tiempos que provoca escalofríos- daba clases a estudiantes, el mejor campo de cultivo.
En el club nos remitimos al recuerdo de películas tan necesarias como “La caja de música”, “American history X” o a otras más recientes como “La ola”, “Los edukadores”, o “La cinta blanca”, esta última aún no la he visto. Y aquí, os hago hincapié en que leáis con mucha atención los inteligentísimos y embaucadores fragmentos de los escritos de este buen señor (de nuevo me refiero al padre en la ficción) que aparecen en las páginas 163 a 168 y 184 a 186. Los escalofríos dan porque muchas de sus falsas premisas las estamos oyendo hoy en la calle, quienes tengan el valor y la inteligencia para reconocerlas deberían decir: “Disculpa, seguramente tu no lo sabes, y lo dices sin maldad, pero eso que estás profiriendo es un argumento nazi”.
No sé si el autor ha hecho un exorcismo personal, me da igual, prescindo de lo morboso, en cualquier caso como decía el título de aquella maravillosa obra de teatro de mi querido Arthur Miller: “Todos eran mis hijos”.

Me gusta muchísimo el desenlace de “El regreso”. Antes de llegar a él, Peter hace ya muchas páginas que ha dejado de llamarle padre en su interior, tampoco le desvela que es su hijo, ha necesitado agotar hasta el último cartucho de esperanza para comprender en toda su dimensión quién es, y como es el monstruo moderno que lo concibió, y aunque el mensaje sea que Peter nos entrega el testigo a los lectores (porque es consciente de que su acto pasará inadvertido y su Nuremberg particular ocupará durante un tiempo efímero unas páginas en los periódicos -que el inculpado sabrá rentabilizar a su favor con la astucia de su arma letal: su maleable oratoria-), la denuncia está hecha, y Bernhard Schlink nos la deja en sus libros no sin antes habernos aclarado con detalle lo que diferencia a un líder de un embaucador dañino, no sin antes habernos advertido de lo manipulables que somos, del peligro que puede encerrar nuestro comportamiento en grupo, y de la fragilidad que ello supone en personas que se preparan para jueces, como él, o para cometidos que pueden dirimir nuestros destinos. Conocernos a fondo nos permite elegir, no que nos elijan. Y siempre, siempre hay elección. Casi nunca estamos en peligro de muerte como para justificar las barbaridades que cualquier desalmado borracho de poder puede infligirnos, o valerse de nosotros para aumentar dicho poder.
Ha sido muy bonito comprender los dos Berlín reunificados a través de esa comparación de pareja separada que hace Peter. Nos habla de que al no conocer lo que les ocurre mientras están lejos el uno del otro tienden a pensar que, o las cosas son como quedaron o son como la transformación que cada uno de ellos ha hecho por separado. Hay que volver a conocerse, insisto.

Otro hermoso pasaje de autoafirmación, aunque no cito literalmente, es el que se produce, cuando el protagonista y su madre están frente al lago arrojando migas de pan a los patos, -al igual que de niño lo hacía con su abuelo-, y Peter intenta ser equitativo.
-“¿Quieres enseñarle a los patos lo que es la justicia?” Le increpa su madre, y él se queda pensando y como respuesta comparte con ella lo que opinaba el abuelo:
-“Decía que así era la naturaleza, que los fuertes consiguen más que los débiles, los rápidos más que los lentos, pero yo no soy la naturaleza
”.

También me gusta mucho la conversación que mantiene con el periodista americano en la que le dice “La única razón por la que Ulises al regresar a su hogar mató a los pretendientes y ahorcó a las criadas que habían mantenido relaciones con ellos es que él no se quedó allí. Siguió su camino. Si uno desea quedarse es preciso que todos se pongan de acuerdo evitando las venganzas. ¿No es cierto que en América no hubo venganzas después de la guerra civil? La razón es que, después de la secesión, América volvió a casa para quedarse. Si Alemania vuelve a casa, también será para quedarse”.
A mí escritores como Schlink, o el húngaro Sándor Márai me hacen interesarme por Europa y amarla en su conjunto.
Como Peter también estoy convencida de que la estela sigue al barco. Y con esta imagen hermosa me despido.

Un abrazo y hasta el próximo encuentro.
Pili Zori