SEVEN SECONDS, serie de TV

 En los primeros episodios sientes que tal vez estás ante un tema muy manido: corrupción policial norteamericana, racismo, delitos de odio, narcotráfico… pero pones interés porque comprendes que continúa siendo necesario, sobre todo allí, en los Estados Unidos, desmenuzar y pormenorizar dichos problemas y no sobra ni estorba que analicemos las circunstancias agravantes y atenuantes desde distintos ángulos o enfoques. 

Enseguida adviertes que la falta de luz y de color -muchas  escenas son de penumbra para recalcar el estado de ánimo y la atmósfera cerrada y angustiosa- la nieve grisácea y la crudeza del despiadado invierno neoyorkino han sido elementos elegidos a propósito para subrayar la dureza. 

Que veamos la estatua de la libertad dando la espalda no puede ser más significativo, y debajo la gran mancha de sangre sobre la nieve sucia. 

Los escenarios cambian con una rotundidad hiriente, estamos en la otra cara de la lujosa Nueva York, en sus malas calles, en la lucha de gentes que quieren despojarse de la pobreza y defender la dignidad pero que viven atrapadas en invisibles callejones sin salida que no se sabe a quienes interesa conservar, tan sólo hay dos opciones, o alistarse en el ejército, o directos a la esquina para vender y comprar droga. 

“Si muero en otro país soy un héroe” -dice Seth- “si muero en las calles de mi ciudad soy un delincuente, y ninguna de las dos cosas es verdad. No son nuestras calles, éste no es nuestro país.”

Hay escenas en las que sin palabras y a través de la mirada de Seth comprendemos que no existe diferencia entre la guerra de dentro y la de fuera, y el asunto no va sólo de matarte a trabajar para apartar y sacar de ese entorno a tus hijos, la lucha no consiste sólo en abandonar el gueto de forma individual o familiar, el logro es hacer que desaparezca ese disimulado apartheid. 


El adolescente atropellado -por el conductor que no le asiste y se da a la fuga con el encubrimiento de sus compañeros policías- pasa doce horas de agonía hasta que un perro da la alarma, de nuevo el inhumano subrayado.

Ese muchacho que contemplaba los hermosos cielos desde el puente surcados por gaviotas y respiraba la libertad de su vuelo, tenía la vida por delante, qué fácil es condenar y despreciar de antemano tan sólo por ver unas botas y una bicicleta de determinadas marcas, a ese prejuicio se limita reconocer la identidad de las falsas apariencias que opacan la verdadera y singular esencia de una Persona. "Todos somos sociedad" dice una amiga mía, se ve que se nos olvida. 

Qué más da si le endiñamos el muerto a un indigente, si son la escoria, y el fallecido un pandillero, ¿qué hacía si no en ese parque, con esa bici y ese calzado? Carne de cañón.

La serie está llena de equivalencias y contrastes, adicción al alcohol en un desvalido mendigo y a su vez en una chica negra de “buena familia” que no es “de barrio” como dan por supuesto algunos al mirar su piel. 

¿Quién decide qué es una buena familia? Por desgracia la droga desbarata esas fronteras y Nadine la chiquilla del mechón  de pelo morado lo corrobora.

“Saca buena fama y échate a dormir” expresa un dicho de por aquí, y eso le pasa a los Estados Unidos, no comprendo cómo se les sigue viendo ejemplares y mira que sus artistas, en especial los cineastas señalan a grito pelado dónde están las heridas por las que supura ese país, y que conste que no me ensaño, al contrario, lo digo con mucha pena por toda la gente admirable que ha dado y sigue dando a pesar de los pesares, como decía la canción “cuando Dios hizo el edén pensó en América.” Pero para nada esa nación es tierra de oportunidades, para que el sueño americano  suceda ha de haber igualdad y en una tierra en la que se paga por la salud, la educación… por todo en definitiva, pues las oportunidades son para los de siempre, y no es “victimeo” sino realidad pura y dura.

Quizá me he convertido en una vieja anticuada, pero recuerdo a mi madre cuando, preocupada, decía mirando la pantalla del televisor -ante escenas en las que alguien abría las puertas con ganzúas para robar por ejemplo-: “Hay que ver cuánto malo enseñan las películas”, ahora pienso que en Hollywood a lo largo de décadas se han hecho tantas de acción o patrón tipo con mamporros que en la vida real serían mortales, tiros, sangres… que o bien reflejan un modo social de ser o han normalizado una violencia ficticia que de tanto verla termina por convertirse en real. Pero ahí siguen con su chauvinismo y sin pizca de autocrítica. 

A mi madre le encantaban las películas de juicios, al menos en la pantalla se hacía justicia, y en Seven Seconds también se produce un litigio magnífico con posturas perfectamente contrastadas, aunque el desenlace de esta serie no es el deseable y mi madre se habría llevado un disgusto, pero en su trascurso dicha insatisfacción fílmica nos invita a tomar conciencia, a pensar en qué habríamos hecho nosotros en las mismas circunstancias, a discernir que si quieres matar a alguien lo hagas tú, y no lo delegues ni se lo endilgues a otro, nos enseña a no ser cómplices ni encubridores ya que si amas, amas bien y apencas con las consecuencias y acompañas y esperas al cumplimiento de la condena, hay cosas que no se le pueden pedir a la pareja por mucho bebé que hayas tenido con ella o con él, no se chantajea a través de los hijos, ni los hijos son excusas que hagan que todo valga. 

De algún modo la serie deja resquicios por los que se podría salvar lo insalvable, admitiendo el daño y reparándolo ya que cada personaje acarrea sus demonios y errores, pero ese dolor no los justifica. 

Joe Fish Rinaldi es el claro ejemplo de cómo hay que ser, él también podría tener dichos fantasmas, pero los encara, y nos muestra en qué consiste exactamente la valentía, que nada tiene que ver con la chulería ni con los testículos, y rige su vida a través del sentido de la justicia, mientras palía la ansiedad masticando chicle. Por suerte hay personas así en el mundo, muchas, y es extraordinario cuando se cruzan en tu camino. 

La mancha de sangre sobre la nieve me pareció el dibujo protector  de una gaviota.

A veces pienso que si Dios existe en cualquiera de sus formas estará hasta las narices de nosotros.

Un abrazo.

Pili Zori

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