"Desgracia", de J.M. COETZEE

Leer “Desgracia” de John Maxwel Coetzee ha supuesto una batalla campal conmigo misma, de hecho he necesitado una segunda lectura, volver a empezar el libro porque en la primera las vísceras no me dejaban reflexionar, experimentaba una devastadora reacción en cadena de filias, fobias, rechazos, prejuicios… Me ha puesto patas arriba muchos de mis esquemas preconcebidos así que creo haber sufrido una catarsis que junto al protagonista me ha liberado de la hibrys, -no os asustéis, no utilizo la palabra por pedantería, ahora os explico por qué la uso-, considero que el autor ha escrito con rigor una tragedia de contenido moderno, pero tragedia griega de punta a “Cabo” –lo de las comillas es un guiño por el lugar en el que se desarrolla, Ciudad del Cabo-, en ellas sus autores siempre se referían a la caída de un personaje importante que había ejercido un desprecio temerario hacia el espacio ajeno,  que no sabía controlar los sentimientos inspirados por las pasiones desmedidas, la furia o el orgullo, eso es la hibrys según los diccionarios y creo que cuadra a la perfección con el planteamiento de la novela. Y digo planteamiento porque también creo que “Desgracia” plantea, pero no tiene intención de cerrar, de resolver, el libro se publica en 1999, y me atrevo a pensar que en ese momento para J.M. Coetzee, Sudáfrica no tenía solución. La mirada es desalentadora, pesimista y necesaria.
Creo que al igual que la ópera que escribe el profesor Lurie sobre Byron y su exilio en Italia tras el escándalo, “Desgracia” es una balada llena de tristeza, un canto muy amargo por su país, al que deduzco que ama profundamente. Coetzee actualmente vive en Australia, desconozco las razones de su doble nacionalidad y el desdoblamiento que tuvo que producirle, no eligió los Estados Unidos donde estudió y ejerció durante mucho tiempo, tampoco Inglaterra donde también vivió. Escogió Australia y me gustaría saber por qué.
De entrada el título admite varias interpretaciones, tengo entendido que en inglés Disgrace también tendría que ver con deshonra, deshonor, con la reputación perdida, de hecho el propio protagonista se lamenta de que el idioma inglés tal vez no sirva para explicar Sudáfrica. “Cada vez está más convencido de que el inglés es un medio inadecuado para plasmar la verdad de Sudáfrica.” Cuando leímos en el club “Historia de mi hijo” de Nadine Gordimer, nos ocurrió lo mismo, el título bien podía referirse a la historia que habla sobre mi hijo, o bien a la historia que ha escrito mi hijo… en fin, si te mueves con las palabras, buscas el respeto de la precisión y no siempre es fácil en nuestra torre de babel en la que hay que agradecer los puentes que los buenos traductores nos extienden. Pero toda la novela es así. A “Desgracia” le caben muchísimos matices, y puedes entrar a ella por varias puertas, todas ellas te llevarán a la misma conclusión final y lo pequeño abrirá plano para que se vea lo grande, los personajes en este caso no son los protagonistas sino el transporte de la alegoría que el autor nos quiere transmitir. En la linde de ese diminuto huerto estará representada Sudáfrica. Y en la perrera que también se ha escogido como parábola el enfrentamiento con la vejez y la extinción de una generación y de un tiempo: David Lurie es un profesor de universidad especializado en los poetas románticos.
He intentado imaginar el abordaje que tuvo que hacer Coetzee como autor para escribir esta novela, ¡vaya decisión dura!, y me he permitido la osadía de especular con la idea de que para transmitir lo que quería expresar se preguntara ¿qué sentiría yo si dañaran a mi hija, a la carne de mi carne de la peor de las maneras? Así debieron sentirse los negros de este país durante siglos y décadas. ¿Cómo puedo aproximarme, cómo puedo bucear en ese germen soterrado? Pues experimentándolo, detentando mi parte de poder, como hombre, como blanco, como figura de autoridad cultural, un profesor, un intelectual con predicamento. Pero no quiero una inmolación racial, deseo decir algo tan fuerte y tan simple como que la humanidad gira en torno a una cuestión: el abuso de poder en todas sus variantes y dicho poder se comporta del mismo modo cuando cambia de manos, que sean blancas o negras, da igual.
Soy sudafricano y tengo derecho a señalar los defectos de mi país con todas las personas que tiene dentro. Eso supuse que pensó. Y seguí imaginando: esa sería la ubicación de la novela, su entorno, sus intenciones, pero a Coetzee no le servía sólo la mirada externa y documental, él iba a hablar de lo colectivo desde lo individual, se metería en la piel, y le prestaría a su novela, a sus personajes, terrenos personales y laborales conocidos, sólo así podría ser juez y parte.
El lector iba a ver el punto de inflexión, contemplaría con el quiebro cómo al protagonista le cambia la vida y sabría lo que siente y piensa durante el proceso, mientras está sucediendo. David Lurie es quien enfoca, quien tiene el punto de vista desde el que se narra, aunque la novela no esté escrita en primera persona y el narrador omnisciente pudiera mostrar, desvelar lo que piensan y sienten los demás personajes, no lo hace.
El lector espera que le expliquen las partes que faltan, pero se queda con las ganas de saber qué ha dicho Melanie, la alumna, en esa especie de denuncia, en ese juicio sumarísimo en el que se le acusa de haber atentado contra las formas y no contra el fondo, aunque se aleguen otras razones de índole moral. El lector quiere conocer qué siente, qué piensa ella, de qué le acusa… qué le llevó a tomar somníferos si es que así fue. Pero Coetzee no quiere dárselo. Al igual que en la vida quien lee tendrá que ejercer de jurado con las pruebas que le muestran.
Veremos reaccionar a su hija pero tampoco escucharemos su interior, tendremos que deducir las razones que la empujan a elegir, si es que tiene elección, las decisiones que toma. Creo que ese es otro de los ingredientes importantes que contiene la novela: Lurie se relaciona con las mujeres sin comunicación, sin reciprocidad, invade la vida privada de Soraya, la prostituta de alto standing, contratando a un detective, David Lurie marca el paso sin preguntar. Y con su alumna abusa de su privilegio para favorecer su examen y encubrir sus faltas de asistencia. No escucha, no capta las señales de desagrado, cosifica, decide por los demás. Hasta que la vida da un giro inhumano y cruel que derrumba sus pilares.
Y ahora doy comienzo a mis discusiones con el libro, y como estas iban evolucionando a la vez que la historia del protagonista también se transformaba.
La novela nos muestra los contrastes: el mundo urbano y de cultura, frente al rural y primitivo, mis preguntas eran ¿por qué han de ser antagónicos?, ¿qué ha pasado para que eso suceda?, ¿dónde está la ruptura?, ¿cuál es la grieta?
Nos pone como ejemplo la naturaleza instintiva de un perro en celo, y lo indigno que resulta que sus dueños a base de palos hagan que vaya en contra de su propia esencia, de manera que al final cuando veía a una perra huía con el rabo entre las patas y me dije: vale, tiene razón, pero aún trasladándolo a los humanos como metáfora y admitiendo que no hay que crear sociedades puritanas, represivas o castradoras, en mi opinión el deseo ha de conllevar una franja de consentimiento mutuo a todos los niveles que no tiene por qué restarle su parte salvaje ni su alegría, pero el respeto a la hora de la transacción aunque sea implícita es lo que nos diferencia, hasta en los animales hay cortejo y elección aunque sea para los machos y hembras alfa, algo es algo, (aunque a veces pienso que la naturaleza es un poco nazi, con sus escogidos y sus selecciones, se supone que nosotros aunque formemos parte de ella trabajamos para evolucionar). Perdonad la tontería, intentaba distender pero no me alejo del libro aunque lo parezca, el protagonista ama la poesía de Wordsworth, y Wordsworth está considerado el poeta de la naturaleza que introdujo en su poesía el lenguaje popular, y a personajes marginales, como locos y mendigos, creando un escándalo para la época, pero logró que la arcaica sociedad británica se interesase por las desigualdades. Wordsworth tiene un libro titulado “Poemas de Lucy”, como veis en esta novela nada está traído por azar, el nombre de la hija de David Lurie es Lucy. Pero sigamos hablando del instinto y la fidelidad hacia la propia naturaleza: El profesor le pide a Melanie que pase la noche con él:
-¿Por qué? -pregunta la joven.
 -Porque la belleza de una mujer no le pertenece sólo a ella. Es parte de la riqueza que trae consigo al mundo y su deber es compartirla”.
            -¿Y si ya la compartiera?
            -Entonces deberías compartirla más aún”.
Ese sentimiento masculino, que el profesor Lurie tiene antes de caer en desgracia, sobre  adueñarse de la belleza física a través del sexo me hizo preguntarme ¿para qué?, es una falacia, la belleza física no se vampiriza que yo sepa y tampoco es de transmisión sexual, lo que hace la belleza física es atraer y cada uno se siente atraído de forma distinta si es que sabe mirar y no se deja dirigir la vista con cánones impuestos. Es una pena no saber ver la belleza fuera de la juventud, me dije, aunque suene resentido por mi edad, pero doy fe con las compañeras de mi club, con mis hijas y con amigas muy  jóvenes, que las mujeres miramos distinto. Este tipo de situaciones como la anteriormente descrita se da mucho entre profesores de letras, será porque siempre están con gente joven, así es fácil ser una figura de autoridad, no trabajas bajo las órdenes de nadie, siempre las das, puede que el entorno produzca algo de inmadurez, hay mucho docente rijoso, salvando a quien se salve naturalmente que por suerte son más.
Como os decía, estos eran los sentimientos que yo albergaba hacia el protagonista, que al principio me atacaba los nervios, un tío pijo que arruga la nariz ante la hospitalidad de quien le ofrece su casa porque el sofá huele a gato, que menosprecia a las mujeres que descuidan su atractivo, según él, que va por ahí con la báscula y el metro como si alguien le hubiera otorgado el privilegiado papel de puntuar y aprobar o suspender fuera de clase como si la vida fuera su aula o su facultad… y ahí estaba yo soltándole improperios: ¡habrá que verte a ti, quién te habrás creído que eres! Pero en esos arrebatos de furia míos comprendí que el personaje estaba construido a la perfección porque ese era el efecto buscado, sin concesiones, tenía que partir de la prepotencia para alcanzar la humildad. Más adelante le querría profundamente por su desorientación, por su crisis de identidad, por la búsqueda de sí mismo, por el trato injusto que recibe, por su autoinmolación.
En la página 118 le escucharemos pensar “Ha de haber un hueco en el sistema, un hueco para las mujeres y lo que les sucede”. Y en la 128 leeremos “Por vez primera prueba a que sabe el hecho de ser un viejo, estar cansado hasta los huesos, no tener esperanzas, carecer de deseos, ser indiferente al futuro”. Igualmente tuve que bajar mis humos para aprender junto a David Lurie que también es una falacia que demos por hecho cómo reaccionaríamos ante lo que les ocurre a él y a su hija. Ese esquema nos lo rompe poniéndonos delante de la nariz la indefensión. Él como yo, como cualquiera, habría querido protegerla más que a nadie en este mundo, habría querido pronunciar las palabras apropiadas después, y evitar la insoportable vergüenza infligida para ambos. ¿Cómo abordar esa terrible conversación para un padre, para una hija?, ¿cómo soportar que no has podido defenderla, que mientras estabas tan campante en la urbe ella corría peligro?
Tal vez Coetzee decidió encerrar al padre en el baño porque ni siquiera por escrito se podría soportar la ignominia de esa visión.
¿Por qué se somete Lucy después?, esa es una de las preguntas, ¿por qué se sometían los negros siendo mayoría sin rechistar durante el apartheid?
Hay muchas formas de violar, os emplazo a que leáis las leyes que hasta 1992 prohibían a los negros tener casa en zonas destinadas a los blancos obligándoles a emigrar, leyes que permitían autobuses segregados, playas y hasta bancos de la calle, escuelas y hospitales para negros con inferioridad de recursos… os aseguro que no podréis terminar la lectura sin llorar de rabia. Pero es necesario que nos pongan el ejemplo tan gráfico de una mujer forzada por varios para que nuestra cerrazón desarrolle la capacidad de empatía, de indignación.
Esa pregunta sobre el sometimiento ni la historia ni la política saben responderla; al menos la literatura trata de ahondar y escarbar en los motivos y los sentimientos soterrados. Las leyes se pueden cambiar pero el corazón de las personas ha de estar preparado para dicho cambio, sin ser un albergue ocupado por los rencores. El corazón y la memoria de las personas deben estar dispuestos a perdonar una vez admitido el daño. Dicha amnistía es el esfuerzo y el regalo más heroico que se le puede hacer al futuro, pero la clemencia de la que estamos hablando incluye indultar salvajadas como la que les ocurre a Lucy y a su padre, y no es fácil. Lucy no puede evitar sentirse chivo expiatorio, justa por pecador, cabeza de turco, y lo asume. Tampoco es fácil resarcir ni diferenciar la justicia de la venganza, como ya he dicho en otras ocasiones en este mismo blog. Juntos, blancos y negros, habrían llegado lejos y no sólo Sudáfrica sería otra cosa, todo el continente sería distinto, un ejemplo de prosperidad, pero el legítimo resentimiento es pegajoso y se barre mal. Ahora han cambiado las tornas y esa frase suena horrible, pero para muchos por debajo late.
En este trozo de campo manda Petrus y ¿qué desea?: ser propietario, hectárea a hectárea, del continente y del contenido, ahora Lucy también le pertenece. En la ciudad te defiendes con tus armas, pero en el campo no te sirven por muy naturalista que sea Wordsworth. Si no sabes trabajar la tierra, si no has hecho simbiosis y en su lugar has creado dos bandos, mal asunto. “Si el campo puede emitir su veredicto sobre la ciudad también la ciudad puede enjuiciar al campo”, nos dice en la página 149.
En el viaje a Ciudad del Cabo, cuando va a postrarse de rodillas ante la madre de Melodie para ofrecerle su arrepentimiento sincero que nada tiene que ver con la humillación pública que el tribunal académico le exigía, vemos: “El campo va llegando a las puertas de la ciudad, pronto habrá ganado paciendo otra vez por el parque de Rondebosch, pronto la historia habrá trazado otra vez un círculo completo.”
Y antes refiriéndose al robo con violación leemos: “No es un robo normal y corriente, más bien fruto de un grupo organizado que entra limpia la casa y se retira cargado de bolsas, cajas, maletas. Botín de guerra, reparaciones. Un incidente más en la gran campaña de redistribución. ¿Quién llevará puestos en estos momentos sus zapatos?”.
Estos dos potentísimos pasajes son para mí el latido de la novela, y contienen todo el dolor y el quejido poético de lo que el gran premio nobel quiso decir.
He intentado caminar con sus zapatos por todas las páginas y me he hecho daño con los escollos y las piedras pero creo haber conseguido con ellos que Sudáfrica no me quede tan lejos y que todo el continente africano no me resulte tan difícil de entender, voy poco a poco y doy las gracias al Sr. Coetzee por el desgarrón y por toda la piel de las entrañas que se ha dejado para que mi duro oído se entere.
Un abrazo queridísimos amigos y hasta el próximo encuentro.
Pili Zori

2 comentarios:

  1. Luego de leer tu comentario eh Pili voy presuroso a conseguir aquel libro. El aperitivo esta buenisimo y te lo agradesco :)
    Saludos
    Luis

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  2. Gracias a ti, querido Luis por hacerme el honor de visitar este rinconcillo, espero que se repita a menudo. Un abrazo Pili Zori

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