Se abre un camino nuevo para la literatura, un modo innovador de narrar como lo fue en su día "Rayuela" de Julio Cortázar, que se puede leer en distintas direcciones y con diferente orden, o más próxima está "Feliz final", novela de Isaac Rosa que comienza por el desenlace de una ruptura y con esa excusa la perspectiva cambia llevándonos hasta el nacimiento de ese amor truncado, un análisis invertido que sería bueno poner en práctica, recuerdo que en dicha renovación formal, en las páginas los diálogos y soliloquios mutuos surgían en columnas enfrentadas, como veis no se trata de la forma por la forma sino de que ésta amplíe el contenido y pueda cambiar por tanto el sentido.
En cine, el filme "Dogville" del grupo Dogma, tira todas las paredes para que veamos al mismo tiempo lo que ocurre en la comunidad al completo. O en la película española "La soledad" en la que se disecciona la vida paralela de dos mujeres y la de sus hijas con la técnica de la polivisión que divide la pantalla para mostrar puntos diferentes de la misma escena.
En todas estas piezas se transgreden imágenes y cronologías para contemplar a la vez y desde distintas perspectivas el tiempo.
Resultó curioso que cuando comenzamos a leer en el club "Lo demás es aire", en el cine estaban poniendo "Here", que llegó a las pantallas en 2024. Tras el escalofrío de la coincidencia en la idea y casi en el formato, habría pensado que estaba ante un plagio de la novela de Juan Gómez Bárcena si no fuera porque el director de "Here" (Aquí) es Robert Zemeckis, el mismo que en 1985 nos trajo “Regreso al futuro”, se ve que es una constante de su filmografía con distintas variaciones. En el largometraje "Here" la historia se desarrolla en un mismo terreno y en la casa que se construye sobre él, y vemos pasar por dicho espacio a los dinosaurios y los primeros hombres y mujeres primitivos y por ese hogar a las distintas parejas y familias que lo habitan a lo largo de todos los tiempos. En "Lo demás es aire" contemplamos del mismo modo Toñanes, el pequeño pueblo cántabro, como si fuera una bombonera de cristal transparente o un poliedro que contuviese todos los acontecimientos ocurridos a lo largo de siglos y a sus gentes.
J. G. Bárcena en su novela crea una especie de presente continuo en el que el lector puede mirar en horizontal –emulando “La teoría de la relatividad” de Albert Einstein- lo que sucede desde cualquier tramo en todo momento, dado que el orden no es necesariamente cronográfico y toda la acción la ves al mismo tiempo. La sensación del lector, o al menos la mía, también es como la de ir taladrando los estratos de tierra desde un mismo punto para perforar y profundizar en cada etapa de la historia del lugar sin movernos del sitio, o por abundar con otro ejemplo: sería como si examináramos en el tronco cortado de un árbol la edad que tiene y que vamos calculando por los anillos o círculos que lo han robustecido durante años.
Lo demás es aire es un trabajo a caballo entre la crónica y el documental sin dejar por ello de ser una novela plena de lírica. A veces la lectura me remitía al neorrealismo y sin embargo en otras escenas o pasajes me llevaba al romanticismo por sus personajes temperamentales, enamorados, melancólicos, por la mirada al pasado, por la naturaleza lúgubre, por el misterio, por la justicia social…
El protagonista principal es Toñanes que se expresa a través de sus habitantes convertidos en personajes. El autor consigue desde ese diminuto territorio abrir plano para demostrar una vez más que lo local es universal y que somos muy similares porque en todas partes lo que les pasa nos pasa, creando así una historia de la humanidad que nos identifica en lo emocional aunque los paisajes acentos y lenguajes sean distintos. Nuestro club se llenó de recuerdos y nostalgias y eso que somos de interior y nada tenemos que ver con el norte en apariencia, pero la diferencia reside en que el armazón lo forma el contenido sentimental en un intencionado deseo por parte de Juan Gómez Bárcena de crear amor por la historia vista a través de las personas anónimas que la han sustentado y al margen de los “grandes” acontecimientos, o de los personajes “relevantes” y con poder de cada época. Tampoco son importantes las fechas que el escritor colocó en los márgenes a modo de orientación, salvo por el anhelo de dejar constancia, al menos, de cada uno de los que vivieron y murieron en Toñanes, personas -todas ellas- imprescindibles para marcar el rastro de su paso por la tierra y trasladar así el relevo para entregárselo a las generaciones venideras. Para lograrlo el escritor usó el recurso de investigar en los libros parroquiales ya que son los que reflejan el “vivió y murió” de todos los moradores de la localidad, y con algunas pequeñas anotaciones, y buceando en otra clase de registros y asido a su personal hilo de Ariadna pudo completar las historias y recrearlas con la ayuda de la ficción inspirada por los recuerdos de los entrevistados que aún viven allí y por los testimonios escritos.
La novela tiene hermosos contrapuntos, adultos-niños, juventud-vejez, los de quienes miran siempre hacia el futuro, y los de quienes se ubican mejor en el pasado…
La música y el tono de las páginas suenan como un canto en fusión antiguo y moderno, con ecos y estribillos, dado que las equivalencias van y vuelven puesto que la historia se repite, y por ello la prosa es poética y está escrita con la hebra conductora de las hilanderas, que en mitología tienen la misión de hilar, medir y cortar el hilo de la existencia humana, la de todos y cada uno, y aquí en el círculo mágico las narradoras cántabras nos van tejiendo las leyendas y creencias que desde que el mundo es mundo -tan sólo con ligeras variantes- nos explican o justifican los misterios de la vida.
En una misma página, o incluso entre renglones seguidos vemos lo que en todo tiempo se reitera: se hace el amor en uno de los días de uno de los años del siglo XVII, y en el aseo de una discoteca en el final del siglo XX también.
Embarazo y muerte, embarazo y vida… Parto de mujer y matanza del cerdo. Los símiles a veces son tiernos, otras brutales. Porque la vida por dentro continúa siendo salvaje a la vez que civilizada.
En el duelo de refranes o dichos de las hilanderas yo veo similitud con las batallas de gallos de los raperos…, tal vez cambien las formas, pero no los contenidos, aunque en la novela si vemos evolucionar la medicina y una manera de pensar y de sentir la diversidad de las discapacidades más humana, inclusiva e igualitaria.
Me gustaría poder eliminar la palabra "discapacidad" dado que no la entiendo porque todos somos capaces en algunos asuntos e incapaces para muchos otros, y no creo que haya que reseñarlo porque para ello vivimos en sociedad y entre todos nos completamos en el hermoso trueque, pero comprendo que es un modo de compartimentar -al menos en medicina- para poder ayudar de forma más concreta, en cualquier caso pido perdón por mi ignorancia con el deseo de escuchar y aprender, y aclaro por si sirve que a pesar de mis torpezas me mueve la buena intención.
Los pasajes más duros para mí son los de esa criatura a la que llaman monstruo, para compensar el mal trago y por compensación me remitieron a nuestro Don Antonio Buero Vallejo que tenía la bellísima costumbre de depositar en los “personajes conciencia” ceguera para que vieran mejor con los ojos anímicos, o sordera para que escuchasen lo que verdaderamente importaba desde el interior del alma, mudez para pronunciar lo más profundo… Esa delicada criatura cuando tuvo la oportunidad de tocar acarició, no agredió, y cuando intentó hablar pronunció ma sin poder terminar de decir madre, y es que no sólo hablamos con la boca, y en mi opinión lo que nos ciega es la maldad y lo que nos enmudece es la cobardía por no atrevernos a hacer justicia.
Hay en la novela impresionantes teorías sobre Dios a través del dibujo espiral de los ammonites, la espiral aparece en toda la naturaleza al igual que la simetría y simboliza el cambio constante por el que pasa el universo y junto con él los seres humanos, como es natural el autor no reseña este significado, pero muestra de forma consciente o inconsciente el gran iceberg de su amplia cultura. Todo lo que sucede dentro del libro es sencillo y fácil de comprender, lo único que puede descolocar en algún caso es la envoltura porque provoca la extrañeza del lector acostumbrado a acompañar durante largos trechos a los personajes, en este caso, como ya he mencionado en renglones anteriores, el protagonista es el pueblo que en todo momento va a nuestro lado por eso mira de otra forma su calendario.
El autor utiliza distintas formas de ordenar: a través de los sentidos, volviendo a generar hermosos contrapuntos con las manos que acarician o matan, que firman sí en una boda y escriben no en un divorcio, con los gestos que muestran altivez o humildad, con los olores, los colores, los sabores…, los ingredientes que en definitiva construyen la identidad.
Doy un salto sin reseñar todo lo que va ocurriendo en las páginas para no desvelar ni desbaratar y llegamos a la imagen de Juan tumbado en la cama boca arriba mientras observa el pliego en el que su padre había comenzado el árbol genealógico por la rama paterna, esos nombres sobre su cabeza titilando como estrellas en el firmamento -lugar eterno en el que todos querríamos que se hallaran nuestras personas queridas-, reclaman su atención.
El hijo continúa así el rastreo de su padre mientras le dibuja una tímida sonrisa a ese progenitor que tanta importancia se quita y que esconde los sentimientos detrás de los cigarros. Desde el comienzo de la novela vemos como el padre se adentra en el pasado y la madre en el futuro y las posibles reformas cuando ven la casa del tío Mino para comprarla. Él ve los recuerdos, ella la transformación. Tal vez por ello, el padre abandonó el proyecto genealógico. Pero el chico lo retoma.
Ese chico que ya en la infancia investigaba sobre los dinosaurios sin ser consciente de que lo estaba haciendo, que a los dieciséis años simuló avergonzado ante la mala cara de la bibliotecaria que el trabajo de su personal búsqueda era un encargo de instituto, sin darse cuenta de que dicha inercia constituía desde siempre su genuina vocación, y en este punto pasamos el pespunte con la puntada hacia atrás para retomar aquella conmovedora carta que con once años envió a la universidad de Santander y que con tanta ternura le respondieron. Nadie le había enseñado a buscar, pero él indagaba, nadie le había enseñado a comparar, a cotejar pero podía hacerlo. Ya entonces era historiador sin saberlo, además de licenciado en teoría de la literatura como también lo fue después y en literatura comparada y filosofía, todas esas disciplinas se transparentan como un palimpsesto en las páginas, ya estaban en su interior en aquel entonces, y es que cuando el destino decide te va marcando sin que lo sepas y te conduce hacia donde quiere que vayas.
La novela lo contiene todo: la memoria, lo que queremos o no queremos recordar, pero gracias a lo escrito en los archivos se constata y permanece, también trata la evolución y la involución, la pérdida de la prosperidad, cuando no te compran la lana o te obligan a no producir leche, cuando te roban la tierra, el vaciado de la población y las causas. Pero sobre todo Lo demás es aire constituye un maravilloso homenaje a la escritura y Francisca es la depositaria, la encargada de entregar dicho tributo, me conmovió profundamente cuando vi que ella se lamentaba exclamando: “Si yo tuviera el don de la escritura”, en esa frase -en mi opinión- se encuentra el latido de la novela el leit motiv, su palpitar, el eje desde el que gira.
Ella quiere aprender a escribir como quien borda un pensamiento, y practica hasta con la harina de hacer sus hogazas de pan, para escribirle a su hijo sin ayuda, para que nadie hable por ella, y se asombra de que en la cabeza quepan tantos pensamientos y que en el papel sólo ocupen una cuartilla. Es precioso el contrate entre su sensibilidad y su analfabetismo.
Estaría comentando sin parar porque no hay escena pequeña que no sea grande en este libro, que no se abroche con otra para dar sentido, porque es bello leer expresiones como: “Cuando el mundo tenía cuatro esquinas y Dios lo enrollaba cada noche como un pergamino”, o ver que no hay rencilla irreconciliable y menos las heredadas, las dos mujeres cuyos carros cambian de casa los mozos cada fin de año para burlarse, en realidad siempre han estado juntas bajo el rencor e interesándose la una por la otra hasta que al fin y escarbando en los caracoles al igual que escarban en los pensamientos comprenden que el resentimiento estaba más que diluido y lo sellan, con la salsa del guiso, un fin de año en el que por la ventana se tira lo viejo para dar paso a lo nuevo.
Los árboles genealógicos nunca se terminan porque nos perderíamos en la noche de los tiempos, pero con éste hemos jugado a ser Dios que todo lo ve, y eso es imposible para nosotros.
En este momento todos los oficios, todas las especialidades están dejando constancia por escrito de cuanto acontece, pero nunca se podrán unir todas las piezas del puzzle porque son infinitas, si se terminara el rompecabezas significaría que nuestra especie se habría extinguido como los dinosaurios y los ammonites.
Que nadie tache el cartel de Toñanes, ese precioso confín desconocido.
Hasta el próximo encuentro con el cine o con los libros, cuidaos mucho.
Pili Zori.