Sobre los certámenes literarios

Nunca me decido a expresar mi opinión sobre los concursos literarios nacionales por temor a que esta pueda ser juzgada como un ataque de resentimiento, pero hoy lo voy a hacer porque sé que mi pataleta le da voz a muchos escritores desconocidos que también callan por el mismo pudor y las mismas razones. Naturalmente no me refiero a los honrados certámenes que convocan las Diputaciones de muchas de nuestras provincias, sino a los que te sacan del anonimato y te consolidan en el oficio además de proporcionarte un buen espaldarazo económico que te haga olvidar el gasto de tóner y el destrozo arbóreo que se produce con el millón de fotocopias y encuadernaciones en espiral que te piden, cinco ejemplares, hala… multiplica por 250 páginas, sin contar con los gastos de correo. No sé yo si las hermanas Bronté podrían publicar en nuestro informatizadísimo 2009, eran muy pobres, las pobres.

Resulta como mínimo curioso que durante dos largas décadas no se haya producido el relevo y que se siga considerando generación joven a escritores que rondan la cincuentena. ¿Cuál es la apuesta? Literaria no, desde luego. No estaría de más reflexionar sobre ello.
Como se suele decir, el periodismo es el arte de lo concreto, y la literatura el de lo ambiguo, salvo raras y maravillosas excepciones no es corriente que en una misma persona se den ambos registros. Entonces ¿por qué es tan frecuente que los premios literarios los acaparen periodistas?, ¿qué criterios siguen los que tendrían en su mano el mecenazgo y el orgullo de dar a conocer la literatura de su tiempo?, ¿cuál va a ser su legado?, ¿a quién habrá que pedir responsabilidades de lo que quede?

Al lector apasionado le importan poco los oráculos semanales de las columnas periodísticas, y mucho menos el ranking en metros cuadrados de las grandes superficies, al lector apasionado le gusta más indagar por sí mismo, rescatar, descubrir… y sólo presta oído a otros lectores tras la consumación compartida de de su mismo “vicio”. Al lector apasionado se la repampinfla estar en la onda para darse el barniz porque sabe que la cultura es un caudal al que te puedes incorporar por el principio, por el medio o por el final, en el que puedes nadar a lo ancho o a lo largo, deslizarte en la superficie o bucear, porque el lector apasionado sabe que el caudaloso río siempre, siempre terminará desembocando en el mar, así que sobran métodos, cánones, élites o populismos. Un libro es lo más democrático del mundo, lo puede leer un rey pero también un mendigo.

El lector apasionado en su lista de la compra tachará el solomillo, se comerá un bocata y arrasará con lo que sobra en la Cuesta de Moyano o similares para sentarse en el banco de enfrente y zamparse cien páginas mientras el resto del mundo sestea abducido por su televisor. ¿Puede alguien explicarme entonces qué relación tiene ser visto en la pequeña pantalla con la creación literaria?¿acaso salen todos los televidentes corriendo bajo efecto hipnótico a comprarse el libro de las Quintanas o las Campos del mundo de la comunicación audiovisual. La industria haría bien en preguntar a los profesionales de las bibliotecas públicas qué libros se les quedan muertos de risa en los estantes y cuáles son los más demandados. El lector avezado busca al mismo novelista cuando ya ha leído algo suyo, por tanto le acaba de conocer. ¿Podría seguir aclarándome alguien en qué se fundamenta el miedo del editor al desconocido? Preséntaselo a los lectores y verás como él solito se lanza. Además le pese a quien le pese el lector suele recordar la novela que le ha gustado siempre, le cuesta algún tiempo asociarla con su autor y eso sí que lo digo con conocimiento de causa, no en vano coordino un club de lectura, es la primera lección de humildad que un escritor ha de aprender: que está al servicio de su obra y no al revés. Mal asunto amigo editor si le impones tus criterios al cliente.

Claro que lloro por la herida, ¿y qué…? Por una herida doble: como lectora empedernida y como escritora desconocida que no tiene acceso a las agentes literarias que en su marasmo idólatra confunden a sus pupilos con las estrellas del rock y se dedican a contabilizar bolos como posesas despreciando lectores, -pero ya se sabe que los actos en bibliotecas públicas son gratis y se devalúa el caché.
No, hoy no me callo porque aún no me he recuperado del último tufo, casualmente la periodista ganadora de la novela histórica hace algún tiempo salía en la tele, el feminismo me impide tildarla de “señora de”, ella no tiene la culpa de que los que han escogido su novela consideren ingrediente imprescindible de la estructura a su partenaire y por supuesto, cómo no se iba a considerar el relevante detalle de que ella haya nacido en la comunidad de la editorial que patrocina el premio aunque el dinero provenga del sur, - que el chauvinismo está por encima de la vocación de estilo, de la renovación formal, del compromiso histórico y cultural y sobre todo de la deontología, faltaría más-. Un amigo mío dice que si no eres nadie es que eres de algún sitio.

- ¿Deonqué?

Leeré tu novela, claro que sí, y puede que sea buena, ¿por qué no vas a ser tú una de esas escasas artistas que maneja el arte de lo ambiguo que es la literatura y también el de lo concreto que es el periodismo?, pero lo haré cuando se pase la vaharada de hedor connivente que han anillado a su alrededor porque al final siempre quedará la obra y no el autor, que como ya he escrito antes no hay que confundir los protagonismos.

Con respecto a la novela histórica me gustaría decir que el novelista no ha de ser valorado por su erudición, para eso están los historiadores de los que se nutre, a mi parecer la novela histórica no existe porque o ninguna lo es o todas lo son, lo que hablamos hoy mañana será historia, otra cosa es que los libros haya que clasificarlos de algún modo para facilitar el camino al usuario o comprador, pero ese detalle es asunto de la editorial, de la librería o de la biblioteca. Lo que intento decir es que al autor ha de valorársele por la creatividad, por levantar un mundo en la ficción, da igual si lo coloca en el siglo XIII o en el XXIII, - necesitará saber, eso sí, lo que en la época se comía, como se vestía, la corriente o corrientes de pensamiento que había , su política, su economía…,- pero el conocimiento de esos datos sólo le sirve para ambientar, para crear la atmósfera…, al lector le importa un bledo si el escritor posee dichos conocimientos o ha necesitado buscarlos, lo que quiere es entrar en la novela y creérsela aunque los elefantes vuelen, y ese edificio no se construye con currículo, por mucho que te hayas doctorado en la Sorbona, sino con lenguaje, con ritmo, con música interna, con sus espejos, sus simetrías, enfoques, intenciones… Ese edificio se levanta dando vida a personas que no existen, dibujándoles los rasgos físicos y anímicos, concediéndoles personalidad, conducta, reacciones, evolución, involución… Incluso cuando usamos biografía (seres humanos que existieron o existen en la realidad) estamos convirtiéndolos en personajes porque nadie estuvo o está en su interior para saber lo que sienten o sentían.

¿Que por qué especifico todo esto? Pues porque estamos hablando de arte, y no todo lo que lleva tapas y formato de libro lo es. Igual que unos nacen con los ojos negros, marrones, azules o verdes, con capacidad para las matemáticas, los negocios o la arquitectura… otros tenemos en nuestra estructura interna esa parte imaginativa que te hace saber a qué huelen los personajes que inventas, de qué colores son los paisajes por donde los pones a caminar y lo que siente el protagonista al clavarle un puñal al antagónico entre las costillas y el diafragma. Seguramente es lo único que sabemos hacer y lo único que tenemos para ofrecer. Pues vamos a solicitar, a dejar un espacio libre al menos, para poder exponer y exponernos, tal vez sea tan sólo una cuestión de sillas, no quiero tildar de advenedizo a nadie, –y utilizo la palabra en su estricto sentido: advenedizo es el que ocupa un lugar que no le corresponde-, porque hay sitio para todos, pero por favor, que el responsable de emitir el dictamen sienta la trascendencia de su cometido y entregue su reputación en ello.

Tan sólo me lamento del cierre de puertas y de oportunidades, porque los concursos literarios deberían reservarse en exclusiva para los sin nombre, los que ya lo tienen gozan de su cómodo lugar en las editoriales y optan a premios de prestigio sin necesidad de presentarse porque ya son llamados y también son escogidos.

La literatura no entiende de élites, pero tampoco de populismos. A la literatura te acercas tú, no ella a ti, no rebaja planteamientos para ser cercana, ni tampoco los eleva para estimularte, la literatura tan sólo es arte.
Ahora comprendo por qué el coordinador del premio literario que concede la Diputación de Guadalajara hace tanto hincapié en la honestidad del mismo, pero claro la dotación es ínfima comparada con la del certamen del que he hablado y no he nombrado. Al menos aquí nos queda la honra y el disfrute de descubrir a nuevos talentos nacionales y extranjeros, y doy fe de que lo hacemos cada año.

Pili Zori