Acabamos de terminar en el club de literatura este magnífico legado y como siempre intentaré compartir con vosotros la experiencia personal de la lectura en solitario y también la colectiva, con las compañeras, en la puesta en común.
El primer libro que leí de A. P. Reverte fue “Territorio comanche”, sucedió hace muchos años y todavía me acompaña. Entremedias he disfrutado de unos cuantos más del autor, aún me faltan varios títulos de su extensa obra, pero me alegro de haber tenido entre las manos y en este momento de nuestra historia este… desgarrador cierre de circulo; deseo buscar la precisión porque me gustaría atinar con cada una de las palabras que como epílogo le añadiré a mi lectura; por nada del mundo querría que resultasen manidas, y desgarrarte a zarpazo limpio es exactamente lo que hace esta novela.
Como ya he dicho otras veces, a ningún escritor nos gusta que nos atribuyan como biográfico lo que les ocurre a los personajes que creamos, que inventamos. Es biográfica la mirada, la forma de enfocar, de sentir…, el modo de elegir, de imaginar, de tomar posición… pero podemos dar vida a un asesino sin serlo, dibujar a un alcohólico sin conocer a ninguno y siendo abstemio o encarnar a un maltratador abominando de ello, (perdón por la perogrullada, pero está bien recordarlo para que nadie confunda al autor con su obra), y aunque les hagamos préstamos personales a dichos personajes, son sólo eso: préstamos a su servicio y al servicio de la historia que narramos y que ellos viven, no nosotros, porque no son marionetas que nos sirvan para que opinemos a través de ellas, así que con ese respeto me referiré a Faulques y no a Arturo, aunque durante todo el doloroso trayecto por las páginas he caído a menudo en la tentación de asomarme por los resquicios, de entrar por la grieta de su torre para abrazarle.
Una de mis manías es la de mirar la foto del autor en los libros, no al principio sino de cuando en cuando, supongo que para aproximarme, y me da rabia no verla en algunas ediciones de bolsillo. En esta ocasión mi voyeurismo estaba de sobra justificado: el protagonista es un fotógrafo de guerra, que nos muestra minuciosamente en qué consiste, cómo afecta y para qué sirve su oficio, y me aproveché de su visor para mirar el retrato de Pérez Reverte con mayor detenimiento, y en ese juego de imaginación inocente quise atribuir el pequeño hoyo de su mejilla al repetido gesto de enfocar, y quise ver en los diminutos rayos de alrededor de sus ojos el guiño cómplice que aún espera. Pero debajo de esa mirada escrutadora la sonrisa triste contradice la esperanza porque refleja la decepción anticipada. La duda de esa sonrisa a medias le prepara con un “tal vez no halles al interlocutor que buscas, alguien que comprenda, que experimente, que al menos intente colocarse en el lugar”.
La novela es un grito y también un llanto, el llanto de los que han estado en lugares de los que nunca se vuelve, el grito de los que piensan que hay reglas ocultas para determinar las casualidades y se dejan las uñas al escarbar. “Quiero que usted comprenda”, dice Ivo Marcovic, el personaje conciencia, atravesando la página con el dedo y empujando con él el centro de nuestro pecho para que sepamos que no se dirige sólo a Faulques, único ser con el que puede compartir la misma herida.
“La comprensión”, nos grita más adelante, “incluso el esfuerzo por comprender nos salva”. Ese es, en mi opinión, el corazón de la novela, comprender, ahí está el latido.
“Que no lo vea no significa que no esté”, le explica a Carmen Elsken, la carnal intérprete de origen holandés que huele a “sudor limpio de mar y sol”, a vida, a redención -añado yo- si Faulques hubiera querido salvarse, si hubiese decidido perdonarse.
“Una vez oí decir o leí que el excesivo análisis de los hechos termina por destruir el concepto… ¿o es al revés? Los conceptos destruyen los hechos”. En esas frases nos deja la novela una de las muchas preguntas que creíamos insondables, y nos mueve la barbilla con brusquedad pero con afecto para que miremos de frente. “El pintor de batallas” es una bronca de la que el autor no se excluye. Testimonio, confesión, remordimientos… sólo quienes han estado en el corazón de las tinieblas pueden pedir cuentas y ponerle medida y significado concreto a la palabra transgresión.
En el club nos preguntamos por el sentido y la importancia que damos a los fotógrafos de guerra mientras comemos el postre. Por lo que estos buscan con su arriesgada profesión, ¿tal vez las leyes ocultas que rigen la existencia y la esencia de los comportamientos humanos? Y si es así, ¿qué esperan obtener de las respuestas?, ¿el sosiego tras haberlas comprendido?, ¿el modo de cambiarlas?
Llegamos a la conclusión, ya reiterada en otras sesiones y con otros libros, de que saber que somos capaces de lo peor y lo mejor es bueno porque nos hace buscar mejores normas y leyes para la convivencia y nos enseña a conocer los límites, el respeto, a especificar qué es la cultura y a utilizar el conocimiento como salvación de nosotros mismos que es muy diferente a ir de oráculo por la vida o de salvapatrias usando la cultura con una honda para darnos sopas, no olvidemos que los nazis del holocausto eran refinados eruditos.
Reflexionamos sobre si se puede volver a encontrar el equilibrio tras regresar de una guerra, si se levanta una frontera insalvable, si es posible la adaptación. Hablamos de la adicción al miedo deseando que si ese resorte se desata pueda volver a atarse. Comentamos sobre lo que atrapan las fotos instantáneas, elementos que si no fueran capturados así nos quedarían ocultos. Hablamos de la diferencia entre la mirada del fotógrafo y la del pintor, la instantánea frente a lo observado con más tiempo.
Ante la hermosa figura de la torre -casi un faro simbolizando el último confín- una de mis compañeras dijo que la pintura era circular porque ni empieza ni acaba, las guerras siempre están. Otra preguntó a su vez, “¿y si no hubiera sido Olvido la que muere, se habría producido en él la transformación? Tal vez todo nos sea indiferente hasta que nos tocan lo nuestro”.
Meditamos sobre la valentía con la que se pregunta Faulques por ese instante de ‘indecisión’ o de ‘decisión’ –en ese matiz nos paramos durante un buen rato- en el que no avisa a Olvido sabiendo que está de espaldas y a un paso de una mina porque la hierba está intacta. El buceo por esos pliegues oscuros del alma es tremendamente doloroso para Faulques y también para el lector que de pronto comprende por qué el pintor de batallas se quedó muerto en vida. También en “El último encuentro”, de Sándor Márai, se produce un instante similar en una cacería. Como hemos dicho tantas veces, da escalofríos ver como los libros de hablan entre sí.
Repasamos el maligno azar del francotirador: ¿era consciente, puesto que maneja el arma y decide?, ¿elige o no elige a quien dispara? y le comparamos -como la novela propone- con la falta de sentimientos de la naturaleza o el universo, ¿es acaso el universo consciente?, ¿a qué leyes obedece? Cuando pisamos un hormiguero no contamos las hormigas, unas se salvan aleatoriamente por estar fuera del pie, otras mueren aplastadas sin que la suela ni ellas sepan por qué.
Otra de mis compañeras se preguntaba con cierta indignación cómo se puede fotografiar el sufrimiento y después marcharse. Qué clase de asepsia es esa. Su planteamiento nos dio pie a hablar de la implicación de la Cruz Roja Internacional, de Amnistía… pero concluimos finalmente que el fotógrafo de guerra antepone la fotografía para entregársela al mundo, da testimonio, coloca las pruebas encima de la mesa para que todos sepamos, esa es su prioridad y al igual que un médico come después de abrir un estómago o un cerebro, el fotógrafo también se tiene que preservar para seguir mirando a través de su visor.
“El pintor de batallas” nos enseña a distinguir las mentiras, nos muestra la clase de ética que unos guardan y otros no: llegar a pagar para fotografiar impasible un asesinato, es algo que él jamás haría. Que dispare la cámara sin parar no significa que entregue todas las fotos. La novela tiene en todo momento un planteamiento ético para el lector y el interrogante aparece implícito y explícito ¿qué crees que harías tú si te despojasen de todo tu bienestar?
Hay un juego de espejos que me afectó mucho: la mujer que se desangra por las piernas abiertas mientras su hijo la mira, y Olvido con su sedoso vestido alzado hasta la cintura para seducir a Faulques con desafío y a la vez con sumisión. Los mismos resortes para lo antagónico. Qué magnífica simbiosis de los dos mundos conviviendo dentro de nosotros, el refinamiento más sutil junto a lo más primitivo y la línea que lo separa, ¿frágil?, ¿ficticia?
¿Creéis que cuando van a matarte, suplicar por la vida es indigno?, ¿instintivo? -Les pregunté.
Respondieron que por la vida de otro, tus hijos, tu familia, sí suplicarían. Desgraciadamente esa imagen nos condujo a la película “La decisión de Sophie” en la que un nazi hace que una madre escoja entre sus hijos.
La novela ha sido altamente valorada en el club, pero no todo fueron parabienes con respecto a “El pintor de batallas”, hubo quejas sobre las citas pictóricas, a muchas de nosotras nos sacaban del universo de sus páginas y aunque puedes apuntar los cuadros a los que se refiere el protagonista para luego buscarlos en enciclopedias o en internet habríamos agradecido que con cuatro pinceladas el autor mostrase las imágenes que quería subrayar, así se habrían conseguido las dos lecturas: la más avezada y la profana. Pero bueno, es un mal menor en el que todos incurrimos, en muchos libros aparece música desconocida que no podemos tararear y en justicia he de decir, como en otras ocasiones con respecto a otros libros, que quien cita suele hacerlo por honradez, para no quedarse con nada que no sea suyo, o por identidad generacional, gremial… en fin, es un modo de señalar iconos que nos aglutinan y que no son producto de la vanidad, pero está bien que los lectores puntualicen lo que les molesta o la forma que tienen de recibir el regalo de la escritura.
Otra compañera, compartió que se había negado en redondo a leer nada de Pérez Reverte, a partir del artículo que escribió sobre el entonces ministro de Asuntos Exteriores Miguel Ángel Moratinos, añadiendo que le había regalado a su hijo una por una todas sus novelas hasta ese momento, algunas de ellas firmadas por el autor. Aclaró que su enojo no fue por Moratinos ni por su adscripción política, -le habría dado igual que fuese cualquier otro, así lo expresó- sino porque A. P. Reverte se burló de alguien por el hecho de haberse emocionado en público.
Confieso que sólo conozco a Pérez Reverte como escritor y que no estoy pendiente de la rabiosa actualidad periodística. Espero no ser expulsada, por ello, del Olimpo de las letras, me las arreglo bien tratando de entender la vida a través de la literatura. Con todo lo demás -artículos de opinión, debates, tertulias, etcétera-, siempre me parece que entro in media res, podría ocultarlo, pero para qué, las 24 horas me cunden poco y elijo. Así que desconozco dicho artículo -que prometo buscar- pero tal y como lo contó mi compañera estoy de acuerdo en que Arturo. P. Reverte es brillante y tiene herramientas y argumentos de sobra para criticar la actitud y la mala o buena labor de alguien utilizando toda la artillería pero sin caer en la descalificación fácil. En cualquier caso todos tenemos nuestro temperamento. Me dejo como asignaturas pendientes para el verano leer “Patente de corso” y “Con ánimo de ofender” pero sé de antemano que ninguna de las dos recopilaciones variará mi inolvidable experiencia con este libro al que hay que dejar reposar en el interior.
Me ha conmovido que Faulques utilice la figura de Caronte para despedirse, ya sé que el barquero es una imagen común, pero en una novela mía tiene un papel importante y me ha ilusionado la coincidencia de que ambos nos hayamos asomado al inframundo en el reino de Hades.
Gracias señor Pérez Reverte, su novela “El pintor de batallas” me ha dado la vuelta como un calcetín, ha sido un honor caminar con usted por los círculos del mal, Dante no lo habría hecho mejor. Deseo que en el exorcismo, Faulques se llevase consigo todo el dolor.
Un abrazo y hasta el próximo encuentro, en el que habremos leído “Cometas en el cielo” de Khaled Hosseini.
Pili Zori
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