"Los peces no cierran los ojos" de ERRI DE LUCA

 Los peces no cierran los ojos, de Erri de Luca.

Una bellísima, singular y asombrosa novela intimista cuyo genuino estilo no se parece a ningún otro. Las páginas nos hablan de los descubrimientos y transiciones de un niño hacia la adolescencia que a veces van más adelantados que el cuerpo y la mente, de ahí la distorsión, el descontento, el desconcierto. Tomar conciencia de lo que ocurre a tu alrededor, en el exterior, es doloroso cuando eres un crío y aún no tienes palabras para definirlo.

El sonido y la brisa de la playa nos envuelven como metáfora real de un tiempo en el que los juegos de la infancia tenían más que ver con el aprendizaje que con lo lúdico, los niños no eran reyezuelos a los que había que complacer, sino enseñar y transmitir las reglas de supervivencia de un oficio ancestral, su amigo el pescador le ayuda a comprender y a respetar el agua.

“Los pescadores actuaban a olfato libre en dirección al mar, ninguno usaba gafas”. 

“El pez hurtado al bolsillo del mar”. Describe en otro pasaje, la imagen es bella además de tener un significado exacto.

Cuánta poesía en cada frase. En cada verso, diría yo con la osadía de atreverme a contaminar la magnífica prosa de E. de Luca tan entrelazada de lirismo.

En las escuetas y condensadas páginas, 128 exactamente, sin que sobre ni falte una sola palabra, cabe toda la densidad de una vida plena y entera, la de este escritor que además es alpinista y que ha de dar pasos certeros porque ante su frente tiene la escarpada pared de la montaña y bajo sus pies el abismo. 

La novela comienza con un salto hacia atrás de cinco décadas desde el tamiz de la nostalgia, desde la bruma de la memoria, y aunque no nos dice el nombre del protagonista sabemos que se trata de él con diez años en un inolvidable verano en la isla. 

“La isla era de mi talla, como el Mediterráneo que es grande pero está contenido en el regazo de las tierras”.

Se dice, de este buscador del significado de la palabra precisa, que es un poeta que escribe novelas. Ya se preparaba -sin saberlo, cuando siendo un niño le apasionaban los crucigramas- para construir con cada frase elegida los firmes edificios de sus universos. 


Al mismo tiempo su cerebro se configuró con cada una de sus destrezas: la precaución de pisar en el sitio adecuado para no caer desde la montaña influye en el modo de usar la mente con cuidado y precisión, también trabajó como albañil, moviéndose por andamios, y alturas que como al Barón rampante de Italo Calvino, le daban distintas perspectivas personales y sociales, y construyó la casa en la que vive con sus propias manos, y el ajuste de las piezas para coches en la Fiat se refleja -probablemente sin que él tenga consciencia de ello- en la poderosa estructura y en el mecanismo de su escritura, todo suma, nutre y forma más simbiosis de la que somos capaces de percibir.

En Los peces no cierran los ojos he visto cada una de las claves de los comportamientos y creencias posteriores del autor: pacifista que no cree en el ojo por ojo, como le asegura desde sus diez años a la deslumbrante y enigmática niña que vino del norte y que valoraba las reglas humanas comparándolas con las instintivas del mundo animal. Creo que ahí se puede desarrollar un buen debate. 

En mi opinión los animales tienen lenguaje, pero no escritura para plasmarlo. ¿Tal vez poder leer y escribir nos convierte en humanos?, el lector tiene la palabra. 

La insólita y bellísima descripción sobre como descubre el amor por ella es incomparable, esa imagen del helado derretido mientras la contempla y respira el aroma a almendras de la crema bronceadora que le protege la piel y cómo se bebe las palabras femeninas, hace que quien lee deduzca que Erri de Luca la buscará en otras durante toda su vida sin hallarla en ninguna, nunca más después de ese revelador verano volvería a verla, y la imagina como adulta defendiendo a las ballenas, de hecho es un hombre soltero y le habría gustado formar familia, sin embargo él no cree en el odio ni en la vendetta, pero le impactará para siempre cómo ella entiende la equidad y la llevó a la práctica durante aquel verano, equilibrando la balanza con el ejemplo de su justicia poética. El lector tendrá que adentrarse en las páginas para ver de qué forma lo consigue, la sutil hazaña produce otro debate profundo sobre acción o manipulación, dominio o capacidad de decidir. 

En una manifestación hay que poner el cuerpo desarmado y recibir los palos –si se da el caso-, el protagonista fue a pecho descubierto a cobrarlos cuando le destrozaron con su brutal paliza aquellos tres chicos que peleaban por la misma hembra a la que él trataba sin embargo admirando su libertad y sin un ápice de deseo de posesión. En su vida adulta también recibirá golpes en alguna protesta.

A los diez años, reitero, el cuerpo de un niño es un misterio que no va en consonancia con su tamaño ni con su mente, hay diferencias abismales entre la madurez de distintos críos con la misma edad, las chicas pueden dar miedo, los cambios físicos causan extrañezas de apéndices, protuberancias y pelos extraños en lugares de la piel en los que antes no estaban. 

La infancia cuando se asoma al exterior a menudo es dolorosa por lo que ve en el entorno, y lo que ocurre dentro de ese espacio impacta, los sentimientos que se estrenan son poderosos y todavía indescifrables, sólo sientes. Creo que tras las primicias de esa etapa ya sólo llueve sobre mojado porque en realidad te estás limitando a comprender y desarrollar esos primeros efectos del dulce llanto interior que más tarde te dibuja en el recuerdo con ternura la sonrisa. De la niñez partes y a ella vuelves, tanto si te la han truncado o robado como si has podido vivificarla a pesar de los pesares y disfrutarla en alegrías.

Vemos como el pequeño protagonista lloraba a menudo en su ciudad, y también cantaba para mitigar la agresividad del ruido externo. En la isla no llora. 

Las páginas nos hablan de introversión y nos hacen entrar en ella para que la experimentemos, de adaptación o inadaptación al medio, de la historia de los anónimos:

“Habíamos nacido después de la guerra, éramos la espuma que queda tras la marejada”.  Sus padres fueron supervivientes.

La infancia es dura incluso dentro de una familia amorosa porque hay que salir de la crisálida rompiéndola y tomar conciencia del mundo exterior que para algunos niños es hostil y agresivo.  

Este libro nos recuerda a la niña o el niño que fuimos si es que no hemos sabido conservarlo en nuestro interior, y nos lo recupera. 

Para Erri de Luca lo importante de un río no es su caudal -cargado de experiencias en el recorrido hacia la desembocadura- sino su nacimiento.  

De Luca es autodidacta, parece que en Italia el elitismo no empaña el talento, nuestro país -en este periodo y en mi opinión, subjetiva, naturalmente- mira primero la etiqueta y la red de amistades cercanas a la profesión, ni soñar con ojeadores si no andas pululando cerca, y no me refiero al lector sino a quienes han de dar paso para que las obras suban a los anaqueles de librerías y bibliotecas. 

Nunca he apreciado a quienes valoran tu obra tras el premio –aunque también se agradece- puesto que el autor o la autora son los mismos que eran antes de recibir dicho reconocimiento y escriben igual. 

A menudo repito como ejemplo –a riesgo de resultar pesada- que nadie le pregunta a Eric Clapton si es músico de oído o de conservatorio porque lo que importa es el resultado. La inspiración escoge a quien quiere, después el ego se atribuye el mérito, pero el artista tan sólo es su instrumento. 

Clapton es Dios, dicen, y yo matizo: no es Dios, pero tal vez hable a través de él, sin importar si es creyente o no.

Erri de Luca no pasó por la universidad, fue obrero de la construcción, trabajador de la Fiat, como ya he adelantado en renglones anteriores, camionero…, militó en el partido político Lotta Continua y en la década de los años setenta del s. XX lo abandonó, desconozco si por decepción o por buscar otras vías para proporcionar ayuda, porque incluso recientemente compró un camión y junto a un amigo se presentó en Ucrania para llevar ayuda humanitaria como hizo en otras lides. 

“Eran tiempos en los que se distinguían las partes y con cual estar”. Se lamenta. 

Sí, estoy de acuerdo con él, ahora todo es más confuso.

Aprendió ruso por su cuenta, y yiddish y hebreo, para traducir la Biblia. Es curioso el interés erudito y ejemplar de los ateos, a los creyentes les basta con la fe.

Considera que la justicia es un sentimiento instintivo, innato que no tiene que ver con la legalidad, los niños exclaman “¡no es justo!”, y cuando pronuncian la queja, en efecto no lo es. 

Comenzó a escribir a los cuarenta años, sus obras suelen ser “cortas” en esta etapa de nuestra vida lo breve es la tendencia, hubo otro tiempo en el que crear de forma autobiográfica estaba mal visto, se consideraba falta de creatividad, ahora hablar de uno mismo es más valorado, incluso se utilizaba como arma arrojadiza contra escritoras para alegar que sólo éramos sentimentales y carentes de imaginación, no sé en quien pensarían, en Ana María Matute no, desde luego.  

En cualquier caso, como decía Almudena Grandes ¿qué es lo autobiográfico?, ¿lo vivido, lo pensado, lo soñado?... 

A mi criterio lo autobiográfico es el enfoque, la mirada, tu forma de comprender la existencia, de levantar un mundo y colocar en él a habitantes creados bajo tu peculiar punto de vista y darles el soplo de la vida. 

En cuanto a tendencias ¿quién nos iba a decir, hace tiempo, que nos parecería bien calzar deportivas con un traje de chaqueta?, las modas cambian y ahora toca “basado en hechos reales” por lo visto tienen más tirón ese tipo de narraciones que antes estaban más denostadas.

En Los peces no cierran los ojos, la acción se produce en el tumulto interior del cuerpecillo y la psique del muchacho protagonista. Es una novela iniciática, de descubrimiento, de aceptación de sí mismo, aunque en otras ocasiones he expresado que en literatura el concepto biografía no es relevante puesto que en el momento en el que decides hablar de unos hechos, vivencias, sentimientos, sueños, pensamientos… y omites otros, cualquier relato que hagas pasa a ser ficción y lo que sí importa es que estés entregando Literatura con mayúsculas, y si inventas o no, da lo mismo porque forma parte del hermoso juego creador. La gracia consiste en que con las mismas piedras preciosas puedes diseñar collares distintos, hablo de estilo, y de forma y fondo, ambos se unen, y en ellos se asienta el contenido y varía el grado de dificultad y belleza, la que alcanza Erri de Luca es sublime y su pálpito conecta directamente con el latido del tuyo, y entonces el puente anímico de corazón a corazón está servido.


Subrayo de nuevo -porque es importante- que el autor cincuenta años más tarde parte de los recuerdos de un verano en la costa en el que el protagonista tenía diez. Cuando a la edad se le añaden por vez primera las dos cifras se acaba oficialmente la infancia, nos dice. 

Sentí un escalofrío porque también tengo en una novela mía la misma reflexión, y es que he conectado muy estrechamente con el escritor en la esencia y también en muchos pasajes, y transitar sus páginas me ha conmovido y provocado un cariño enorme hacia él.  

En alguna entrevista de las muchas que le hacen le he escuchado explicar –os pido perdón por no citar textualmente- que considera que si tienes un libro entre las manos estando preso en una celda, de inmediato se rompen los barrotes y el techo se abre para mostrar el firmamento y entonces la verdadera libertad es imbatible. 

De luca afirma que escribe para hacer compañía y que leyendo, él también la recibe. 

No es la primera vez que digo que la literatura es un refugio del que sin duda vuelves siendo mejor.

En la página 17 contemplamos su amor por el lenguaje en sí mismo, no sólo como herramienta: 

“Bajo el aliento ponderado, las letras temblaban relucientes como lo hacen las lágrimas y las brasas”.

Recuerdo cuánto me gustaba ver a mis padres escribiendo con aquella cursiva hermosa, parecía que dibujaban o pintaban preciosos arabescos. Hay tantos hallazgos que terminamos por realizar automáticamente y que sin embargo son milagros…

Algunos lectores piensan que los libros en los que aparentemente no sucede nada fuera de lo cotidiano, no son relevantes y sin embargo van cargados de esa clase de acción que alberga las tormentas interiores que describen los orígenes de la pasión, que nos explican y hacen que nos comprendamos, que sepamos de dónde venimos y hacia dónde vamos, porque tal y como el autor exclama “Hay frases sísmicas” y añado: frases sísmicas que te dejan marcado y estancado para siempre, o que te revolucionan y cambian tu destino.

Con pinceladas certeras y escuetas nos adentra en su mundo, siguiendo un orden precioso que estoy desbaratando, como por ejemplo cuando nos habla del instituto de enseñanza:

 “Masculino y femenino exasperaban sus diferencias para gustarse”. Doy fe, en la piscina cubierta escucho en el vestuario a menudo a las adolescentes que se entrenan, y sus elevados tonos de voz siempre me parecen impostados, pero al leer a Erri de Luca he comprendido el por qué de su exasperación, dentro, en la alberca olímpica están los chicos.

O cuando vemos en el libro que tener papel secante era artículo de lujo. Son detalles que no pasan inadvertidos ni están puestos de relleno para describir, el subliminal es de suma importancia.

Nos presenta a su hermana, competitiva y beligerante y por tanto popular, ella sabe manejar las reglas de dominio o poder. Él se mueve mejor en la introspección y la soledad.

Califica Nápoles como “el circo más grande del mundo”. Y “Ser napolitano, como lastre o salvoconducto”. 

No quiero prejuzgar añadiendo que en Nápoles se dio el origen de la Camorra, pero sí es un sedimento que está presente en los ancestros, de ahí la reflexión del autor: lastre o salvoconducto. En cualquier caso dichas palabras sólo tiene derecho a pronunciarlas un napolitano que ama a su tierra en todas sus cualidades, pero no generaliza sus defectos, como nos pasa a todos los demás en nuestros países, por desgracia la camorra no es patrimonio exclusivo de ninguna tierra sino un lastre marginal.  

En otro párrafo -en el que esta historia tan bien ensamblada fluye y se desliza como barca que se adentra en el mar- nos explica que él no comprendía las matemáticas y aunque brilló después en otras áreas se quedó para siempre con su sentimiento de inferioridad: 

“Ninguna habilidad en nada ha podido corregir la noción de escasez que tengo sobre mí mismo”.

 A mí me sucedió igual y encima asocio las matemáticas al dinero que tampoco entiendo fuera de los apartados rudimentarios para ahorro y gastos, y dicha carencia también marcó en mí un complejo de inferioridad mal disimulado que nadie me atribuiría.

Dentro de las páginas, y vuelvo a pedir perdón por el despiece, hay una frase muy importante que me dejó inquieta y que permanece en mí: 

“Los remordimientos no atormentan a quien se sale con la suya”.

“Con los libros de mi padre aprendí a conocer a los adultos por dentro. No eran los gigantes que pretendían creerse. Eran niños deformados por un cuerpo voluminoso. Eran vulnerables, criminales, patéticos y previsibles. Podía anticipar sus gestos.

“…Decían palabras que no mantenían”

Cuando eres niña te das cuenta de que los mayores son volubles y esa certeza resquebraja la confianza que tienes en ellos y en su palabra, y agrieta el suelo bajo tus pies.

Se quejaba de Cervantes porque hace que muelan a palos a su personaje, para mostrarle la miserable realidad, pero consideró que Quijote tenía razón. Esa mirada infantil hacia las intenciones del autor sobre el personaje ya se anuncia como la de un escritor. Sólo un pianista entiende a otro porque conocen la técnica, los espectadores se conforman con disfrutar de la música que ellos ejecutan.

El cine neorrealista le regaló un espejo en el que reflejarse, nos ocurrió a todos, de Italia vino ese modo de mirar al pueblo en el que también cupieron todas las fantasías, el amor y los desvelos de las películas lujosas.

Escuchamos como balance un lamento muy arraigado y profundo sobre sus padres que sí tiene más que ver con el verdadero remordimiento: 

“Ellos fueron mi gente, pero yo fui poco y mal la suya”. Tengo la sensación de que ese pesar lo tenemos todos.

“El idioma es la última propiedad de quien se marcha para siempre de su tierra". Su abuela, la madre de su padre, era norteamericana. 

No hay frase en Los peces no cierran los ojos en la que no tengas que detenerte para meditar sobre ella.   

“La riqueza engalana espacios que luego deja vacíos”.

“La inutilidad del odio y de la sangre”.

“Fui un niño malcriado por el aislamiento”. 

Pienso en esta novela como en una declaración de principios, un legado impagable, del que estaría hablando lo que me queda de vida, pero hay que terminar aunque sea por hoy con el punto y seguido como esa Y con la que continuaba el pescador la conversación donde la habían dejado de un día para otro y así poder proseguir. Aquí utilizamos el "Decíamos ayer" que se le atribuía a Fray Luis de León y que por lo visto nunca pronunció dichas palabras, pero se han quedado y el homenaje tampoco estorba.

Y por ello como broche final de orfebre enmarco éstas:

“Hoy pienso en un tiempo final en común con una mujer con la que coincidir como lo hacen las rimas, al término de la palabra”. 

De todo corazón se lo deseo.

Gracias por tanta belleza y hondura, Señor de Luca.

Un abrazo y hasta el próximo encuentro con los libros, el cine o las series. Deseo que paséis un verano feliz. Cuidaos mucho. Gracias por las visitas.

Pili Zori