"De mar y de muerte", de ÁLVARO OTERO

Entre los regalos que me han traído las navidades, me he encontrado con estos dos tesoros:De mar y de muerte” de Álvaro Otero y “Los muertos, los vivos” de Beatriz Olivenza.
Dos autores de enorme talento por los que siento un orgullo añadido, aunque ambos habían  publicado y ganado con anterioridad sendos galardones yo los hago más propios, más nuestros, porque obtuvieron, el de aquí, el premio de narrativa de Guadalajara: Álvaro Otero con su novela “El esplendor” y Beatriz Olivenza con la suya más reciente “La voz de los extraños”.
Comenzaré por “De mar y de muerte” de Álvaro –de “El esplendor” ya dejé comentario en este mismo blog- y en la próxima entrega hablaré de “Los muertos los vivos”, de Beatriz.
De mar y de muerte” ha sido una experiencia apabullante. Recupero el aliento y comienzo sabiendo que debería leerlo de nuevo ya sin estar en vilo y sin la dolorosa tenaza en el estómago, y que una segunda lectura, sin duda, enriquecería esta entrada, pero me apetece compartir las primeras impresiones aquí, sin reposarlas aún, porque son quizá las que percibes a través de los sentidos, del sentimiento y la emoción. Después dejaré que la novela me acompañe en el tiempo y produzca sus efectos tras una reflexión más pausada.
Pero ahora me acabo de bajar del Borna, el hermoso barco de recreo con “inquebrantable” panza de acero y “robusto” mástil de abeto, la ilusión que hizo revivir a Taquio tras una dura convalecencia anímica y física, y por contagio y afinidad también a su amigo Álvaro. Revivir, pobre Taquio, qué contrasentido conociendo su triste final.
Taquio, fotógrafo, y Álvaro, periodista y escritor, se disponen a pasar un largo y mágico fin de semana navegando tras largos meses de preparación y ensueño, pero a última hora se añaden, Marta Werner, (afamada arquitecta y cliente asidua de Taquio que a menudo le fotografía sus maquetas y proyectos) y su “flamante” novio Marcos Valcarce, nieto e hijo de abogados que dirige con eficacia de tiburón el heredado bufete.
Hermosa, provocativa, guerrera y procaz como una walkiria segura de sí misma por su físico de sirena y por su poderío de clase, ‘la Werner’ pondrá en jaque hormonal a los tres compañeros de viaje, la distracción y otros imponderables nos recordarán a que alto precio se cobra el océano las faltas de respeto.
De nuevo aparece en la escritura de Álvaro Otero el deseo del protagonista por la novia pija de otro y las distancias entre la clase media y la alta. Desde las primeras páginas se establece la diferencia entre el amor por la navegación representado por Álvaro y Taquio y la indumentaria absurda de los pijos que se plantean navegar por ostentación representada por Marcos. 
Pero antes de subirme al Borna me había bajado del carguero liberiano en cuyas oscuras tripas repletas de lujosos troncos de madera de caoba se agazapaban cinco polizones, jóvenes pasajeros africanos, bellos como Adonis, llenos de esperanza hacia la prosperidad europea y alcanzados por el dardo de las hermosas nbruni (así llaman a los blancos) de piel transparente y ojos de un azul imposible.
Estos dos barcos zarpan en años distintos, pero el autor, con maestría, consigue que durante muchas páginas el lector sienta que navegan a la vez como en planos superpuestos, así con ese paralelismo obtiene los contrastes: la oscuridad del vientre del carguero con los africanos por un lado, y  la soleada cubierta del Borna rodeada de azul con su ocioso pasaje por otro. El contexto y el concepto están servidos: Los dos mundos, pobreza y opulencia colocados en un espacio de agua que se rige por otras normas, sólo la caída del enhiesto y orgulloso mástil de abeto simbolizará el derribo de la frágil frontera que los separaba, sin teléfono móvil, sin emisora, sin comida y a la deriva, qué otra cosa nos queda sino ser náufragos.
Otero va intercalando las historias de Sam -el único superviviente de los polizones- y las de Marta sin que el lector sepa todavía que en un momento del pasado sus vidas se cruzaron. Ese secreto que se conserva latente hasta casi el final de la novela fue un detonante interno que Marta se llevará hasta el Borna en un recóndito pliegue de odio contra Marcos, su novio. Tras una larga conversación entre Marta y Álvaro fragmentada en varias noches de guardia en la cubierta del Borna, el lector, al igual que Álvaro, no pondrá en duda la veracidad de la versión que tan malparado deja a Marcos, pero falta un dato que sólo Sito conoce, -Sito es el compañero de hospital que ayuda incondicionalmente a Sam cuando éste es desembarcado en estado muy grave y el personaje enlace que conoce y guarda para la última página una clave importante- el lector, al descubrir esa omisión crucial en el último momento, no redimirá a Marcos, pero sí especulará sobre si dicho odio debería dirigirlo Marta contra sí misma y su cobarde y acomodaticio corazón, porque el conocimiento de ese dato marcará la fina línea que separa lo digno de lo indigno que nada tiene que ver con lo legal o lo ilegal, y una vez desvelado ese importante detalle, que Álvaro sea o no inducido al asesinato pierde por completo la relevancia dado el contexto y la situación, pero sí se vuelve, para el lector, sin embargo un boomerang contra ella. Si Marta había conmovido a quien lee, en ese primer contacto que mantiene con Sam en la intimidad de su estudio mostrándose verdadera ante él, cuando más adelante se entera de lo que calla y de cómo manipula se defrauda. Aquí en el centro decimos que no se puede querer ‘chocolomo’ cuando alguien te pregunta para que elijas entre chocolate y lomo: ¿Qué quieres chocolate o lomo? o ‘chocotajas’ por chocolate o tajadas.
He padecido mucho sumida en la contradicción corporativa de querer defender lo indefendible con respecto a las mujeres de esta novela, a las que el autor pone nombre, Yoya, Susana, Estela… seguro que para particularizar en ellas, caprichosas niñas bien de familia acomodada, la nueva crème, y no en otras. Y de vez en cuando caía en la injusta tentación de acusar al escritor de misoginia, pero dicha tentación al llegar a la punta de mi lengua se volvía de inmediato hacia mi garganta para ser tragada como un sapo porque el poder económico paradójicamente no es sexista y en “De mar y de muerte” las preciosas e idealizadas nbrunis (de entre las que Sam habría escogido esposa cuando en la adolescencia soñaba con ellas en su pequeña barca sobre el Volta) tiran de monedero para el comercio sexual y el posterior desprecio con la misma eficacia y displicencia que los hombres. Quienes leen asisten estupefactos al intercambio de información sexual clandestina entre madre e hija, ambas se “benefician” al superdotado ‘mandingo’ y después lo hará el grupito de amigas, eso sí, insistiendo en el secretismo y pactando el nuevo encuentro tras volver de la India habiendo colaborado con una oenegé y a continuación irse a las Maldivas para quitarse el stress de tanta miseria, -y es que cuando Álvaro Otero acentúa, rotula y aprieta la tilde con contundencia para que no queden dudas- :”¿Hablarle sobre África, sobre Ghana?,-piensa Sam cuando Marta le pregunta- ¿describirle los atardeceres sobre el Volta, las calles embarradas de Kpong durante la época de lluvias, el olor de las alcantarillas al aire? A los nbruni no les interesaba eso, sino los paisajes bonitos, los animales exóticos, los rituales misteriosos, las áfricas de documental en horas de siesta”.       
Otero coge a un inmigrante centra la historia en él y la despoja de toda abstracción. Concreta en un ser humano y nos dice todo lo que le sucede y como le afecta y como lo siente. Lo hace en singular particularizando, nos entrega el proceso y nos da los nombres de sus amigos, uno por uno, y los lugares de dónde provienen para que en ningún momento caigamos en la tentación de generalizar, para crear conciencia.
Lloré junto a Sam en la escena en la que el muchacho se derrumba cuando llama por teléfono a su padre, cuando de pronto es consciente de cómo está siendo utilizado, y de que ‘eso’ tiene un nombre, cuando le es arrebatado hasta el mérito de haber conseguido el trabajo de vendedor de enciclopedias por sí mismo, cuando escupen a su paso, cuando le roban la inocencia… y aún así desea tener una mujer a su lado a quien amar y a quien poder contárselo. Claro que lloré, lloré mucho por Sam. Y es que el escritor nos habla de varias clases de antropofagia y yo no sabría escoger la peor.
Durante toda la lectura he estado recordando otra novela que también me afectó mucho, “La velocidad de la luz”, de Javier Cercás, (podéis encontrar el comentario en este blog). En ambos libros los escritores nos invitan no a asomarnos sino a tirarnos de cabeza en el abismo porque sólo así podremos recibir la experiencia de algo que con suerte no viviremos, en “La velocidad de la luz” experimentábamos el horror de la guerra, una guerra moderna, la del Vietnam, y de cómo ya no vuelves a ser el mismo después de lo que con tu miedo has hecho. Con “De mar y de muerte” Otero nos aproxima al degradante proceso de inanición y a la necesidad de comerte a un semejante, pero no se conforma con que te comas a alguien que ha muerto, ¡lo que muestra es a alguien que mata a otro ser humano para después comérselo!, habla de la muerte sin gloria y de sobrevivir con culpa, de todos los espeluznantes secretos que el mar con su efecto borrador esconde, secretos a los que no tiene acceso un forense y para que lo entendamos lo ilustra con ejemplos como el de aquel pobre hombre muerto de enfermedad pulmonar tan parecida al ahogamiento y arrojado al mar por los alemanes para que apareciera en la costa española, con documentación falsa.
A bordo del Borna sentiremos al principio las civilizadas fragancias del perfume, de las cremas bronceadoras, del buen rioja, de las comidas deliciosas… para pasar gradualmente al aliento fétido, a la carne cruda y descompuesta, y a la vida y a la muerte echadas a suertes.
No sé qué motivos llevaron a Otero a asomarse al mismísimo borde del remolino exponiéndose a ser engullido, tal vez todos tengamos nuestro particular Maelstrom y debamos conjurarlo, tal vez no sólo el fuego defina el infierno, los hombres de mar como él deben saberlo. Pero como os decía coincide con Javier Cercás en incluirse en el relato prestándole al personaje en la ficción su propio nombre y oficio. Ambos, Cercás y Otero, son periodistas y escritores y creo que los dos lo hacen por honestidad, una clase de honradez que no necesita explicarse, es la de la implicación, la del compromiso. Todos somos capaces de lo mejor y lo peor, saberlo y anticiparnos nos proporciona el antídoto.

En cuanto a los subtemas el libro plantea muchos y muy interesantes. Debates como el de por qué se sigue con alguien si no se le ama, como en el caso de Marta y Marcos, o el de por qué no te retiras de alguien que no te ama, como en el caso de Marcos y Marta. La novela habla del clasismo y sus ataduras, de la doble moral. De que no hay racismo si hay dinero a no ser que la pobreza sea en sí misma una raza, lo digo con ironía, claro. Habla de la solidaridad entre pobres y pone en cuestión de manera muy clara nuestra forma de vida occidental, la soledad y el miedo que hay tras las puertas que se abren para escuchar o rechazar al hermoso joven negro que vende enciclopedias. ¿Qué estamos haciendo con nuestra forma de relacionarnos?, ¿cuáles son nuestras cárceles?, ¿y por qué no sabemos salir de ellas?
En fin, espero no estar cayendo en lugares comunes porque el autor no lo hace. La novela de Álvaro Otero da para muchas conversaciones transformadoras y de eso va la literatura, que si lo es de verdad nos trasforma. José María de Pereda dijo que “La experiencia no es lo vivido sino lo reflexionado”.
De mar y de muerte” me ha gustado muchísimo, la prosa de este escritor es magnífica, su voz y su estilo son nuevos aunque emerjan de sedimentos clásicos, me interesan los temas que elige y desde dónde los enfoca y a qué profundidad los lleva.
Sé que este rincón en el que hablo es pequeño y que no tiene altavoces, pero me gustaría convertirlo en un referente de independencia que disipase la ceguera del  gran trust editorial y la de toda la parafernalia que le orbita, porque aunque parezca que sus empresas van por separado en realidad todas están cosidas con el mismo pespunte. No sé quien les ha dado esos aires de púlpito que se atribuyen situándose por encima del trabajo ajeno que en la mayoría de los casos no entienden y  jamás realizarán.
 Y dicho lo anterior y sin menoscabar las alabanzas ahora me gustaría hacer un par de observaciones:
1ª. A lo largo de la novela se van intercalando los informes sobre muerte por inanición que el Dr. Concheiro, -médico forense- le entrega a Álvaro Otero. Como el escritor real y el ficticio tienen el mismo nombre no me quedó claro cuándo se produjo el encuentro con el médico, ni si dicho encuentro sucedió dentro de la novela o fuera de ella.

Concluí que todo pertenecía a la ficción y que Álvaro, el personaje, decide escribir lo ocurrido en el Borna mucho tiempo después de la tragedia y que es entonces cuando se pone en contacto con el doctor –también personaje de ficción- para entender a posteriori lo que allí sucedió. Porque no tendría sentido que el autor parase en medio del relato para hacer un inciso y decirnos en un aparte: “Como quería escribir una novela sobre náufragos y sobre muerte por inanición me fui a ver a un forense para que me proporcionase documentación sobre el tema” y a continuación seguir con la escena en donde la había dejado. Claro que también –me dije-  es una forma de no anunciar desde el principio de qué va la novela pero sí de ir dejando pistas y rastros a lo largo de ella para que luego todo nos cuadre.

Pero a pesar de los pesares a veces me parecía que después de muchas páginas estaba leyendo los preliminares, y no me cuadraba que el escritor metiera dentro lo que era de fuera, es decir, lo que se cuenta en el prólogo o en el epílogo o en los agradecimientos, pero que no pertenece a la ficción aunque sirva para crearla, y sentía que la realidad se colaba en mi lectura y me sacaba bruscamente del universo de la novela como una injerencia, (también me sucedió lo mismo con “La velocidad de la luz” como ya he dicho, a lo mejor es un recurso que desconozco y que le concede una mayor veracidad a la historia). Sobra decir que estoy compartiendo, como en el club de lectura, mis sensaciones, no sacando defectos puesto que la novela no los tiene. Tampoco la de Cercás los tenía. De cualquier modo con la literatura hay que ser abiertos y las leyes que la rigen son otras que nada tienen que ver con adaptarse a los patrones conocidos. Un zapato puede ser de punta afilada o redonda, de cordones o de hebillas pero lo que tiene que albergar es un pie. No sé si el ejemplo es peregrino. 

Lo cierto es que al margen de mis entendederas más claras o más espesas, las escenas que a continuación de los informes se suceden cobran una fuerza tremebunda, la imagen de la muerte del delfín sabiendo como sé el sentimiento protector que el autor –el de la vida real- tiene por estos maravillosos mamíferos me produjo un gran dolor, aún tengo en los oídos los gritos de la madre enloquecida tras la estela de la sangre de su hijo… Tampoco puedo sacarme de la cabeza el depredador rostro de Marta embadurnado con la sangre del delfín.
 A veces el mucho amor hace que te aproximes peligrosamente a lo que serías capaz de hacer incluso con los seres más queridos y lo experimentes en tu imaginación para así recordarte que debes evitarlo. Supongo que ese es el exorcismo que se planteó Álvaro al escribirlo, el mismo que se impuso Javier Cercás.

2ª. La otra  observación pertenece al terreno de la forma, enseguida os lo explico, imagino que es cosa de la editorial, a veces por ahorrar papel, e incluso los propios escritores, para que nos entre el número de páginas en las bases de los concursos eliminamos espacios en blanco que son absolutamente necesarios para diferenciar las entradas y salidas de las distintas escenas… En esta novela en concreto, a mi parecer, son muy necesarios esos renglones en blanco porque toda ella está construida con flashback, es decir saltos hacia atrás en el tiempo, y en flashforward, saltos hacia delante, pero bueno, el lector se adapta y lo pilla perfectamente. Si me fijo en detalles como esos es porque como lectora soy un poco maniática y tiquismiquis aunque más me valdría callarme porque luego en mis libros, como escritora meto la gamba setenta veces siete y tengo descuidos imperdonables incluso de los ortográficos que dan tanto calambre y tanto yuyu a los comités de lectura a los que yo misma pertenezco, aprendizaje y curas de humildad que nos hace la literatura al mismo tiempo, supongo, para bajarnos de la nube o para quitarnos los humos.
En cualquier caso la edición de “De mar y de muerte” es preciosa. El rótulo con el título y el autor es azul como el mar y el mar sin embargo está en blanco y negro, en la esquina derecha de la portada aparece la cubierta de un barco, en ella yace una chica. Hay que dar valor a los artistas –en este caso un fotógrafo - que tras la obra leída saben concretar, resumir e insinuar con otro lenguaje lo que bajo la tapa de ese cofre te vas a encontrar. Los libros son hermosos objetos de deseo que durante muchos días acaricias y sostienes en el hueco de las manos. El ejemplar que yo tengo fue editado por Ellago Ediciones.   
Un abrazo y hasta el próximo encuentro.
Pili Zori




2 comentarios:

  1. Gracias, Pili, por tu comentario. Lo cierto es que me he quedado impresionado por la agudeza de tu análisis y por tu inteligencia lectora. No es nada habitual encontrarse con una escritora, como tú, capaz de adentrarse de esa manera en los textos ajenos, sobre todo entre nosotros los letraheridos, a menudo tan atentos con lo nuestro y displicentes con lo de los demás. Este blog se está convirtiendo, gota a gota, texto a texto, en un rincón de buen gusto literario, en una guía segura hacia la buena literatura. Un fuerte abrazo para ti y para todos tus lectores.
    ÁLVARO OTERO.

    ResponderEliminar
  2. Gracias a ti, querido Álvaro por regalarnos tus extraordinarios universos. Aquí nos quedamos a la espera de tu próxima obra y enviamos para ella los mejores deseos. Un abrazo Pili Zori

    ResponderEliminar