"Tal vez la noche me redima", de JUANA PINÉS MAESO


Juana Pinés Maeso, gran poeta y novelista, hija y nieta de escritores, cuenta en su haber con más de 120 premios de poesía a los que podéis hacer un seguimiento en el generoso internet. Sus logros parpadean entre las exclamaciones de numerosas páginas encabezadas con su nombre y ha obtenido además sendos galardones en narrativa, el último lo consiguió en 2011 en Guadalajara (España) con su extraordinaria novela “Tal vez la noche me redima”. Le fue otorgado por la Diputación provincial.
La espera de su publicación me impacienta y por ello he decidido hoy entregaros un pequeño bocado de la escritura tan potente y honesta de esta autora, así calmamos un poco el hambre anímica hasta que podamos tener el libro en el cuenco de los dedos para saciarnos.
Ante su poesía me limitaré a prosternarme y a compartir con vosotros cualquiera de sus poemas cuya estela de luz ilumina el camino del lector. Frente al estilo abstruso y pedregoso, a la oscuridad deliberada detrás de la que se esconden muchos “bardos snobs” actuales, cuya poesía es un parapeto tras el que realizan sus exorcismos asomándose pero sin entregarse, ella, mujer de puertas abiertas tanto en lo público como en lo privado nos permite entrar hasta la herida aceptando que hurguemos y  horademos en ella a pesar del dolor. Ese es el riesgo de ser poeta, la exposición a la que te sometes al compartir de verdad tu verdad. Pero no quisiera confundir, no estoy hablando de clasicismos u ortodoxias, sólo trato de esclarecer que la vanguardia es otra cosa que no está reñida con ser esencial y por tanto universal ni con hacerse entender. Hablo de autenticidad en cualquiera de las vocaciones de estilo.
Como novelista Juana Pinés es un prodigio que se maneja bien en diferentes registros: el humorístico -que nada tiene que ver con la comicidad- desde el que te conduce a la carcajada y una vez allí, en la altura de ese clímax, te arranca las lágrimas. El del drama en el que mira de frente y con valentía llamando a los sentimientos por su nombre y poniendo palabras donde otros las esquivan. El policiaco o de suspense con el que alcanza ese toque hipnótico e inquietante que a veces remite a Narciso Ibáñez Serrador, con la risa aterradora incluida que el lector escucha por encima o por debajo de las páginas... y el infantil en el que controla a la perfección las franjas de las distintas edades y sabe dirigirse a los niños con absoluto respeto y total ausencia de ñoñería condescendiente.
Su ojo crítico es penetrante, ama la realidad tal y como es, y sin necesidad de adornarla sabe encontrar en ella la belleza que le otorga el simple hecho de existir. Lo milagroso es que ante la valentía de su mirada que sabe adentrarse en los altos y los bajos fondos aún le quede intacta la ternura con la que reviste de auténtica compasión al mundo.
Lamento la osadía de hablar de “Tal vez la noche me redima” desde la distancia de casi un año. Sólo pude leerla esa vez en la que en competición con otras se abrió paso hasta alcanzar el primer puesto, cuando aún no se sabía si era hombre o mujer quien la escribía. Sus páginas me acompañan desde entonces y sé que la retomaré con detalle en cuanto se publique y pueda subrayarla y recorrer sus renglones cuantas veces se me antoje, de momento pondré aquí el pequeño poso que me dejó esa historia familiar o de interiores por cuyas ventanas abiertas se asoma el lector desde fuera hacia dentro. La escritora le conduce hasta la introspección más profunda y abismal dándole la mano para que no sienta vértigo y una vez que le ha dejado tocar fondo, bajar hasta el núcleo del desamor, le enseña cómo el ave fénix ha de remontar el vuelo, para que desde las nubes consiga la perspectiva exacta que le haga comprender que todos los infiernos son relativos.
La historia que cuenta Juana Pinés Maeso es sencilla en apariencia, nos habla de amor, desamor y muerte, y de cómo la protagonista asume, afronta y finalmente aprende a volar sin necesidad de salir de sus cuatro paredes, habla del ajuste de cuentas que en su propio balance la vida nos da, y deja un regusto a venganza blanca y buena que el lector sin duda agradece.
En cuanto a su prosa -nutriéndose como se nutre de su poesía- sólo queda por decir que es majestuosa por la disciplina del ritmo, la precisión y la armonía. “Tal vez la noche me redima” es una novela construida con cimientos fuertes y rematada con buenos materiales, duraderos y consistentes. Muy bien estructurada y perfectamente medida y compensada en sus tres partes.  
Esta mujer de corazón elegante, que abre sus puertas de par en par hasta casi provocar el abuso, tiene otro don: el del cultivo de la amistad verdadera. Con su actitud hacia los demás establece un canon de confianza que se convierte en la muestra o el decálogo de cómo hay que comportarse para conservar a los otros cerca de ti. No en vano dirige el grupo literario Guadiana en el que ha formado a jóvenes poetas y recibe constantemente en su casa a todo el que quiere llamar aún en detrimento de su horario de trabajo, como veis quedan claras sus prioridades ya le robará horas al sueño para poder escribir o sacará algún hueco entre lavadora y puchero.
Viuda desde hace ocho años ha conseguido convertir su vulnerabilidad en fortaleza, sus tres hijos le hacen un obsequio el día del padre y otro en el de la madre, el elenco familiar lo completan dos preciosos perros y otros dos gatos que de vez en cuando le conceden el regalo de otras vidas a cuyo nacimiento asiste, porque según ella misma dice, “quienes conviven con gatos necesitan dar afecto y quienes lo hacen con perros necesitan recibirlo, yo tengo de los dos”.
Ninguna otra frase la definiría mejor.
Y como broche para finalizar, aquí os dejo un poema extraído de su libro “Manual de los miedos”.

En los dientes del hambre
tu saciedad pernocta,
y yo pordioseando entre tanto una hogaza
de ese calor voluble
que me das y me niegas.
Estoy atrincherada bajo oscuros dinteles
en esas noches lúgubres
de insondables vigilias,
esperando el retorno de un amor quebrantado,
mientras sangro tu ausencia
y presiento tu boca de otras hambres cautiva.
Cuando llegas, acaso
por hastío o por lástima,
a asaltar mis murallas desconchadas de herrumbre,
del corazón las puertas
encuentras sin pestillo,
y es cuando, vengativa de esas horas sin fondo,
quiero besarte el alma a través de los labios.
Pero huele tu aliento
A miel de otras colmenas,
Y tus voraces dedos dibujan en el aire
Un hueco de cinturas
Que no son mi cintura.


Un abrazo y hasta el próximo encuentro.
Pili Zori

Va por ti, Concha


Llevo muchos meses sin asomarme por aquí. Es como si sintiera una especie de pudor irracional e impreciso, como si de pronto me pareciera frívolo tener tiempo para hablar de cine, de series o libros. Con la que está cayendo, -me digo-, pero entonces se me mete en el oído la preciosa voz de Mercedes Sosa y escucho:
Si se calla el cantor calla la vida, porque la vida misma es todo un canto…
Y aún a riesgo de parecer pretenciosa por atribuirme capacidades de juglar que no poseo, descubro que lo que me ocurre es eso: que tengo atravesada una espina en la garganta que no me deja cantar ni siquiera escribiendo, y no quiero callarme, pero lo que me amedrenta es precisamente no saber qué decir, no encontrar lo que puedo hacer para arreglar este desaguisado en el que han convertido a mi país.
Aún así y con toda la torpeza intentaré describir los sentimientos que me tienen acribillado el estómago.
Hace unos días escuché a un experto en economía, que refiriéndose al aumento del paro y a los sangrantes recortes, dijo: “Lo que está sucediendo empieza a tener visos de crimen contra la humanidad.” La frase definió con precisión lo que yo sentía. Porque es un crimen que a la gente se le quite el sagrado derecho al trabajo, a poder ocuparse de su familia. Es un crimen que tiene consecuencias gravísimas, que se traducen en depresión y ruina. Y se me vinieron a la cabeza varias frases de Bertolt Brecht:
Al río que todo lo arranca lo llaman violento, pero nadie llama violento al lecho que lo oprime”.
“Cuando la verdad sea demasiado débil para defenderse tendrá que pasar al ataque”.
“Cuando el delito se multiplica nadie quiere verlo”.
Soy persona de paz, así que no estoy llamando a las barricadas, como comprenderéis, sólo aviso de que las situaciones insostenibles se desatan, nada más. Los recortes no están solicitando a los ciudadanos que saquen las huchas y entreguen algo de sus ahorrillos para que entre todos salgamos del paso, no. Los recortes están destruyendo puestos de trabajo y el trabajo lo realizan personas dejándose la piel, eficientes y sobradamente preparadas, con hijos pequeños que comen y visten a diario y con techo que pagar. Personas que no están siendo absorbidas en otros lugares, despachos o tajos a los que se adaptarían de buen grado y en donde volverían a dejar el pabellón muy alto con su buen hacer. No. Se van a la calle y en la calle no hay trabajo.
En la Biblioteca Pública de Guadalajara había una mujer hermosa, lo expreso así porque quiero ponerle el rostro para comprobar si mirándola a la cara se sostiene la injusticia,  quiero coger de la barbilla a los responsables para que la contemplen y observen en concreto y no en abstracto, y lo haré sin ni siquiera nombrarlos para no herir las susceptibilidades de nadie, pero ser político no es más que eso: estar al tanto de cómo funciona el sector social y laboral que te ha sido encomendado, conocer el making of desde el primer peldaño hasta el último. Esa joven mujer trabajadora, esposa y madre, de pelo negro ondulado, de ojos muy penetrantes por el hábito de estar atentos, de agradable sonrisa y cuerpo esbelto y ligero por recorrerse al día 90 veces los tres pisos de la biblioteca, es quien recibía a los colegios, preparaba los eventos, se ocupaba de los encuentros con autores,  hacía malabares imposibles para proyectar una película que tenía que ver con lo que estábamos leyendo, disponía espacios para que los niños pudieran recibir clases… controlaba los horarios con la precisión de un reloj suizo, y sincronizaba todo lo que a la vez se estaba produciendo con batuta de directora de orquesta, y milagrosamente conseguía darle unidad al caos.
Esa mujer conocía uno por uno a todos los miembros de los clubes, que son dos centenares, trataba a cada coordinador voluntario como si fuéramos estrellas, y en su tiempo “libre”, que rara vez lo tenía, preparaba el suyo, también era coordinadora de un club de literatura que enriquecía con equipaje cultural brillante, característica común a todo el equipo de esta biblioteca que durante años estuvo en el ranking como la segunda mejor de España. Comprenderá usted, señor político, que la distinción no se debía sólo al número de libros que se sacan prestados, el ranking lo tenía por la diversidad de sus actividades.
Naturalmente Concha, así se llama, recogió el testigo de otras compañeras también eficaces que como ella fueron la cara amable de esta empresa pública, el rostro que te da la bienvenida junto a los compañeros de los mostradores, la jefa o responsable, como usted quiera, de actividades de la biblioteca. Además y fuera de horario controlaba el protocolo de todas las autoridades que venían invitadas, es posible que a usted, en alguna ocasión le haya preparado la silla en el lugar apropiado para que se sintiera cómodo. En fin… Concha es alguien por cuyos servicios se darían tortas en otros ámbitos, si no fuéramos un país desconsiderado que no defiende los cimientos, los pilares que lo sostienen, y deja en último lugar a sus ciudadanos.
Conozco a alguien que ha trabajado cuatro meses en una tienda sin cobrar, los estimados señores de la franquicia se dedican felices -desde su sede en otra comunidad remota y sin dar la cara- a contratar muchachas cada trimestre a las que pagan doscientos euros alegando después que no hay más y a la calle. En el escaparate reza un rutilante cartel, “liquidación hasta fin de existencias”, en el cristal no pone por cierre de negocio, ni por ERE ni por quiebra. No hace falta estudiar derecho en Harvard para saber que dicho delito se llama estafa y que debería ser juzgado por lo penal, pero a esa clase de bandidos nadie les persigue, nadie les echa cuentas, y añado, aunque no haga falta porque ya se sobreentiende, que son los nuevos tratantes de esclavos, agrego que en este país con tanto agujero legal se cuelan los capos de nuevo cuño y aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid excavan por debajo y con su labor de zapa hacen trizas la carpintería de tantos años de construcción de un estado de deberes y derechos. Esa muchacha de la que hablo, además de estar sobradísimamente preparada como Concha, con estudios superiores y talentos que ahora no valen nada, se ha matado a cuidar la tienda con horarios leoninos, a limpiarla, a abrirla y a cerrarla, a descargar camiones, a colocar la entrega, a ver todo lo que se vende, todo lo que sale, todo lo que entra, a llenar la caja todos los días repleta… y a esperar esmerándose para que por ella no quede, pues a la calle y no rechistes que el mundo tiene dos bandos, los que llaman y los que salen a abrir, los que piden y los que dan trabajo… tras los puntos suspensivos espero que se trasluzca la larga hilera de personas de bien, cada una con su rostro con su mente con sus brazos y sus piernas bien dispuestos para laborar, con su historia de amor, de alegría, de sueños y esperanzas de futuro que no quieren ver truncados… Esa procesión que cada día acoge a nuevos miembros, que cada vez es más larga, se está desesperando y es el momento de declamar el poema que todos atribuíamos a Bertolt Brech, pero que en realidad era el texto de un sermón que el pastor luterano Friedich Gustav Emil Martin NieMöller  pronunció en 1946 dirigiéndose a sus feligreses:       
“Cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas, guardé silencio, porque yo no era comunista.
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio porque yo no era socialdemócrata.
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, no protesté, porque yo no era sindicalista.
Cuando vinieron a buscar a los judíos, no protesté porque yo no era judío.
Cuando vinieron a buscarme, no había nadie más que pudiera protestar.”
Lloré mucho el otro día cuando vi a los antidisturbios quitarse el casco y guardar respeto frente a los manifestantes, y no me importa que la razón haya sido porque ellos también son funcionarios y ya se les empieza a tocar. Tengo el defecto de la empatía que me impide ser drástica y leo en el interior de muchos policías -o intuyo, para ser más exacta- y puedo escuchar con nitidez sus preguntas y lamentos tales como: “¿A quién defendemos?, ¿a quién protegemos?, ¿para quién trabajamos?... Tal vez ellos, muchachos sobradamente preparados también, se estén preguntando ¿es esto lo que nos piden?, ¿que nos convirtamos en apedreadores de gentes que defienden sus puestos de trabajo, de personas que sin culpa se han quedado sin él?
¿Qué orgullo vamos a sentir por un país que se somete a la dictadura económica de invisibles poderosos que están rebajándole el precio a nuestro mapa para someterlo a subasta y repartirse los trozos? ¿Para esto teníamos que estar en la Unión? ¡Qué unión ni qué narices!, si no nos tratamos, si no nos conocemos, si esto como siempre es el dominio de los señores del norte sobre los pueblos del sur, si se mastica el desprecio.
Esto es mi país: Un coladero de mafias, en el que patriotas evasores se exhiben en la tele, lo mismo da una tonadillera que el yerno del Rey, un lavadero en el que se enseñorean las blanquísimas mansiones deshabitadas de los dueños de los paraísos fiscales que además también salen en pantalla, (se muestran las viviendas sin inquilinos, no los dueños, esos señores encubiertos ya se ocupan de que nadie las okupe, no vaya a ser que por dentro descubran el zulo) para que pasmados exclamemos al unísono al contemplarlas en el televisor ¡Vaya casas! Sí, así de estúpidos somos, sobre todo yo que se me hace la boca agua con la decoración y los interiores, el que quiera que se salga. Casas construidas con ladrillos de droga y de armamento, con el semen, las babas, el sudor y las lágrimas de bellas mujeres engañadas. Para ellos las alfombras, pegadas al suelo con la crema de untar.
Y mientras tanto la plebe tratada a latigazos, esquilmada en sus sencillos enseres para que esos señores invisibles del poder tácito que entienden tanto de números y de primas peligrosas sigan alimentando su hambre insaciable.
Sé que lo de antes no sirve, aquellos sueños por los que luchamos, las herramientas que utilizábamos para lograr un país más digno... Sé que el 15M está bien, y que recuperar el movimiento asambleario y vecinal siempre es muy bueno y luchar contra los desahucios, pero tengo miedo de que se quede en una ristra de slogans, de que se convierta en una romería periódica a ojos de los gobernantes que al parecer tienen el arte de pasárselo todo por el arco del triunfo, y un oído selectivo. Sé que hay un espacio entre las dos espaldas –la del gobierno y la de los ciudadanos-, que no sé cómo coser ni cómo llenar y me encuentro en ese pasillo. Y no hay cosa que más odie que no conocer a dónde voy o en qué dirección me quieren llevar.
Estoy harta de soberbios, a los que me gustaría decir que quiénes se han creído que son, que por qué se les olvida que juraron o prometieron como servidores. “¿Te gusta el aeropuerto del abuelo?”… ese es el señor Fabra. “Que se jodan”… y esa su consentidísima vástago. Mal asunto si van al trabajo en taxi, si viven en compartimentos estanco, en guetos que nunca se mezclan.
Estoy harta de borrachos que en su lujuria de poder se creen faraones. No sé si tendremos que volver al campo, no sé como reencontrar nuestra idiosincrasia, no sé cómo nos las podríamos apañar entre nosotros, ni siquiera sé manejarme en trueque, si aún no he aprendido a pensar en euros. Sólo sé que el miedo se ha instalado y que los trabajos son campos de minas en los que los empleados piensan que le va a tocar a otro ser despedido, olvidando que cuando tocan a otro siempre te están mutilando a ti porque todo salpica, somos seres sociales y el efecto dominó en la colmena es fulminante. Y tengo mucha tristeza y sólo se me ocurre cantar y cantar por dentro aunque no tenga dotes de juglar como decía antes y lo haga con las palabras de otro, porque a mí se me han descompuesto el tono y el ritmo y ya no me sale esta poesía tan fea y tan dura y la emborrono con llanto:

España camisa blanca de mi esperanza
reseca historia que nos abraza
por acercarse sólo a mirarla.
Paloma buscando cielos más estrellados
donde entendernos sin destrozarnos
donde sentarnos y conversar.

España camisa blanca de mi esperanza
la negra pena nos amenaza
la pena deja plomo en las alas.
Quisiera poner el hombro y pongo palabras
que casi siempre acaban en nada
cuando se enfrentan al ancho mar.

España camisa blanca de mi esperanza
a veces madre y siempre madastra;
navaja, barro, clavel, espada.
Nos haces siempre a tu imagen y semejanza
lo bueno y malo que hay en tu estampa
de peregrina a ningún lugar.

España camisa blanca de mi esperanza
de fuera a adentro, dulce o amarga
de olor a incienso, de cal y caña.
Quién puso el desasosiego en nuestras entrañas
nos hizo libres pero sin alas
nos dejo el hambre y se llevó el pan.

España camisa blanca de mi esperanza
aquí me tienes nadie me manda
quererte tanto me cuesta nada.
Nos haces siempre a tu imagen y semejanza
lo bueno y malo que hay en tu estampa
de peregrina a ningún lugar

(Blas de Otero)

Aquí me tienes, claro que sí, nadie me manda, quererte tanto me cuesta nada.
Al menos en la biblioteca hay gentes valientes, empezando por la dirección, que levantan su voz indignada cuando otros consideran que pueden quitarle un peón.
Pues no se olviden señores de que también los peones dan jaque mate y tienen mucha importancia.
Al menos ahí, en ese maravilloso entorno lleno de libros, en esa meca, en ese punto de encuentro va para Concha una enorme corriente de afectividad a la que me sumo. Y todo el amor y el apoyo para los otros, todos los “sin trabajo” a los que se han atrevido a insultar diciendo que se espabilen para encontrarlo. Se me ocurre que estaría bien llenar muros y paredes con las fotos de todos los parados, retratos que se puedan despegar cuando aparezca un contrato, es bueno plantarle cara a los problemas, y llevarla muy alta junto a todos los demás.
No soy una persona ofensiva, pero me están pisando el rabo y en mi propia casa, como tantas familias también tengo hijos en paro, pero no quería parecer interesada, porque dentro o fuera y a mi modo siempre he peleado.
Para terminar con el deseo de que esta entrada no desvirtúe el objetivo literario de este blog usaré de nuevo las frases de Bertolt Brecht, si es que lo son, en cualquier caso siempre es un ejercicio de humildad saber que la importancia reside en la obra y no en el autor:
“Los demócratas burgueses condenan con énfasis los métodos bárbaros de sus vecinos, y sus acusaciones impresionan tanto a sus auditorios que estos olvidan que tales métodos se aplican también en sus propios países.

El arte no es un espejo para reflejar la realidad sino un martillo para darle forma.

La crisis se produce cuando lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer.

Un abrazo, queridos amigos, Hasta el próximo encuentro.
Pili Zori