CUADERNO DE NOTAS: Celine Dion

 Cuaderno de notas.

 (A caballo entre artículo y relato inspirado en la "realidad" y plasmado en la ficción para buscar la empatía. "Artirrelat").

***

ÁRBOL PARA REGALO.

Luz se acomodó en el banco del parque alargado que formaba pasillo entre la carretera general y su barrio, el carril de color granate semejaba una alfombra con pespunte. Hacía calor, no circulaban bicis.

Unos cuantos pasos y ¡hale!, ¡a sentarse!, ella que trotaba o iba al galope hasta hace cuatro días como Correcaminos, sólo le faltaba el ¡mic, mic!

El bastón la imitó apoyando la nuca entre asiento y respaldo, terso y brillante como un tobogán para gorriones, todavía poco experimentado y con riesgo de provocar la zancadilla a algún atleta despistado, ¿hacia delante?, ¿por detrás?, ¿tumbado en el trozo de banco libre?, ¿cuál será la posición correcta? 

¿Hasta cuándo? ¿Acaso habrá un hasta cuándo para guardarlo definitivamente en el paragüero? 

Complicaciones novedosas en tiempo de mala adaptación en el que lo nuevo no termina de ser bueno -se dijo con las piernas extendidas para no dibujar el cuatro con el cuerpo-, ¡qué número más tonto!, el de los suspensos, el de sentarse en un coche tras haber trazado la semicircunferencia dolorosa, el giro insufrible, y la nalga en vilo hasta que cae y se desploma contra el asiento bajo, y a tirar del muslo que se queda fuera, alehop, y para salir, buff... 

En fin, eso sí que es montar el número, yo que emergía de los automóviles a taconazo limpio -elevó los hombros- y ahora los palmípedos pies juaneteros cruzados en aspa, con zapatillas muy, pero que muy blandas, sí, ese movimiento sí podía hacerlo, antes no, cuando ya hizo crack la rodilla izquierda por tanto cojear por el lado derecho a causa de la mordiente cadera, a rastras, sin saber cuál era más de palo, si la pierna o el cayado, que no callaba azuzando en su aparatoso protagonismo el interrogatorio.

-¡Uy!, ¿qué te ha pasado?, ¡pero si eres muy joven todavía!, pues a la mujer de fulano la han tenido que llevar a una residencia porque, a ver, sin poder andar. 

Gracias, por los ánimos, oye -musitó el pensamiento tras la sonrisa forzada.

¡Ay, garrote pa mí!

¡No, no! -se apresuró a espantar la imagen- eso no hay que pensarlo porque dicen que el cerebro no entiende las ironías quejumbrosas y ambivalentes y se lo cree todo y entonces va y te agarrota más todavía el muy mamón mientras alega que se lo has pedido. Si ya estoy mucho mejor, no hay que ser aprensiva -se regañó.

Prometo que si salgo de ésta me llenaré de escamas en la piscina hasta que los pies se me queden como pasas. 

¡Anda! Lo mismo en otra vida fui sirena, la vieja sirena, ja, ja, ja, me miraré para ver si me sale cola bífida una de estas noches mientras duermo, si es que duermo.

A lo mejor es eso: que me estoy convirtiendo en un delfín, iba a decir cachalote -amortiguó la carcajada-, porque una cosa es hablar sola y otra muy distinta reírse sola sin el tfno. a la vista como quien se va a comer una tostada, y no quería dar miedo a los transeúntes, aunque no pasaba ninguno.

La nariz absorbió el aire en un agradable suspiro sonoro, relajado y tranquilo y de súbito, Luz contempló el árbol de enfrente -como si fuese una aparición aleccionadora- y se olvidó  de sí misma, ¿cómo había pasado inadvertido hasta ese momento si llevaba ahí... toda la vida de ella?, ¿más vidas? 

Un tronco hermoso, lleno de trencadis monocromático en marrón, de llaga profunda que recorría en filigrana la madera del robusto, inabarcable y majestuoso cilindro. 

-Mira tú, para ser árbol sí está bien visto ser gordo -se burló. 

Después acarició con los ojos, los nudos y las cicatrices y amputaciones de otras podas y recorrió con la mirada las ramas retorcidas, dando sombrilla de hojas ventiladoras, o sombraza -corrigió. 

La interrogación mental telepática casi fue audible por conmovida.

¿Y a ti también te duele tanta artrosis, en esta arboleda perdida? Pobrecico mío.

Volvió a pasar las yemas de los dedos en caricia imaginaria por esas acorchadas venas al aire.

 Seguro que sí, y no te puedes mover ni decirlo -chasqueó la lengua contra los dientes- sí, estás vivo, cómo no te va a doler, o te habrá dolido, y encima te morirás de pie... sin decir ni mu. 

Los iris se anegaron, la sal líquida escocía. 

Perdona, no quería decir eso -bajó los párpados y en un impulso se levantó sin coger el bastón, apretando las palmas contra el asiento, y sin importarle el qué dirán -que tanto le había estropeado la libertad y las alegrías en momentos álgidos- despacito llegó hasta él y lo abrazó con fuerza estremecida.

Elevó las pestañas y volvió a mirar la capota de las hojas que parecían corresponder al soliloquio de la interlocutora con clarísima elocuencia y gratitud en el viraje, curvo y hacia abajo, ofrecido para ella a pesar de que apenas volaba una brizna de aire.

Sonrió con plenitud ante las ramas de hombros inclinados o caídos, y musitó con emoción consoladora:

-No eres viejo, todavía cobijas en ti a los pajarillos de los sueños, los de la imaginación que en mi cabeza ahora son pequeños, seguro que por eso estás aquí, para que yo te escriba y te describa. Estoy pensando..., después comprenderás por qué te voy a bautizar, a dar un nombre, ya verás: vas a convertirte en un bello homenaje para una gran dama de la canción a la que a veces le sucede lo que a ti: que se queda rígida y se le detiene la voz atada como un nudo en medio de la garganta. Serás su regalo -hizo una leve pausa-, aunque ahora que lo pienso no sé si resultará apropiado, porque tú siempre estás quieto y ella tan sólo a ratos -de nuevo quedó ensimismada- como dice una amiga: "todo es interpretable", tal vez a la artista podría parecerle una mala comparación ofrecerte como obsequio, bien intencionada, eso sí, por algo bueno se me habrá ocurrido, digo yo, para mí, precioso árbol, eres un símil de amor. Las montañas tampoco se mueven y todavía son más grandes que tú, muchos elementos naturales viven en quietud eterna e imperecedera. 

Se produjo un agradable lapsus en el que entró otra elucubración:

Acabo de entender que si te encuentras tan cerca de mí será para enseñarme paciencia y reverencia porque aunque te echen el pis en la falda los perros, los críos te den patadas, y se cuelguen de tus brazos como tarzanes sin lianas y te claven serpentinas en las fiestas sin saber si te hacen daño, tú siempre permaneces ahí, majestuoso y estoico, como si no te afectara. Eso mismo tendría que hacer yo, sacudirme el polvo.

Sí -exclamó en un susurro al apoyar la mejilla en la rasposa corteza-, te bautizo: te llamarás Celine. 

De pronto sintió el rumor antiguo de la savia alborotada y sonora como un río, las hojas se inclinaron en rumoroso aplauso y bajo los pies de Luz se escuchó el lenguaje primigenio de las raices entrelazadas de todos los árboles del paseo, y como un milagro una canción de la gran diva se elevó por ese largo cuello de madera nudosa, se entretuvo por las ramas haciendo filigranas con la prodigiosa voz y finalmente escapó de ellas para alcanzar las nubes, por suerte no era la del famoso naufragio, sino The power of love.

Deshizo con pena el prolongado abrazo -alguien podría pensar que se estaba mareando- y se separó, pero con la firme condición ilusionante de que no se los iba a escatimar, prometió que lo rodearía con las manos cada día, y caminó hacia su casa -sin darse cuenta de que lo hacía con más brío y sin apoyarse en la cachava- mientras canturreaba melódica y para sí:

"Si tú eres mi hombreeee y yo tu mujeeer..."

Tampoco pudo ver -por incoloro- el vientecillo suave que le enviaron las hojas para besarle la espalda, no eran de arce, pero la increible voz canadiense de Celine Dion se elevaba sinuosa y sin rigidez hasta las cotas más altas en la ciudad de Luz, espacio completamente desconocido para la cantante cuya consciencia aún no sabía que sus sensibles y profundas baladas también anidaban juntas y en bandada en el árbol rígido que ahora le pertenecía.

***

Te regalo este humilde homenaje, con inmensa gratitud, querida Celine Dion y con el deseo de que todo el amor que has dado te devuelva el grácil movimiento de tu garganta y de tu cuerpo en cualquier escenario, no tengas miedo por perder varias notas más arriba o más abajo, porque tú siempre serás tú, la inigualable y bondadosa Celine. Gracias por el legado, el de antes y el de ahora, puesto que siempre seguirás cantando.

Pili Zori

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P.D. Son muchos los cantantes que sufren la tragedia de perder la voz tras una entrega de años bestial y absoluta. El caso de Celine Dion todavía es más flagrante porque las crisis de rigidez le afectan a todo el cuerpo, pero su lucha y los cuidados que recibe son muy esperanzadores.

Os recomiendo el documental tan generoso que nos regala esta cantante única y tan grande, en Amazon Prime. Merece la pena verlo.

Gracias por las visitas, deseo que estéis muy bien, celebrando está pequeña tregua de frescor que nos concede el verano. Cuidaos, os quiero.

P.Z.

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