CRASH, película de Paul Haggis


El próximo martes día nueve de octubre comenzaré a coordinar y a compartir un nuevo club de cine en el centro de mayores de Ibercaja de mi ciudad.
Aunque son malos tiempos para la lírica es bonito comprobar cómo entre todos intentamos que la llama que ilumina el arte y la cultura no se apague para que se sigan propagando, el cálido aliento de todos nosotros es el que la mantiene protegida de los fríos y por tanto encendida. Los miércoles naturalmente continuaré con el de literatura en la Biblioteca Pública que mantenemos vivo desde hace diecisiete años.
Espero que resulte una preciosa andadura porque el cine compartido se vuelve inolvidable y las reflexiones, sentimientos y experiencias que suscita le añaden epílogos que lo enriquecen y acrecientan, y ese es el máximo homenaje que se le puede devolver a una obra de arte para la que ha trabajado tanta gente. Escogeremos singulares maravillas de calidad enorme.
“Crash” reúne los mejores ingredientes para que después de verla surja un interesante coloquio, la película es de altísimo contenido ético, y su análisis sociológico bucea y explora a gran profundidad.
Crash significa colisión, choque, pero admite otras lecturas, otras interpretaciones: la de un ser humano que entra en colisión con otro, la de esa misma persona cuando hace ¡crash! y estalla porque no puede más, o la de toda una sociedad que se resquebraja enferma de miedo.
Paul Haggis, el director, nos propone un análisis sobre la deshumanización, -esa pegajosa pandemia que se extiende por las grandes urbes- y la sitúa en la ciudad de Los Ángeles, paradigma del aislamiento envuelto en hormigón, metal y cristales. Nos cuenta cómo el miedo a los demás se instala y nos vuelve desconfiados, susceptibles, reticentes… y cómo la falta de comunicación, el desconocimiento del otro desencadena el prejuicio, la hostilidad y la ira en un tiempo en el que la persona ha pasado a valer menos que las cosas, a ser dominada y poseída por ellas y no a la inversa.
El film lo realiza después del 11-S, y en esa atmósfera, en ese caldo de cultivo se germina.
En principio podría parecer que el discurso es manido, mil veces contado, mil veces visto: los prejuicios raciales, las diferencias de clase… pero lo que hace diferente a esta película de otras es que nos narra cómo comienza ese efecto dominó. El director lo consigue especificando, buscando la precisión, deteniéndose en los detalles, y nos pide que tengamos en cuenta que cualquiera de nuestros actos por pequeños que nos parezcan tienen importancia y por tanto consecuencias: un mal gesto, un apenas perceptible ademán de desprecio pueden generar un efecto mariposa que produzca en las antípodas un huracán, y una vez mostrado el desencadenante nos conduce con maestría desde lo individual a lo colectivo peinando, a partir de un hecho aparentemente fortuito, un hermoso trenzado de vidas cruzadas sin permitir que de esa coleta se escape ni uno sólo de sus cabellos.
El director de algún modo saca el dedo de la pantalla para recordarnos que todos somos capaces de lo peor y lo mejor, de caer en la vileza más abyecta, y al mismo tiempo de protagonizar la máxima heroicidad, no permite que huyamos por la trampa del maniqueísmo y nos recalca que a veces somos las víctimas pero igual de a menudo los agresores y que saberlo, conocer nuestras contradicciones, mirarnos por dentro sin engañarnos, sin autocomplacernos hace que nos anticipemos para sopesar las consecuencias de nuestras conductas. Estudiarnos a fondo la zona transparente y también la oscura, las aristas y facetas que la vida nos va tallando es lo único que nos puede mejorar.
Justicia no tiene porque ser siempre una palabra grandilocuente, con frecuencia camina en zapatillas de andar por casa y comienza por una pequeña falta de consideración hacia el otro. Naturalmente seguiremos siendo injustos, pero la diferencia radica en que sepamos advertirlo, en no negar la mayor para salir del paso, en al menos darnos cuenta. Si nos confesamos a nosotros mismos los ramalazos racistas, xenófobos o clasistas que sin duda albergamos, en lugar de envolverlos en eufemismos podremos dejar de tenerlos, al fin y al cabo uno no es racista por herencia genética, -los niños no lo son- uno se vuelve racista, clasista o xenófobo que es muy distinto, y en definitiva de lo que hablamos en esencia es de desprecio.
Esta película se dedica a desarmar estereotipos, los prejuicios que en ella aparecen son de ida y vuelta, los de todos contra todos, blancos, negros, sudamericanos, árabes, persas, chinos, vietnamitas… parapetos absurdos que no nos sirven de escudo, porque como decía al principio paradójicamente el miedo no nos protege por muchas cerraduras que pongamos.
“Crash” fue la primera película que dirigió Paul Haggis, pero con el aval de una brillantísima y larga carrera como guionista, que además se ha curtido en televisión –no en vano a uno de los protagonistas le hace ese préstamo personal-. Un guionista es un escritor de cine, (sí, no es una perogrullada, de vez en cuando conviene repasar los componentes de un arte o de un oficio para no darlos por sabidos sólo por haber mirado la etiqueta), un escritor de cine escribe con imágenes; para crearlas usa palabras que no se van a escuchar pero que sostienen, que sustentan dicha imagen que a su vez coloca una conclusión en el espectador: Así vemos a Matt Dillon en uno de los papeles más brillantes de su carrera, sentirse impotente ante el sufrimiento de su padre en el baño, desatendido por el inhumano seguro que no soluciona, que no se hace cargo, que no cubre su enfermedad hasta el final, y ya tenemos la viva imagen de la desesperación, la ira latente que acto seguido se desencadenará explica las palabras no pronunciadas y que buscadas sin embargo por el guionista creemos haber puesto nosotros. Pero en este caso los diálogos que sí se escuchan tienen la potencia inaudita de un subrayado fosforescente. Y es que la inter-contaminación, el mestizaje de las artes las enriquece a todas nutriéndolas entre sí, el cine contiene literatura, teatro, música, pintura… y viceversa.
La película es una extraordinaria obra de arte, que algunos internautas han tildado de manipuladora y demagógica, me han sorprendido esas conclusiones que he leído atentamente pero que no comparto, en mi opinión, el cine de intenciones y de compromiso social es necesario y su vocación de servicio no le resta ni un ápice a su deseo de estilo. Si nos paramos a pensarlo plantar la cámara en plan aséptico y mirar sin más no deja de ser un parapeto para quien no se quiere mojar, además es imposible no pronunciarse: en cuanto eliges plano ya has escogido el enfoque y has tomado posición. Otra cosa es que el arte a veces nos ponga espejos delante en los que no nos guste mirarnos, y este es uno de esos ejemplos, cualquiera que contemple de frente esta película se verá reflejado en ella y en su fuero interno lo admitirá.
Me gustaría pensar que sólo se manipula a quien es manipulable.
Me ha maravillado la extraordinaria manera en que Haggis  ha cerrado todos los círculos sin saltarse ni uno, como ha colocado el centro, el  corazón, el latido de la película en esa bellísima escena redentora del incendio del coche. Pocas veces me han explicado con tanta hondura en qué consiste la pérdida de la dignidad y cómo puedes y sobre todo cómo debes recuperarla.
Crash es una advertencia contra el aislamiento y la incomunicación, pero también un canto, sólo quien ama a sus semejantes es capaz de abroncarlos por sus equivocaciones y de ensalzar sus aciertos. La hija del tendero persa y el cerrajero son la esperanza y llave de la comprensión y el entendimiento.
El film se llevó tres oscars, a mi juicio los tres más importantes, los que engloban y prestigian el resultado final de la labor: a la mejor película, al mejor guión original y al mejor montaje, el de montaje es el del hilo y la aguja que cose las piezas consiguiendo con la costura el diseño y la hechura buscados.
Paul Haggis escribió “Million dollar baby”, guión valiente por el que apostó Clint Eastwood, le ha escrito muchas más, -como por ejemplo “Cartas desde Iwo Jima”-, a él y a otros muchos directores, todas ellas brillantes e inolvidables, pero no quería decirlo al principio para no influir. Así que teniendo tanta trastienda y tanto equipaje detrás, es fácil deducir que el proyecto de “Crash”, su ópera prima como director guionista y productor, era su tesoro personal y quería rubricarlo en todas sus facetas.
Todos y cada uno de los componentes del elenco realizan interpretaciones magistrales, son papeles muy golosos por sus ambivalencias, la dirección de actores ha sido enormemente generosa porque todos ellos tienen una escena cumbre de protagonismo absoluto en la que sacan de las entrañas lo más recóndito del personaje, auténticas joyas para el currículo.  
Una película es un milagro en el que se conjugan muchas especialidades artísticas, realizadas por un ejército de empleados que funcionan como un mecanismo de relojería, del director depende que la sinfonía suene con la unidad y la armonía de una orquesta filarmónica.
Paul Haggis es de origen canadiense, no es la primera vez que proveniente de allí contemplo una sensibilidad exquisita y distinta, me gustaría conocer mejor el magma de su cultura. “Crash” te remueve por dentro y su poso te transforma, te hace mejor, y al menos yo al arte siempre le pido esa clase de belleza.
Un fuerte abrazo y hasta el próximo encuentro.
Pili Zori

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