Una película: IRIS, dirigida por Richard Eyre

El pasado miércoles pude ver junto a mis compañeras del club de literatura la película “Iris” basada en la biografía de la gran escritora de origen irlandés  Iris Murdoch.
El director de cine Richard Eyre y el guionista Charles Wood  crearon esta hermosísima y elegante composición sirviéndose de los recuerdos que el esposo de  la autora, John Bayley –también escritor profesor y crítico de literatura- dejó plasmados en su libro “Elegía a Iris”.
Con ella, esta brillantísima intelectual que contribuyó a crear nuevas líneas de pensamiento, que renovó la forma de la literatura con su voz distinta habiendo bebido de los grandes maestros rusos, de la eternidad de los clásicos griegos, de su idolatrado Shakespeare, que llevó a sus personajes hacia el mundo de la introspección poniendo luz en el interior de todos ellos  al entrar por la puerta del psicoanálisis que había abierto Freud,  que tradujo a Jean Paul Sartré para darlo a conocer en el Reino Unido, que supo diseccionar a la alta burguesía inglesa en un tiempo de profundo cambio recién nacido que  como tantos osados de su generación estrenó sin miedo, que probó el bien y el mal con libertad y avidez de búsquedas… Con ella, con esta singular mujer a la que según creo no se le erigió estatua en Irlanda para honrar su memoria, John Bayley  compartió algo más de cuatro décadas, y cuando a ella se le borraron las palabras, cuando dejó de saber transbordarlas,  él le prestó las suyas para levantar con ellas el monumento literario tan merecido.

Durante siete sesiones estaremos acompañadas por “El mar, el mar” una de las novelas más ambiciosas de la autora. Os emplazo a leerla junto a nosotras para después compartir las impresiones en este mismo rincón. Pero mientras esperamos las conclusiones os hablaré del film.
Me pareció que proyectar la película de Richard Eyre en la sala multimedia de nuestra biblioteca, supondría un prólogo interesante que complementaría la lectura compartida, ninguna de nosotras la había visto.
Pero fue mucho más que un complemento.
Es sabida mi admiración por los actores, esa gente tan generosa y llena de misterio que es capaz de vaciarse para ser poseída por otros seres.  Gente especial que milagrosamente no se rompe tras experimentar en plural tantas vidas, tantas muertes, tantos odios, tanto amor…, y más llamativo aún es que ese gremio lo haga con las mismas herramientas que los demás, pobres mortales, usamos en singular.
 Dice Jaume Plensa, el famoso escultor, que el cuerpo nos crece hasta un momento determinado y luego se para, pero que el alma sigue desarrollándose siempre, por eso él tenía planeado hacerle una oquedad a una de sus esculturas con forma humana para que de ahí saliera un árbol y se expandiera con todas sus ramas. Creo que si nos fijamos bien no nos costará trabajo ver las sombras que  a los actores  les proyectan sus cipreses, basta con encender el foco para comprender que son  alargadas.
Pronunciar nombres como el de Judi Dench -siento debilidad por ella- Kate Winslet, Jim Broadbent, Hugh Bonneville, Eleanor Bron y Angela Morant invita a ponerse en pie. Ese es el espectacular elenco de Iris.

Hace algunos días leí una crítica que me dejó preocupada y pensativa, quien la escribía refiriéndose al libro de Bayley -el esposo de Iris Murdoch- venía a decir que reflejar la última etapa de la autora atrapada por el alzheimer estaba feo, que en ese acto de plasmar sin permiso pormenores del declive subyacía en cierto modo la venganza. Imagino que daba a entender con sus palabras que a Bayley pudo molestarle la “promiscuidad” bisexual de Iris durante su juventud, -que yo sepa en los cuarenta y cinco años siguientes le dedicó a su esposo su amor y su vida- en cualquier caso los compromisos abiertos o cerrados que adquieran las parejas deben importarnos poco puesto que a esa intimidad por más que especulemos no llegamos. Tal vez quien suscribía estas impresiones atribuía dicha venganza  a que Iris Murdoch alcanzó más fama que su marido, no sé, a mí me parece que llegados a ese punto, el del implacable alzheimer,  esas rivalidades tan superficiales y pequeñas importan bastante poco.
Sólo los que hemos tenido a nuestro lado a personas queridas en ese estado -lo mismo da que el apellido sea alzheimer, ictus, trombo, senilidad… - podemos comprender el inmenso amor, la enorme pena, los momentos desesperados, las risas, que también las hay, las alegrías…  y por encima de todo el aprendizaje de una nueva forma de comunicación. Sólo nosotros sabemos cómo a esas personas amadas se les bajan las compuertas del pasado y del presente y las de la imaginación, los sueños y la realidad dejando todos esos territorios sin aduanas ni fronteras  y sólo nosotros vemos como ellos, al igual que Alicia en el país de las maravillas, van y vienen campando por sus respetos saltando de dimensión en dimensión con completa libertad y con todas las puertas abiertas de par en par.

Cuando dimos la luz, muchas de mis compañeras se secaban las lágrimas, la que más y la que menos conocía y comprendía perfectamente la situación. Les hablé de esta crítica que os he referido y les pregunté que qué les parecía la película en ese sentido. Casi fue un clamor la respuesta, una exclamación unísona.
-¡Esta película es un homenaje enorme!
-¡Un gran acto de amor!
-¡Esta película debería verla todo el mundo!
Como siempre y sin saberlo, mis compañeras me dejaron muy tranquila. En ese espejo que John Bayley con la ayuda de Richard Eyre me puso delante no solamente estaba viendo mis experiencias, también pude escuchar las frases que literalmente y al igual que él yo había escrito, palabra por palabra en mi novela "Sin dioses que nos miren" y me gustó esa comunión con él, y la comprensión y el equilibrio que me proporcionan  mis amigas, siempre me aseguran a la tierra con sus sapientísimos criterios.

Para terminar destacaré dos escenas de este film tan delicado:
Frente al mar, Iris no sabe cómo usar el bolígrafo que le proporcionan, de pronto comienza a arrancar una hoja de su cuaderno y le coloca encima una piedra, y luego otra a la que también sujeta con otra piedra y así sucesivamente las va colocando seguidas, los demás no entienden lo que hace pero Iris Murdoch está escribiendo y coloca las páginas en perfecto orden una detrás de otra.
La siguiente escena a la que me refiero  es la de cuando van a buscarla para llevarla a la residencia, ella está ensimismada, sentada en el suelo y el hombre grande fuerte y tierno  le dice algo así:
-Vamos guapa, levántate. ¿Cómo te llamas, preciosa? – Ella vuelve el hermoso rostro y dice:
-Iris.
–Ven, acompáñame.
Y ella le sigue rodeada por su brazo.
Creo que sobra definir la dignidad en el trato. En esas frases cortas está escrito un  futuro deseable, a falta de que lo sellen con lacre y  por decreto. Sólo así los que tenemos tantas papeletas perderemos el miedo. Por fortuna vemos un precioso broche esperanzador: Iris baila feliz por el pasillo del geriátrico.

Hasta el próximo encuentro en el que hablaremos de “El mar, el mar”.
 A partir de esta novela cuando al cobijo de una cala escondida, al igual que Iris, nos bañemos desnudas estaremos dándole un beso.

Un abrazo

Pili Zori