"Mad Men", más que una serie de TV

Hombres de-mentes, así se les llamaba a los ejecutivos de publicidad en los años sesenta del siglo XX. Bello juego de palabras para definir el doble sentido de la frase y el torbellino de ideas que debían generar las mentes de dichos ‘hombres’ –y recalco el masculino porque la veda para las mujeres marcaba otro rol- en un tiempo en el que se creía que todo, absolutamente todo podía ser vendible, desde un producto para el estreñimiento hasta la aspiración y consiguiente asunción de un candidato a los cielos de la presidencia estadounidense.

Tras salir de la hipnosis puedo exclamar: ¡Por fin! el séptimo arte consigue romper la barrera temporal que le obligaba a constreñirse en el limitado espacio del que disponía para contar una historia: -dos horas como máximo-, y volar hasta las dignas y hermosísimas pantallas que hoy pueblan nuestras casas. Frente a una de ellas he venerado al creador de este impresionante hallazgo sin atreverme a respirar por si en esa milésima de segundo me perdía el mínimo parpadeo de cualquiera de los actores de ese elenco apabullante.

Matthew Weiner es el responsable de este listón inalcanzable para las demás series, y no estoy cayendo en el error de las comparaciones, porque para eso están los géneros y cada uno se rige por sus propios códigos y normas, y busca y pretende objetivos distintos, y tan lícito es el drama como el entretenimiento y en ambos se puede llegar a cotas muy altas de profundidad.
Lo que intento decir es que va a haber un antes y un después de Weiner, que estamos presenciando una renovación de forma y contenido que bebe, sin embargo, de las mejores fuentes del cine clásico. Es sorprendente el magma, el denso poso que sostiene esta obra de arte, si no hubiese visto la foto de Weiner creería que es un superviviente de aquel grupo de “magníficos” que tuvo que exiliarse tras la caza de brujas del Mcarthismo, Guionistas –lo escribo con mayúsculas- de la talla de Hammet o la de Dalton Trumbo… por citar algunos, pero no, M. Weiner es un hombre joven que hace algunos años, según tengo entendido, escribió el piloto de "Mad Men", el trabajo pasó inadvertido tras rodar por algunos despachos hasta que Matthew decidió enviárselo a David Chase, que impactado por la lectura le llamó de inmediato solicitándole que trabajase en la construcción de “Los Soprano” y a ello se dedicó con denuedo durante cuatro años y medio. Ahí están los resultados.

De noche, robándole horas al sueño, y lo digo en sus dos acepciones, continuó con el desarrollo de "Mad Men" hasta que por fin pudo producirla, hoy el globo de oro a la mejor serie dramática y las dieciséis nominaciones a los Emy compensan la entrega y el ímprobo esfuerzo.
Parecía que el vacío que había dejado la serie “Los Soprano” sería irrellenable. Mientras escribo esto es posible que el equipo ya esté recibiendo los codiciados galardones. Imagino que ahora se estarán mordiendo las uñas todas las grandes cadenas de la televisión americana que no apostaron por “Mad Men” como sucedió con “Los Soprano” mientras que al estudio Radial Media le arderán los sabañones de tanto frotarse las manos.

Si “Los Soprano” servía para fotografiar la América actual bajo el prisma metafórico de la mafia, en “Mad Men” el traslado hasta la década de los años sesenta crea un espectro más amplio aún porque el espectador comprende como si le pusieran un espejo delante toda su historia anímica, el caldo de cultivo en el que se fomentaron sus líneas de pensamiento, y la posterior rebeldía, evolución para algunos o involución para otros, según se mire, la perspectiva del tiempo concede esa ventaja. Pero es evidente que aquel sueño americano se exportó y también nos alcanzó.

¿Qué había bajo aquellos valores familiares tradicionales de la década?
Ese es uno de los peliagudos asuntos que el film explora.

En esta película, -nombraré así a la serie porque ya he dicho que para mí es una cinta de larga duración (dejad que me detenga un instante, “cinta”, qué palabra tan bonita, la decían mis padres cuando se acercaban a mirar la cartelera: “¿qué cinta ponen?”- bueno, incisos nostálgicos aparte, decía que en esta película el espectador se asoma a Sterling Cooper Advertising, la agencia publicitaria situada en el corazón de Madison Avenue, allí late el arte de la venta,
-¿De almas? -Se pregunta enseguida el espectador.

La mirada del autor trasciende a varios niveles, empezaré citando a las mujeres en el trabajo, por ejemplo: floreros de eficacia invisible, que sólo se volvían visibles para el acoso y la explotación mientras ellas mismas creían, bajo la presión general, que así era el orden de las cosas, que esa era la conducta que se esperaba de ellas: acatar la supremacía del varón, y la de ellos disfrutar de sus privilegios sin ponerlos jamás en tela de juicio.
Luego están las esposas de los ejecutivos, amas de casa perfectas, anfitrionas impecables bellamente vestidas representando al marido bajo códigos no siempre fáciles de asumir: las dobles vidas, los distintos raseros, amantes fijas o esporádicas… pero tras la fachada de esa jactancia de éxito Weiner y su equipo nos muestran toda la inseguridad que fibrilaba por debajo de la caja torácica de esa América edulcorada como la CocaCola un producto de autobombo y propaganda como la propia bebida.
Y bajo esa invisibilidad de sentimientos y aspiraciones las mujeres iban analizando en silencio la estafa mientras buscaban su camino por los sinuosos resquicios que iba dejando el gran bluf.

La película es perfecta en todos los aspectos:
La ambientación, sin ir más lejos. Se te llenan los ojos de elegancia tanto externa como interior. Detalles tan simples en apariencia como el de diferenciar el vestuario femenino: el de la oficina ajustado y provocativo, (pauta naturalmente marcada por los propios ejecutivos, que las mujeres aplican y acatan como una orden,) y el de las esposas: recatadas faldas de vuelo como delicadas corolas invertidas... consiguen la máxima eficacia en el mensaje.
La atmósfera, siempre cargada, envuelta en humo de cigarrillo y vapores de alcohol, marca fecha. Apenas hay exteriores, todo se desarrolla en espacios cerrados donde los techos están muy cerca de las cabezas de los hombres. Otra sutileza de extraordinario valor que nos transmite el miedo de Driper a perder la hegemonía arrasado por el ambicioso Pete representante de la juventud arrolladora, de ahí la imagen de estar tocando techo.
La dirección de actores: otro logro inusitado. Daría mi reino por estar en los ensayos para escuchar las instrucciones, para ver como se transmite el “ahora tienes que sentir esta ambivalencia y que se entienda que la estás conteniendo, que bajo tu sonrisa el televidente oiga tu sufrimiento” (me disculpo de antemano por mi explicación tan tosca, pero útil para aproximar a quienes todavía no la han visto). En fin, seguiría enumerando y pormenorizándolo todo dejándome llevar como os pasará a vosotros cuando contempléis la maravilla.

No salgo de mi asombro por el profundo conocimiento que el autor tiene de la mujer, no creo que baste una buena documentación, se intuye que ha sabido mirar desde la infancia, supongo que a madre, hermanas, amigas… Dice que leyó libros como “El sexo y la mujer soltera” de Helen Gourley Browns y “La mística femenina” de Betty Friedan, pero por mucho que se rentabilice la información es imposible sin una aguda sensibilidad llegar hasta el meollo más íntimo, ese que ni siquiera las mujeres comparten con otras. M. Weiner ha querido resarcir y hacer justicia hasta en detalles en los que las propias mujeres habríamos sido condescendientes. Y quiero agradecérselo, pero sería injusto por mi parte que "Mad Men" se quedase limitada en este espacio a un alegato feminista, aunque lo sea, porque profundiza de igual modo en el hombre, si algo queda patente es el enorme padecer de ambos por ese mundo superficial y lleno de sucedáneos sustitutivos de lo que realmente importa.
M. Weiner explica también en una entrevista que "Mad Men" surgió de preguntarse a sí mismo quién era él como persona, y para qué servía su carrera, y esa entrega se nota.

Aunque en este caso me cuesta despedirme, cerraré en círculo mi humilde y pequeño homenaje a algo tan grande, y lo haré abrochando el final de este comentario a la cabecera de presentación, porque en ella está escrita toda la poesía que resume el contenido de la serie: vemos como un hombre va cayendo desde gran altura por un pozo construido con fachadas de edificio cuyas vallas y carteles explican por sí mismas todo lo que la publicidad dice de un país, de su sociedad y de su época. Los suelos se derrumban, los muebles caen…

Hasta el próximo encuentro.
Un abrazo.

Pili Zori