"Hija de la fortuna" de ISABEL ALLENDE

 Creo que es tiempo de hacer justicia y de declarar a esta novela como el enorme monumento literario que es, ya que cuando salió a la luz la narrativa de Isabel Allende fue denostada por escritores, todos ellos hombres, muy “señoros” y muy bigotudos, no entiendo a cuento de qué ni con qué criterio, ya que como he dicho en otras ocasiones, la envidia es muy cínica y narcisista y se le da bien hacer la envolvente para que parezca que es el ofendido quien injuria, por suerte, más tarde o más temprano la veladura se cae a los pies y quien está rabioso por el bien ajeno que él o ella codiciaba queda en evidencia. Todo el mundo nota la envidia menos quien la cultiva y padece. Lo mismo ocurre con la dignidad que quienes no la poseen no la saben distinguir. 

Isabel Allende -cuando le sacan el tema de la crítica de aquel tiempo- con mucha delicadeza dice que ella se debe a sus lectores y que a ellos les envía el agradecimiento, que lo que no le perdonaban es que vendiera libros, millones de ejemplares añado yo, y enseguida zanja el asunto. 

Es cierto que cuando Carmen Balcells, la sin par, su agente literaria y mecenas se interesó por ella y por su escritura confluyeron varias circunstancias: En España apenas se podía publicar a nuestros autores debido a la censura del gabinete del dictador, y posar la mirada en Hispanoamérica  supuso abrir todas las puertas de par en par, un filón, dado que entre los propios países de América del Sur los autores no se conocían ni leían sus obras mutuamente y por tanto no compartían lectores. 


Así se produjo el llamado boom literario latinoamericano. Isabel Allende vino después -era más joven- en la hornada del post boom, es cierto que al estar en el exilio y llevar el apellido del Presidente Allende –primo hermano de su padre- también provocó cierta aureola que le proporcionó buena acogida y curiosidad por las experiencias que pudiera traer y compartir.

La casa de los espíritus fue un acontecimiento, y Carmen Balcells que la acunó en sus brazos le dijo que se puede escribir un buen primer libro, pero que cuando se comprobaba verdaderamente la valía del autor era en las novelas siguientes, también le advirtió y previno -para que no se hundiera- con el vaticinio de que le costaría mucho más que a los autores masculinos ganarse el respeto y el prestigio con el que ellos contaban de antemano y apostó por ella con todas las de la ley. 27 piezas van ya, un éxito detrás de otro.

Tanto la vida como la literatura de Isabel Angélica Allende son fascinantes, y me extendería de buen grado sin parar de hablar horas y horas llena de entusiasmo, pero acotaremos con esta maravillosa muestra de su  extensa narrativa.

Hija de la Fortuna.

Mi sensación -al sentir por debajo de las frases y los pasajes y escuchar la composición de esta preciosa banda sonora- es la de estar oyendo una música en fuga, como el bolero de Ravel, a la que se van añadiendo más instrumentos cada vez arrimados y ensamblados a la hermosa melodía de base que sostiene la poderosa estructura. 

Nada menos que cuatro culturas se dan cita en ese pentagrama: británica, chilena, china y norteamericana, reunidas en el mismo momento histórico, sin que el lector quede abrumado por la enorme erudición de iceberg que subyace por debajo, las cuatro forman los pilares en simbiosis de un nuevo mundo en el que la autora nos descubre y desmenuza el verdadero espíritu de la libertad -especialmente la de las mujeres-, libres de convencionalismos, de clases sociales, de involuciones y encorsetamientos frente a la dureza de las circunstancias que obligan a actuar en esencia y en equipo, y nos cuenta cómo la fiebre y la avaricia del oro al final importan menos que lo que rodeó a esa quimera: la intendencia que llegaba por mar, gracias a la capacidad con visión de futuro empresarial de otra mujer que huyó de la reclusión de un convento chileno -esa vida era la que la familia reservaba para ella-, material para las construcciones, utensilios, herramientas transportadas a toda velocidad por el moderno y rutilante vapor del barco…

 Y así casi de forma inadvertida el objetivo secundario de los asentamientos y sus necesidades fue pasando a ser el primero y principal, más importante que la codicia del oro, las ciudades nacerían y se consolidarían para siempre con la rúbrica inamovible, tal y como  se asentaron en ese primer momento colonizador. 

“Donde hay mujeres hay civilización” vemos escrito en una de las páginas y “La gente con ideas originales siempre termina con fama de loca” pero no allí, allí, en ese mundo nuevo y sin hacer, esa clase de cordura valiente sí cabía.

No quiero llevar a engaño con este panegírico, la autora tiene juicio para todos y señala con perfecto equilibrio las grandezas y miserias de quienes poblaron aquel territorio llamado con acierto salvaje oeste, lleno de bandidos, abusos y bestialidades y configurado con lo mejor de cada casa, dicho sea con ironía.

En Hija de la fortuna vemos con claridad las constantes vitales de Isabel que la han acompañado a través de su escritura y durante toda su existencia: sus preocupaciones por cualquier forma de esclavitud, por la erradicación de las clases sociales y el elitismo despectivo, por la trata de personas, en especial de mujeres y niños, y hasta por las tergiversaciones del cuarto poder –tan vigentes todavía hoy, es curioso: las vemos exactas en Hija de la fortuna-. Pero sobre todo contemplamos su feminismo de raíz, que desde niña enarbola y abandera en lo más profundo de su ser, de su esencia. 

Isabel Allende suele decir que las mujeres solas son vulnerables pero juntas invencibles. Siempre ilustra esa afirmación alegando que a ella a lo largo de su trayectoria la han ayudado mujeres, y no hombres, las que contribuyeron a criar a sus hijos para que pudiera trabajar fuera de casa, su madre, su suegra, C. Balcells para que siguiera escribiendo…

Su oído social de avezada periodista siempre con el radar o la parabólica bien orientados, es un magnífico magma, la capacidad de análisis individual y colectivo -bucea a profundidades abisales-, la espiritualidad que envuelve su vida y la de sus personajes protagonistas en constante evolución, y que nada tiene que ver con las religiones usadas para someter, y sobre todo el amor como antídoto la convierten en una artista grande de enorme altura moral y ética que carece de vanidad.

Me asombra la nobleza de corazón de Isabel Allende al servicio de las buenas osadías. 

La Fundación Paula en memoria de su hija -que murió de una terrible enfermedad y tal vez de negligencia médica, de la que nunca se ha quejado, ni guarda resentimiento aunque sí el dolor de la pérdida, en un hospital de Madrid-, muestra su incombustible y positiva lucha. 

"¡Qué es lo más generoso que puedes hacer en este caso?" le preguntaba siempre su hija, psicóloga en una ONG. cuando su madre dudaba sobre como establecer el reparto de la ayuda.


Y su respuesta es y será continuar con el legado demostrando cada día que los medios de comunicación no dan fe de la cantidad de personas buenas que se dedican a remendar los rotos y los desaguisados de la maldad: niños separados de sus padres en la frontera de los Estados unidos, familias que aún no han sido reunificadas, pequeños que no conocen el idioma, que no saben en qué jaula están ni por qué. 

En fin…  Isabel Allende lleva consigo a Paula, es su ángel y la guarda y junto a ella tiene una voz poderosa y la sabe usar. 

Y su prosa tan perfecta como la de los maestros rusos, (esa comparación sólo se la he hecho a Almudena Grandes y a Isabel Allende) embellece nuestro mundo.

Me gusta cómo se maneja entre los dos ambientes: “Criadas y Señoras”, el de las cocinas donde se guisa el afecto a fuego lento y el de los salones donde se cuecen en su propio caldo las apariencias.

Además me ha ocurrido algo insólito, me dispuse a ver a través de Youtube todos los vídeos de entrevistas que Isabel Allende ha concedido a lo largo de su carrera y sin darme cuenta me encontré embelesada contemplándolos de nuevo por el gusto de estar en su compañía y sin sensación pasiva, me parecía que ambas conversábamos activamente y me surgían hasta actitudes protectoras, me veía con la mirada torcida y oblicua vigilando de cerca a los entrevistadores -sobre todo a los chilenos- por si tenía que salir a defenderla aporreando el teclado para sangrar algún comentario, también me surgió el temor infundado de que su último casamiento fuese o no un acierto, ¡qué cosas! Esas alertas sólo me asaltan cuando aprecio de veras a alguien.

Con razón dijo Paul Auster: “Un libro es el único lugar del mundo donde dos extraños pueden encontrarse en condiciones de absoluta intimidad”.

Para terminar añadiré que aunque no le deben quedar anaqueles para colocar tantos prestigiosos premios como los que ha recibido por todo el planeta me encantaría que le concediesen nuestro Princesa de Asturias. 

Un abrazo y hasta el próximo encuentro.

Pili Zori

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