"UNA VIDA, UNA CENA", serie de TV


El verdadero significado de admirar es conmoverse. El arte, como digo a menudo, busca caminos y elige a quien los rotura.
El chef Quique Dacosta retrata al alma de cuatro personas mostrando que la metáfora es la realidad máxima cuando se expresa al cocinar con las cuatro dimensiones. No hay humildad mayor que la de un artista culinario con la espalda en reverencia para destilar tu espíritu en un plato, ningún comensal, aunque fuera palaciego, puede estar a la altura de dicha entrega, no existe reciprocidad en esa clase de amor.
Nada tiene que ver esta hermosa e inclasificable película documental con la saturación de programas televisivos, egocéntricos, gritones y excluyentes –las prisas y los alaridos destruyen la comida- porque cada alimento tiene su ritmo y su calor, o su frescura.
Nada tiene que ver esta insólita pieza con los oropeles de los decoradores de platos y sí mucho con la bella liturgia de abrir el corazón durante una íntima platica entre dos seres que degustan una elaboración que describe tu interior y cuyos delicadísimos preliminares no conoce el invitado.
En este país nuestro tan habituado a destronar y tan poco acostumbrado a entronizar me descubro ante esta obra cinematográfica única tan bien realizada en la que la belleza no es tan sólo ornamentación.
Un abrazo.
Pili Zori

"MODERN LOVE", serie de TV


Extraordinaria de principio a fin, y el octavo capítulo un hermoso cierre de broche final, perfecto desenlace en balance -tanto vital como artístico- incluso por cómo están colocadas las etapas: La búsqueda del amor en la juventud; la involución o evolución en la madurez, y cómo no, en la vejez.
Las “pequeñas” grandes historias que componen la serie están llenas de vida, difícil y a la vez sencilla cuando los protagonistas encuentran el click.
Su creador, John Carney, nos las entrega en el precioso envoltorio de Nueva York, esa ciudad de todos, que se expresa con códigos propios que conceden la poderosa sensación de pertenencia al barrio.

El último episodio muestra como los protagonistas siguen hacia adelante mientras atraviesan la imagen purificadora de la lluvia. Maravillosa coral que nos enseña la conexión de nuestras soledades y qué les ocurre a los demás al mismo tiempo que a ti, y es que la vida se está escribiendo con todos nosotros juntos.
El amor humano siempre es el mismo, padecemos igual ansiedad por temor a no encontrarlo, a no acertar, el mismo miedo a que se deteriore una vez conseguido. Para algunos es posible que a lo largo del camino surja el deseo de cerrar la carpeta que en el pasado quedó pendiente y saber si habría sido posible. Otros encontrarán el valor para romper o para conservarlo y cuidarlo durante la carrera de fondo. Para muchos llegará la renovación del enamoramiento cuando ya no la esperaban, el renacimiento… Lo que varía es la forma actual de expresarlo.
Un elenco de actores y actrices superlativo interpretando papeles inolvidables.
Un abrazo.
Pili Zori

SECOND BEST, película de Chris Menges


Hoy os recomiendo una pequeña pero valiosa y singular joya cinematográfica.
Se emitió por vez primera en 1994, -los noventa dieron una extraordinaria cosecha de películas con sensibilidad y hondura genuinas-. Second Best fue dirigida por Chris Menges, más conocido como brillantísimo director de fotografía por sus trabajos en “La Misión”, “Los gritos del silencio”, “The Boxer”,…

La película narra las distintas aristas y dificultades de la adopción con las que a menudo no cuentan los padres adoptivos. El filme se convirtió en necesaria referencia que invita a considerar los escollos que ambos protagonistas encuentran en el camino y el pesado equipaje emocional con el que los dos cargan. El canto de verdadero amor queda servido y puesto a prueba.
Graham (William Hurt) un hombre soltero de 42 años dirige el puesto de correos de su pequeña localidad, tras perder a su madre y ocuparse de su anciano padre incapacitado y sumido en la tristeza por la pérdida de su esposa Graham decide cumplir su propio sueño de paternidad, pero tendrá que enfrentarse a James (Nathan Yapp) el niño de diez años que ha conocido el suicidio de su madre y la posterior entrada en prisión de su padre biológico a quien le guarda una lealtad malsana inculcada y malentendida. La férrea agresividad que manifiesta el niño sólo es el caparazón que esconde la enorme fragilidad por la que ningún otro aspirante a padre habría apostado.
Contada en clave masculina se convierte en una aportación imprescindible a la que antes nadie había puesto palabras.
Es preciosa y aunque sólo sea por ver la leonada cabellera de William Hurt en plan nostálgico merece la pena (es broma).
Un abrazo.
Pili Zori

LION, película de Garth Davis


¿Existe diferencia entre desear ser madre o querer tener hijos?
¿Qué pensáis vosotros? Es un matiz pequeño en apariencia en el que sin embargo cabe muchísimo debate.
Ayer me hice dicha pregunta por primera vez, viendo la magnífica película Lion, y en medio de la interrogación reflexioné: ¿En qué parte del planteamiento se encuentra la generosidad o por el contrario el lícito egoísmo instintivo?
El delicado largometraje es triste, duro, pero también enormemente constructivo y conmovedor y por tanto lleno de verdadera y profunda ternura.
Nítido retrato de la infancia dividida por dos mundos India y Australia, y la delgada línea que nos da una u otra vida según el lugar en el que hayas nacido.
Un abrazo.
Pili Zori

BRITTANY RUNS A MARATHON, película de Paul Downs Colaizzo


Basada en el testimonio de una mujer real el filme muestra el proceso de transformación física y emocional contado por la propia protagonista con las pinceladas justas y equilibradas, sin discriminaciones ni positivas ni negativas, y, sin caer en la sensiblería lacrimógena, el largometraje cuenta como Brittany logra verse como la ven y como ella se ve a sí misma, la balanza corre peligro de inclinarse hacia la obsesión vigoréxica pero por fortuna deja en su justo lugar prejuicios propios y ajenos, criba y distingue la verdadera amistad de la que no lo es y no exime de culpas propias ni de las de los otros, de modo que el proceso de purificación es integral.

La película ha supuesto para mí un aprendizaje. Intenté verla en dos ocasiones y en ambas abandoné diciéndome que no iba a aguantar rapapolvos por los kilos de más –sean subjetivamente muchos o pocos, de los que afean o de los que resultan sexys… para gustos los colores- con los que siempre estoy en pugna y a caballo entre la justificación tiroidea, el autoengaño, la pereza y la reivindicación de que la belleza cabe en todas las tallas y también en todas las edades.
Es cierto que muchas personas rayanas en la anorexia camuflan la gordofobia, y que la propia protagonista está a punto de caer en el mismo desprecio encubierto cuando se desprende de los kilos que le sobran, pero el filme deja muy claro que la mirada del otro es problema suyo y no tuyo y que ninguna fijación es buena.
Brittany descubre otra epifanía mucho más importante, al fin comprende el significado de terminar el maratón, de llegar a la meta, de acabar la carrera, y en ese proceso metafórico sobre “El camino de la vida” andado por cada uno de nosotros a su ritmo entiende el verdadero valor del esfuerzo y encuentra su lugar en el mundo.
El espectador experimenta un placer inconmensurable al ver a quién y a qué manda a tomar viento Brittany y también se alegra al comprobar lo que ya intuía: que no hace falta pagar dinerales en gimnasios cuando las propias calles y los arbolados parques –que filtran con su perfume la contaminación urbana- constituyen el mejor de los recintos.
El largometraje concreta en cabeza ajena para que podamos desgranar lo que denota paso a paso el abstracto concepto de “vida saludable”, de modo que como diría el señor Celaya “¡a la calle que ya es hora de pasearnos a cuerpo!”.
Un abrazo.
Pili Zori

"Desde sus ojos", de YUSNEL FLEITES


A veces la literatura se concentra para hacerse enorme dentro de una novela corta, es una cuestión de maestría emocional, de dominio del lenguaje, del ritmo y del lirismo, y no de longitud. En las noventa y cinco páginas de “Desde sus ojos” cabe Cuba entera con toda su historia.
La novela comienza con la llegada de un huracán atmosférico que a la vez recogerá en su remolino otro anímico más hondo y enquistado que el pueblo alberga, esa es la difícil y bellísima composición en espiral que el autor escoge para situar la trama en un territorio rural y agreste.
Las historias de amor y desengaño que como matrioskas contiene toda la narración coral comienzan por la que da nombre al pequeño pueblo en el que se desarrollan: La primera es la leyenda, ya de por sí transgresora, de la bella indígena Luna y el hermoso esclavo negro que amansaba a los animales con su susurrante idioma, -poderoso amor trágicamente truncado por los inamovibles principios e intereses endogámicos de sus mayores-, esta relación "imposible" dará paso a los paralelismos de las otras: el amor entre Yane y el hombre que no se atrevió a romper con su vida anterior, ¿por cobardía?... el autor no entra a juzgarlo.
 Escucharemos en el bar del chino la declaración de el de Evaristo por Rosa durante toda su vida que él cree amputado por causa del isleño -padre de Yane y abuelo de Tena- ¿rencor?, ¿envidia?, ¿venganza?, de inmediato el lector comprende que a esos dos hombres no sólo les separa el sentimiento  por la misma mujer ¿Ideales frente a pragmatismo? ¿Acaso dos formas contrapuestas e irreconciliables de mirar el mundo? El debate está servido. También asistimos a la renuncia forzosa de Ana -la doctora en medicina y mejor amiga de Yane- a la abdicación de su deseo de futuro con un un compañero de vida del que pueda enamorarse, y contemplamos con tristeza la derrota de una vocación que no consigue desarrollar por falta de medios. Es difícil mantener los principios en tiempos de escasez. 
El pantanal como metáfora está siempre presente, así como el arma letal de la maledicencia y la fiscalización -paradójicamente universales- que se producen en las comunidades de pocos habitantes. Duele la incomprensión hacia quien siente amor por alguien del mismo sexo, el estigma… Y como resultado de todo este inventario, Tena, la inocencia, la víctima indefensa, criatura a la que ocultan un derecho inalienable: su origen. La abuela lo hace para protegerla de los ancestrales y estrechos prejuicios de quienes tienen pánico al diferente, a la libertad. Pero el pasado siempre vuelve, y regresa con el huracán. ¿Quién es Tino? a esa pregunta sólo Rosa nos puede contestar.

Yusnel Fleites eligió una delicada estructura para armar el edificio, los tabiques están formados por los pasajes epistolares de la carta que Yane le escribe a su hija antes de despedirse. El escritor los distribuye de forma magistral para que enlacen como engarces de una joya magníficamente tallada y simétrica. Pocas veces he tenido entre mis manos un análisis tan hondo sobre el dolor individual frente a lo colectivo, tan conmovedor. 

El mar, presentado como abismo y también como puerta de salida a la espera de la sirena que entró en él, y que concatena con la herida que otra ondina le asestó al padre, nos trae figuras míticas que llenan de ternura triste el oleaje.

“Desde sus ojos” es un canto de amor desesperado a la tierra que vio nacer a este escritor y que quizá se ha sentido obligado a abandonar.
No es la primera vez que digo en este mismo espacio que me gustan los autores puente entre dos culturas porque ellos traen y llevan luz y contraste a ambos lados. Yusnel Fleites es un escritor y periodista joven (1975). Tal vez le corresponda a su generación analizar aquel sueño social que algunas personas de mi edad consideramos que fue asfixiado por el imperio del norte, pero que tampoco supo enfocar bien la resistencia. 
Añado todo mi amor al elenco de extraordinarios personajes de "Desde sus ojos" los ojos del padre y desde los míos abrazo a la Cuba culta y poética que en este precioso libro representan.
Un abrazo y hasta el próximo encuentro.
Pili Zori

"Los asquerosos", de SANTIAGO LORENZO


“Tiene gracia una desgracia”. Es una frase del autor que escuché en una entrevista que le hicieron, la pronunció entremedias de su vulnerable y tímida sonrisa que parece pedir perdón por no poder evitar sentir lo que siente, ni pensar cómo piensa, ni ser como es, pero que al mismo tiempo reivindica lo citado con determinación.
La cámara chivata también me mostró esa pequeña necesidad de aprobación que delatan sus gestos contenidos al mismo tiempo que solicitan respeto por la rebeldía efervescente que a duras penas se sujeta en el trémulo envase de su figura delgada y ascética envuelta en ropa cómoda.
En el paréntesis de esas comisuras que no terminan de ensancharse para pasar a carcajada en pugna por estallar -especialmente cuando se le nota contento y milagrosamente seguro en alguno de los menesteres de promoción ineludible- veo el deseo de que su personalidad ambivalente sea comprendida (seria y golfilla al mismo tiempo, alegre y triste a la vez, iconoclasta pero educada en un colegio del Opus), también advierto el anhelo de que sus decisiones y su actitud sean entendidas, y lo intuyo bajo la tenaza de los sentimientos encontrados que siempre nos plantea la vida a quienes somos pasionales pero considerados, a quienes no queremos ofender ni cruzarnos en el camino de nadie –propósito que resulta imposible cumplir si la piel es transparente y no tiene hueco para el juego de fingir- y optamos por apartarnos, elección que algunos tildan de cobarde, pero elección generosa al fin y al cabo.
Sí, la sonrisa de este chico se sujeta para no ser abiertamente socarrona. Pero en sus obras es libre. Después llega el acoso de la promoción, qué se le va a hacer.
He comenzado nombrándole como escritor porque en este momento es la parcela de creación que le ocupa en exclusiva tras retirarse a sus cuarteles de invierno, enseguida explico por qué al igual que el protagonista de su novela “Los asquerosos” Santiago Lorenzo vive actualmente en una pequeña pedanía de Segovia cuyo nombre no cita para que no se llene de “mochufas” de fin de semana, más adelante aclararé lo que él entiende por “mochufa” palabra de su invención que se extendió como la pólvora y que todo el mundo usa para sintetizar el amplio concepto.
Este urbanita que considera que uno de los paseos más bellos que una persona puede realizar es el de caminar por la Gran Vía madrileña recorriéndola de principio a fin, este vasco de nacimiento, (Portugalete, 1964) con posterior traslado familiar -durante su adolescencia- a Valladolid, ciudad que ama y le ama con la misma reciprocidad, y que pasó su juventud en Madrid para estudiar Imagen y Sonido (Comunicación audio visual hoy) en la Universidad Complutense, y dirección escénica en RESAD (Real Escuela Superior de Arte Dramático) vive en la actualidad en la pedanía de Segovia que en renglones anteriores he mencionado, un lugar de la España vacía habitado por quince personas. ¿Por qué? No creo que se deba sólo a la casualidad de haber pasado un tiempo allí mientras le arreglaban una avería en su domicilio madrileño. Tal vez se refugió en ese lugar porque dio un portazo silencioso a su vida anterior ya que no comprendía que los profesionales de una cadena de televisión pretendiesen hacer comedia con él estando amargados. Así que efectivamente: “Tiene gracia una desgracia” porque es una pena para los espectadores haberlo perdido en esa faceta de pequeña y gran pantalla.
S. Lorenzo está considerado un cineasta de culto que ha manejado todos los palillos del séptimo arte: guión, dirección producción… que ha cosechado premios tan prestigiosos como el Fipresci (Federación Internacional de la Prensa Cinematográfica) él lo recibió en Londres por su largometraje “Mamá es boba” (1999) en él se aborda el tema del acoso escolar en una época en la que el terrible problema no era tenido en cuenta, característica visionaria que le acompaña y que hace que se adelante a su tiempo gracias a su agudísimo oído social. También le fue concedido el Premio Goya a la mejor producción por el corto “Caracol, col col”, además obtuvo sendas nominaciones por otros trabajos… el generoso internet os dará cuenta de sus logros que son muchos, mientras utilizaré este rincón para hacer otra clase de inventario.
Lo que intento decir es que tras este preliminar os preguntaréis, ¿por qué dejó de hacer películas, y de generar riqueza y empleos en un país sin industria cinematográfica para dedicarse a la literatura?, pues por una razón que suele ilustrar con una anécdota en la que dos vascos van a recoger setas y uno de ellos exclama: -¡Un Rolex!, ¡he encontrado un Rolex! -y el otro responde-: Patxi  si vamos a setas vamos a setas, y si vamos a Rolex vamos a Rolex.
Pues eso, que Santiago Lorenzo no quiere forrarse a costa de tragar, y va a setas que significa que va de ser él mismo sin que nadie le quite una coma. Pero en mi opinión es muy triste lo poco que cuidamos en este país a los artistas y como dejamos que sean mangoneados por otros que no lo son. Ya se sabe: "Poderoso caballero es don dinero".
De manera que una novela puede comenzarla y terminarla como él desea y sin injerencias, y en un pueblecito de la España vaciada se prescinde de lo superfluo y de muchas compras innecesarias. Lo suyo, vuelvo a repetir, no va de Rolex.
Pero de su máxima felicidad no se ha privado: construye maquetas de juguetes, crea pequeñas escenografías y objetos de los llamados imposibles que a menudo aparecían en su cine, a veces me recuerda a Chema Madoz, por toda la poesía que ambos encierran en su maravillosa forma manual y artesanal de crear.
Santiago Lorenzo detesta que le califiquen como hombre renacentista por su capacidad polifacética, pero lo es. Como os anunciaba se adelanta con su oído social parabólico y coloca a los personajes de sus libros, películas y cortometrajes en medio de situaciones o conflictos sociales que mucho más tarde los demás mortales comenzamos a atisbar.
En la novela que nos ocupa, “Los asquerosos”, nos explica cómo, sin pretenderlo, Manuel se encontrará en una encrucijada. El protagonista de 25 años, un muchacho habilidoso e imaginativo para el arreglo de aparatos y pequeñas averías domésticas -ya que desde niño pasaba mucho tiempo solo en casa y se las tenía que arreglar- malvive en un cuchitril de pocos metros situado en un edificio de antiguas oficinas adaptadas en ese momento como viviendas y regentadas por un casero mezquino, el chico además trabaja a cambio de un salario esclavo en una empresa de incidencias atendiendo quejas sobre errores en las tarifas de teléfonos móviles, reclamaciones que los usuarios terminan abandonando por aburrimiento e impotencia ante la falta de soluciones en la rueda de llamadas que vuelven al punto de partida sin ningún viso de arreglo. Manuel comprende que los jefes de dicha empresa estafan.

Desde niño va acompañado de su destornillador –todo un canto a la artesanía, al arreglo y la conservación-. Un buen día se levanta con la idea de comprar una churrera pequeña en una ferretería cercana para darse el capricho del lujoso festín de harina y agua, y sin olerlo ni comerlo es agredido sin haber llegado a salir de su portal por un antidisturbios que da por hecho que se ha refugiado para esconderse porque participaba en la manifestación que transcurre en la calle. Como ya habréis imaginado el protagonista se defiende de la somanta de palos y porrazos con el destornillador, y sale huyendo sin saber el desenlace del policía, con la ayuda de su tío llega a un pueblo abandonado, y paradójicamente en su retiro anacoreta encontrará su lugar en el mundo y descubrirá que vive completamente feliz en soledad hasta que llega una familia de domingueros a la casa contigua para destruir la paz reinante y entonces se ve obligado a mantenerse oculto como un topo mientras urde un plan.
La verdad es que creo que no soy mochufa, en general al menos, aunque diga cariño al dirigirme a otras personas sintiéndolo como una amabilidad sincera y aunque haga alguna turistada que otra. Se sobreentiende que el autor critica el postureo, el esnobismo, la ostentación hortera, el deseo de sobresalir sin mérito, la falta de honradez y de escrúpulos, la banalidad, la estrechez de miras… en definitiva: la indignidad que encubre la hipocresía. No soporta mentecatos que se aprovechan de personas que no lo son. Pero he de confesar que en algunas páginas del libro discutí con él porque yo tampoco aguanto a los despectivos generalizadores que juzgan por el aspecto, dado que también hay mucha impostura en algunos culturetas, y alternativos, gafapasta y paga fantas que aparentan ir de lo mismo que va él, camaleones miméticos que no saben qué significa lo que imitan pero que lo emulan muy bien. Y me pareció que el escritor estaba cayendo en el mismo error que criticaba, pero me tranquilicé y me dije: cuidado Pili que quien se pica ajos come. En fin, la intención de S. Lorenzo está clara, aunque la venganza en el libro sea un poco bestia, y todos sabemos quiénes son los señalados y por qué se la merecen. Se trata de no ser plaga, de no corrompernos, de tener buen fondo, no de aparentarlo, de ser buena gente, de atreverse a ser verdad, de defender lo que es justo y de cuidar el espacio que habitamos.
La novela está muy bien resuelta en todos sus cabos, se nota que el autor sabe manejar con destreza varias disciplinas. La ironía que rezuma tiene la medida justa y es agridulce porque a veces el sarcasmo en mi opinión -naturalmente subjetiva- es el subterfugio cobarde que esconde una maldad gratuita y amargada repleta de envidiosa frustración que sólo busca sobresalir, situarse por encima del otro para sentir vanidosa superioridad… y no es este el caso; sin duda la novela “Los asquerosos” es el destilado cabreo de un hombre bueno, y no olvidemos que el fin último del ser humano es alcanzar la bondad que está incluso por encima de la sabiduría, pero el precio que hay que pagar para llegar a la meta es la humildad y este creador la tiene a espuertas.
La voz social e íntima de Santiago Lorenzo es nueva, bonita e inclasificable, aunque a veces trae pícaros ecos lejanos del siglo de oro en su espléndido lenguaje.
Un abrazo y hasta el próximo encuentro.
Pili Zori.

EL FILO


Relato
Pili Zori

El destello de la navaja recorrió el filo, el pasaje escaso –ya no era hora punta- y somnoliento del vagón quedó inmóvil, una sensación de anchura y largura apenas perceptible amplió el espacio que el pánico empujó con invisibles y bruscas manos, las barras y asideros parecieron inclinarse a la vez a izquierda y derecha; los ojos oscuros del hombre joven y alto se clavaron bajo el lacio flequillo moreno como dardos en los de la mujer mayor; el silencio fue ocupado por los habituales y subterráneos sonidos del metro un poco más despejado.
-¿Y ahora? –bramó masticando las palabras- ¿mantiene usted que a las personas hay que quererlas más precisamente cuando menos lo merecen?
Desde los ojos de la mujer a los del hombre se hizo visible  -como un haz de láser- la línea recta, las pupilas de ella absorbieron la ira de él -un muchacho, pensó- hasta que al desbrozarla atisbó la tristeza; en apenas segundos sintió los alfileres que dentro de la piel del chico pugnaban por atravesarle la cuadrada y tensa mandíbula y los poros de los pómulos, también contempló los pequeños ríos y afluentes desbordándose imparables hacia un mar rojo en el blanco esclerótico de los ojos, y escuchó la avalancha de lágrimas retenidas en la garganta, al tiempo sólo lo expande el miedo y los momentos parecen horas; la mano de la abuela oprimía el hombro de la pequeña con la misma presión con la que ese hombre apretaba el mango del arma con la brillante hoja hacia abajo y con el puño cercano al muslo, había dejado de mostrarla en amenaza, tampoco advirtió nadie -concentrados en el hombre- el discreto movimiento de las pequeñas y lustrosas deportivas de la niña, y el abrigo sobre el párvulo babi deslizándose sin ruido y con sigilo por el asiento para que la yaya no la sujetase y poder zafarse así de esos dedos dulces convertidos ahora en garra, manos que limpian mocos, pelan fruta con un cuchillito como el del señor, y lavan la carita y aprietan las coletas.
En sincronía, de la espalda oculta tras la cazadora iba a surgir rauda y silenciosa la pistola del policía vestido de paisano que ocupaba el octavo asiento de enfrente, pero desistió a tiempo en las primeras décimas del instante. Las respiraciones de los viajeros más cercanos a la escena desaparecieron porque de pronto la trasera de los muslos aterrados respingó al notar las pequeñas manos. El haz que sujetaba los ojos de la abuela a los de él se trianguló en el vértice infantil: la nena abrazaba al hombre con la nuca rubia inclinada para mirarle con sus ojos de mar tranquilo.
-¿No tienes papás? ¿Ni yayos?
Sujetó la mirada en el desconcierto de ese señor que había sido mandón con su abuela, al que ahora se le hacían hoyos muy pequeños y temblones en la barbilla y seguro que tenía frío porque le tiritaban las piernas.
-Yo llevo dos sándwiches en mi mochila. Si quieres te doy uno. Y una barriguitas nueva como las que tenía mi mamá cuando era pequeña. Te la dejo.
Acercó la mano con olor a colonia reciente e intentó rodear la muñeca del hombre sin abarcarla. Y le susurró como si guardara un secreto:
-No debes coger el cuchillo pequeño de las patatas porque se te puede clavar si te tropiezas y te tienen que llevar en ambulancia con la sangre, yo una vez me clavé un cristal, y mi yaya no me deja ir descalza, ni coger cosas que pinchan.
La mujer hizo un leve gesto de stop al policía por instinto, sólo ella en parabólica había advertido el amago y negó con la cabeza para restar importancia y que la escena no se complicase más. Mi niña, por Dios, mi niña -le susurró el pensamiento ahogándole la garganta mientras la imaginación multiplicaba tragedias a velocidad de vértigo y la sangre se bajaba a los pies para quedarse allí detenida. El joven guardó con temblor avergonzado en el bolsillo la automática ya cerrada y la otra mano sin voluntad depositó una caricia leve en la cabecita dorada de la cría.
Las cuatro figuras salieron en la parada sin nadie que las escoltase hacia el andén, ya retomarían en la siguiente estación, y milagrosamente Laura Romero convenció al policía -otro muchacho a sus ojos- con la mentira piadosa de que el amenazante y novato navajero era un vecino intachable que estaba pasando por dificultades, y que no volvería a hacer algo semejante en la vida, ¿verdad tesoro?, que ella se ocupaba. El policía le confiscó el arma en un punto ciego extendiendo la palma de la mano en toda la expresión de generosidad clandestina mientras se alegraba de no ir con compañero en el transporte, estaban repartidos por los vagones a la busca y captura de una presa mayor. Sin peligro de cámaras -se cercioró- tampoco había visto móviles grabando. Falsa alarma -diría segundos después para curarse en salud- un capullo desesperado sin antecedentes, era su primera vez, no se ha atrevido.
-Quítate de mi vista, anda, y no hagas más el pringao, y recuerda que no se me olvida tu cara.
Los pasajeros que con una normalidad enfermiza, volvieron a incrustar los cascos en sus orejas, y a pasar páginas del libro, o a retomar el duermevela matutino, no habían escuchado el bisbiseo de la conversación entre la abuela y la niña que al quejarse de que uno de los amiguitos había sido malo recibió la sugerencia de que el mérito era quererle incluso cuando no lo mereciese, eso sí, sin aguantar que se portara mal con su nieta, porque entonces no sería un buen amigo, pero el hombre que iba de pie frente a ellas sí lo escuchó. Tampoco se preguntaron cuál sería el vínculo, y dieron por supuesto que se trataría de suegra contra padre separado o historias similares tan manidas, para ensimismarse -tras la interrupción- en sus propias zozobras hasta llegar a la parada correspondiente y encaminarse por inercia hacia el laberinto de callejones sin salida que conducen hasta los corrales de la nueva esclavitud. Pasarelas y pasillos de metal, hormigón y cristales con plantas ejecutivas y también con las de limpiar, y alrededor los parques repletos de parados y ociosos prejubilados sorteando cagadas de palomas y cotorras invasoras.
Nadie supo después que Armando Alcalde sí esperó en la cafetería a que ella llegase tras dejar a la niña en el colegio tal y como habían quedado. El resto de la conversación entre la mujer y el hombre hasta ese momento desconocidos también fue -por la fuerza de la costumbre- anormalmente asumido, cotidiano, desnaturalizado: despidos injustos, trabajos a salto de mata, paro, bajas por tristeza y nerviosismo, por incapacidad para respirar, dificultades para pagar el alquiler, el agua, la luz, la ropa… y envidia de los carteles y músicas que invitan a una igualdad mentirosa de consumo cruel que otros restriegan queriendo o sin querer como sucedáneo de la felicidad. Y la navaja una mala tentación que parecía más eficiente que las cuchillas de afeitar o más segura que las vías del metropolitano, o una desesperación carterista para la que sabía de sobra que no iba a valer.
-Ahora comprendo que te hayas incendiado al escucharme decir a mi nieta que tenemos que amarnos más precisamente cuando menos lo merecemos. Nos has puesto a todos los viajeros del vagón a prueba, chico de poca fe -sonrió dando vueltas con la cucharilla a su humeante infusión- pero no a ella –aspiró el suspiro-. Se nos olvida que los niños son el pie de la letra.
Armando se derramó al fin en lágrimas.
-¿Cómo se llama la nena?
-Lucía. Vaya nombre que le fue a poner mi hija. Aunque la verdad es que cada día me gusta más por lo que significa.
-¿Qué significa?
-Aquella que lleva la luz. –El joven asintió con la frente baja mirándose las manos que rodearon la taza de café por un instante.
- ¿Y tú?
-Laura. -Se produjo una pequeña pausa que ella se apresuró a rellenar-. Victoriosa, eso quiere decir.
Acarició con la mirada el rostro del chico. El hombre sonrió por primera vez en mucho tiempo, y su cabello liso y negro se iluminó, al igual que el destello inadvertido hasta ese momento en sus ojos.
-¿Siempre vences?
-Convences sería la pregunta. –Laura sonrió ladeando la cabeza- Algunas veces.
Armando significa Luchador ¿lo sabías?
Se llevó la taza a los labios, él pensó que todos los gestos resultaban afectuosos en ella, y en cuál habría sido su aspecto de joven. No tan sereno –imaginó al escudriñar por un momento la escritura roturada de ese rostro- y quiso contagiarse del presente sosegado que lucía tras muchas y arduas batallas.
-Me gusta la onomástica, me entretengo para no perder la memoria, los nombres son los primeros en escapar y si sé lo que significan puedo retenerlos. Hoy has ganado la contienda más dura. Puedes bajar la guardia.
No hablaron de sus vidas personales, coincidieron al pensar que habría sido una injerencia dentro de la burbuja creada para los dos, tampoco prolongaron el momento, ella tenía quehaceres.
Se abrazaron sabiendo que no se volverían a ver porque al destino ya no le gusta cruzarse en el camino de las vidas anónimas por la peligrosa, confusa y caótica circulación de hoy, y sólo se atraviesa en alguno para convencer cuando es estrictamente oportuno.

PILI ZORI

"La mujer de mi hermano", de JAIME BAYLY


Ha sido una experiencia fascinante entrar en esta novela y a la vez rastrear la vida del autor Jaime Bayly, afamado, galardonado, ­­polifacético y controvertido comunicador peruano que actualmente vive en Miami y desde allí transmite su programa diario de televisión.
Al menos a mí me ocurre: siempre que me adentro en muchas novelas que provienen de escritores y escritoras latinoamericanos tengo la sensación de que el formato es de culebrón -aclaro que no lo digo en términos peyorativos­­­- ya que se puede llenar un hermoso cofre de contenidos mejores o peores, para muestra “El amor en los tiempos del cólera” un monumento literario de Gabriel García Márquez que en mi opinión tiene dicha estructura narrativa. Recuerdo también que llegó un momento en el que sin desmitificar me dije que todas aquellas descripciones tan deslumbrantes -dentro de la literatura sudamericana- que llegaron a España con el boom no siempre respondían al talento o a la magia de su realidad, sino simplemente a la atmósfera, ambientación y paisajes naturales de por allí, y pensé que estaban rodeados de dicha exuberancia y que como es lógico bastaba con mirar alrededor para reflejar en las páginas el telón de fondo. Esta conclusión –errónea o acertada, o en cualquier caso subjetiva- de nuevo me llevó a diferenciar el envoltorio del contenido, y del matraz salió la esencia destilada independiente del adorno, y entonces sólo se quedaron conmigo los mejores. Después cuando comenzaron a llegar muchas personas de allá a nuestro país para vivir con nosotros confirmé una vez más que dicha belleza en el lenguaje cotidiano tan metafórico y su aparente extraversión apasionada formaban parte de su carácter, y que esa era su forma natural de ser y de expresarse. En resumen: el factor común o de vecindad que todos compartían aun teniendo en cuenta los matices diferenciadores de cada país con sus distintos paisajes, costumbres y paisanajes.
Una vez hecho el preámbulo, para enlazar me meteré en harina diciendo que cuando vi ya en las las primeras páginas de “La mujer de mi hermano” que trataban sobre triángulo amoroso, vidas acomodadas, lujo, y que el autor iba dejando rastros y pistas para sugerir secretos familiares y demás… me previne prejuiciosamente: ¡Culebrón clásico!, exclamé, pero enseguida Jaime Bayly me ganó por la mano porque al leer la novela de la que hablo escuchamos el monólogo interior de cada protagonista, la dualidad de lo que sale de sus bocas hacia afuera y las pequeñas hipocresías que paralela y simultáneamente albergan sus pensamientos, vemos toda la grandeza y la miseria de cada uno de los tres, y ese modo de ver al personaje por fuera y por dentro al mismo tiempo me pareció un logro, al igual que la forma de engarzar escenas, el estilo directo, el ritmo dinámico, la frase corta y contundente… De manera que de culebrón clásico nada: Estoy ante un diseño novedoso muy distinto, -rectifiqué.
La novela está escrita en presente con la potencia que otorga usar dicho tiempo, ya que así consigue que el lector acompañe a Ignacio, a Gonzalo y a Zoe en los momentos exactos en los que se produce la acción. Quien lee se siente privilegiado puesto que conoce los pensamientos y el estado de ánimo de cada uno de la terna, sabe todo lo que ellos ignoran y así es como el lector deja de ser pasivo para convertirse en narrador omnisciente, el diosecillo que todo lo ve, sin que el escritor necesite usar la tercera persona. Aunque el lector no se conforma con sólo mirar, acostumbrado a tomar partido defendiendo a un personaje y denostando a otro cree que ha de elegir, pero no lo consigue, porque el juego del autor no es maniqueo, ninguno de los componentes del triángulo es completamente malvado, ni enteramente bueno, ninguno posee la razón sino sus razones, y la ironía de Bayly no está exenta de humanidad porque trasluce que ama y comprende a cada uno de los miembros del terceto con sus luces y sus sombras y de paso retrata a una clase social acomodaticia -a la que el propio autor pertenece- clase que a pesar de su aburrimiento, superficialidad, falta de compromiso… no tiene ningún deseo de apearse de sus privilegios para cambiar realmente de vida, ni de complicarse saliendo fuera de cualquier armario, y no hablo sólo de los que ocultan la orientación sexual.
Ignacio hereda el Banco de su padre, Gonzalo juega a ser bohemio, pero no renuncia a estar bien acolchado con la asignación de su hermano, y Zoe se dedica a esculpir su cuerpo y a conservar su belleza para amortiguar la insatisfacción sexual, sólo el deseo de ser madre redime un poco su anodina vida en jaula de oro con puerta abierta. Zoe no es consciente de que es utilizada por los dos hermanos como una pelota de ping pong en medio de una inquina cainita para uno y también como tapadera para el otro, (hasta ahí puedo decir sin desvelar). Sin embargo, hay un punto de inflexión para todos en el que habrían podido ser libres, pero elegirán “el arreglo” en vez de dar la campanada.
Me ha gustado -vuelvo a reiterar- la forma directa, realista, casi documental de contar la historia, naturalista diría yo, hablando en términos literarios.
El Escáner psicológico tan pormenorizado y exhaustivo, y el buceo interior tan terapéutico me han resultado asombrosos. Considero que es un libro honrado, de desnudez física y anímica, sin trucos ni eufemismos, que se desarrolla en espacios interiores, urbanos, residenciales, sin ayudas descriptivas. Es una novela moderna y actual, hija de su tiempo, un tiempo tal vez desesperanzado y conformista.

***

Y ahora vamos con el escritor Jaime Bayly: a diferencia de sus personajes a él siempre le ha acompañado el “escándalo” y la transparencia –aparentemente al menos-. Coqueteó con las drogas, su vida se ha retransmitido como un reality show durante 25 años… y repasando esos cinco lustros me pregunto ¿sus actitudes corresponden a una postura desinteresada?, o ¿es un exhibicionista?, ¿estamos ante un megalómano o tan sólo es generoso?, ¿valiente?, ¿rompedor?, ¿esnobista?, ¿excéntrico?, ¿un enfant terrible?, ¿hizo el intento de construirse una leyenda o simplemente es un ser solitario, amigo de sus teleespectadores que comparte por entero su persona con ellos por mera necesidad?
Se casó joven, tuvo dos hijas, y después se divorció para declararse bisexual, y mantuvo una relación de ocho años con un hombre con el que también fue feliz -al menos eso es lo que caballerosamente dice-. Más tarde aparecería su actual esposa 23 años más joven que él y con el añadido –para él devastador- de su aspecto aniñado como el de una Lolita. La relación entre su ex-esposa, sus hijas y su ex-pareja masculina transcurría bien hasta que se casó con la joven y con ella tuvo a su tercera hija que curiosamente se llama Zoe, como la protagonista de la historia que nos ocupa, a partir de ese momento -así lo cuenta él- su ex mujer y sus hijas dejaron de hablarle. Me tomo la libertad de especular: ¿problemas de herencia?, ¿pensaban que el papá no iba en serio?, ¿que aquella jovencita era una más de sus veleidades?... Creo que todavía hoy siguen sin dirigirse la palabra, aunque doy por hecho que habría que escuchar a todas las partes. Siguiendo en su línea él mismo confesó que su nueva esposa –paradójicamente un alma vieja como ella se define- le salvó la vida apartándolo de las pastillas y exigiendo un diagnóstico que al parecer resultó bipolaridad, enfermedad que también compartió públicamente sin sentir vértigo al igual que su temporal impotencia sexual hoy superada. ¿Por qué nos lo cuenta todo? -me pregunté- ¿es incontinente verbal?, ¿lo hace para adelantarse a la maledicencia de sus enemigos?, ¿para no tener secretos que se puedan volver contra él?, ¿es acaso hijo de este tiempo de impudicia en el que la cámara psicoanaliza en programas de tanta audiencia en los que se venden miserias al peso? Ignoro las respuestas, pero creo en su verdad. Sólo sé que Jaime Bayly se sale de cualquier canon, que ha crecido frente a las cámaras, o contra ellas, y de algún modo me hace pensar que ha superado la sobreexposición, que ha convertido su vulnerabilidad en fortaleza y que por todo ello es un hombre auténtico.
Sus encuentros con lectores son dignos de ver, arranca más carcajadas que si fuera un monologuista de El Club de la Comedia, sale de cualquier atolladero con un sentido del humor que supera cualquier situación embarazosa.

Sin embargo, sintió un dolor enorme cuando quedó finalista en el Premio Planeta el año en el que Juan Marsé decidió declarar en plena ceremonia de entrega que las obras de los dos premiados no tenían calidad literaria. Recuerdo con nitidez el exabrupto de Marsé, pensé en aquel momento que debería haber expresado su malestar en la privacidad de las deliberaciones y de paso haber dimitido antes de la fiesta de entrega, el “gremio” que era quien tenía que tomar nota habría comprendido perfectamente sus escrúpulos. No entendí su gesto ya que el dardo lo recibieron los escritores y no los causantes de los supuestos o presuntos oscuros entresijos de la editorial. No sé si fue el propio Marsé quien le dijo a Bayly que sus novelas eran subterráneas como sinónimo de malas, de estar por debajo del nivel de calidad en la superficie, (al menos así lo interpretó él, nos queda la duda de si quien se lo dijo tan sólo pretendió situarlas en el concepto underground) en cualquier caso él respondió que el metro también es subterráneo y que en él viaja mucha gente. Interpreto que la elegante respuesta de Bayly viene a significar lo mismo que dijo en su día el escritor José Ángel Mañas: “Hay mucha vaca sagrada sin lectores. Yo sí los tengo”. Vaya por delante que Marsé me parece un maestro como escritor, pero no comparto lo que hizo ese día y comprendo el dolor de Jaime Bayly ante la humillación pública. No volvió a presentarse a ningún concurso, al fin y al cabo es un escritor traducido a veinte idiomas y su carrera está más que trazada, de modo que los sin nombre agradeceríamos que los concursos se quedasen para nosotros ya que en teoría sirven para descubrir voces nuevas. Tengo entendido que en una novela más que irónica se vengó de J. Marsé -entre otros- colocándole como personaje de ficción. Y también sublimó con grandes dosis de humor otro daño que le llevó por la calle de la amargura: el beso en la boca espontáneo que le dio Boris Izaguirre en una emisión pública y que en Perú levantó ampollas. Le acabo de conocer a través de "La mujer de mi hermano", leeré encantada las demás piezas de su obra.
El caso es que Jaime Bayly en sus programas es capaz de entrevistar al presidente de un país, a la nana que ayudaba en los cuidados de Zoe, y a su madre Doris Mary Letts en una entrevista inolvidable en la que públicamente él le pidió perdón a esa mujer encantadora por haberle infligido tantos disgustos. Ella respondió amorosa que no había nada que perdonar y que en todo caso también ella debería pedírselo.
Su adscripción política me supuso un hueso duro de roer con el que tuve que hacer examen de conciencia para no pecar de sectarismo, ya que Bayly se declara de derechas, refrendó a George W. Bush, apoyó la campaña de la hija de Alberto Fujimori, Keiko… También en su día postuló la candidatura de Mario Vargas Llosa, y él mismo quiso ser presidente de Perú.  Considero que sí importa la ideología puesto que se defienden planes distintos si eres de izquierdas o si eres de derechas, pero me recordé que no es lo mismo una derecha democrática que una recalcitrante. Cuando se llega al gobierno se trabaja para todos sin exclusión, eso sí, lógica y necesariamente desde programas distintos si perteneces a un ideario o a otro. Se supone que no somos enemigos sino adversarios y que ante un mismo problema ofrecemos soluciones diferentes. También me dije que el contenido de los conceptos cambia según en qué país nos situemos, y que tampoco es garantía haber sido elegido democráticamente si luego se cambian leyes de la Constitución para acomodarlas al gusto de quienes llegan al poder, y no porque dichas leyes sean injustas.
Escuchando sus programas de análisis político me sentí muy distanciada de él, pero en ningún momento puse en cuestión su valía aunque a menudo J. Bayly pecaba de visceralidad con sus filias y sus fobias, incluso arremetía contra los invitados y tuve serias sospechas de que al vivir actualmente en Miami, consciente o inconscientemente, tal vez se sintiera en la obligación de compartir “enemigos” comunes, y que de algún modo eso era ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio, porque quien más quien menos tenemos nuestro trozo de acera que barrer, pero para entonces ya le había cogido mucho afecto y me dije que si fuéramos amigos habría temas que no podríamos tocar debido a las profundas discrepancias, a no ser que ambos alcanzáramos un mayor crecimiento para la argumentación y el diálogo. Deseé con fuerza que sus posturas no respondieran a la defensa a ultranza de los privilegios de clase por la que tal vez él tendría sentimientos ambivalentes y a la que en el fondo deseaba pertenecer no sólo por cuna sino por decisión propia  -no en vano es hijo y nieto de los dueños del banco más importante de Perú- aunque yo pensara en determinados momentos escuchándole y leyéndole que quizá había nacido en una familia equivocada dadas sus características de personalidad: una madre perteneciente al Opus Dei, once hermanos, un padre homófobo que le maltrató y al que sólo perdonó en el lecho de muerte, y un colegio con pedigrí en el que sufrió abusos.
En mi país hay periodistas vocingleros que presumen de ser críticos con todos, simulando independencia, y piensan que esa actitud les sitúa por encima del bien y del mal, a la vez los hay resentidos que deseaban entrar en política para detentar algún cargo relevante y que por despecho al no haberlo obtenido se dedican a incendiar. Siempre he pensado que lo que subyace bajo esa toma de posiciones es falta de compromiso y una actitud mercenaria. La independencia no es criticar a diestro y siniestro por sistema, sino señalar las injusticias, y tu voto se deposita en las urnas y no pasa nada porque se note cual es. Perdón por el mitin.
Leeré con fruición la obra de Jaime Bayly y seguiré discutiendo con su escritura como disienten los amigos de verdad, me ha gustado conocerle.
Pili Zori

NORMAN, película de Joseph Cedar


He estado viendo esta tarde la película “Norman” escrita y dirigida por Joseph Cedar.
La crítica en su momento no fue magnánima con ella, salvo por la interpretación de Richard Gere, siempre impecable y brillante, su nombre -sinónimo de prestigio, garantía y versatilidad- es el aval y la carta de presentación que abre todas las puertas a cualquier cineasta. Creo sin embargo que Cedar eligió a propósito la sencillez y se mantuvo fiel sin hacer concesiones de vistosos oropoles, tal vez por esa razón Gere acogió un relato que da luz al mecanismo de los entresijos que se cuecen en las relaciones de esa especie de jet set de dirigentes, a veces los asuntos complejos y oscuros en apariencia son más simples de lo que imaginamos.
Muchos críticos enfocaron el filme como un alegato irónico-patético-tierno sobre el tráfico de influencias y las cadenas de favores que se producen en clave judía; desconozco si es tópico o no, pero lo cierto es que siempre se ha dicho que los judíos se ayudan entre sí, y en muchas películas americanas vemos la parte negativa y también positiva que esa actitud de pertenencia tan comunitaria tiene (por la seguridad y protección que otorga, pero también por la asfixia prisionera que al igual hace sentir debido a la fiscalización e injerencia), y más en el ámbito de Nueva York cuya élite de magnates de origen hebreo es de sobra conocida.
Norman es ¿perdedor?, ¿antihéroe?, ¿pícaro?, ¿un oportunista desesperado?, ¿un pelmazo recalcitrante e insistente? o ¿un hombre bueno con capacidades de anfitrión, asesor, mediador, vinculador? Las preguntas se quedan en el aire y sólo el espectador tiene la potestad de calificar a alguien tal vez inclasificable.

En el largometraje se juega con la ambigüedad de Norman, un hombre que todos conocen, pero que sin embargo nada saben de él, ignoran dónde vive, si tiene familia, cuál es su trabajo en realidad, si tiene patrimonio, si alberga sueños de grandeza para ser influyente, o si sólo busca un lugar social en el que poder ejercer vínculos y relaciones para mejorar el mundo con su pequeña o gran aportación, o si por vanidad pretende el beneficio para sí mismo tan sólo por el deseo de codearse con los más destacados para figurar, ¿roza la corrupción? de nuevo el espectador decide.
Lo cierto es que Norman me ha dejado muy pensativa con un tema que me trae mártir desde siempre: ¿Importan los motivos, las intenciones, o sólo cuentan los hechos? ¿Cómo estableces una especie de decálogo para especificar lo que está bien o mal en cuestiones más sutiles, menos toscas, de esas que no saltan a la vista?, ¿cómo distingues una conducta social equivocada movida por la buena intención?, habría que definir de forma más específica y a priori la clase de líos en los que una “buena” persona puede meterse, aunque ser bondadoso no exima de pagar el mal causado, las mil maneras de embaucar en las que se puede ver envuelta dicha persona. Termino desembocando de forma irremediable en que hay que “odiar el delito y compadecer al delincuente” y agradezco a Concepción Arenal que fuera tan diáfana en sus sentencias, pero por desgracia no hay demasiados asideros como ése.
La frase “A veces los árboles no te dejan ver el bosque” me ha puesto nerviosa desde que era niña porque pienso que expresado a la inversa quizá el bosque no te deje ver los árboles, y que lo colectivo se forma con lo individual, y no sé qué es lo prioritario. Corrijo, en el fondo sí lo sé: creo que hay que mirar primero cada uno de los árboles y luego el conjunto de todos ellos, pero es tarea trabajosa y resulta más sencillo adocenar.
Todos tenemos miedos no sólo a los males que nos puedan infligir desde el exterior, también nos aterran los daños que podemos ocasionar nosotros, yo por ejemplo temo ser convencida fácilmente, me da miedo no saber discernir, es decir me aterra ser injusta, aunque lo soy a menudo, por la boca muere el pez, tengo un enojo feo, pero eso sí lo sé, como también sé que no quiero deber favores, ni pagar facturas de amistad, aunque parezca orgullosa, un amigo es otra cosa.
¿Quién o qué define la diferencia entre justo e injusto?
Joseph Cedar
Caminamos por la vida como si fuera innato distinguirlo y no lo es. Y sin saberlo mos las tenemos que arreglar para educar a los hijos, para defender y defendernos, para no avasallar ni que nos esclavicen.
Las metáforas de la película tal vez sean demasiado evidentes como el espejo de ese otro hombre con aspecto de mendigo en el que Norman se reconoce con dolor al verse y escuchar sus mismas frases en la boca de él, o la escena en la que cae encima de las bolsas de basura que contribuye a arrojar el rabino, o la humillación que recibe por ¿colarse de rondón? en la casa de un prócer... ¿Cómo entiende el éxito un judío?, ¿cómo se,  relaciona con el dinero?, ¿acaso la película cae en el malicioso tópico que dice así: “Para el dinero todos somos judíos”? pero si quieres ser didáctico hay que ser simple sin que por ello el arte se resienta y la película no deja de ser un cuento para adultos, con moraleja por voluntad de su director.
Como broche y al final se enumeran los logros anónimos que gracias a Norman se consiguieron y el espectador se pregunta ¿por qué el talento florece si viene de cuna, pero si tiene la mala suerte de aparecer dentro de un “mindundi” de un “don nadie” es condenado al ostracismo? Que no tomen a alguien en serio, que no le dejen ocupar su espacio y encontrar su sitio en “sociedad” no significa que no lo tenga, a veces la vida parece ese cruel juego de sillas en el que hay muchos para pocas.
Hace casi treinta años alguien me dijo: “Tú pareces poco y luego eres mucho”. Ni se imagina el daño tan enorme que me hizo al definir mi realidad.
Nunca he sabido lo que hay que hacer para “parecer mucho”, pero tampoco he querido medrar como a veces parece que le ocurre al protagonista, esa es la incógnita, yo la resuelvo pensando que Norman sólo es un hombre bueno y con talento que simplemente desea hacer méritos para sentirse perteneciente a su grey.
Un abrazo y hasta el próximo encuentro con libros, cine, relatos, opiniones o artículos.
Pili Zori

CUADERNO DE NOTAS: TRAS LAS ELECCIONES


Dice Rosa Montero que “Somos gilipollas” tras ver el resultado de la izquierda en las elecciones de Madrid.
Sus opiniones me importan, aunque soy chica de provincia, pero me valen también para mi ciudad tan próxima a la suya. Y al hilo de su dolorida exclamación pienso que tal vez -aunque peque de simplista y parezca que me voy por una de las muchas tangentes- el problema resida en que se han dejado las tertulias televisivas como sucedáneo del alimento político y el gran público es lo único que consume y da por bueno.
Quizá sea necesario que quienes podéis, por poseer las herramientas y el conocimiento, seáis didácticos –y subrayo el concepto pedagógico y descarto el proselitista- para que vuelvan a funcionar las redes como ágoras y se potencien de nuevo las asambleas en todas partes, y que cada espacio: Sanidad, educación, vivienda… sean expresados y explicados por quienes cada día abren el tajo y viven y padecen sus problemas, puesto que está demostrado que hablar entre nosotros no sirve.
Estaría bien eliminar la ironía inteligente de las opiniones de izquierdas porque no todo el mundo la pilla, y a menudo coloca a quien la usa como a alguien que se sitúa por encima, y esa actitud siempre acompleja, aparta y cierra, y en mi opinión se deduce que las broncas también sobran por completo, al menos las que se emiten hacia afuera, la autocrítica interna nunca estorba.
Deseo que se infiera de mis palabras que los contenidos de carácter intelectual sólo sirven si gozan de ambas lecturas: la más avezada y también la universal que pueda entender cualquier recién llegado, y si me apuras hasta un niño. Todos somos sociedad y aportamos cada uno nuestro equipaje por pequeño que parezca.
La figura del intelectual no puede ser oscura, ni elitista ni endogámica. Entender la política es el primer paso para poder ejercerla desde el voto y honestamente pienso que hoy por hoy hace falta explicarla comenzando por el significado de los términos más sencillos hasta llegar a su máxima complejidad, y a ser posible hacer que resulte amena y comprensible en toda su amplitud, tal vez de ese modo desaparecerían los sectarismos, seguidismos de orejeras, las actitudes de cliente en busca de la mejor oferta… y sabríamos que la política no es un mundo aparte y excluyente y todos encontraríamos la manera de aportar.
Confieso sin ambages que soy torpe para la comprensión de los entresijos del juego político, para echar cuentas que se salgan de los votos emitidos uno por uno, para entender repercusiones, pero otras cosas podré dar a cambio, al menos siempre tengo la antena parabólica y el radar encendidos y no suelo ser el eco de lo que escucho en la radio, en las cadenas de televisión o leo en la prensa sin antes haber intentado al menos digerirlo aunque me cueste rumiarlo durante más tiempo que a otros.
Desconozco las razones que un buen analista o sociólogo me podría dar, pero lo cierto es que siento que estamos en una sociedad bastante idiotizada en general que me recuerda a la que criticaba Gustav Flaubert a través de los personajes y protagonistas de su novela Madame Bovary lamentando que hubiesen hecho una revolución en Francia contra la aristocracia para que después la burguesía sólo pensase en imitarla, y la única explicación que se me ocurre es la de que nos falta cultura política, o tal vez cultura en general, (se sobreentiende desde el primer renglón que no me excluyo de la carencia) tal vez soy mayor, del jurásico -palabra que le robé en su día a Rosa Montero- pero echo de menos revistas como Triunfo, Tiempo de historia, periódicos como El Sol… libritos como ¿Qué es la democracia?, ¿Qué son los sindicatos? Y hasta la altura moral de los políticos de entonces, los que poblaron los últimos años de la dictadura en clandestinidad y los primeros de la transición.
Y luego está la parafernalia de cómo los políticos exponen desde las alturas los planes que nos atañen. Al igual que cuando un cirujano o cirujana terminan una magnífica y eficiente operación que salva o mejora la vida de otro y no reciben aplausos, ni se los llevan los docentes, ni los arquitectos o los obreros de la construcción, tampoco es bueno que demos palmas en los mítines puesto que los ponentes no son estrellas del rock. Naturalmente lo digo en sentido figurado, el aplauso espontáneo siempre es una muestra de gratitud. Lo que intento expresar con el ejemplo es que los políticos no tienen que llevar palmeros ni corte de aduladores ni estamos bajo sus púlpitos para engordarles el ego, la altura de los ojos está mejor. Y ya puestos quienes nos encontramos al otro lado del televisor deberíamos ser nombrados como televidentes o usuarios y no como espectadores en el caso de dichas tertulias porque se supone que los que las dirigen no están haciendo política show, hay demasiados maestros de ceremonias.
Esta vez, aunque entiendo el disgusto de Rosa Montero discrepo porque los votantes de izquierdas no somos gilipollas en todo caso lo han sido los dirigentes por no representarnos ya que desde el minuto uno nos hemos desgañitado pidiendo la unidad.
Un abrazo 
Pili Zori