"Llanto por un sultán", PILAR ZORI

Cuando se publicó “Llanto por un sultán" en el 2003 aún no existía este blog. Tuve muchos encuentros con lectores, pero en este rincón no había dejado comentario. Como dije en la entrada de “Hija de…” soy pudorosa para dejar “mis cosas aquí” pero de nuevo un club de literatura de la biblioteca pública ha escogido “Llanto por un sultán” y me ha invitado para que charlemos sobre ella y en ese caso la novela ya no es sólo mía ya les pertenece y me debo a ellos no sólo como escritora sino como compañera, -tanto Arantxa como yo somos coordinadoras y nos dedicamos a la animación por la lectura-. Me siento muy agradecida por terminar el año con este broche y lo considero un precioso regalo, porque a las novelas como a las personas les gusta airearse y aman la caricia de los dedos y los ojos del lector. El club es matinal y su coordinadora me dijo que alguno de sus compañeros no podrá asistir. Por esa razón me animo a encontrarme con los ausentes aquí ya que han tenido la deferencia de leer uno de mis trabajos y me siento en deuda.

Es más que probable que alguna de mis reflexiones o explicaciones se repitan, las novelas son distintas, pero no quien las escribe y cada autor tiene sus constantes que forman parte de su voz personal y de su estilo. Así que mil disculpas de antemano si sucede.

En el fondo todos los lectores tenemos incrustado en el inconsciente el tipo de novela que queremos leer aunque no lo confesemos y siempre responde al formado de héroe que vence al malo y se queda con la chica, heroína que gana a la mala y consigue al chico, o chico que vence al malo se queda con el chico o ídem con las chicas, historias de amor al fin y al cabo. Y como es natural esperamos que todos esos ingredientes nos sean entregados con prosa poética y contenido de altísima calidad a ser posible, añadiéndoles además compromiso y nuevas aportaciones, no sólo literarias, también sociales. Y es lícito desearlo así porque la vida ya es bastante ambigua e inconclusa y preferimos enmendarle la plana en la ficción. Tal vez sea un poco simple exponerlo de este modo pero el ejemplo me sirve para lo que quiero expresar:

En "Llanto por un sultán" el lector pasa por un proceso distinto, aunque el formato se parezca al que acabo de escribir y haya creado dicha expectativa. En esta novela no hay “malos y buenos” por separado, todos los personajes albergan dentro de sí mismos grandeza y perversión, porque son complejos, porque son humanos, porque están en proceso evolutivo y sometidos a transformaciones, las mismas que sufrimos nosotros según nos va salpicando e impregnando el transcurso de la vida, la vida mancha. Sólo dos excepciones, Piri Pasá y Mahidevran, van a representar la dignidad, la conducta y el espíritu incontaminados, me estoy refiriendo a dos de los personajes principales, porque entre los secundarios también a Mustafá y al general Sokolli se les puede atribuir el mismo rasgo. A los demás protagonistas los amaremos y odiaremos a ratos y nos defraudarán y volverán a conquistarnos también a ratos. Sin embargo la novela no engaña, ya en la introducción nos encontraremos con un Solimán gastado que confiesa sus crímenes y rechaza el perdón.

La novela está escrita en clave de tragedia de principio a fin y ese es su tono.

Mi intención nunca fue la de juzgar, y no siempre me resultó fácil mantenerme en esa posición frente a los personajes. Los historiadores ya se habían ocupado de mirar a Solimán desde fuera, de destacar sus hazañas bélicas y hallazgos urbanísticos, sociales y políticos. Era muy tentador emularlos, pero yo no quería más de lo mismo. Estaba empeñada en mirar al sultán por dentro, buscaba comprenderle… y para ello tuve que tomar una decisión drástica: Toda la novela se desarrollaría en la intimidad, la acción se iba a producir en el interior de los personajes, por tanto los escenarios estarían dispuestos para la distancia corta, para el cara a cara, y la función de todos ellos sin excepción iba a ser la de subrayar dicha intimidad en alcobas, pequeños despachos, en la tienda real de campaña, en el invernadero… Sólo así despojando a los personajes de arropamiento, podrían ser conocidos y comprendidos en esencia. De hecho, para remarcar el desnudo anímico y la proximidad también los desnudé físicamente en casi todas las escenas cumbre, incluida la de Hafsa y Nailé en el hamman. Tal vez resulte paradójico en un ámbito lleno de lujos y paisajes exóticos cuya descripción sin duda adornaría y enriquecería la narración, que yo escogiera la sobriedad. Pero se trataba de ser coherente y honesta, y a mí me parecía más importante lograr la atmósfera, plasmar la época, la espiritualidad otomana y la sensualidad oriental sin recurrir a herramientas fáciles.

Con los conflictos políticos me sucedió lo mismo, las intrigas de esa índole son atractivas y muy lucidas y suculentas, de hecho me deshice con pesar de material mío ya escrito y definitivamente pulido sobre una Europa de grandes cambios de pensamiento y revueltas religiosas, pero tanto la prosa como la trama deben estar al servicio de la historia que quieres contar, y esta lleva su composición, su música y su simetría. Así que decidí que ese punto de inflexión habría aportado muy poco puesto que ya se habían ocupado sendos historiadores de detallarlo y yo quería hacer entrega de mi enfoque, por ello sólo escogí tres batallas de las cuales la primera en Hungría es como si estuviera dividida por la mitad y una parte correspondiera al principio de la novela y la otra al final para cerrar el círculo. Pero los puntos álgidos fueron Rodas Al comienzo de su “reinado” y Malta en el declive. Yo quería mostrar a un Solimán joven al inicio de su gobierno como emperador y enfrentarlo con otro guerrero, L’Isle Adam que ya se encontraba en el último tramo de su recorrido vital para que se viera la pérdida de la inocencia, la gloria amarga, para colocar dos espejos enfrentados que al final de la historia se invertirían, dos caras de una misma moneda: Victoria de Solimán en Rodas y derrota en Malta ante el sucesor de L’Isle Adam, Juan Parrisot de la Vallete.

Decidí resolver en forma de balance el resumen de todos los años transcurridos hasta el encuentro de Nailé con Solimán y continuando en la línea que llevaba me dispuse a transmitirlos en forma de conversación durante una larga y mágica noche como las que Scherazada le dedicaba a su sultán, y de paso pude realizar mi humilde homenaje a ese gran monumento literario:”Las mil y una noches” atreviéndome a dar un toque transgresor: en esta ocasión sería el sultán quien mantendría despierta a la interlocutora con su relato hasta el amanecer. Sé que habría resultado más agradecido y brillante para el lector que hubiese pasado a la acción todos esos episodios, pero también más fácil. Así que tuve que hacer un gran esfuerzo de síntesis y me mantuve firme en la idea de sencillez recordándome con fuerza que no estaba escribiendo una novela épica, y situé a ambos protagonistas en el dormitorio del emperador para crear un ambiente confidencial y psicoanalítico similar al que se produciría hoy en el diván de un psicoterapeuta.

Tras esta puesta en común de vivencias y experiencias quedaba pendiente describir el contexto en el que se encontraba sumido Solimán cuando él y Nailé optaron por unir sus destinos. Esos hechos ya no eran pasado, por tanto no pertenecían al balance anterior, y lo apropiado en ese caso era utilizar en exclusiva la herramienta del narrador omnisciente, (el diosecillo que todo lo ve). Y así fue como se resumió la etapa más trágica y decadente del reinado de Solimán: la guerra fratricida entre sus hijos Selim y Bayaceto, por la sucesión del trono, saldada con la ejecución del segundo, la muerte de Dhianjir el amado hijo jiboso, y la pérdida de su yerno y gran visir Rüstem que dejó a su esposa, la hija de Solimán Mihirimah sumida en el desconcierto.

A pesar de la potencia de los hechos, estos no podían adquirir mayor protagonismo, sólo debían servir como apoyo para juzgar el triste estado de Solimán, apodado paradójicamente el magnífico, mientras bajo sus pies se derrumbaban los endebles cimientos en los que se había sustentado su familia.

Me gustan las relaciones iniciáticas de joven con mayor, de hecho en Llanto por un sultán abundan. Las figuras paterna y materna sostiene a los personajes principales, Hafsa y el bostancibasi protegen a Nailé en la juventud, Hafsa y Piri a Solimán, y en el final del camino otro personaje de gran talla y dignidad, Mohamed Sokolli el último gran visir y general de los ejércitos del imperio de Solimán, él cuidará de los dos, del sultán y de Nailé en ese insólito ‘viaje de novios’ en el que de nuevo, flechas, minas e incendios, milagrosamente no traspasan la tela de la tienda real respetando ese reducto, ese pequeño habitáculo de intimidad.

Quise llevar a Nailé a la guerra cumpliendo así su viejo deseo, para dejar sentado que el personaje no se creó para ser el reposo del guerrero. Nailé es una trabajadora de altísima cualificación, sucede al jardinero real y hereda su saber que va más allá del ornamento y la botánica, Nailé ejerce la medicina natural en colaboración con el médico del emperador. Por estas razones quise reservar para el desenlace su merecida apoteosis final, concediéndole el honor máximo de depositar la espada en el féretro del sultán despojándola al fin de su impostura de hombre para gritar al viento su identidad. De pie, no de rodillas, mirando de frente a los ojos del sucesor y pronunciando las mismas palabras del comienzo “Yo soy Nailé, la jenízara” bajo la mirada respetuosa de todos sus compañeros.

Sé que la novela y los personajes están abiertos y que el lector les añade su propio epílogo que es tan lícito como el mío. Esos eran mis objetivos, abrir debate y reflexiones sobre el amor y el desprecio (y en ese amor y en ese desprecio incluyo la amistad que no se excluye de ser apasionada, ya que a menudo compruebo que las heridas de amigo cicatrizan peor que las de los amores), sobre la poligamia y los celos que de ella se derivan, sobre los poderes masculino y femenino, paralelos, pero no enfrentados…

La novela va dejando pistas, claves y rastros, pongamos como ejemplo la escena en la que Solimán le entrega a su hijo Mustafá el ajedrez como regalo y vemos caer la figura de la reina y a Mahidevrán apresurándose a levantarla, en ese instante ya se nos anticipa que la favorita del Emperador va a ser destronada, después, camino del exilio el niño llevará en su puño la figura del rey.

En "Llanto por un sultán" hay muchos gestos que simbolizan y trasladan a los objetos los estados de ánimo para que estos los expliquen, así vemos como Hafsa remueve las brasas del tandur en un momento en que la conversación quema, o corta abruptamente el hilo de su labor con la tijera como actitud que zanja un tema. El juego de los chorros de monedas vertidos sobre el cuerpo de Khurrem nos anuncia un rasgo de su carácter. El bastión que se convierte en una inmensa columna de fuego sirve para anunciar la muerte del sultán transformándola en luz…

Pero los personajes de mis novelas bien pueden ser como yo los interpreto o diferentes a como los veo, es cuestión de punto de vista de enfoque y ambos punto de vista y enfoque dependen del ángulo desde el que el objeto es observado. Por ello en estos encuentros aprendo, vosotros con vuestras opiniones y epílogos añadís más facetas, más aristas… y a ellos a los personajes les alargáis la vida.

Gracias por compartirlo.
Pili Zori

2 comentarios:

  1. un gran libro pilar ,felicidades,me gusta la sensualidad con la q esta escrita el libro, tambien el tema , por el cual en un mundo muy machista como es la religion para las mujeres ,mas en esa epoca y donde se desarrolla en turquia....las q tienen el poder son ellas.....las frases y algunas palabras te llegan al alma.....un abrazo.

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  2. Querido gatokunis, te estoy enormemente agradecida por triple motivo: por haberte acercado hasta este pequeño rincón, por haber leído una de mis novelas y por la sensibilidad y ternura masculinas que demuestras. Me sentiré muy halagada por tus visitas y agradeceré junto a los demás lectores tus recomendaciones. Un abrazo. Pili Zori

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