THE BEAR, serie de TV

Serie The Bear (El oso)

Es un homenaje impagable a las personas que hacen de la comida un arte.

The Bear es un restaurante familiar formado por un equipo que añade, acoge y fusiona, a miembros no consanguíneos que también son considerados familia, cada uno con su drama personal, con su necesidad de pertenencia y de aprobación, con la búsqueda de su lugar en el mundo, con sus miedos e inseguridades. 

¿La cocina como refugio?, ¿el talento como salvoconducto para ser aceptado fuera de él? La fragilidad está servida, el espectador decide y añade su aportación personal.

Como a menudo repito la verdadera fortaleza siempre proviene de la vulnerabilidad. 

La serie comienza siendo un caos que refleja como en un espejo cómo se sienten los personajes por dentro.

Parte de una familia un poco disfuncional en el eje alrededor del que giran: la madre (Jamie Lee Curtis, que borda el papel), tiene problemas de alcoholismo y algún trastorno. 

No sé si es que las madres de origen italiano son así de explosivas en Estados Unidos o que los escritores de cine y series las ven de ese modo cayendo en el arquetipo o incluso en la caricatura. Pero doy fe de que conozco a una mujer tan intensa como la que interpreta Jamie y lo cierto es que la clava.

En este punto haré un pequeño inciso, subjetivo sin duda, del que se puede discrepar, cada espectador tendrá su propio modo de verlo: desconozco si nuestras costumbres mediterráneas con respecto al núcleo familiar son tan distintas de las norteamericanas, o en el fondo no, y si salvo determinados matices podemos identificarnos con ellos o distamos completamente. Tal vez el cine y la literatura de allí retraten a las familias estadounidenses cayendo en el tópico de que son desestructuradas o disfuncionales para crear dramatismo y en realidad no es la tónica general, o por el contrario sí lo es y son un fiel reflejo de dicha realidad. No lo sé. 

El caso es que Estados Unidos es una nación enorme y los hijos -para realizar estudios superiores- han de despegarse del nido siendo todavía muy jóvenes, y la distancia geográfica marca y genera frialdades e independencias quizá prematuras, pero lo cierto es que en esta serie, como en tantas otras, el punto de vista elegido es el de los hijos con respecto a su madre que es la que peor parada sale -al menos al comienzo- a ella apenas la escuchamos, sólo la vemos reventar en una celebración familiar en la que llega al paroxismo e incluso estampa un coche contra la casa, pero no sabemos por qué está así, y en mi opinión el juicio es excesivo y sumarísimo, tremendamente duro contra ella. 

No olvidemos que Natalie y Carmi han perdido a un hermano por suicidio, pero ella a un hijo, y por muy virulenta que sea en cuanto a lo que ellos interpretan como toxicidad y afán de protagonismo en sus reacciones, por mucho que dé la nota y monte el número ello no les exime de ser crueles con ella también, perder un hijo de esa manera es una tragedia de las más duras que te puede traer la “vida”, y creo que no comunicarle ni siquiera que va a ser abuela, o que Natalie, su pequeña Sugar, la llame -como último recurso porque nadie más estaba disponible- cuando va a parir, como mínimo es de una gran impiedad, pero Donna Berzatto está ahí para ella, y siempre ha estado, ¿y él, Carmi, “Don si te he visto no me acuerdo y salgo huyendo”? tampoco se queda atrás.

Pienso que alguien les tiene que decir “bienvenidos al club, no resultáis mejores ni más víctimas que verdugos, porque brutos sois los tres, y adultos también, y el duelo hay que hacerlo en familia y no cada uno por su lado” pero bueno, necesitan su tiempo para enfrentarlo y es muy comprensible. 

La madre no se atreve ni a entrar en la inauguración porque teme que su presencia les agüe la fiesta, y no puede con la vergüenza de los malos recuerdos que parecen sentenciarla de por vida, mientras ellos, de nuevo, vuelven a pensar que los deja tirados, y así se justifican, pero ella sí ha acudido y en esa antesala acristalada Donna se entera de que su hija va a ser madre porque al yerno Pette Katinski (Chris Witaske) -el marido de Natalie- se le escapa, dado que no estaba al tanto de que su mujer no había compartido la noticia con la madre. Y así de dolorida se va esa mujer a su destierro personal. Pette llora con impotencia por ambas, todos los personajes son extraordinarios, sencillos y completamente creíbles.

 Y me pregunto ¿a ninguno de los guionistas les parece mal?, ¡hombre!, ¿cuánto ha de durar el castigo? Y ¿quiénes son ellos para tirar la primera piedra? Que esto no va de bandos ni de estar de parte de unos u otra, que están unidos como vasos comunicantes por la misma sangre.

Tranquilos que después se arregla.

Pero el debate que suscita es muy interesante. Y eso que Jamie tiene pocas apariciones, pero son estelares y de gran peso.

Si profundizamos en la relación madres e hijos -con otros personajes como el de Richie (Ebon Moss Bacharach, otra interpretación magnífica), la serie tocará lo paterno. 

Pero ahora estamos con la de Donna, Natalie y Carmi.


En la vida real y fuera de la pantalla -que también es otra forma de realidad-, comprendemos que madres e hijos, por encima de todo, quieren proporcionar bienestar, felicidad, alegría y naturalidad mutuos, pero con la experiencia de los años y escuchando mucho a mujeres de nuestro club de literatura, de diferentes edades, he comprendido a lo largo de mi existencia que todas, absolutamente todas las relaciones materno filiales tienen esos matices ocultos y ambivalentes -más grandes o más pequeños- en los que a veces se ama con sentimiento de culpa o de deber y no espontáneamente, arrastrando roces y teniendo cuidados, y es que es ley de vida, necesitamos algunos enfrentamientos para crecer fuera del nido y aunque el rechazo duela es necesario, todos somos hijos y como es lógico nuestros padres son el punto de partida. El lado extraordinario de este asunto es que el amor siempre sale a flote y triunfa, por ello aunque Natalie durante el parto suelta coces humillantes termina abrazada a su madre y ambas reciben el consuelo mutuo y la reparación.

Cuando tuve a mi primera hija, en las clases de “parto sin dolor” nos hacían hincapié en que no teníamos que estar enmadradas, y no habrá cosa de la que más me arrepienta en esta vida, que de aquel rechazo tan equivocado. Menos mal que lo compensas de inmediato porque la necesitas y mucho, y ella te necesita a ti y se pone a tu servicio aunque seas engreída y te creas más moderna, pero no des ni una en el clavo. Para la segunda ya sabía todo lo que tenía que saber. 

Hace unos días vi una de esas frases interrogativas que aparecen en Facebook de vez en cuando sobre llamativos fondos de colores, preguntaba que con quién querrías hablar -si pudieras- durante un rato sentada en un banco, de inmediato expresé: con mi madre, pero sin decir nada, sólo estar a su lado. 

Según mi criterio, no siempre hay que hablarlo todo, con algunas personas se puede, con otras es contraproducente, la sabiduría es aprender a distinguirlas y entregar palabras a unos cuando hace falta y hechos a otros cuando los necesitan, pero no siempre se está receptivo. 

Carmi también cocinará para su madre finalmente y ese es su mejor discurso, su máximo regalo.

La serie plantea además debates diversos como el de hasta qué punto la humillación de los maestros es eficaz para crear a un gran chef, aunque destruya por dentro, al menos a mí me parece nefasta la falta de asertividad, Carmi tuvo uno que fue un sádico, por suerte y como contrapartida, en otros capítulos salen ejemplos distintos de grandes mentores que le transmiten su saber como es debido, con afecto y sin situarse por encima. La cocina requiere humildad para ser grande, puesto que las elaboraciones son caprichosas y no salen siempre óptimas o superlativas, y tanto en ella como en cualquier otro oficio debemos preguntarnos si nos estamos dedicando a dichos trabajos por los motivos adecuados o por los equivocados, hemos de saber quiénes somos, lo que queremos y para qué servimos, y subrayo el verbo servir que es para lo que estamos en el mundo y no para mandar que es muy distinto a dar instrucciones, pautas, normas o consejos. 

No es fácil encontrar tu pequeño lugar en el planeta, y al igual que todos nosotros, los protagonistas de la serie lo están buscando, la decisión que toma Sidney (Ayo Edebiri) la jovencísima mano derecha de Carmi es muy difícil, a un lado de la balanza el nombre propio, al otro el corazón y el sentido de pertenencia en el equipo remando a favor. Pero la toma. Tendrás que descubrir cuál es.

Carmi los envía a todos a los lugares en los que él aprendió y Richie queda deslumbrado y se le derrumba todo el rechazo simplon que tenía al llamar niñato pijo a Carmi, es conmovedor como allí descubre lo que quiere ser y para lo que tiene cualidades, es un extraordinario Maître en sala. 

Tina es el ejemplo de que en cuanto te dan oportunidades te desarrollas, necesitas la ayuda de los otros y saberla recibir, en cuanto deja de sentirse amenazada echa a volar.

 Lo mismo ocurre con Marcus y su desarrollo en repostería, que se convierte en un auténtico mago, con el sommelier y con todos. 

No hay personajes secundarios aunque sean de corta aparición, y son preciosos, bellísimas personas, perfectas en su imperfección.

El perdón todo lo borra, y hay vida de sobra para arreglar averías, carrocería y motor.

Al comienzo la serie es caótica, y los matarías, pero poco a poco y al ritmo lógico vamos conociendo las razones de cada uno y por qué son como son, de donde vienen, sus temores -todos nos aferramos a nuestros pequeños mundos y rutinas conocidos aunque sean perjudiciales porque la costumbre es un lugar seguro-, son seres individuales en evolución que a su vez han de ensamblarse, crecer y desarrollarse con el grupo y aprender adaptación y empatía hacia los demás. 

Los guionistas han dibujado a personajes conmovedores e inolvidables, a los que quieres incondicionalmente, un grupo de personas buenas, que meten la pata hasta el corvejón, pero también saben sacarla del barro aunque sea con dificultad y torpeza. 

Jeremy Allen White (Carmi) está sublime en el papel principal, es hipnótico con esos ojos de zafiro azul que parecen cristal de murano, aguanta el primer plano como pocos actores consagrados y dice mucho más con sus elocuentes silencios y en su papel introvertido que si hablase a borbotones sobre sí mismo y todo lo que le atormenta. Es un actorazo con mayúsculas, y tiene encuadres dignos de Botticelli, de hecho físicamente parece un florentino del quattrocento. 

Si hay algo que me encanta de la serie es que son actores y actrices cuya belleza se sale de los cánones y sin embargo el atractivo y la armonía que desprenden son descomunales. Gente que enamora y mucho, han sido escritos con un amor inmenso, e interpretados dejándose la piel, no voy a nombrar a todo el elenco, pero me descubro ante ellos, incluso ante los aparentemente secundarios -ya he dicho en renglones anteriores que no hay papeles pequeños- algunos están creados para la distensión, pero su comicidad no es irreal, hay mucha gente como Neil Fak (Matty Matheson) o como Tedy Fak (Ricky Stafieri) el amigo, son personas así de ingenuas que también encajan y hacen felices a los demás con sus sencillos códigos éticos de amistad y amor.

Por ponerle alguna pega diría que sobra que se pregunten tantas veces los unos a los otros si están bien, pero es otra de las características del cine americano que nunca he comprendido, pues ¿no estás viendo que llora o vomita?, ¿cómo va a estar bien? Pero tal vez lo que quieran decir con el interrogante es que si pueden con ello, si aguantan, si lograrán recomponerse solos o necesitan ayuda de la índole que sea. No lo sé. Personalmente creo que esa reiteración empobrece los diálogos que por suerte salvan los actores y actrices con la lograda interpretación de los gestos y el objetivo de la cámara captándolos como un microscopio en milésimas de segundo. ¡Qué buena dirección!        

En la serie contemplamos la comida como la metáfora más real de la vida: elegir ingredientes -desde su origen- en el huerto, comprender para qué sirven y elaborarlos para nutrir con afecto a los demás añadiéndoles la magia y las sorpresas que requieren las celebraciones, diarias o especiales, en ese paréntesis de la azarosa y dura existencia cotidiana. 

Es una conmovedora clase de belleza que no consiste en engullir con rapidez por falta de tiempo, sino en saborear con la vista, el oído, el olfato, el gusto, el tacto, y la memoria.

El chef cocina para el paladar más sensible o para el menos desarrollado y sabe que su comida –un arte efímero- no es el ingrediente principal, es consciente de  que el protagonismo lo tienen las personas que acuden a su local para celebrar entre ellos, para enamorarse, para consolidar relaciones, para no sentirse solas, para cargar las pilas de la alegría, para cerrar negocios… Y en ese delicado equilibrismo el restaurante al completo intenta encontrar la armonía y generar los bonitos recuerdos en los que cada segundo cuenta, para que los platos lleguen a la mesa en el punto de calor o frío exactos, preciosamente presentados, apetecibles, y se entreguen sin errores a cada comensal.

 Pocos oficios dependen tanto del prestigio que los clientes le otorgan cuando se les trata como a invitados de la casa, como a familia muy querida. 

Pero con independencia del precio que al final figure en la cuenta, el trabajo es tremendamente sacrificado, y a menudo ni agradecido ni pagado. 

Claro que también hay mucho prepotente advenedizo ahora que está tan de moda innovar a toda costa. Y no se trata de realizar experimentos a riesgo de que no gusten, sino de conseguir variantes a ser posible deliciosas que armonicen entre sí y guarden equilibrio.  

Algunas personas tienen el don de conseguir la magia ¡Sí chef! y alrededor de ellas gira toda la maquinaria de la trastienda: La cocina, lo que los comensales no ven desde el relajado y bello salón del restaurante, humilde o prestigioso, pequeño o grande, moderno o rústico, tradicional o innovador…

Pero a su vez también están los equilibrismos que hay que hacer en el alambre, puesto que todos los miembros son fundamentales: quien friega los platos, quien coloca los manteles, dobla las servilletas, marida los vinos…, hasta que llega el producto terminado a las manos de los camareros y se deposita con finura en la mesa y finaliza con el broche de oro que es el postre, todo ha de funcionar como un mecanismo de reloj suizo sin que se rompa ni un solo eslabón en el engranaje.

El equipamiento es costoso, las cocinas han de brillar con limpieza de quirófano para el visto bueno de Sanidad, y la brigada suele ser numerosa para que los servicios conjuguen, y todo ello se traduce en contratos y sueldos: espacio, decoración, mobiliario, maître, sommelier, camareros, cocineros –cada uno en su estación, en su puesto- compra de producto fresco en el mercado… y hay que sortear escollos para cubrir gastos, agua electricidad.... y obtener ganancia a ser posible, pero a costa de ser enterrados en vida por la pasión de estar siempre con la cerviz inclinada sobre el diámetro del plato que ni siquiera sabes si apreciarán los agasajados que no te ven, ni tú a ellos. Y cada segundo cuenta. 

No, no es precisamente un negocio que arroje ganancias-por mucha apariencia que tenga, de hecho algunos no mencionan la dichosa estrella para no tener que mantenerla y poder atraer así a clientes asiduos de solvencia normal. Otros matan por participar en los realities televisivos que tanto daño hacen a la profesión, pero así se ganan el pan por mucho que presuman después en sus locales. 

Tengo noticia de uno de los grandes que cambió el restaurante de su propiedad por una caravana adaptada para servir sus deliciosas comidas.

La serie está filmada con el lenguaje, la atmósfera y el ritmo trepidante que forma el conjunto, y al mismo tiempo se escucha como fiel reflejo el interior anímico de los protagonistas que a veces entra en ebullición y se arrebata, hierve y hasta se quema, y otras ha de cocinarse despacio y a baja temperatura. 

Lo que más me gusta es que discuten como salvajes, pero se quieren digan lo que digan los demás, y saben que su afecto es irrompible aunque tengan que corregirse en las formas, pero no en los fondos, como veis una vez más vida y cocina son lo mismo: buenos o malos fondos sobre los que ofrecer las mejores viandas.

La fotografía eresulta bellísima, es evidente que han captado el espíritu en fusión y la atmósfera y le han entregado toda la dignidad que merece la profesión.

The Bear se desarrolla en Chicago y aunque salen tomas de enorme belleza sobre la noche enjoyada de brillos y luces he echado de menos más panorámicas de esa ciudad tan monumental envuelta en sonidos de blues.

Quedo a la espera de la quinta temporada con el deseo de degustarla poco a poco y comprobar que todos y cada uno de los personajes son felices, especialmente Carmi.

P. D. 

Mi novela inédita “Con cobertura de blues” también va de comida y amores difíciles, amistades complicadas, barrios altos y bajos, pobreza y riqueza, adicciones… policía e incluso narcos, parte de ella se desarrolla en el sur de los E.E. U.U. pero todos comen al menos dos veces al día.

Contemplar The Bear la ha refrendado, y al igual que la serie tiene un enorme trabajo de campo en la documentación. Puede que decida que de algún modo vea la luz y la rescate de su siesta como a la bella durmiente. 

Perdón por el “Yo he venido a hablar de mi libro”, pero se lo debo. Porque sí tuve visión de futuro ya que después de escribirla proliferaron los programas gastronómicos como setas por todas partes, y es justo decirlo porque Con cobertura de Blues no va a rebufo sino que en cierto modo se adelantó y fue pionera, al menos en el telón de fondo, la trama y la historia es un entrelazado de vidas cruzadas que finalmente se conjugan, y de segundas oportunidades aparentemente imposibles.

Un abrazo

Pili Zori

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