Dentro de mi particular canon “El secreto del orfebre” de Elia Barceló junto a “La tregua” de Mario Benedetti son las dos novelas de amor cortas más grandes que he tenido la suerte de tener entre mis manos.
“La tregua”, tras un montón de años sigue a mi lado en el recuerdo aunque no haya podido volver a abrirla –la presté y aún no ha regresado a mí- por tanto ha resultado una maravillosa novela larga por su prolongada compañía. Podría parecer que las dos historias carecen de nexo de unión por el estilo y tratamiento tan distintos, pero yo sí se lo encuentro: en “La tregua“ también se da una relación de mayor con joven que reserva una sorpresa inesperada, no siempre el vulnerable es el mayor, a veces la parca también se encapricha y secuestra al joven para invertir ese orden que no sé por qué nos han dicho que es el natural.
Como su título nos indica esta preciosa novela es un extraordinario y singular trabajo de orfebrería.
No sé si tendrá que ver o no con un detalle generacional, pero aunque sea una frivolidad, espero que perdonable, a mí me gusta pensar que sí y jugar a coincidir, Elia Barceló tiene mi misma edad y al igual que a Quentin Tarantino se le notan como poso sus lecturas de comics durante la infancia, a nosotras se nos ven algunas series televisivas en las que un curioso transporte inamovible te trasladaba, sin embargo y en cuestión de segundos, a otra parte en el espacio temporal e ibas y venías por el cronológico sin una arruga y sin haber perdido milagrosamente ni uno solo de tus átomos. También se nos ven en el magma las lecturas que indagaban en la preocupación por el tiempo y su relatividad, nos pasábamos las horas a vueltas con Einstein juntando años y luces y mirando estrellas que ya no existen y que sin embargo vemos... Con H.G. Wells y sus máquinas, viendo a H.P. Lovecraft buscar por los resquicios la apertura hacia la cuarta y la quinta dimensiones y si me apuras también las llaves de la sexta, la séptima y ya puestos a dimensionar la octava, creo que no hay más; Carlos Castaneda también se nos asoma entre las líneas en otro tipo de viajes más alucinados y el propio Fulcanelli nos lleva de misterio en misterio y de catedral en catedral; hasta Dalí nos deja escurrirnos por los toboganes de sus relojes blandos. Puede que Elia leyera o no a estos autores que acabo de mencionar, pero el aire sí estaba impregnado por ese afán de dominar el tiempo y dicho aire sí lo compartíamos.
Pero ya he advertido que mis palabras iban a ser pura anécdota especulativa frente a lo más hermoso de la novela “El secreto del orfebre” que es la realidad en la ficción de amar atravesando dicho tiempo sin que importe el aspecto de la cáscara, es más, corrijo, lo bonito es que la Sra. Barceló transgrede el tópico para que en dicho viaje a destiempo la añorada por el protagonista sea la Celia adulta y no la joven, así como para Celia él, a quien le rebusca bajo su piel de diecinueve años los 23 que le faltan, aquellos a los que acarició primero, y lo hace tan creíble que el lector sólo desea que la ciencia lo explique para darle la razón a la autora y se queda con gusto en el último piso del Empire State a esperar a Celia junto al protagonista para que no decaiga, por los siglos de los siglos si es necesario y en cualquiera de sus edades.
Nadie ha definido aún la eternidad, tal vez sea como esos laberintos arbóreos, o un difícil entramado de papiroflexia y todo se reduzca a conocer sus ringorrangos o sus pliegues y a saberlos desdoblar, tal vez sólo así, aprendiendo los lugares en los que se besan los distintos planos logremos coincidir y quién sabe si desde el presente podremos ir a repasar el pasado enmendándole así la plana a nuestra historia, por algo estaremos dándole vueltas al tema, intentando bucear por todos esos territorios todavía insondables para buscar una buena trascendencia.
Hay una frase que se repite en “Disfraces terribles” y es la de “Has vuelto” que tanta controversia produjo en el club. Atravesar al joven para llegar al mayor, ¿suplantar?, ¿proyectar?, ¿buscar en otros al mismo?, en el caso de “El secreto del orfebre” sí es el mismo hombre, en “Disfraces terribles” no, y finalmente sí hay definición y Amelia distingue y consigue amar en cada tiempo y por separado a cada uno de los dos, en el pasado a Raúl y en el presente a Ariel, aunque para ello parta de una bifurcación.
Me gustaría tanto preguntar, si pudiera, a Elia por esa constante en su literatura, me encantaría indagar en el origen de ese "has vuelto". No se puede aguardar más que hacia adelante, de momento no hemos conseguido hacerlo hacia atrás. Pero nos queda el consuelo, de que al menos en el universo particular de Elia Barceló los protagonistas pueden permanecer por siempre, yo también he jugado a eso en alguna de mis novelas, lo escrito es lo que tiene, que queda, puede que por ello los que escribimos utilicemos tanto el flashback, como venganza para dominar el tiempo y arreglar lo inconcluso de la vida.
Por alguna hermosa razón también esta novela me ha remitido a una bellísima película de Jaime de Armiñán: “La hora bruja”, en ella los protagonistas pueden disfrutar de una cena de gala en un lujosísimo hotel, la bruja les ha trasladado en el tiempo y en esa época su pobre dinero se convierte en millonario.
Hace unos días escuchaba a un gran chef español decir que la inspiración se pierde si se pierde la humildad, “…si crees que lo sabes todo no aprendes y la inspiración se va.” Los cocineros están siempre atentos a lo que elaboran otros creativos de su gremio, y se sienten maestros y alumnos a la par. Creo que la escritura al igual que la cocina son dos artes muy similares que tienen mucho que ver con la las elecciones y decisiones del autor, con la distribución de los tiempos, el trepidar de la cocción o el caramelizado a fuego lento, con las dosis y los elementos sorpresa, la composición, el armado, el brillo, el recipiente… ambas artes requieren una delicada y larga elaboración que sin embargo se consume en mucho menos tiempo del requerido para su preparación. Por ello y haciendo alarde de humildad –en este caso las dos palabras, alarde y humilde, sí concuerdan- proclamo que me sentiría privilegiada si pudiera asistir a cualquiera de las clases que la escritora imparte, tengo entendido que Elia Barceló además de enseñar literatura también adiestra en disciplinas de estilo. Ha sido un gran descubrimiento, poco a poco iré adquiriendo toda su obra, de paso voy comprendiendo las valientes decisiones de la editorial Lengua de Trapo y tal como está el patio con tanta ausencia de mecenas chapeau por ellos.
Un abrazo y hasta el próximo encuentro en el que habremos leído “Gabriela clavo y canela”, de Jorge Amado.
Pili Zori
“La tregua”, tras un montón de años sigue a mi lado en el recuerdo aunque no haya podido volver a abrirla –la presté y aún no ha regresado a mí- por tanto ha resultado una maravillosa novela larga por su prolongada compañía. Podría parecer que las dos historias carecen de nexo de unión por el estilo y tratamiento tan distintos, pero yo sí se lo encuentro: en “La tregua“ también se da una relación de mayor con joven que reserva una sorpresa inesperada, no siempre el vulnerable es el mayor, a veces la parca también se encapricha y secuestra al joven para invertir ese orden que no sé por qué nos han dicho que es el natural.
Como su título nos indica esta preciosa novela es un extraordinario y singular trabajo de orfebrería.
No sé si tendrá que ver o no con un detalle generacional, pero aunque sea una frivolidad, espero que perdonable, a mí me gusta pensar que sí y jugar a coincidir, Elia Barceló tiene mi misma edad y al igual que a Quentin Tarantino se le notan como poso sus lecturas de comics durante la infancia, a nosotras se nos ven algunas series televisivas en las que un curioso transporte inamovible te trasladaba, sin embargo y en cuestión de segundos, a otra parte en el espacio temporal e ibas y venías por el cronológico sin una arruga y sin haber perdido milagrosamente ni uno solo de tus átomos. También se nos ven en el magma las lecturas que indagaban en la preocupación por el tiempo y su relatividad, nos pasábamos las horas a vueltas con Einstein juntando años y luces y mirando estrellas que ya no existen y que sin embargo vemos... Con H.G. Wells y sus máquinas, viendo a H.P. Lovecraft buscar por los resquicios la apertura hacia la cuarta y la quinta dimensiones y si me apuras también las llaves de la sexta, la séptima y ya puestos a dimensionar la octava, creo que no hay más; Carlos Castaneda también se nos asoma entre las líneas en otro tipo de viajes más alucinados y el propio Fulcanelli nos lleva de misterio en misterio y de catedral en catedral; hasta Dalí nos deja escurrirnos por los toboganes de sus relojes blandos. Puede que Elia leyera o no a estos autores que acabo de mencionar, pero el aire sí estaba impregnado por ese afán de dominar el tiempo y dicho aire sí lo compartíamos.
Pero ya he advertido que mis palabras iban a ser pura anécdota especulativa frente a lo más hermoso de la novela “El secreto del orfebre” que es la realidad en la ficción de amar atravesando dicho tiempo sin que importe el aspecto de la cáscara, es más, corrijo, lo bonito es que la Sra. Barceló transgrede el tópico para que en dicho viaje a destiempo la añorada por el protagonista sea la Celia adulta y no la joven, así como para Celia él, a quien le rebusca bajo su piel de diecinueve años los 23 que le faltan, aquellos a los que acarició primero, y lo hace tan creíble que el lector sólo desea que la ciencia lo explique para darle la razón a la autora y se queda con gusto en el último piso del Empire State a esperar a Celia junto al protagonista para que no decaiga, por los siglos de los siglos si es necesario y en cualquiera de sus edades.
Nadie ha definido aún la eternidad, tal vez sea como esos laberintos arbóreos, o un difícil entramado de papiroflexia y todo se reduzca a conocer sus ringorrangos o sus pliegues y a saberlos desdoblar, tal vez sólo así, aprendiendo los lugares en los que se besan los distintos planos logremos coincidir y quién sabe si desde el presente podremos ir a repasar el pasado enmendándole así la plana a nuestra historia, por algo estaremos dándole vueltas al tema, intentando bucear por todos esos territorios todavía insondables para buscar una buena trascendencia.
Hay una frase que se repite en “Disfraces terribles” y es la de “Has vuelto” que tanta controversia produjo en el club. Atravesar al joven para llegar al mayor, ¿suplantar?, ¿proyectar?, ¿buscar en otros al mismo?, en el caso de “El secreto del orfebre” sí es el mismo hombre, en “Disfraces terribles” no, y finalmente sí hay definición y Amelia distingue y consigue amar en cada tiempo y por separado a cada uno de los dos, en el pasado a Raúl y en el presente a Ariel, aunque para ello parta de una bifurcación.
Me gustaría tanto preguntar, si pudiera, a Elia por esa constante en su literatura, me encantaría indagar en el origen de ese "has vuelto". No se puede aguardar más que hacia adelante, de momento no hemos conseguido hacerlo hacia atrás. Pero nos queda el consuelo, de que al menos en el universo particular de Elia Barceló los protagonistas pueden permanecer por siempre, yo también he jugado a eso en alguna de mis novelas, lo escrito es lo que tiene, que queda, puede que por ello los que escribimos utilicemos tanto el flashback, como venganza para dominar el tiempo y arreglar lo inconcluso de la vida.
Por alguna hermosa razón también esta novela me ha remitido a una bellísima película de Jaime de Armiñán: “La hora bruja”, en ella los protagonistas pueden disfrutar de una cena de gala en un lujosísimo hotel, la bruja les ha trasladado en el tiempo y en esa época su pobre dinero se convierte en millonario.
Hace unos días escuchaba a un gran chef español decir que la inspiración se pierde si se pierde la humildad, “…si crees que lo sabes todo no aprendes y la inspiración se va.” Los cocineros están siempre atentos a lo que elaboran otros creativos de su gremio, y se sienten maestros y alumnos a la par. Creo que la escritura al igual que la cocina son dos artes muy similares que tienen mucho que ver con la las elecciones y decisiones del autor, con la distribución de los tiempos, el trepidar de la cocción o el caramelizado a fuego lento, con las dosis y los elementos sorpresa, la composición, el armado, el brillo, el recipiente… ambas artes requieren una delicada y larga elaboración que sin embargo se consume en mucho menos tiempo del requerido para su preparación. Por ello y haciendo alarde de humildad –en este caso las dos palabras, alarde y humilde, sí concuerdan- proclamo que me sentiría privilegiada si pudiera asistir a cualquiera de las clases que la escritora imparte, tengo entendido que Elia Barceló además de enseñar literatura también adiestra en disciplinas de estilo. Ha sido un gran descubrimiento, poco a poco iré adquiriendo toda su obra, de paso voy comprendiendo las valientes decisiones de la editorial Lengua de Trapo y tal como está el patio con tanta ausencia de mecenas chapeau por ellos.
Un abrazo y hasta el próximo encuentro en el que habremos leído “Gabriela clavo y canela”, de Jorge Amado.
Pili Zori
No hay comentarios:
Publicar un comentario