"El enigma", de JOSEFINA ALDECOA

Josefina Rodríguez Álvarez, ése es el verdadero nombre de esta escritora que formó parte de la generación literaria de los 50 del siglo XX y que al enviudar quiso imprimir para siempre el apellido de su esposo, el escritor Ignacio Aldecoa, en su obra, tal vez para eternizar así el vínculo y la compañía durante todo su periplo literario y vital. Así fue como Álvarez se sustituyó por Aldecoa en la firma y rúbrica de Josefina. Cuando él murió la autora dejó de escribir durante diez años.
En El enigma, novela contemporánea de contenido amoroso, nos plantea, una vez más, cómo nos marca la educación, -en nuestro país hace muy pocos años que chicos y chicas estudian juntos desde la infancia-, y para la autora la coeducación es importante, no en vano ha sido y será por siempre su compromiso: Josefina proviene de familia de maestros, su abuela y su madre lo fueron, y ella creó y dirigió el colegio Estilo, un extraordinario experimento humanista basado en las teorías krausistas que nutrieron la Institución Libre de Enseñanza en España, de hecho, Josefina se doctoró en pedagogía con la tesis “El arte y el niño” que se publicaría en 1960.
La novela El enigma es una historia de amor, y es precisamente ahí donde Josefina Aldecoa hace mayor hincapié con respecto a la educación recibida: como en un juego de muñecas rusas, la autora emprende la novela para someter a estudio a la pareja, y a su vez, Teresa, la protagonista, está trabajando en un ensayo sobre las relaciones entre hombres y mujeres.
Daniel Rivera vive atrapado en un matrimonio sin amor: relación convencional, como tantas, sumida en el engaño y la costumbre. El “caprichoso” destino hará que un contrato temporal, para dar clases en una universidad de los EE UU, le conduzca hasta Teresa.
Daniel se crió y desarrolló en España durante el franquismo, Teresa, hija de exiliados, creció en los Estados Unidos, el contraste está servido.
A Berta, la esposa la conocemos a través de las llamadas telefónicas.

Entramos en el debate:
Uno de los compañeros del club, hizo una drástica crítica en su primera intervención, “La buena, el cobarde y la mala” –exclamó-, “no me gusta el planteamiento tan maniqueo y tan de vodevil.”
Observé a través de las opiniones que había elementos dentro del libro que suscitaban rechazo, eso siempre es buena señal porque indica que sus páginas no te dejan fuera, trascienden y nos remueven.
Otras compañeras intentaron defender y justificar, con bastante pasión, parcelas del personaje de Berta… A todos les pedí, incluyéndome, naturalmente, que intentásemos no proyectarnos, estábamos viendo enfoques diferentes al de costumbre en literatura: el de el personaje que forma el vértice triangular, en este caso “la de fuera”, “la que se mete en medio”, y el del “infiel”. Lo explico con cierto tono de sorna autocrítico, porque es la expresión de alerta que nos hace sacar y afilar las uñas del instinto conservador, ya que en el club abundan las parejas de larga duración, y entre los muchos temas importantes que plantea el libro también se encuentra el mensaje subliminal de que no hay que tumbarse a la bartola, que la alfombra del amor hay que sacudirla de vez en cuando para quitarle las pelusas, que los sentimientos evolucionan.
A partir de ahí otra compañera matizó: “Pero ¿Berta quiere a Daniel? Es que ese es el quid”. Llevaba razón: No se trata estar jugando a las casitas y a ver quién la tiene más grande y lujosa para ganar en la exhibición, está bien y es lícito luchar por un patrimonio en común y hasta enorgullecerse de ello, pero sin olvidar que no es el fin sino una de sus consecuencias.
Proseguimos y estuvimos debatiendo durante un buen rato sobre qué era estar enamorado, y puntualizamos acerca de la diferencia que se establecía entre amar a alguien en concreto, o a la vida que nos proporciona.

Exploramos en las razones que hacen que una pareja sin amor se mantenga, hubo testimonios al respecto muy generosos de compañeros separados y divorciados. También invertimos bastante tiempo en calibrar quién sufría más ¿el que abandona, o el abandonado?, ahí el club subió de temperatura porque el argumento de la compañera que hablaba tenía el añadido doloroso de que se estaba refiriendo a su hijo, y ya se sabe que esos daños los hijos los superan, pero a los padres se les queda una herida de impotente resentimiento, agradecimos el valioso y confidencial regalo.
En cuanto a si era necesaria la afinidad cultural e intelectual para emparejarse y quererse se llegó a la rotunda conclusión de que no, ya que si fuera así también estaríamos hablando de búsqueda de conveniencias tan peyorativas y prosaicas como las económicas, y de algo todavía peor: el pretencioso elitismo y el barniz social malentendido como prestigio, y ninguno de esos ingredientes sirve para darle cuerda al amor que pertenece al terreno de lo íntimo y de lo íntegro.
En la novela se reitera la expresión “superior” refiriéndose a personas, y aunque la autora, en alguna entrevista, aclara que la superioridad de la que habla se dirige a la categoría humana y por lo tanto a su dignidad, en el club no gustó. Nadie es superior a nadie, ni siquiera por el equipaje cultural. La educación y la cultura sirven para comprender mejor la vida no para situarte por encima de los demás.

En otro apartado, tratamos de no confundir llevarse bien con amarse, e intentamos averiguar hasta dónde las discusiones son comunicación, malas formas, o maltrato, ya que los temperamentos y escalas de valores son variados, y las fronteras difíciles de establecer.
También le dimos vueltas a la dignidad, tan presente en todas las páginas como música de fondo, y a cómo no hay que perderla aunque se ame mucho, pero nada de lo humano nos es ajeno y todos comprendíamos el patetismo al que se puede llegar en un periodo de transición hasta que se asume que lo que no tiene arreglo no lo tiene y que no se retiene al ser amado a la fuerza, ni se debe usar el chantaje emocional ni ninguna otra forma de presión ya sea burda o sutil.
Concluimos que seguía siendo un enigma el por qué unas parejas funcionaban y otras no. “Quizá porque hay un yo interior genuino y sincero que sí se conoce hasta el último fondo y sabe con certeza lo que siente y lo que quiere, pero ese yo no se comparte.” Ese fue el broche con el que cerró la última sesión una de las compañeras más reflexivas de nuestro club.

No sé qué le parecería a la autora esta prolongación en forma de epílogo que un sector de sus lectores hicimos, también es un enigma la literatura como herramienta. En cualquier caso creo que le resultaría grato el uso que le hemos dado a su hermoso trabajo.
Un abrazo y hasta el próximo encuentro en el que habremos leído “No siempre ganan los buenos”, de Nacho Guirado el ganador del Premio de literatura de Guadalajara del 2005.

Pili Zori

1 comentario:

  1. Gracias por escoger "No siempre ganan los buenos". Espero que no os defraude. Un saludo. Nacho Guirado.

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