LA EDAD DORADA
He terminado las tres temporadas. Es una superproducción espectacular del mismo creador de Downton Abbey, en esta ocasión sitúa la historia en Nueva York a finales del siglo XIX.
El elenco de actores y actrices es superlativo, podéis buscarlo en internet y así no llenamos renglones y más renglones con fichas técnicas y artísticas, y de paso veis las fotografías de los interpretes con su aspecto natural y actual. Y sí, Louisa Jacobson (Marian), es hija de Meryl Streep.
La serie, además del despliegue de documentación rigurosa, milimétrica y fidedigna en decorados, vestuario, arquitectura, carruajes.., para crear la atmosfera consigue que los espectadores nos encontremos inmersos en aquella sociedad de rancio abolengo encorsetada y enjaulada en su mareante baile, real y metafórico, de vueltas y más vueltas que giran siempre sobre los mismos anclajes, una "alta" sociedad pretenciosamente aristocrática que no quería saber ni admitir que comenzaba su decadencia.
El mundo nuevo y el viejo estaban en pugna con sus opresivas normas victorianas importadas desde Gran Bretaña, rebuscadas y retorcidas para construir seres exclusivos que a su vez excluían, aquella atmosfera represora y reprimida no se sostenía y fue inevitable la explosión bajo tanta falsedad.
La serie consigue plasmar con maestría en cada episodio la tensión latente de la amenaza de la caída.
A aquellos cuatrocientos escogiditos hoy casi nadie los recuerda, ni uno más ni uno menos, la cifra se debe tan sólo a que ese era el número de asistentes que cabían en los grandes salones de baile, pensados para que en ellos se vieran y se dejasen ver los negociadores de la vieja y nueva era que avanzaba imparable y arrolladora como un tren, nunca mejor dicho: ferrocarriles, minas, industrias..., y todas las empresas de servicios que se creaban alrededor, y por supuesto la Banca, crecida y engordada.
No bastaba el lenguaje del dinero que siempre se expresa por debajo de los mármoles y escalinatas de las grandes mansiones construidas con él, había además que exhibirlo y blanquearlo en alardes que otorgaran prestigio.
Las reuniones sociales a cargo de las mujeres, -siempre por delegación masculina, me temo-, propiciaban las relaciones y el tráfico de influencias dentro de las reglas no escritas que al parecer perpetuaban ellas. Pero los roles entre hombres y mujeres estaban acordados y repartidos.
Aunque la serie dibuje maquiavélicas y con voz propia a las esposas de los magnates no creo que la tuvieran, la generación siguiente fue la que rompió con tanta asfixia, como suele suceder.
No en vano la fragilidad de las tres décadas, en las que duraron las vacas gordas, queda en evidencia, de hecho la etapa no fue denominada como la edad de oro, sino dorada, por la fina pátina que cubría el oropel.
En este caso está más que justificada la trama decimonónica y el modo de narrar por entregas dejando en cada capítulo el detalle sin resolver que propicia la intriga que engancha para que quieras seguir viendo el siguiente episodio.
Hablo de folletín sin considerar el término de forma peyorativa, sino fiel al modo de escribir propio de la época al que el creador de la serie, guionistas y directores se han ceñido.
No puedo evitar que me moleste que la parte pérfida, manipuladora, fría y ambiciosa se la lleven sólo las mujeres de "poder" a las que siempre tiene que poner en su sitio el marido, cuando es obvio que ambos forman tandem y se necesitan para lograr la consolidación de la hegemonía que buscan.
Ellas se ocupan de las relaciones como eficientes anfitrionas, y ellos de los negocios, aunque en la serie las veamos como arribistas ambiciosas y manipuladoras sin escrúpulos. Son capaces de poner en el tablero a sus propios hijos para subir en el escalafón y asentar la preponderancia. Alegan que lo hacen así porque quieren lo mejor para sus vástagos.
La verdad es que resultan odiosas con sus cuellos estirados y el peso de sus collares estranguladores como argollas.
Aunque como veréis hay instantes en los que la señora Russell nos conmueve. Sus sentimientos nobles están muy escondidos, es cierto, pero los tiene, ella ama a su marido, considera que son equipo y desconoce que ha traspasado los límites.
Muchas personas conciben a los ricos como si nacieran así, forrados de dinero desde el origen linajudo de su estirpe, y dan por hecho que gracias a su magnanimidad hay trabajo, y que de ellos depende nuestro bienestar, pero las grandes casas las construyen también los arquitectos, albañiles y todos los gremios humanos necesarios, al igual que quienes fabrican los raíles y quienes los colocan en la vía.., no hay que olvidarlo porque partiríamos de una premisa falsa y el bienestar lo generamos todos y todos somos necesarios.
Como es natural esa época -de pelotazo enorme- también tuvo sus partes buenas ya que en un mundo nuevo queda todo por hacer.
De modo que las grandes fortunas dieron de sobra para mecenazgos, apoyo y fe en los inventos y sus patentes y sueldos mayores para los inmigrantes europeos.
Llegó la luz eléctrica que también transformaría la vida por completo, y alrededor de estas grandes ingenierías las ciudades se conectaron, las distancias se acortaron y los puentes eliminaron las discriminaciones ya que todos los cruzaban rompiendo así los guetos y apartheid al mezclarse entre sí, y el imparable nuevo mundo generó una prosperidad nunca antes conocida.
En mi opinión, y aunque me ha impactado mucho, vuelvo a repetir, el guión, por ponerle alguna pega, sin embargo me parece de trazo grueso y superficial, no profundiza, y a pesar de que el argumento está muy bien contado, lo hace de forma demasiado esquemática -dado que aparecen todos y cada uno de los acontecimientos de ese periodo-: los movimientos sindicales, las bancarrotas, el capitalismo a ultranza -por mucho que lo barnizasen con glamouroso humanismo-, incluye también a las élites negras afincadas en el norte con las mismas tontunas clasistas que las de los blancos, habla de los incipientes deseos femeninos de trabajar en algo que no fuera tan sólo peinarse, vestirse, decorar, chismorrear y dar órdenes a los miembros del servicio, muestra los divorcios, inevitables por mucho que doliesen las habladurías, evidencia la hipocresía de los convencionalismos insostenibles... En fin, deja todo dicho, pero no lo desarrolla, parecen titulares para trailer, la serie es de mirada exterior.
Admito que tal vez lo que ocurre es que echo de menos la introspección, y como aclaro y reitero a menudo mis impresiones son subjetivas, y quizá sobren estos matices que hago porque la serie es bellísima e impecable en todos los sentidos, pero, aunque las comparaciones son odiosas, no puedo evitar quedarme con "La edad de la inocencia", la película de Martin Scorsese tiene mucha más hondura, tanto en lo privado como en lo público, y la intimidad emocional está muy bien plasmada.
María Montesinos en su novela "Un destino propio" también refleja de modo magistral, en nuestro país, el mismo tiempo con iguales turbulencias y convencionalismos, además de adelantos y acontecimientos nuevos.
Es curiosa la conexión mundial. También en Comillas -como nos cuenta la autora-, se iluminó con luz eléctrica y por primera vez un hotel en el que se daría cobijo al rey, y allí se reunía la crème de la crème española con sus casamientos por conveniencia, el negocio del matrimonio era similar en todas partes, al igual que las férreas y fiscalizadoras costumbres. Al fin y al cabo: cadenas de hierro, cadenas de oro, cadenas de plata.
Mira que somos torpes y nos empecinamos en complicarnos la vida con ataduras, soberbias y vanidades. ¿Acaso alguien sabe definir qué es un buen partido y quién garantiza que de ello dependa la felicidad de una unión, de una familia?
No sé si actualmente seguirá habiendo equivalencias tan endogámicas, imagino que sí, pero al menos para nuestra generación, fue una suerte poder elegir pareja sin imposiciones y que aquel tiempo por fortuna se hiciera añicos.
Si tenéis curiosidad, hay documentales en youtube sobre las familias en las que se inspira la serie, existieron en la vida real, los Astor, los Vandervilt, los Rockefeller... Algunas de sus mansiones permanecen hoy convertidas en museos, hoteles o instituciones, como la Biblioteca Pública de Nueva York..., otras se arruinaron o destruyeron por abandono o porque su mantenimiento era imposible. Así, si viajáis hasta la Gran manzana -tras ver La edad dorada- podéis incluir como itinerario alguna visita a dichas edificaciones.
Es una obra preciosa, os la recomiendo. A ver qué os parece, y qué reflexiones, pensamientos y sensaciones os suscita.
Un abrazo, deseo que os encontréis muy bien en este caluroso agosto lleno de preocupantes incendios. Cada día tengo más claro que la naturaleza está harta de nosotros, la plaga humana, y nos quema, nos inunda o nos devuelve como un escupitajo las porquerías con las que le perforamos el cielo.
Cuidaos mucho.
Hasta el próximo encuentro.
Pili Zori
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