CUADERNO DE NOTAS: TRAS LAS ELECCIONES


Dice Rosa Montero que “Somos gilipollas” tras ver el resultado de la izquierda en las elecciones de Madrid.
Sus opiniones me importan, aunque soy chica de provincia, pero me valen también para mi ciudad tan próxima a la suya. Y al hilo de su dolorida exclamación pienso que tal vez -aunque peque de simplista y parezca que me voy por una de las muchas tangentes- el problema resida en que se han dejado las tertulias televisivas como sucedáneo del alimento político y el gran público es lo único que consume y da por bueno.
Quizá sea necesario que quienes podéis, por poseer las herramientas y el conocimiento, seáis didácticos –y subrayo el concepto pedagógico y descarto el proselitista- para que vuelvan a funcionar las redes como ágoras y se potencien de nuevo las asambleas en todas partes, y que cada espacio: Sanidad, educación, vivienda… sean expresados y explicados por quienes cada día abren el tajo y viven y padecen sus problemas, puesto que está demostrado que hablar entre nosotros no sirve.
Estaría bien eliminar la ironía inteligente de las opiniones de izquierdas porque no todo el mundo la pilla, y a menudo coloca a quien la usa como a alguien que se sitúa por encima, y esa actitud siempre acompleja, aparta y cierra, y en mi opinión se deduce que las broncas también sobran por completo, al menos las que se emiten hacia afuera, la autocrítica interna nunca estorba.
Deseo que se infiera de mis palabras que los contenidos de carácter intelectual sólo sirven si gozan de ambas lecturas: la más avezada y también la universal que pueda entender cualquier recién llegado, y si me apuras hasta un niño. Todos somos sociedad y aportamos cada uno nuestro equipaje por pequeño que parezca.
La figura del intelectual no puede ser oscura, ni elitista ni endogámica. Entender la política es el primer paso para poder ejercerla desde el voto y honestamente pienso que hoy por hoy hace falta explicarla comenzando por el significado de los términos más sencillos hasta llegar a su máxima complejidad, y a ser posible hacer que resulte amena y comprensible en toda su amplitud, tal vez de ese modo desaparecerían los sectarismos, seguidismos de orejeras, las actitudes de cliente en busca de la mejor oferta… y sabríamos que la política no es un mundo aparte y excluyente y todos encontraríamos la manera de aportar.
Confieso sin ambages que soy torpe para la comprensión de los entresijos del juego político, para echar cuentas que se salgan de los votos emitidos uno por uno, para entender repercusiones, pero otras cosas podré dar a cambio, al menos siempre tengo la antena parabólica y el radar encendidos y no suelo ser el eco de lo que escucho en la radio, en las cadenas de televisión o leo en la prensa sin antes haber intentado al menos digerirlo aunque me cueste rumiarlo durante más tiempo que a otros.
Desconozco las razones que un buen analista o sociólogo me podría dar, pero lo cierto es que siento que estamos en una sociedad bastante idiotizada en general que me recuerda a la que criticaba Gustav Flaubert a través de los personajes y protagonistas de su novela Madame Bovary lamentando que hubiesen hecho una revolución en Francia contra la aristocracia para que después la burguesía sólo pensase en imitarla, y la única explicación que se me ocurre es la de que nos falta cultura política, o tal vez cultura en general, (se sobreentiende desde el primer renglón que no me excluyo de la carencia) tal vez soy mayor, del jurásico -palabra que le robé en su día a Rosa Montero- pero echo de menos revistas como Triunfo, Tiempo de historia, periódicos como El Sol… libritos como ¿Qué es la democracia?, ¿Qué son los sindicatos? Y hasta la altura moral de los políticos de entonces, los que poblaron los últimos años de la dictadura en clandestinidad y los primeros de la transición.
Y luego está la parafernalia de cómo los políticos exponen desde las alturas los planes que nos atañen. Al igual que cuando un cirujano o cirujana terminan una magnífica y eficiente operación que salva o mejora la vida de otro y no reciben aplausos, ni se los llevan los docentes, ni los arquitectos o los obreros de la construcción, tampoco es bueno que demos palmas en los mítines puesto que los ponentes no son estrellas del rock. Naturalmente lo digo en sentido figurado, el aplauso espontáneo siempre es una muestra de gratitud. Lo que intento expresar con el ejemplo es que los políticos no tienen que llevar palmeros ni corte de aduladores ni estamos bajo sus púlpitos para engordarles el ego, la altura de los ojos está mejor. Y ya puestos quienes nos encontramos al otro lado del televisor deberíamos ser nombrados como televidentes o usuarios y no como espectadores en el caso de dichas tertulias porque se supone que los que las dirigen no están haciendo política show, hay demasiados maestros de ceremonias.
Esta vez, aunque entiendo el disgusto de Rosa Montero discrepo porque los votantes de izquierdas no somos gilipollas en todo caso lo han sido los dirigentes por no representarnos ya que desde el minuto uno nos hemos desgañitado pidiendo la unidad.
Un abrazo 
Pili Zori