"Un amor", de SARA MESA

 Como dije en la entrada que le hice en el blog a su novela Una familia, hay espejos en los que no nos gusta mirarnos pero Sara Mesa nos los pone delante ¿con qué fin? Lo desconozco, aunque subjetivamente me atrevo a decir que a la autora le gusta desmitificar conceptos manidos y artificiales, ideas institucionalizadas e hipócritas que amparadas en los lugares comunes tal vez le hayan hecho daño, o simplemente duelen sin que nadie las ponga en cuestión.

La escritora no pretendía poner en solfa los ambientes rurales que suelen ser vistos de forma bucólica e idealizada, casi siempre con razón, pero no olvidemos que también tienen cara b, y ese es el subrayado que la escritora hace de pasada.

Sara Mesa se limitó a elegir un espacio árido, agreste y hostil de interior, sin mar, sin playa, sin montaña, sin encanto… que la protagonista elige como retiro temporal o huida de un episodio laboral que ¿le avergüenza?, ¿por soberbia?, ¿se va por dignidad?, ¿escapa de una cárcel invisible en la que dicha mancha con seguridad sería rebozada y cobrada a precio de vejación a cada paso? El lector decide. 

Nat, diminutivo de Natalia, ese es el nombre del personaje principal, cae allí porque ha encontrado un alquiler barato en una pedanía sin raíces a la que han ido a parar forasteros de distintos pelajes, con sus reglas comunitarias difíciles de descifrar para ella e impositivas. 

De camino hacia la “vivienda” ya la recibe una pintada insultante y antigua en otra pared que nadie ha borrado -muy significativo el linchamiento recordatorio-: allí vivió una pareja incestuosa de hermanos, no vaya a ser que se le olvide a alguien el pecado. Como es natural no veo bien ninguna relación de incesto, pero lo que no justifico es la utilización del apedreo de jauría, ya sea simbólico o real. La pincelada es anecdótica en apariencia, pero tras leer otras obras de la autora sigo comprobando que dice lo máximo en lo mínimo sin conducirte, sin mensajearte, sin opinar sobre ello, y que bajo cada apunte descansa un iceberg.

En mi opinión su estilo narrativo es el del escultor que va retirando el mármol que sobra hasta que a base de Cincel, maza, martillo, puntero y diamante aparece la vida en el corazón de la piedra. Estaba en el interior y ella la saca de ahí para mostrarla.

Por fin Nat llega a SU casa de alquiler, que está hecha una ruina, con goteras, problemas de cañerías, llena de suciedad… y un casero invasivo que entra allí a cualquier hora como Pedro por su casa con actitudes de patán prepotente, y de estafador anticuado, miserable y pesetero. Como presente le regala un perro mal cuidado que campa por sus respetos, se supone que están en el campo. El papel de Sieso, así bautiza al can, también levanta otro debate ampolla sobre la libertad y ¿sus peligros?: ¿atar, desatar, domesticar...?

En esa localidad también vive un matrimonio de ancianos, la esposa padece Alzheimer y Nat que se encuentra en un momento de bloqueo con su traducción decide ayudar a la mujer -con enfermedad de olvido- que tiene otras normas afectivas, sin convenciones, más esenciales, lavar su cuerpo en caricia, sentirse familia de alguien -sin memoria- que la mira como si lo fuera es un bálsamo.

Recordar sin dolor los posibles abusos infantiles con el estampado de la culpa y la suciedad en la piel que imprimirían los otros al saberlo... Lavar, ungir, con su significado piadoso, reconstruir, embellecer con plantas... Todo en la narración está anotado con el trazo rápido y brillante de la estela de un cometa, esa es la rúbrica, pero no juzgado por la autora. Porque tal vez lo importante no sean las respuestas estereotipadas sino las preguntas a cada ser, a cada psique, a cada alma.  


La puesta en escena me recuerda lo que a menudo me decía una persona muy querida que debido a su trabajo pululó por dichos ambientes y pensiones:

 “Los pueblos para los de los pueblos”. 

A pesar de los maravillosos ríos trucheros, amorosos paisajes, románico y demás alicientes,  pero como contrapartida también está el paisanaje, con buenos y también con mezquinos, con viejas del visillo incluidas y rencillas ancestrales. 

Claro que tienen maravillas para que un urbanita se retire a sus cuarteles de invierno y se sienta libre en los ámbitos naturales, y habitantes solidarios, buena gente, por supuesto, pero por otra parte también existe la fiscalización, la picaresca de cobrar a precio de oro las artesanías culinarias, y los alquileres de cuchitriles a precio de loft, con una clase de sentimiento de superioridad basado en la picardía, y con esto no intento ofender porque lo mismito ocurre en los barrios de las ciudades con sus maledicencias, difamaciones, cotilleos…, y también con sus personas extraordinarias y llenas de dignidad, como en cualquier grupo humano. No es bueno idealizar sino aceptar y comprender para poder adaptarte, si es que te lo permiten, incluyéndote tal y como eres, con todo el respeto por tu singularidad y diferencia, y eso es lo que nos muestra cuando escribe Sara Mesa: el equipaje completo, individual y colectivo, público y privado, su mirada social es muy potente, y como dije cuando leí Una familia, mete el escáner, el endoscopio y el estetoscopio y no queda rincón sin diagnosticar.

Pero el quid del debate sobre la novela no está sólo en la atmósfera amenazante y opresiva que lo envuelve, sino en si lo que le sucede a Nat es o no amor, o dominio y sumisión.

***

Aclaro que hablaré de forma hipotética para no desvelar, aunque la tensión no la crea la autora con el desenlace sino que impregna toda la historia plagada de malentendidos, acercamientos y desencuentros y dificultad para la comunicación. 

Cada página contiene esa vulnerabilidad latente y primitiva que recorre la novela por completo. 

En cualquier caso como digo otras veces, si aún no la habéis leído, podéis volver aquí cuando lo hayáis hecho y así me quedo tranquila por si de mis palabras se deducen o desbaratan los elementos sorpresa.

Es fácil desde fuera juzgar y exclamar: ¡Pero por qué esta chica no ha cogido el petate a la primera de cambio y se ha marchado aunque sólo sea por instinto! 

Pues porque en el intento de adaptarse surgen el desvalimiento y la soledad. Contemplamos la invasión buena de Piter (escrito como se pronuncia) al que apodan en Escapa –nombre de la pedanía- como “el Hippie” que diseña vidrieras, así nos lo presenta la escritora, es esa clase de persona que se hace la imprescindible para ayudar, pero que con la excusa de los favores que nadie le ha pedido también se apodera de ti, o lo intenta, ese deseo bienintencionado de doblegar la independencia de una mujer sola, exhibiendo protección  que en realidad es preponderancia, superioridad más educada, pero ejercicio de poder al fin y al cabo sin el respeto debido ni en el fondo ni en la superficie. 

Así mismo conocemos al casero, misógino que la trata como a una posesión que ahora vive en su casa por su beneplácito -aunque le pague, ha de ser en metálico- y que anda al acecho del escote de Nat para ver si cae pieza, y antes de que lo desprecien desprecia con el ¡pero tú qué te has creído pechiplana! -perdón por no citar con exactitud- y lindezas similares, el tosco que disfruta amedrentando y señalando su incompetencia de “niña de ciudad caprichosa como todas”

Y dejo para el final la presentación del Alemán, Andreas, coprotagonista, que desata en ella sentimientos genuinos en apariencia por ambas partes, pero no vamos a hacerle responsable sólo a él de como evoluciona o involuciona la relación. 

No en vano ella es traductora y ha ido allí para dedicarse plenamente a dicho trabajo transcribiendo a su vez a una dramaturga que creaba en otro idioma diferente a su lengua de origen, y en ese símil, buscado a propósito o no por la autora, encuentro el reflejo de la dificultad que Nat está teniendo para interpretar bien a los otros, para elegir las palabras que usa y las que lee o escucha.

Sí, ante la insólita proposición del Alemán y su curiosa oferta de trueque nacen en ella sentimientos de sumisión, obsesivos, posesivos, de dependencia, de deseo de exclusividad, de celos...

Sara Mesa explora el abuso de poder sutil en todos los ámbitos y aspectos cotidianos, en mujeres, en hombres, en niños…, esos detalles que pasan inadvertidos hasta que ya te han atrapado, como cuando no te atreves a dar tu opinión mientras otro cacarea la suya con contundencia –utilizo sus propias palabras aunque no de forma literal, se las escuché en una entrevista que le hicieron- y es que una cosa es lo que debe ser y otra muy distinta la realidad.

 “¿Son tóxicas las personas, o lo son las relaciones?” -cito al escritor Francecs Miralles que inteligentemente establece dicho matiz-. ¿Acaso alguien ha sabido desmenuzarlas separando todos los ingredientes? Estamos en ello, es lo que intuyo que busca la autora.

 ¿De qué hablamos cuando nos referimos a la reciprocidad en el amor?, ¿de respeto, de pasión, de igualdad, de conexión, de certeza? 


El interior anímico de las personas con todos sus resortes y círculos todavía está inexplorado.

 Cuando alguien se ¿enamora?, o se ¿encoña?, o como queramos nombrar eso que le ocurre a Nat (continúo hablando en hipótesis, no pretendo desvelar o hacer espóiler), si no es correspondido en igual medida y el intercambio resulta desigual, pero no se da cuenta, no hay por qué abochornar a quien se equivocó e interpretó mal las señales, opino que la humillación no debería ir en el lote. 

Tampoco venimos a este mundo para que sepamos defendernos, nadie se espera bofetones sin mano, confías, hay que dar tiempo a la reacción y pensar que como dijo Publio Terencio “Nada de lo humano me resulta ajeno” así que si también los lectores nos vamos a situar por encima de Nat y juzgarla, pues apaga y vámonos.

La novela tiene varias capas de profundidad y en esas honduras de los amores cenagosos caen muchas personas. Nada hay nuevo bajo el sol. 

Sara Mesa se limita a retratar esas facetas.

La novela “Un amor” me ha generado impotencia y malestar, tal vez porque me he sentido engañada por el título. Para desengañarme le pondré interrogaciones ¿Un amor? Y así me reconcilio. 

Esperemos que ninguno de los personajes repita patrón y que los lectores y lectoras también incorporen la alerta, le deseo a Nat que en el aprendizaje encuentre un amor verdadero, duradero, lleno de confianza y comunicación y una estancia más bonita en otro pueblo de personas generosas, abiertas, avanzadas y acogedoras que no pasen facturas de amistad ni busquen provecho.

Un abrazo, hasta el próximo encuentro, cuidaos mucho. 

Gracias por vuestras visitas.

Pili Zori

"Hija de la fortuna" de ISABEL ALLENDE

 Creo que es tiempo de hacer justicia y de declarar a esta novela como el enorme monumento literario que es, ya que cuando salió a la luz la narrativa de Isabel Allende fue denostada por escritores, todos ellos hombres, muy “señoros” y muy bigotudos, no entiendo a cuento de qué ni con qué criterio, ya que como he dicho en otras ocasiones, la envidia es muy cínica y narcisista y se le da bien hacer la envolvente para que parezca que es el ofendido quien injuria, por suerte, más tarde o más temprano la veladura se cae a los pies y quien está rabioso por el bien ajeno que él o ella codiciaba queda en evidencia. Todo el mundo nota la envidia menos quien la cultiva y padece. Lo mismo ocurre con la dignidad que quienes no la poseen no la saben distinguir. 

Isabel Allende -cuando le sacan el tema de la crítica de aquel tiempo- con mucha delicadeza dice que ella se debe a sus lectores y que a ellos les envía el agradecimiento, que lo que no le perdonaban es que vendiera libros, millones de ejemplares añado yo, y enseguida zanja el asunto. 

Es cierto que cuando Carmen Balcells, la sin par, su agente literaria y mecenas se interesó por ella y por su escritura confluyeron varias circunstancias: En España apenas se podía publicar a nuestros autores debido a la censura del gabinete del dictador, y posar la mirada en Hispanoamérica  supuso abrir todas las puertas de par en par, un filón, dado que entre los propios países de América del Sur los autores no se conocían ni leían sus obras mutuamente y por tanto no compartían lectores. 


Así se produjo el llamado boom literario latinoamericano. Isabel Allende vino después -era más joven- en la hornada del post boom, es cierto que al estar en el exilio y llevar el apellido del Presidente Allende –primo hermano de su padre- también provocó cierta aureola que le proporcionó buena acogida y curiosidad por las experiencias que pudiera traer y compartir.

La casa de los espíritus fue un acontecimiento, y Carmen Balcells que la acunó en sus brazos le dijo que se puede escribir un buen primer libro, pero que cuando se comprobaba verdaderamente la valía del autor era en las novelas siguientes, también le advirtió y previno -para que no se hundiera- con el vaticinio de que le costaría mucho más que a los autores masculinos ganarse el respeto y el prestigio con el que ellos contaban de antemano y apostó por ella con todas las de la ley. 27 piezas van ya, un éxito detrás de otro.

Tanto la vida como la literatura de Isabel Angélica Allende son fascinantes, y me extendería de buen grado sin parar de hablar horas y horas llena de entusiasmo, pero acotaremos con esta maravillosa muestra de su  extensa narrativa.

Hija de la Fortuna.

Mi sensación -al sentir por debajo de las frases y los pasajes y escuchar la composición de esta preciosa banda sonora- es la de estar oyendo una música en fuga, como el bolero de Ravel, a la que se van añadiendo más instrumentos cada vez arrimados y ensamblados a la hermosa melodía de base que sostiene la poderosa estructura. 

Nada menos que cuatro culturas se dan cita en ese pentagrama: británica, chilena, china y norteamericana, reunidas en el mismo momento histórico, sin que el lector quede abrumado por la enorme erudición de iceberg que subyace por debajo, las cuatro forman los pilares en simbiosis de un nuevo mundo en el que la autora nos descubre y desmenuza el verdadero espíritu de la libertad -especialmente la de las mujeres-, libres de convencionalismos, de clases sociales, de involuciones y encorsetamientos frente a la dureza de las circunstancias que obligan a actuar en esencia y en equipo, y nos cuenta cómo la fiebre y la avaricia del oro al final importan menos que lo que rodeó a esa quimera: la intendencia que llegaba por mar, gracias a la capacidad con visión de futuro empresarial de otra mujer que huyó de la reclusión de un convento chileno -esa vida era la que la familia reservaba para ella-, material para las construcciones, utensilios, herramientas transportadas a toda velocidad por el moderno y rutilante vapor del barco…

 Y así casi de forma inadvertida el objetivo secundario de los asentamientos y sus necesidades fue pasando a ser el primero y principal, más importante que la codicia del oro, las ciudades nacerían y se consolidarían para siempre con la rúbrica inamovible, tal y como  se asentaron en ese primer momento colonizador. 

“Donde hay mujeres hay civilización” vemos escrito en una de las páginas y “La gente con ideas originales siempre termina con fama de loca” pero no allí, allí, en ese mundo nuevo y sin hacer, esa clase de cordura valiente sí cabía.

No quiero llevar a engaño con este panegírico, la autora tiene juicio para todos y señala con perfecto equilibrio las grandezas y miserias de quienes poblaron aquel territorio llamado con acierto salvaje oeste, lleno de bandidos, abusos y bestialidades y configurado con lo mejor de cada casa, dicho sea con ironía.

En Hija de la fortuna vemos con claridad las constantes vitales de Isabel que la han acompañado a través de su escritura y durante toda su existencia: sus preocupaciones por cualquier forma de esclavitud, por la erradicación de las clases sociales y el elitismo despectivo, por la trata de personas, en especial de mujeres y niños, y hasta por las tergiversaciones del cuarto poder –tan vigentes todavía hoy, es curioso: las vemos exactas en Hija de la fortuna-. Pero sobre todo contemplamos su feminismo de raíz, que desde niña enarbola y abandera en lo más profundo de su ser, de su esencia. 

Isabel Allende suele decir que las mujeres solas son vulnerables pero juntas invencibles. Siempre ilustra esa afirmación alegando que a ella a lo largo de su trayectoria la han ayudado mujeres, y no hombres, las que contribuyeron a criar a sus hijos para que pudiera trabajar fuera de casa, su madre, su suegra, C. Balcells para que siguiera escribiendo…

Su oído social de avezada periodista siempre con el radar o la parabólica bien orientados, es un magnífico magma, la capacidad de análisis individual y colectivo -bucea a profundidades abisales-, la espiritualidad que envuelve su vida y la de sus personajes protagonistas en constante evolución, y que nada tiene que ver con las religiones usadas para someter, y sobre todo el amor como antídoto la convierten en una artista grande de enorme altura moral y ética que carece de vanidad.

Me asombra la nobleza de corazón de Isabel Allende al servicio de las buenas osadías. 

La Fundación Paula en memoria de su hija -que murió de una terrible enfermedad y tal vez de negligencia médica, de la que nunca se ha quejado, ni guarda resentimiento aunque sí el dolor de la pérdida, en un hospital de Madrid-, muestra su incombustible y positiva lucha. 

"¡Qué es lo más generoso que puedes hacer en este caso?" le preguntaba siempre su hija, psicóloga en una ONG. cuando su madre dudaba sobre como establecer el reparto de la ayuda.


Y su respuesta es y será continuar con el legado demostrando cada día que los medios de comunicación no dan fe de la cantidad de personas buenas que se dedican a remendar los rotos y los desaguisados de la maldad: niños separados de sus padres en la frontera de los Estados unidos, familias que aún no han sido reunificadas, pequeños que no conocen el idioma, que no saben en qué jaula están ni por qué. 

En fin…  Isabel Allende lleva consigo a Paula, es su ángel y la guarda y junto a ella tiene una voz poderosa y la sabe usar. 

Y su prosa tan perfecta como la de los maestros rusos, (esa comparación sólo se la he hecho a Almudena Grandes y a Isabel Allende) embellece nuestro mundo.

Me gusta cómo se maneja entre los dos ambientes: “Criadas y Señoras”, el de las cocinas donde se guisa el afecto a fuego lento y el de los salones donde se cuecen en su propio caldo las apariencias.

Además me ha ocurrido algo insólito, me dispuse a ver a través de Youtube todos los vídeos de entrevistas que Isabel Allende ha concedido a lo largo de su carrera y sin darme cuenta me encontré embelesada contemplándolos de nuevo por el gusto de estar en su compañía y sin sensación pasiva, me parecía que ambas conversábamos activamente y me surgían hasta actitudes protectoras, me veía con la mirada torcida y oblicua vigilando de cerca a los entrevistadores -sobre todo a los chilenos- por si tenía que salir a defenderla aporreando el teclado para sangrar algún comentario, también me surgió el temor infundado de que su último casamiento fuese o no un acierto, ¡qué cosas! Esas alertas sólo me asaltan cuando aprecio de veras a alguien.

Con razón dijo Paul Auster: “Un libro es el único lugar del mundo donde dos extraños pueden encontrarse en condiciones de absoluta intimidad”.

Para terminar añadiré que aunque no le deben quedar anaqueles para colocar tantos prestigiosos premios como los que ha recibido por todo el planeta me encantaría que le concediesen nuestro Princesa de Asturias. 

Un abrazo y hasta el próximo encuentro.

Pili Zori